La importancia de celebrar que la música en vivo vuelve a Venezuela

Luego de años de letargo en una escena que fue muy activa por décadas, los conciertos han vuelto a las ciudades principales del país, con artistas locales o visitando desde las ciudades de la diáspora. ¿Burbuja o renacimiento?

Liveri Festival es uno de los nuevos festivales que promete continuar

Foto: Ramsés Romero | @rrbfotos

Caracas tiene un sabor extraño a resurrección. Una sombra que no oculta los malos tiempos pero que se disfraza con el color del atardecer. Una tranquilidad a medias entre paños calientes: el tanque de agua, la planta eléctrica, la playa los domingos, el abrazo de los reencuentros y los conciertos; esas manifestaciones de alegría en masa que empezaron a suceder de pronto y a reunir gente que tenía dos años sin emocionarse frente a algo que genuinamente los hace felices.

A Venezuela no solo llegó la pandemia, sino un apagón, veinte años de chavismo y una dolarización vertiginosa que ha dividido el país entre los que creen que está mejor y la clase media, aniquilada por completo, intentando una vez más sobrevivir con este nuevo escenario de “inflación en divisas” que tiene a ciudades como Caracas con precios a la par de Miami, a pesar de que el Banco Central de Venezuela mantenga el dólar sin mucha variación. Mientras eso sucede, muchos de los seis millones de venezolanos que viven en el exterior y pueden trabajar remoto han organizado su itinerario, después de dos años de pandemia y ahorros, para visitar a sus familiares a pesar de lo difícil que es aterrizar en el país.

Los músicos también se han arriesgado. Quienes han hecho carrera en el exterior han añorado, desde que se fueron, poder volver. Sobre todo ahora, que esas mismas agrupaciones, como Rawayana o Adso Alejandro, son reconocidas unos años después como los ídolos de diferentes nichos de una generación de entre 18 y 25 años que probablemente jamás había ido a un concierto masivo, o que no ha sudado los viernes en un circuito de bares, y que solo tiene la oportunidad de escuchar a esa banda que les gusta a través de un clic, sin saber lo mágico que es crecer a la par de la música en vivo.

 

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Mientras los conciertos masivos vuelven a la cartelera de la mayoría de los países con regularidad, su programación en Venezuela significa una celebración a la identidad. La reactivación de espacios abandonados, el reencuentro de las agrupaciones emigrantes con su público, que muchos espectadores hayan sido venezolanos de visita en el país y que los pocos bares que todavía pueden dar cabida a esos espectáculos despierten, se ha vivido como una afirmación de que sí vale la pena apostarle al entretenimiento, aun en la depresión más profunda que ha vivido Venezuela.  

Por eso Caracas estuvo de fiesta durante el último trimestre de 2021 y pareciera que va a seguir estándolo por un tiempo más. Los conciertos que hubo no solo le dieron la oportunidad a esa GenZ venezolana de conocer lo bien que se siente corear una canción junto a miles de personas en un mismo espacio, también permitió a los productores saber que pueden proponer este tipo de eventos durante el 2022. Pareciera que las posibilidades se abren paso en un terreno que dejó de ser explorado hace unos años.

Los conciertos

Caminar por el asfalto que conduce hacia el Estadio de Fútbol de la Universidad Simón Bolívar es evocar a Cerati interpretando “Fuerza Natural” allí mismo en 2010, las caderas de Shakira en 2011 o el séquito de bailarinas afro de la imponente Beyoncé en 2013. Es también palpar los titulares: la maleza crecida en las aceras, las paredes sin pintura de los edificios de Ingeniería y el Laberinto Cromo Vegetal con la luz opaca en plena tarde de sábado. Al comienzo de Liveri Fest, el concierto que del 27 de noviembre en ese campo, los animadores apaciguan los ánimos: “Estos eventos permiten que contribuyamos con el mantenimiento de los espacios de la universidad” dicen, mientras anuncian nuevos conciertos para 2022, uno de Oscar D’León Sinfónico, otro de Il Divo.

El Liveri Fest era un festival pensado para lanzar una app de domicilios en Caracas, iba a durar tres días y se esperaban ocho mil espectadores. Al final se redujo a un concierto-maratón de 12 horas que logró apenas dos mil espectadores. La reestructuración del festival, los costos de las entradas de (entre 55 y 125 dólares), y la diversidad de artistas que atraía a mucha gente distinta, dieron este resultado. Pero hay algo más interesante: las agrupaciones que se presentaron —Desorden Público, Caramelos de Cianuro y Guaco—, son los íconos del exilio. Quienes viven afuera, en todas sus reuniones aplacan la nostalgia con su música. Por eso fue sorprendente ver a tantos jóvenes que no se sabían las canciones o a quienes a los vocalistas les parecían muy adultos.

Rawayana, en cambio, es la nueva manera de agrupar al gentilicio en torno a la protesta funk. Su propuesta caribeña ha ido conectando, a lo largo de la última década, con todo el imaginario caraqueño hasta erigirse como nuevos ídolos. No en vano su momento en el escenario, al que invitaron a varios amigos cantantes, es un retrato de la música con la que está vibrando la ciudad en el presente: el rap de Akapellah, lo bailable de Anakena, emergentes como Jambené o simplemente escuchar el featuring con Los Amigos Invisibles, “Váyanse todos a mamá”, que simboliza el desinterés político que hay en Venezuela después de años de marchas, pocos resultados y muchas desilusiones.

Mientras estos artistas se presentaban para un target más pop, el crew urbano también hacía de las suyas el mismo día. En la Terraza del CCCT se dieron cita los raperos Adso Alejandro, Big Soto y Neutro Shorty, venezolanos residenciados en Miami y México respectivamente, quienes cantaron ante cinco mil personas sin más publicidad que la de sus redes sociales.

Rock en la oscuridad

La Concha Acústica de Bello Monte es otro de los espacios que se reactivó y donde se reunió la mayor cantidad de espectadores en los conciertos de los últimos meses. Yordano, Los Mesoneros, Lasso, Huáscar Barradas: los cuatro congregaron en cada concierto a entre cuatro y cinco mil personas, que probablemente tenían años sin visitar o nunca habían ido a ese anfiteatro al aire libre con el Ávila de fondo. 

Yordano, quien había celebrado dos conciertos previos sold out en el Centro de Acción Social por la Música, logró reunir a cuatro generaciones el 23 de diciembre de manera gratuita. Lasso, nominado a Mejor Nuevo Artista en los Latin Grammy 2021 y uno de los cantantes venezolanos en México, con mayor éxito dentro de la industria de la música fuera del país, incluyó a Caracas en su gira por cuatro países (Venezuela, Madrid, Ciudad de México y Miami). Los Mesoneros también evocaron la ciudad de hace unos quince años con su reunión: los ganadores del Festival Nuevas Bandas y nominados al Latin Grammy, que no habían ofrecido un concierto en Caracas desde que migraron a Ciudad de México. Su reencuentro se volvió una celebración de exuniversitarios que ya suman más de treinta años de edad. Muchos no viven en el país y estaban de visita. Un par de meses antes Luis Jiménez, vocalista de la agrupación, había viajado a Venezuela para ofrecer tres conciertos sold out de su proyecto urbano Lagos, junto con el productor musical Mr. A on The Beat, en el Anfiteatro de El Hatillo.

El día del concierto de Los Mesoneros sucedieron cosas que la escena musical venezolana merece repetir: invitados internacionales como Beto de Rawayana o Elena Rose, las areperas y los carros de perros calientes de Las Mercedes abarrotados con gente que venía del concierto y un after party en La Quinta Bar organizado por Tomates Fritos, una de las agrupaciones venezolanas de rock más longeva y aún activa. Su última pieza la tocaron en un bajón de luz que se prolongó por un par de horas y afectó en la madrugada del 17 de diciembre no solo a Caracas, sino a 20 estados más.

 

 

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El nuevo Galpón de Chacao está ubicado en el medio de una triada que, junto con el centro de entretenimiento Modo y la Azotea del Mercado Municipal de Chacao, conforman una atmósfera de fiesta completamente nueva, que ya no incluye al Centro San Ignacio como parte de las paradas obligadas de la noche caraqueña. Ahí se presentó Anakena, una novel agrupación venezolana con sede en Madrid que nunca había ofrecido un show en su país de origen. Sin embargo tuvo al menos a mil fans coreando sus canciones.

Su pop caribe resonó también en Maracaibo y Valencia ante jovencitos eufóricos que los escuchan a diario en la radio venezolana, donde todavía suenan los merengues con los que Oscarcito o Chino y Nacho se dieron a conocer, hace quince o veinte años.

Las sorpresas de un diciembre sin restricciones fueron Motherflowers y Jambené –nacidos en migración–, la veterana Karina y un par de estrellas internacionales como Lenny Tavarez, que se presentó en Lechería sin pisar Caracas, y Diego El Cigala, con dos funciones en el Hotel Eurobuilding donde también estuvieron Diveana, Luis Fernando Borjas y Victor Muñoz en conciertos individuales. Un alivio tras dos años de semanas de confinamientos “radicales” que interrumpían el desarrollo normal de las actividades comerciales del país, incluyendo aeropuertos o autopistas. 

La conclusión es que en Caracas están empezando a suceder cosas en materia de entretenimiento, a pesar de toda la dificultad que significa mantener en el tiempo esta afirmación. Que una generación no haya asistido nunca a un show en el Poliedro de Caracas, en la Rinconada, en el Aula Magna de la UCV, supone reconocer todo el trabajo de gestión cultural y de políticas públicas que hace falta. Sin embargo, la alegría del público que se reencuentra después de tanto tiempo sin verse, los artistas que vuelven a casa para hacer lo que aman, los productores y personal técnico que –al fin– tienen trabajo de nuevo, y los patrocinantes, que ahora pueden volver a pensar en una activación masiva como parte de sus metas del año, hacen que estos espectáculos efímeros tengan sentido si se establecen unas normas sanitarias que no pongan en riesgo a sus asistentes.

Ver reabrir esos escenarios que ofrecieron shows durante 2021 supone una generación de empleo que no se veía hace un tiempo; una cuota de mantenimiento para esos espacios que tanto lo necesitan; un consumo del público que demostró cuánto están dispuestos a pagar por una entrada, un comida, un taxi. En otros países parece normal que un escenario reabra después de dos años de pandemia, pero en Caracas es casi un milagro que suceda y que la programación de conciertos sea mayor que en 2019, cuando el país intentaba recuperarse de un apagón que cambió el curso de las cosas como se conocían hasta entonces.

La música fue el refugio de muchas personas durante el encierro. América Latina se consolidó durante este periodo como la región de más alto crecimiento en materia de consumo de música con un 15,9 por ciento frente a Europa, por ejemplo, que solo ha crecido 3,5 por ciento, según lo que indica la IFPI respecto a regalías. Para los artistas —incluso para los globales como Harry Styles, Dua Lipa, Miley Cirus o The Strokes—, ha significado la programación de conciertos en ciudades a las que antes no habían llegado, como reconocimiento al trabajo que han hecho de alimentar a sus audiencias a través de redes y plataformas de streaming durante estos últimos dos años.

Alguien como Harry Styles no vendría a Venezuela en este contexto, pero otros sí. En marzo se presentará por primera vez en Caracas la agrupación Morat, una de las bandas colombianas más exitosas en América Latina y España.

En Bogotá, por ejemplo, cuentan con cinco fechas agotadas en el Movistar Arena de esa ciudad, lo que significa que 75.000 personas los verán en la misma semana. En Venezuela serán cinco mil, y los boletos se agotaron en menos de veinticuatro horas. Este suceso los convierte en la primera agrupación internacional en tendencia que aterrizará en Maiquetía tras una pausa de varios años, al menos cinco, luego de que se interrumpieran los conciertos de artistas populares como Romeo Santos o Silvestre Dangond.

Para el público es importantísimo la emoción al ver y sentir los efectos de la música en vivo. Mientras los vuelos estén abiertos, el dólar continúe como moneda de uso corriente y los productores sigan apostando a estos eventos, el sabor extraño a resurrección que tiene Caracas pareciera que se mantiene. Al menos por ahora.