Yordano está bien

Está de gira, muy entusiasmado por el álbum nuevo que lanzará dentro de poco, y en remisión. Pasó por un túnel que dejó marcas en él, pero aquí está, con nosotros

Tres músicos que eran niños cuando Yordano conoció el éxito, ahora lo ayudan a darle una vuelta a sus clásicos

Foto: Rafael Osío Cabrices

“Eso me gusta”, dijo Giordano di Marzo, y abrió los ojos. 

Era la primera vez en días que alguien oía esa voz de tipo grande y tímido, con las consonantes limadas por un dejo italiano casi imperceptible, que todos conocemos tanto. Su cuerpo estaba asimilando un trasplante de médula ośea y había caído en coma, en un hospital de Nueva York. Pero la gente a su alrededor, y en particular Yuri Bastidas, su esposa y manager, le leía y le hacía escuchar música. En ese momento, cuando despertó, sonaba la versión de Jeff Buckley de “Hallelujah”, de Leonard Cohen. 

Cinco años más tarde, Yordano se sienta en un taburete sobre el escenario del Teatro Rialto de Montreal, el mismo al que Cohen iba de chamo a ver películas. 

En estos cinco años se ha desplegado la historia que empezó con el diagnóstico de síndrome meliodisplásico —un tipo de cáncer— en 2014. Una historia de paredes infranqueables que se alzaban una detrás de otra. De instantes en los que corrían las enfermeras y todo parecía perdido. De dolor hasta entonces desconocido, de terror ante la oscuridad que se abría dentro del blanco aséptico de las clínicas. Una historia también hecha de coincidencias decisivas —para no llamarlas milagros—, de grandes amigos que acudieron a tiempo, de sacrificios que hubo que hacer sin pensarlo demasiado, y protagonizada por un paciente que en cierto momento se entregó a las decisiones necesarias y se dejó atender, y por una cuidadora, su esposa, que viajó para acarrear muestras y medicinas, tomó el teléfono por horas incontables, peleó cuando había que pelear, esperó, aguantó, defendió una vida.

Esa vida, la de alguien que ha ayudado tanto a los demás a ponerle palabras a las suyas.

El público del Rialto aplaude.

Él lleva una franela con la cara de Jimi Hendrix y un fedora como el que Cohen, siempre impecable, usaba en sus últimos años.   

Yordano dice “hola” y conecta su guitarra electroacústica.

Un hombre y su guitarra

Las cuentas de Instagram y Facebook de este caraqueño nacido en Roma y ahora radicado en Nueva York están repletas de nombres de ciudades: Calgary, Montreal, Toronto, Bogotá, Orlando, Miami, Dallas, Austin, Medellín. Yuri y el productor José Luis Ventura se encargan de tejer los saltos entre un concierto y el siguiente. Es un mundo en el que los músicos —todos— deben trabajar muy duro. Las audiencias con que Yordano podía llenar el Poliedro de Caracas están ahora desperdigadas por dos continentes, en tribus de ardientes nostálgicos que le piden a gritos “Escándalo en tus mejillas” o “Robando azules”.

Yordano lo hace con gusto. Tanto subirse la guitarra al hombro de un aeropuerto al otro, como negociar su repertorio en vivo. Según el tiempo, el público o las ganas, cambia la lista de canciones durante cada concierto. Hay unas que no puede dejar por fuera, pero siempre mete piezas recientes. “He hecho mucho concierto personal, en el que estoy yo solo, hablando con el público”, me explicó por teléfono una semana antes del recital en el Rialto. “Cuando a finales de los noventa me encontré sin banda y empecé a tocar yo solo, fue que le vi el gusto, con una serie de conciertos que hice aquí en Nueva York en el Teatro Repertorio Español”. Admite que es un reto tocar sin metales temas como “Bailando tan cerca”, pero lo cierto es que él los compuso justo así, más rocanrol en algunos casos, por lo que escucharlos sin Ladrones de Sombras y un coro de élite es como asomarse al origen de esa música. 

Hay algo de viaje en el tiempo, en el Rialto, de hecho. Yordano empieza con una canción de la época en que se tiraba en el piso a escuchar 14 veces un mismo disco hasta que su mamma lo regañaba. Es una mezcla de “No la toquen más” y su versión en español de “Stand By Me”. Sigue con dos claras, intensas baladas de su disco El deseo de 2011, “Todo el amor” y “Somos tú y yo”, dos de las muchas canciones que demuestran que hay mucho Yordano que escuchar después de los noventa. Entonces sube la banda que lo acompaña esta noche: el percusionista Neil Ochoa, el bajista Rudyck Vidal, y un guitarrista cuya tumusa reconocen algunos en el público.

“¿Cheo?”, grita alguien.

“Sí, es Cheo Pardo”, dice Yordano.

“Un rockero enclosetado” 

José Luis “Cheo” Pardo —uno de los fundadores de Los Amigos Invisibles, formerly known as DJ Afro, productor, solista, líder de Los Crema Paraíso— estaba en Nueva York produciendo un álbum de Rawayana cuando alguien de esta banda contactó a Yordano. Era el comienzo de su convalecencia. Varios años antes, Los Amigos Invisibles había hecho un cover de “Medialuna” en Super pop Venezuela. Yordano saludó a Cheo por teléfono, luego Yuri lo invitó a cenar, y así se abrió un diálogo que desembocó en Cheo invitando a Yordano a grabar sus nuevos temas en su estudio, haciendo demos con dos de ellos, y forjando una alianza cuyos frutos oímos esta noche en Montreal.

Porque Yordano nos toca el tema que da nombre a su nuevo disco, coproducido con Cheo, “Después de todo”, un pop rock diáfano, pegadizo, alegre pero con una veta de tristeza. El disco está listo, pero el lanzamiento será a principios de 2020, con Sony Latin. La noche anterior al concierto, en la rueda de prensa que dio en el restaurante venezolano Bocadillo Bistro, Yordano dijo que debe ser uno de sus discos más importantes. 

En estos cinco años de colaboración con el autor de las primeras canciones que aprendió a tocar en su guitarra cuando tenía como diez años, Cheo ha confirmado lo que sospechaba, que Yordano siempre ha sido “un rockero enclosetado”, pero que no había desarrollado esa veta por el modo en que se dio su carrera. Ahora que regresa y vuelve a nacer, dice Cheo, “como que quería finalmente hacer lo que le daba la gana”. 

A Cheo le tocó catalizar ese proceso de recuperación creativa de Yordano, en paralelo con su recuperación física después del trasplante. “Se me paraban los pelos cuando oía esa voz”, recuerda Cheo de las primeras sesiones en el estudio con Yordano. “Me causaba mucha impresión que él, uno de nuestros mejores compositores, dijera que no podía hacer un track rockero, o Motown. Y le dije, ¿estás loco? Si quieres hacer una Motown, vamos a hacerla”. Los Crema Paraíso, tenían la adaptabilidad necesaria para el reto. “Llegamos literalmente a complacerlo”. Sin embargo, Yordano también escuchaba a Cheo. “Desarrollé una relación con él que me dio mucha confianza. Yo tuve productores, y me encantaba cuando me decían que algo no funcionaba, así que lo hice también con él y la mayoría de las veces me hizo caso. Se rompió la brecha generacional: él entendía que hay otra generación de músicos y también hay que validarlos”.

Eso se siente en el escenario del Rialto.

Yordano confía en Cheo, en lo que hace con sus pedales para meterle distorsión a su pop rock y adaptar a una formación de cuatro, sin metales, su repertorio de los ochenta y los noventa. 

Bastó con ver, para entenderlo, cómo Cheo reprodujo con su guitarra eléctrica, con riguroso respeto pero también con fe sobre su propio aporte, el que debe ser uno de los mejores solos en la música venezolana del siglo XX: el del piano de Willie Croes en “Aquel lugar secreto”. Cheo estaba demostrando que sí se le puede dar una vuelta a canciones que uno atesora como intocables, perfectas. 

Estos conciertos más personales no solo son más íntimos. También muestran la música de Yordano tal cual fue compuesta

Foto: Luis Miguel González

El imperio de la luna

El libro de Gerardo Guarache Ocque, Yordano por Giordano (Los Libros de El Nacional, 2016) confirma la impresión de Cheo sobre la naturaleza musical de Yordano. Pasó varios años tratando de reconciliar en su música sus dos grandes corrientes de influencia: el rock y la música del Caribe. Tocó con los vanguardistas Vytas Brenner y Vinicio Ludovic, creó Sietecuero a finales de los 70 con Alberto Slezinger y grabó luego un disco solista que no funcionó. Así Yordano fue buscando ese equilibrio, hasta que conoció a Ezequiel Serrano y a la Sección Rítmica de Caracas, con Lorenzo Barriendos, Eddy Pérez y el Nené Quintero. Con ellos más Eleazar Yánez y Willie Croes —y con la apuesta de ciertos ejecutivos de Sonográfica, que dio acceso a la capacidad de difusión del conglomerado de medios encabezado por RCTV al que pertenecía esa disquera— se hizo posible ese prodigio que fueron los discos iniciales de Yordano. 

El “álbum negro”, Yordano, apareció en octubre de 1984. Hasta entonces, nada había sonado como lo hacían las letras y las melodías de Yordano bajo esas capas de son, bolero, jazz, música brasilera y pop. Producido por Ezequiel Serrano, tardó unos pocos meses en pegar todas sus diez canciones. A Yordano la fama le llegó cuando tenía 33 años y dos hijas, trabajando como arquitecto. Ahí se terminó de entregar a la música. En 1986, Jugando conmigo fue otro éxito absoluto. Yordano se atrevió a arriesgarse más en Lunas, en 1988. Para entonces había creado una especie de planeta sonoro en el que millones de venezolanos de distintas edades nos metíamos para soñar con grandes, fugaces amores bajo una noche estrellada del litoral, cuyo recuerdo doloroso pero placentero había que medio borrar en caminatas insomnes entre los bares de Caracas. Los temas de sus canciones empezaron a hacerse más críticos en Finales de siglo (1990), y en 1992 sacó De sol a sol, donde está una canción compuesta en Nueva York de la que no ha podido desprenderse, aunque es evidente que tiene una relación conflictiva con ella. 

“Vamos a salir de esto rápido”, dice por ejemplo en su concierto del Rialto, con la franqueza que siempre ha tenido, y que no tiene por qué no acentuarse a los 68 años, menos con lo que ha tenido que vivir. Y arranca con “Por estas calles” para que todo el teatro cante con él. 

Toda esa historia por dentro

Tal vez fue porque en ese disco pasó su atención de la luna al sol, pero lo cierto es que desde ahí las cosas serían diferentes, en su carrera, la industria musical, el país. En 1995, Sabor de cayena absorbió el impacto del mal tránsito de Sonográfica a Sony. Fiebre, de 1997, fue una apuesta por algo muy distinto, que no salió bien. Se alejó de ese material todo lo que pudo con un disco en vivo, ya sin disquera, y su tributo al Caribe Qué lindas son, un hermoso trabajo empañado por todo lo que pasó al día siguiente de su lanzamiento… el 14 de diciembre de 1999. Nosotros empezamos a mirar a otro lado, pero él seguía haciendo cosas muy buenas, como Secretos de la noche, de 2002. Entonces hizo una pausa de seis años y volvió con un poderoso El deseo. Seguía componiendo, y Sueños clandestinos, de 2013, otro disco abundante en grandes temas, salió justo antes de la parada forzada que le impuso el cáncer. 

Yordano dice que el mundo ha cambiado demasiado como para comparar el pasado con el presente, y no ve hacia los hits de los ochenta como una hazaña individual suya. Para él, esos discos eran trabajo en equipo, y mide hoy la relevancia de cada tema según las ganas que tiene de tocarlo, igual que con esas películas o esos libros a los que a uno le provoca regresar. “A veces, solo en la noche, me pongo a ver YouTube para escuchar música, olvidarme un poco de los problemas y ver algo que me alegre, y encuentro rarezas como el demo de un hit de los Beatles, o canciones mías que se me habían olvidado. Me pasó hace poco con ‘Besos en la lluvia’, y me puse a recordarla para tocarla. Algunas canciones reflejan algo que sigue presente, o ahora tienen más significado que cuando las escribí. ‘Así te vas’ tiene eso”. 

Siempre ha dicho que no es un tipo nostálgico. De hecho él parece más flexible sobre sus propias canciones que su público. Lo debe ayudar el que sigue componiendo, al cabo de todos estos años y de todo lo que ha pasado. “Cada vez que termino un disco me pregunto si volveré a poder hacer canciones. Ha estado siempre y nunca se va, esa preocupación”. Como pasó con “Perla negra” y “No queda nada”, hay canciones que deben esperar muchos años para llegar a un disco. “Para mí es hacer canciones y cantarlas. Eso sigue ahí. Uno tiene adentro toda su historia: el niño, el adolescente que fuiste, así que puedes emocionarte todavía como entonces. Por eso en inglés se usa la misma palabra para jugar y tocar, play. Para mí siempre fue eso. Y no estar contento, con nada, no conformarte”. 

También lo debe ayudar el hecho de que sigue pasando la prueba de fuego, sigue disfrutando tocar. Se nota en el Rialto, donde termina con “Manantial de corazón” y “Locos de amor”, luego de confesarle a la audiencia que no haría el ritual del encore, porque no lo íbamos a hacer subir de nuevo las escaleras que tuvo que remontar para alcanzar el escenario. “Cada concierto es distinto”, me había dicho por teléfono, “y por eso lo asumes como un día nuevo, aquí y ahora, y eso mantiene una chispa viva”. La chispa que nunca se apagó, ni siquiera durante los tres periodos de coma. 

“Yo pasé por un túnel donde no se veía luz, y eso ha hecho mella en lo que hago”, dice Yordano.

“Pero el futuro siempre es incierto. Cuando te encuentras varias veces al borde del final, a veces sin estar ni siquiera consciente, obtienes una perspectiva de la vida y de lo que haces que es distinta. Un territorio que desconoces si no lo has pisado”. 

Durante nuestra conversación, mencionó a Evio un par de veces, hablando de conciertos a los que fue con él, de cosas que hicieron juntos. Su voz pasaba con miedo sobre el nombre de su hermano muerto. Él no quiso decir más. Yo tampoco quería hablar de eso.  

Cuando cogió el teléfono y le pregunté cómo estaba, me dijo “aquí”.  Pero yo lo sentí bien, sereno, muy entusiasmado con su álbum Después de todo. Pocos días más tarde, su médico le diría que está en remisión completa. Al final le pregunté qué sentía que le quedaba por hacer. “El próximo disco”, respondió. “Seguir viendo a mi nieta. Seguir viviendo. Y París con Yuri, que está prometido”.