Otro país en dos años

La Venezuela que teníamos cuando salió Cinco8 era muy distinta a esta, que sin esperanzas de cambio político busca una nueva normalidad económica con el covid y la emergencia humanitaria a cuestas

Los protagonistas del nuevo ciclo histórico no son los políticos, sino los ciudadanos comunes y su resiliencia

Foto: Adakarina Acosta

Una de las metas que nos propusimos hace dos años cuando lanzamos Cinco8 fue la de tender un puente entre los de afuera y los de adentro. Explicar al país de tal manera que se entendieran simultáneamente las realidades de los que viven en el territorio y los que se fueron, a través de puntos comunes que pudieran permitirle al ingeniero en Calgary entender por qué un electricista en Maracaibo podía pasar más de 24 horas sin luz. Ubiquémonos en 2019, y en cómo estábamos viendo las cosas en ese momento. Desde nuestra plataforma de lanzamiento había muchas incertidumbres, pero también algunas certezas de las que nos podíamos agarrar para imaginar lo que vendría. 

Dos años después, una mezcla de circunstancias globales, y algunas muy particulares de Venezuela, cambiaron nuestra forma de entender el mundo y a nosotros mismos. Una cosa es denunciar lo que está pasando en Venezuela, y otra muy distinta es contar lo que se está viviendo en Venezuela. Por mucho tiempo nuestro foco, y el de muchos medios, ha estado en denunciar, porque de alguna manera hay que contrarrestar el vacío informativo que dejó la desaparición de los medios tradicionales a manos del Estado y las distintas líneas narrativas que se intentan imponer desde Venezuela para escurrir la responsabilidad sobre el desastre económico y la crisis humanitaria.

Pero los cambios se han sucedido en Venezuela con una velocidad impresionante. A los pocos meses de nuestro lanzamiento en 2019 —un año sumamente turbulento que cambió las dinámicas de poder entre oposición y gobierno, como también las económicas— ya el país era otro.

Tantos cambios son difíciles de entender, más si nos rehusamos a hacerlo. En 2021, a pesar de tener todas las herramientas tecnológicas a la mano para comunicarnos y entendernos mejor, pareciera que las barreras entre nuestras ideas y motivaciones son más grandes que nunca. Desde afuera les reclaman a quienes están allá “¿Cómo sigues en Venezuela?” o “¿Por qué alguien regresa a Venezuela después de haber logrado escapar?” a quienes tras una durísima emigración deciden emprender el viaje de regreso. Desde adentro se les dice “No opines, si no estás aquí” a los de afuera, así como se les increpa por apoyos políticos guiados por su vida local y que no están en línea con ciertos ideales de “lo que es mejor para la patria”. 

Primero, lo que más importa a la gente: la economía

Lo menos que se puede decir es que la economía de Venezuela está lejos de ser funcional. Hoy mismo hicieron oficial lo que todos esperábamos, la tercera reconversión monetaria de la era chavista, que traería el llamado “bolívar digital” en octubre. Dos años después de que comenzamos con Cinco8, Venezuela sigue en hiperinflación, por el orden del 5.000 por ciento en 2021 según el FMI si se considera la variación de los precios en bolívares, pero con algunas variantes clave. La principal, quizás, es que ahora se habla más que todo de “inflación en dólares”, aunque inflación es inflación, y sobre cómo ha tumbado el valor de las remesas e incrementado la gigantesca desigualdad que se aprecia a primera vista en Venezuela. 

Pero la dolarización ha estimulado una tímida y frágil recuperación de ingresos para algunos venezolanos, así como historias muy interesantes de emprendimiento. Vía la importación y la reactivación de producción en algunas empresas manufactureras nacionales, la escasez de alimentos se redujo, aunque la inseguridad alimentaria sigue ahí, ahora que se hizo crónica la escasez de combustible, un gran problema para los productores agropecuarios que deben transportar sus productos hacia los mercados. La escasez de gas para cocinar está causando deforestación y más dependencia de una electricidad que nunca se regulariza, aunque sigue sin repetirse un apagón de la magnitud del que tuvo lugar en marzo de 2019.

No obstante, la dolarización ha impulsado no solo el consumo y una ilusión de estabilización —lo que Guillermo Aveledo Coll llama Pax Bodegonica— sino también un ambiente de reconstrucción económica, hecho más de expectativas o deseos, si no es que es puro wishful thinking. Hay eventos aislados, golondrinas que no hacen un verano: la Bolsa de Caracas está funcionando, aunque con rendimientos minúsculos, y hay ciertos casos muy curiosos como la adquisición de viejas empresas a precios de gallina flaca, como Corimon, por parte de un pool de inversionistas creado en Miami. Pero el régimen, sin embargo, no quiere soltar el control, en nombre de sus dogmas ideológicos, en virtud de sus intereses políticos, y echando toda la culpa a las sanciones. Sobre todo no quiere que se perciba que lo está soltando, como lo dejó ver la actitud de Delcy Rodríguez en la asamblea anual de Fedecámaras. 

Cualquier reactivación debe evaluarse en función de la incierta producción petrolera. Algunas fuentes afirman que escasamente ha roto la barrera de los 500.000 barriles diarios y otras que ya excedió los 600.000.

Venezuela sigue lejos de ser la sombra de lo que alguna vez fue. 2021 despegó con una promesa de apertura económica y privatizaciones en la industria petrolera que no se ha materializado. Y es verdad, que el chavismo no materialice promesas no es sorpresa para nadie, pero en este caso los “sorprendidos” son sus socios internacionales (Rusia, Irán, y China), quienes han estado presionando por años para aumentar su participación en proyectos petroleros con menos interacción con el Estado venezolano. Solo han ocurrido ciertos cambios en el tablero que permiten ver como los anteriores jugadores serán reemplazados por estos nuevos socios. Un ejemplo claro de esto, es la salida de Equinor y Total de Petrocedeño. 

En la práctica, la promesa de apertura es herramienta de marketing político para balancear la violencia política de Estado impulsando la idea de que algún día el régimen chavista podría convertirse en una autocracia pragmática. Idea que cada día parece estar en boca de más gente. Mientras tanto, la falta de una reforma económica formal fomenta la economía de burbuja, donde mucha gente depende de prestar servicios que imiten al primer mundo a zonas y grupos minúsculos que acumulan la mayor cantidad de riqueza. Lo que se reparte, se reparte entre muy pocos, y es cada vez menos. Las fuentes de riqueza del país son hoy muy reducidas, y la economía se encogió: según el Fondo Monetario Internacional, el país perdió el 3 % de su PIB en 2020 y perderá el 10 % en 2021.  

La doble capa de bruma: covid y sanciones

Hoy es difícil separar el impacto de las sanciones del impacto del covid, que en general ha dificultado la interconexión económica en todo el mundo. Es como si tuviéramos dos cortinas de neblina delante de nosotros, que nos impiden entender la realidad. Realidad que de paso está siempre siendo escondida bajo montañas de propaganda por esta dictadura incapaz de decir la verdad y de rendir cuentas.

Pero algunas cosas sí podemos establecer sobre las sanciones: sí han causado problemas a la industria estatal y a la producción de combustible; no afectan la economía de los bodegones; no afectan la importación de medicinas. Igual que la emergencia humanitaria, el aislamiento aéreo del país ya había empezado antes de las sanciones y se intensificó con la pandemia. Por otro lado, parece claro que al gobierno le tocó levantar y obviar algunos controles como consecuencia de no poder mantener la economía de subsidios.

En lo político, no han fracturado al régimen, pero las sanciones son el único motivo por el que la dictadura accede a ir a unas negociaciones. 

El covid sigue siendo un gran misterio y una lotería. Ha causado perturbaciones en todos lados, pero en Venezuela ha tenido efectos muy particulares, como la criminalización de los migrantes como si se tratara de armas bacteriológicas. Era de esperarse que el régimen delegara el suministro de vacunas a sus aliados políticos, como Rusia, China y Cuba, esos amigos tan generosos que en vez de proveer una ayuda desinteresada han aprovechado su vínculo con el chavismo para consolidar un oligopolio de la salud.  

La normalización del sufrimiento

Da la impresión de que los venezolanos han normalizado al covid como tantas otras cosas. Como los otros asuntos en materia de salud. Porque seguimos en emergencia humanitaria compleja. Sigue muriendo gente de enfermedades prevenibles. De hecho, el covid ha ocultado realidades paralelas, como el avance de la malaria y el retraso de operaciones y tratamientos. 

Ahora se consiguen más medicamentos, pero son carísimos, y la salud se ha privatizado de facto con increíble rapidez. Un día en una cama de un hospital privado para tratar el covid puede superar los 1.000 dólares. También parece haber más ayuda humanitaria que en agosto de 2019, y el brazo alimentario de la ONU finalmente fue autorizado a entrar al país, pero las ONG siguen amenazadas y la ayuda internacional sigue siendo muy insuficiente. La pandemia complicó aún más la logística de la atención humanitaria, tanto para traer cosas al país como para distribuirlas en el interior del territorio. 

Aún más difícil de determinar es el impacto social. Chamos sin ir a la escuela, el liceo o la universidad desde el primer semestre de 2020. Chamos sin sus padres.

La economía puede que haya mejorado respecto a principios de 2019, pero el drama social no.

Los feminicidios se incrementaron en la pandemia, algo que también ha pasado en otros países. La violencia no se ha acabado. Solo que ahora su principal ejecutor es el Estado.

El Koki como símbolo 

La sensación de que la inseguridad había bajado ha empezado a disiparse con el continuo desafío de las megabandas en Petare y la Cota 905. El Estado tiene años lidiando con las megabandas, un fenómeno que en términos de lo que afecta a la dictadura no puede verse en bloque: depende del lugar, la megabanda o el pran es un aliado o un enemigo del régimen. En el caso de la de alias El Koki, es un símbolo de que el régimen de Maduro puede sofocar protestas y arrasar a la oposición, pero no puede neutralizar a un adversario que no deja de desafiarlo a pocos kilómetros de Miraflores (aunque para el momento en que escribimos esto corre el rumor de que el gangster cruzó hacia Colombia).

El Koki es el símbolo de la paradoja de un Estado autoritario que encarcela, secuestra y mata, que somete a la mayoría de la población, pero no puede o no quiere controlar partes de su territorio.

Ahí es donde el régimen chavista deja de parecerse al cubano y se parece más al sirio o a varios Estados africanos donde el gobierno preserva el poder pero no domina todo el territorio. Y la explicación, más que en la manida figura del régimen débil que los hechos no justifican, está en la lógica de las industrias criminales.   

La dolarización vuelve a crear incentivos para la acción criminal, que se había desplazado al exterior con las columnas de migrantes o a las minas, que ya no son solo en el Arco Minero. Sin embargo, las cifras que hay dicen que el Estado sigue siendo el principal homicida y que las minas siguen siendo el principal santuario del delincuente venezolano. Otras industrias criminales principales están también en las fronteras, porque como en el pasado premoderno del país, las fronteras porosas son un espacio de descontrol estatal y actividad irregular de contrabando y extracción de bienes ilegales. Desde Sucre y Falcón se envían drogas, desde el delta, el Amazonas y Guayana se saca oro, la trata de personas, madera y fauna se hace en todos lados. 

Otra ecuación migratoria

Hoy la migración es un mapa más complejo. En agosto de 2019 no había tanta conciencia del drama de los perdidos en el mar y de las mujeres venezolanas explotadas en Trinidad. Ni teníamos las imágenes de venezolanos que vuelan a México y entran a Estados Unidos por el río Grande. Hoy sabemos que el paso hacia Colombia se hace por varios sitios, incluso por los ríos de Amazonas. También sabemos que hay gente que ha regresado, porque perdió su empleo en el país de destino o porque la dolarización en Venezuela creó oportunidades o acabó con la utilidad de las magras remesas que la mayoría de los migrantes podemos enviar. Ciertamente la gente no se está yendo al ritmo en que lo hacía en 2018 y 2019, pero el flujo hacia afuera no se ha detenido. Al contrario, pasamos de los cinco millones de venezolanos en el extranjero; no tenemos cifras precisas ni un censo actual, pero si eso es cierto, Venezuela ha perdido alrededor del quince por ciento de su población desde que Maduro está ahí. 

El fenómeno migratorio venezolano inicia una suerte de maduración (sin alusiones al personaje). Ya hay comunidades venezolanas lo suficientemente grandes en Perú, Colombia, Florida o España que tienen un impacto político, sea porque se usan para manipular la xenofobia, o como cuento de miedo para evitar el ejemplo venezolano.

El cambio más relevante en la migración venezolana no es numérico, sino en cuanto al manejo de la situación por parte de otros países: ya se toma como una realidad constante, no una coyuntura explosiva, y como un hecho cumplido.

Solemos fijarnos más en los brotes xenofóbicos, que son muchos e impactan desde los migrantes más pobres a los académicos en Ecuador, pero hay otros eventos clave en materia de migración venezolana en estos dos años. Varios países empezaron a aceptar pasaportes vencidos de venezolanos para que ciudadanos venezolanos en esos territorios puedan hacer trámites y hasta cruzar fronteras en algunos casos, y Colombia y Estados Unidos aprobaron estatus de protección temporal para regularizar la situación de cientos de miles de nosotros viviendo ahí. 

Una cultura viva pese a todo

La cultura venezolana sigue activa y eso se siente mucho en el exterior. Hay unos cuantos autores publicando afuera, aunque no sabemos con cuánta lectoría. Varios cineastas, artistas visuales y músicos están activos en sus países de acogida. Todos sufrieron muchísimos por las medidas de confinamiento, adentro y afuera, como todo el sector cultural en el mundo.  

La mancha en el mundo de la cultura venezolana ha sido la oleada de denuncias sobre acoso sexual, que comenzó revelando prácticas en bandas de rock y terminó llevando atención a lo que se había documentado sobre El Sistema, y tuvo en el camino el impresionante episodio de los testimonios sobre Willy McKey y su suicidio en Buenos Aires.

Mientras tanto, en Venezuela se hace lo que se puede, que es muy poco. Se edita menos, pero se edita. En ciertos sitios se hace arte mural. Hay interesantes experiencias de artesanía y gastronomía en el contexto del nuevo emprendimiento. Pero la escasa actividad cultural, ya totalmente abandonada por el Estado, se ha ido concentrando más y más en Caracas, y ha sido desplazada por muchas otras prioridades. 

Pasando la página

Hemos dejado la política para el final, si es que se puede hablar de política en Venezuela. Cuando Cinco8 comenzó en agosto de 2019 el tsunami de esperanza alrededor de Juan Guaidó ya se estaba convirtiendo en una simple inundación que comenzaba a irse por las alcantarillas. Varios eventos posteriores —como el fiasco de la llamada Operación Gedeón, el bluff de Trump de “todas las opciones están sobre la mesa” y, sobre todo, la persecución judicial y policial— rebanaron la capacidad de presión de la oposición y acallaron el mantra del cese de la usurpación. 

Hoy, pese a las sanciones, el régimen de Maduro está cómodo en el poder. Con sus tribunales y sus cuerpos de seguridad ha vuelto a dividir a la oposición y ha sometido todo descontento interno tanto en los cuarteles como en las calles. Su principal problema no es en absoluto la oposición; al contrario, parece estar usando su existencia para acceder a unas negociaciones con arbitraje internacional en las que puede obtener alivio de sanciones… a cambio de celebrar unas elecciones regionales con un mínimo de aprobación externa que dejen a algunos opositores en alcaldías y gobernaciones de poca importancia. 

La posibilidad de que Cabo Verde entregue a Estados Unidos a Alex Saab, el cerebro de las operaciones financieras y de comercio exterior de la élite chavista, le inquieta incluso más que la amenaza representada por las disidencias de las FARC, un nuevo actor armado que ha demostrado que es capaz de dividirse y de desobedecer a su anfitrión: la facción a cargo de alias Gentil Duarte humilló a las FANB en un conflicto en el sur de Apure, al parecer ejecutó a alias Jesus Santrich, y según parece se está saliendo con la suya en su plan de controlar un corredor de droga entre los ríos del sur y las playas del Occidente venezolano.  

El régimen está cómodo porque ni siquiera los tremendos informes de derechos humanos de la oficina de Michelle Bachelet o de la Misión de Determinación de Hechos lo afectan. Ha visto la respuesta internacional e interna a la represión en Nicaragua y Cuba y sabe que puede seguir saliéndose con la suya. Así que ahora lo que quiere es hacer esas elecciones regionales para sacarse algunas sanciones de encima. No serán todas, pero sus socios cubanos e iraníes le están enseñando cómo vivir bajo sanciones. Las elecciones regionales no son ningún riesgo, porque igual avanza en su proyecto del Estado comunal. La comunidad internacional querrá reabrir sus embajadas en Caracas, acabar con esta incómoda situación de dos embajadores venezolanos en sus propias capitales, restablecer los vínculos en caso de que haya una reactivación energética o económica en la que sus empresas puedan involucrarse, y sobre todo aliviar la presión de los migrantes venezolanos. Adentro, muchos políticos de oposición han abandonado ya la ambición de derrocar la dictadura para tener al menos una alcaldía.

Muchos actores políticos quieren pasar la página. El régimen lo sabe y tiene mucho a su favor para salir bien parado de la transformación que se avecina.

Los venezolanos, por su parte, parecen haber entendido que, en gran medida, están de su propia cuenta y han demostrado que, cuando el Estado no se interpone, tienen la capacidad de generar cambios rápidos para mejorar su calidad de vida. A pesar de que el país de hoy sigue siendo tremendamente difícil de vivir, sin aparente salida hacia un estado de derecho y de justicia, la sociedad parece haber comprendido que debe producir riqueza como sea, sin contar ni con las remesas ni con el influjo del petroestado, que no alcanza ni a dotar de energía al país, no digamos a mover la economía. Está por verse qué formas de organización y qué habilidades de supervivencia prosperarán en el futuro próximo, y cómo esta nueva Venezuela decepcionada y resignada a sobrevivir se relacionará consigo misma y con el mundo.