Las desventuras de un académico venezolano en Ecuador

Cuando ese país emprendió una ambiciosa reforma educativa, algunas universidades usaron a cientos de profesores e investigadores venezolanos para mejorar de categoría y luego desecharlos

Cuando se profundizó la crisis en Venezuela y se derrumbaron las condiciones de vida de los profesores universitarios, un destino insospechado empezó a atraer parte de la diáspora académica: Ecuador.

Al contrario que en Venezuela, en 2005 Ecuador había iniciado un importante proceso de inversión y modernización en el que la educación fue uno de los aspectos esenciales. Antes de 2000, Ecuador destinaba apenas el 1 % de su PIB a educación. Entre el 2000 y el 2007, el porcentaje aumentó al 2,9 %, (en los demás países de América Latina, el promedio era un 4 %). A partir del 2007, en continuidad con políticas educativas del gobierno de Alfredo Palacios (2005-2007), Rafael Correa incrementó la inversión en educación (primaria, secundaria y superior, y en créditos educativos), hasta un 5,7 % del PIB en 2009, y lo mantuvo en más del 5 % hasta 2014.

Esto se tradujo en más acceso a la educación en todos los niveles, en mejoras de la infraestructura de planteles, en millones de textos escolares producidos y distribuidos, en programas de alimentación escolar para un millón y medio de estudiantes, en el desarrollo de softwares necesarios, mejoras en sueldos y condiciones de trabajo de los docentes, en la proliferación de bachilleratos internacionales y en la creación de nuevas universidades. Así se inició una recuperación de un área olvidada por décadas. 

Los sistemas de evaluación establecidos en 2007 y 2009 mostraron niveles de calidad deplorables, en docentes y alumnos, en educación básica, media y universitaria. Eso llevó a que se cerraran 14 de las 82 Instituciones de Educación Superior (IES) que había, mientras que 26 quedaron en la categoría más baja. Solo once alcanzaron la categoría superior: A. El Estado entonces empezó a asignar recursos a las instituciones conforme a su excelencia. Y también implementó un programa de becas de posgrado en las mejores universidades del mundo: entre 2007 y 2011, se asignaron 3.000 becas a estudiantes de todo el país (entre 1993 – 2006, el Estado solo dió 300).

Lo más importante para los venezolanos fue que en 2011 comenzó el programa Prometeo: la importación de académicos extranjeros de alto nivel para formar en distintas áreas de investigación a docentes y estudiantes en universidades ecuatorianas. 

Desde esa fecha hasta el cierre del proyecto en 2017, llegaron a Ecuador 848 prometeos. La gran mayoría vino de España (269) y de Venezuela (156).

De la intención a la realidad

El Programa Prometeo fue una gran oportunidad para los profesores universitarios e investigadores venezolanos, que ganábamos 25 dólares mensuales en Venezuela en ese entonces cuando en Ecuador nos pagaban entre 3.000 y 6.000 mensuales, según nuestro currículo y experiencias.

En 2013, se crearon además cuatro universidades de acceso masivo y gratuitas, denominadas “emblemáticas”: Yachay Tech (Ciencia básicas), Ikiam (Universidad Amazónica, Biodiversidad), UArtes (Universidad de las Artes), UNAE (Universidad Nacional de Educación). Estas llenaron un vacío en las ofertas de formación profesional en el Ecuador y contrataron mucho personal extranjero de alto nivel en docencia e investigación, algunos en altos cargos administrativos y muchos como profesores de planta. En Yachay, por ejemplo, el 70 % de los matemáticos llegó de Venezuela. 

La educación desempeña un papel fundamental para impulsar el capital humano de un país, pero la capacidad del sistema educativo depende de que las instituciones de educación respondan al cambio. En Ecuador hubo una enorme brecha entre el ambicioso plan de reformas emprendido por el Estado y la realidad de las instituciones. En estas, abundan profesionales que han construido clanes de poder.

Llegué a Ecuador en 2015, no a través del programa Prometeo, sino por una convocatoria internacional de una universidad pública de provincia, para profesionales universitarios con doctorado y experiencia. Ese año y el siguiente, contrataron a 80 investigadores. Entramos ecuatorianos con títulos de cuarto nivel extranjeros (antiguos becarios en el exterior), muchos españoles, venezolanos y cubanos, y algunos bolivianos, colombianos y chilenos. Pero poco a poco, todos los que llegamos de fuera fuimos despedidos.

¿Por qué? Porque el objetivo de las autoridades de esa universidad era solo obtener una categoría A en tiempo récord para tener más presupuesto. Así que contrataron —por uno año o dos— a investigadores internacionales con el compromiso de que publicaran en ese tiempo los artículos científicos (lo contemplaba el contrato) que —pensaban las autoridades— les permitirían alcanzar la categoría superior en la evaluación que se avecinaba. Después los despedirían.

Como no tenían ni idea de lo que significa investigar, preparar una publicación científica y ofrecer docencia de calidad, no previeron el financiamiento de proyectos de investigación. Los contratados no podían usar los laboratorios y no tenían ni tiempo para investigar porque los recargaban de un número ridículo de horas de docencia en asignaturas que no eran de su especialidad.

Al darse cuenta del entuerto, la universidad pidió que pagáramos los gastos en equipos y materiales de investigación y que trabajáramos horas extras, con amenazas de despido si nos negábamos. El resultado fue que varios renunciaron, a los que protestaron se los despidió sin culminar el contrato, la universidad no alcanzó la categoría A y se perdieron 4,5 millones de dólares.

Corrupción y xenofobia institucional

Hoy, los grupos que controlan muchas universidades ecuatorianas no quieren a doctores extranjeros en su plantilla fija. El decano de una de las facultades donde trabajé, por ejemplo, tenía una maestría cuyo contenido era un plagio en un 80 % (según el software Urkund) y además en un área académica poco relacionada con la especialidad de esa facultad. Sin esa maestría, ni siquiera habría podido ser docente universitario. Para alguien así, cualquier doctor con buenas credenciales, con un cargo fijo, puede ser una amenaza seria. 

Otra práctica recurrente de esos profesores para abultar currículo, es presionar a estudiantes de maestrías y a docentes contratados para que los agreguen como coautores de publicaciones en las que no han participado, aunque no sean de su especialidad. Una de las directoras de una maestría en una universidad privada del sur del país apareció como coautora de 200 publicaciones en un año. Ese era el número de sus estudiantes en la maestría. También se venden coautorías en publicaciones científicas (aparecer en segundo lugar como coautor puede valer 3.000 dólares y en tercero, 1.500) y tesis en redes sociales y en las carteleras universitarias no oficiales. 

Trabajé en una universidad privada de renombre que me quiso pagar menos del 25 % de las horas de clase que dicté en el primer mes, así que renuncié. Al final trabajé en una pequeña universidad pública, donde me contrataron porque aceptaba trasladarme a una región remota y deprimida.

Me sentí tan maltratado que renuncié. En esa universidad un 90 % de los profesores con doctorado eran venezolanos y muchos renunciaron en pocos meses, debido al acoso de sus jefes.

Esa institución no ejecutaba un porcentaje alto del presupuesto anual, por lo que debía devolverlo al finalizar el año. En lugar de contratar más personal, a los docentes los sobrecargaba con entre 26 y 36 horas de clases semanales. A los contratados, que éramos mayoría, solo nos pagaban diez meses al año, o sea, los periodos en los que dictábamos clases. En los dos meses restantes se nos exigía investigar, hacer vinculación con la sociedad, y gestión administrativa, pero sin sueldo. Si protestábamos, no se nos renovaba el contrato.

He intentado en varias oportunidades concursar para un cargo fijo en alguna universidad, pero siempre hay una excusa administrativa para rechazar mis documentos. Hace poco logré por fin introducirlos en una de las más grandes universidades públicas de Ecuador. Me sorprendió la tabla de valoración: a las personas contratadas en ese momento les otorgaban 7 puntos, a las mujeres les daban 2 puntos más, si tenías doctorado te asignaban 1 punto y si contabas con publicaciones en revistas indexadas te asignaban 3, sea que tuvieses una o cien. 

Varados en tierra hostil

Los resultados muestran que la reforma educativa funcionó en Ecuador, pero en los últimos años se la ha desmontado. En 2017, la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), junto a 242 destacados profesionales de distintos países, publicó un manifiesto en su defensa. 

Aun cuando no hay suficientes ecuatorianos hoy con formación y experiencia para ocupar los cargos requeridos por las universidades, de acuerdo con la ley, abundan las expresiones xenofóbicas dentro y fuera de las universidades: “hay que limpiar la IES de extranjeros”, “Hay que contratar ecuatorianos y no extranjeros”, “los extranjeros le quitan el trabajo a los ecuatorianos”, “hay que prohibirles a los extranjeros titulares participar como candidatos en las elecciones de autoridades de las IES”. 

Pero esos extranjeros (españoles, venezolanos y cubanos en su mayoría) han hecho grandes aportes a la educación superior en Ecuador, lo que se puede corroborar con los logros en las universidades emblemáticas, donde la mayoría de los investigadores llegaron de fuera, y se establecieron ambientes de trabajo más horizontales, con toma de decisiones colegiadas y respeto a la libertad de cátedra y de opinión. 

En los dos últimos años la intervención de estas universidades hizo más hostil el ambiente y muchos extranjeros decidieron regresar a sus países. Pero para los académicos venezolanos (como para los cubanos) esa es una opción difícil, sino imposible.

Por ello el desmantelamiento de la reforma educativa ecuatoriana, ha implicado también dramas personales: un alto porcentaje importante de los profesores e investigadores foráneos hoy están desempleados. 

Un buen ejemplo de esta circunstancia es la mía: con 25 años de experiencia en docencia e investigación, con licenciatura, maestría y doctorado con mención honorífica en Europa, con tres idiomas y un número apreciable de publicaciones de artículos en revistas científicas de primera, capítulos de libro y algunos libros, hoy estoy sin trabajo y me mantiene mi esposa. Eso en un país que todavía necesita hacer grandes cambios en su educación superior para los que no tienen suficientes profesores con la formación adecuada. 

Es un verdadero desperdicio del capital humano disponible al que responden con indolencia muchos gobiernos y élites en América Latina, sea cual fuere su signo político.