No hay que temerle a la nostalgia sino a la desesperanza

El psicólogo y escritor venezolano Pedro Enrique Rodríguez explica desde Colombia cómo la inequidad y la marginación son lo que más complica la salud mental de los migrantes, sobre todo a los que se fueron en condiciones precarias

En la experiencia de Rodríguez, lo primero es proveer refugio, un espacio seguro, antes de poder atender psicológicamente a un migrante precarizado

Foto: Emiliana Rodríguez Sapene

 

Pedro Enrique Rodríguez tiene la formación y la experiencia adecuadas para acercarse a la dimensión psicosocial del fenómeno migratorio venezolano considerando todas sus aristas. Además, tiene pluma para hacerlo. Lo cual es importante porque, como en todo lo que concierne a la subjetividad humana, el cómo se cuenta es esencial cuando se quiere aprehender la particularidad de un fenómeno. 

Se graduó de psicólogo clínico comunitario (Universidad Católica Andrés Bello) y luego de doctor en psicología (Universidad Central de Venezuela). En la UCAB trabajó como psicólogo social e investigador de la Unidad de Psicología del Parque Social Manuel Aguirre y en asistencia psicológica y comunitaria en contextos de exclusión psicosocial, violencia política, violaciones de derechos humanos y salud mental comunitaria. Luego colaboró con el Acnur en entrenamiento en salud mental a organizaciones de DDHH ante situaciones de refugio y formó parte del comité asesor del Centro de Derechos Humanos de la UCAB.

En 2007 fue finalista del Premio Juan Rulfo de Radio France Internacional. En 2008, ganó el Concurso Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana, en 2012 el Concurso de Poesía José Barroeta de la Bienal de Literatura Mariano Picón Salas y en 2013, el II Premio de Poesía Eugenio Montejo. En 2021 venció en el Concurso Latinoamericano de Novela Corta Fabla Salvaje de la Editorial Aletheia, Arequipa, Perú.

Hace seis años, a Pedro Enrique Rodríguez también le tocó migrar. Ahora trabaja como profesor e investigador del Departamento de Estudios Psicosociales de la Facultad de Psicología de la Universidad del Valle, en la ciudad de Santiago de Cali, Colombia. Esa universidad publicó en 2021 su último libro: Dimensiones de la exclusión psicosocial: Elementos para la teoría, la investigación y la intervención

A propósito de la serie Los Migrados que hicimos aquí en Cinco8, hablamos con el psicólogo para entender mejor qué pasa en la psique de los que han tenido que vivir el proceso de irse.

¿Es igual la vivencia psíquica de todos los migrantes venezolanos de estos años? ¿Qué las diferencia, si pudieras dar algunas pautas generales?

La vivencia psíquica y subjetiva puede tener amplias variaciones dentro de los grupos migrantes. Los migrantes se diferencian por los motivos que les hacen migrar, sus objetivos para hacerlo, y sus estrategias de migración e incorporación a las comunidades receptoras. Por eso mismo, también se diferencian en la forma en la que viven esos procesos. Aunque estas diferencias pueden ser muy amplias y en algunos casos se explican por condiciones muy personales, la experiencia nos muestra al menos tres grandes grupos y con ellos, tres formas más o menos ordenadas de vivencia subjetiva. El primer grupo corresponde al de migrantes en condiciones más o menos privilegiadas, para quienes la vivencia tiene que ver más con experiencias de duelo y pérdida y, con las dificultades para insertarse en el contexto laboral y social del país receptor, con angustia y tristeza. Otro grupo es el de migrantes que retornan a sus países de origen, en el que también podrían incluirse segundas o terceras experiencias migratorias; un grupo que es particularmente grande en el caso de la migración venezolana, debido a que Venezuela recibió migración de varios continentes desde la segunda mitad del siglo XX. Este grupo suele enfrentar el peso de perder lo vivido y construido, de retomar vidas en lugares que, aunque son su país de origen, pueden haber cambiado tanto como ellos o suponer retos nuevos o desconcertantes. En tercer lugar tenemos la vivencia de los migrantes precarizados, los llamados “caminantes”. Es sin duda el grupo con mayores riesgos en salud mental, pues tienen que lidiar con elementos de partida que suelen ser muy inequitativos, así como con múltiples factores de riesgo en los países de recepción: violencia, vulnerabilidad, estigma, dificultades de adaptación.

¿Cuáles son los sentimientos y emociones predominantes? ¿La nostalgia es un lujo que pueden darse algunos migrantes? 

La nostalgia debería entenderse como inevitable en procesos de migración. Mientras más dramática sea la partida, más dramática será la vivencia de pérdida de cosas, vivencias y personas que se han dejado atrás. Bien canalizada, puede ser una fuente de procesamiento y aprendizaje. En esos casos, podríamos pensar que la nostalgia no es algo a lo que hay que temer, sino a la desesperanza y la exposición a condiciones tan serias e inequitativas que comprometan la vida o la salud física o mental de los migrantes. Esos son, en efecto, los casos en los que la nostalgia puede ser un lujo, cuando los elementos de partida han sido terribles: algo que podemos constatar en personas que han escapado de amenazas concretas, en las que sus vidas o las de sus seres queridos han estado en riesgo.

Son muy frecuentes en migrantes precarios las situaciones adaptativas muy complicadas, que emergen en múltiples planos y que exigen múltiples acciones remediales.

En esos casos, la situación puede ser tan abrumadora que simplemente no hay tiempo para mirar atrás. Eso, sin embargo, no implica que no exista la necesidad de hacerlo.

Tocas un tema que conoces por tus estudios del gran historiador de la pobreza y político polaco Bronislaw Geremek. ¿Cómo se relacionan pobreza, desplazamiento y migración desde el punto de vista psíquico?

Geremek, en efecto, es el gran historiador de la pobreza europea. Su trabajo, centrado sobre todo en el contexto de la Edad Media, documenta un elemento que pese a la distancia temporal, sigue vigente: en la medida en que los grupos pobres sobrepasan las capacidades de las ciudades, pueblos o aldeas, en esa misma medida se complican las formas de lidiar con las necesidades de esos grupos y se establecen diferencias marcadas entre las posibilidades de piedad, caridad y compasión, versus formas de control, juicio y exclusión. A eso es a lo que alude con el título de su libro: La piedad y la horca. En el caso concreto de la migración venezolana por el continente, esto se hace más o menos claro en contextos donde la población migrante, en mayor medida carenciada, excede los recursos y posibilidades de asimilación. Es ese el complicado escenario en el que fenómenos de estigmatización y xenofobia, así como diferentes formas de prejuicio, pueden complicar todavía más una situación que en sí misma ya es muy complicada. Como si no fuese suficiente, a eso debemos añadirles las agendas o intereses políticos, así como el sensacionalismo que con frecuencia vemos en ciertos medios.

Te ha tocado involucrarte con los desplazados de Colombia a Venezuela, en la primera década de este siglo, y luego con los desplazados de Venezuela a Colombia, en la segunda. ¿Qué diferencias y similitudes encuentras en esos desplazamientos desde una perspectiva psicosocial? 

Los refugiados colombianos que llegaron en un importante número a Venezuela en los primeros años del siglo XXI eran parte de un desplazamiento forzado por la intensificación del conflicto armado en Colombia. Era, en su mayoría, una población rural, con frecuentes y desoladoras historias de exposición a situaciones de asesinato e intimidación. En el caso de la migración venezolana que se intensifica después de 2016, está ausente la dimensión de guerra y, aunque podemos encontrar muchos elementos traumáticos, estos aluden más a otras formas de exposición a la violencia, así como a los escenarios de la emergencia humanitaria compleja. El grupo de refugiados y migrantes venezolanos ha sido más heterogéneo: implica grupos profesionales bien capacitados, trabajadores competentes, retornados con largas historias de arraigo y, también, por supuesto, poblaciones muy precarizadas. Ese grupo podría ser muy parecido, aunque su composición en el caso venezolano es más bien urbano, en tanto en el caso colombiano era más bien de origen rural.

¿Cuál consideras que es la forma de intervención psicoterapéutica más adecuada en el caso de desplazados y refugiados? ¿Y en el caso de migrantes con una circunstancia más favorable?

La primera y más importante intervención con poblaciones en condiciones de desplazamiento y refugio siempre es la que facilite la satisfacción de necesidades, la construcción de lugares seguros y la posibilidad de reconstruir sus vidas durante el corto o largo tiempo que pueda durar el desplazamiento o el refugio. Cualquier intervención psicológica que se haga: paralela o posterior, dependerá siempre de este elemento. Es algo que podemos afirmar de forma bastante segura, pues es parte de lo que hemos aprendido con los años sobre salud mental y migración. 

Son las condiciones de inequidad y marginación las que complican más la salud mental, y no a la inversa.

Una vez es atendida razonablemente esta dimensión, podríamos sacar partido a intervenciones sociales y comunitarias, desde acciones de vinculación con las comunidades receptoras, hasta el trabajo y acompañamiento grupal, individual o mixto, y eventuales procesos de intervención psicoterapéuticos focales o de más largo aliento, dependiendo de las necesidades particulares. Sin embargo, es posible que muchas intervenciones psicológicas sean mucho menos necesarias si se dan condiciones adecuadas de integración y satisfacción de necesidades a los países y comunidades receptoras.

La vida después de ser desplazado o refugiado, en tu experiencia, ¿lleva necesariamente una marca trágica o podría tener desenlaces más felices?

La vida suele estar repleta de sorpresas y oportunidades, también en migración, desplazamiento y refugio. No todos atravesamos igual la experiencia, pues el recorrido tiene muchas variaciones. Es perfectamente factible que personas que no vivieron episodios muy complicados en el país de origen, que tuvieron la fortuna de insertarse adecuadamente y construir o continuar proyectos vitales, apenas registren efectos objetivos y subjetivos, demostrando lo que después de todo sabemos desde hace mucho tiempo: la historia de la humanidad es la historia de sus migraciones. Incluso con condiciones de partida, desarrollo e inserción complicadas o malas, nos encontramos con la belleza y la resistencia de la gente, con sus capacidades de soñar, de luchar por sus seres queridos, de encontrar realización sin negar la existencia de dolor.

¿Qué has descubierto de ti, de tu profesión y del país del que vienes, siendo tú mismo un migrante?

Creo que una de las cosas más importantes que he podido aprender es que los procesos de migración, desplazamiento y refugio deben ser vistos más allá de la típica tensión que producen y la fácil solución de crear narrativas idealizadas y de espectacularización, por una parte, creando imaginarios desproporcionados, tanto positivos como negativos, así como las estrategias de atenuación, por otra parte, casi siempre en función de los intereses de los grupos de poder.

Así como hemos visto muchas historias desoladoras, creo que la diáspora venezolana tiene relatos de solidaridad, lucha, resistencia y compasión que muchas veces quedan en silencio y también merecen ser visibilizados.

No creo que sea ingenuo pensar que, pese a que la situación de migración y refugio más dramática de la historia del continente tienen un origen objetivo en el evidente fracaso del proyecto político del chavismo, este episodio de la historia de nuestro país, con el tiempo podría ser una valiosa oportunidad para la construcción de una sociedad más humana y más justa, independientemente de los lugares donde las diferentes comunidades de la diáspora hayan aprovechado sus oportunidades de futuro.