De la calle al escenario

Con un porcentaje de éxito poco habitual, la ONG Otro Enfoque ayuda a reinsertar en hogares y escuelas a menores en situación de calle en Caracas. Esta es la historia de cómo lo logran

En "El sol salió para ti", escrita, dirigida y producida por Ray Martínez, la mayoría de los actores estaban hace poco viviendo en la calle

Foto: Rastava

Es domingo, nueve de octubre de 2022, y está casi lleno el Teatrex en El Bosque, uno de los teatros más concurridos de Caracas. Se presenta El sol salió para ti, una obra escrita, dirigida y producida por Ray Martínez. Pero lo importante no es eso, sino que la mayoría de los actores y actrices que hacen reír de ternura a los espectadores son niños y adolescentes que hasta hace muy poco ni siquiera entendían qué era el arte: estaban ocupados buscando comida en la basura.

En 2017 hubo una eclosión en los medios venezolanos (y los del exterior que reportaban sobre Venezuela) de fotos de gente —de todas las edades y formas imaginables— comiendo directamente de bolsas de basura en todo el país. Pero la miseria sostenida genera costumbre. Y la costumbre, como reza el cliché, no solo es la muerte del amor, sino también de la compasión. Después de 2018, estos retratos de la degradación dejaron de aparecer con tanta frecuencia. 

Pero la sensibilidad de Zuly Mejías y de su prima Mairim Fernández, no perecieron con la rutina. En 2018 se encendieron sus alarmas, cuando descubrieron a un grupo de niños y adolescentes que vivían en la calle y frecuentaban la Plaza Madariaga, de El Paraíso.

El sol salió para ti recrea esos momentos. Muestra a los jóvenes que hurgan en la basura, y se alimentan con dulces y desperdicios. Los muestra peleando con otros grupos para marcar territorio: ¡Esta basura es mía, no tuya! Y también enseña a Zuly y Mairim —interpretadas por dos chicas que vivieron en la calle— mientras conversan por teléfono y deciden conocer a los niños. Conmueve en especial la escena en la que hablan por primera vez con ellos y hacen una dinámica que pretende generar empatía. Las vemos sortear la desgana de algunos, los que desconfiaban, los que estaban alcoholizados, y crear un vínculo.

Un año después, el 15 de mayo de 2019, Zuly tuvo el apoyo de Unicef y terminó de darle cuerpo a Otro Enfoque, una ONG dedicada a atender y apoyar a menores de edad en situación de calle.

Con el dinero que recibieron de parte del equipo de las Naciones Unidas alquilaron una casa en la que los beneficiarios comenzaron a pasar el día. Con el tiempo, se logró que todos los que son parte activa de la organización se reintegraran a sus respectivas casas y retomaran los estudios.

Porque el éxito de este tipo de políticas es reintegrar a los niños a sus casas. Todos tienen un papá, una mamá, un familiar o un tutor. Y lo que logró Otro Enfoque es que la mayoría de los beneficiarios se reintegraran a esos hogares, obviamente haciendo un trabajo también enfocado en mejorar las condiciones del hogar.

En Otro Enfoque recibieron apoyo psicológico, orientación en temas académicos y acompañamiento de todo tipo. Ellos y los familiares, pues muchas estaban atravesadas por la violencia.

Al coincidir en la calle, esos chicos se habían convertido en una familia, se hacían llamar Street Family y bautizaron como La Mansión el lugar en el que vivían a los pies del Guaire. Pero ahora son más familia que nunca y se han reintegrado a la sociedad.

Otro Enfoque tiene 50 beneficiarios, de los que unos 30 asisten con regularidad a las instalaciones mediante transporte privado

Foto: Rastava

Cómo sacarlos de la calle

Un suceso clave para solidificar los vínculos del grupo fue la muerte de uno de los chicos, atropellado por un carro. Pasó al poco tiempo de conocerse. Sus amigos recurrieron a Zuly, quien llamó a la madre del niño y recibió una respuesta que la dejó boquiabierta: “Yo ahorita tengo una pierna enyesada y no puedo ir a buscarlo”. Buscar el cadáver, se entiende. Zuly hizo todos los trámites. El funeral fue en la casa materna del niño, pero allí quienes más lloraron y organizaron los rituales propios de la ocasión fueron los muchachos de Street Family. Una de las chicas, llorando, le pidió a Zuly que los sacara de la calle.

No era una tarea fácil. Salir de la calle requiere apoyo social, familiar y mucha —pero mucha— voluntad. No lo digo yo, lo dicen quienes han dormido al lado de un río, drogándose y robando a transeúntes para poder comer. En algún momento de la obra, Chube, uno de los jóvenes que tiene un papel protagónico, se para en medio del escenario, rompe la cuarta pared y pasa a un relato testimonial. Dice que ojalá todos sus amigos hubiesen aceptado la ayuda.

Habla de un compañero que se hizo adicto a la heroína, empezó por esnifar y luego pasó a inyectarse. Con una aguja usada se contagió de sida y murió. Nombra a una joven cuyo cuerpo apareció un día en la acera, nunca nadie supo quién ni cómo ni por qué la mató. Por último, menciona a un chico mayor a quien consideraba su hermano. Chube escribió su propia historia cuando se había reformado y se la llevó para que la leyera. “De verdad que has cambiado”, le dijo su amigo. Chube lo aupó a dejar de drogarse, pero el amigo evadió el tema: prefirió contarle que el día anterior había entrado a un almacén a robar. Poco tiempo después, el muchacho tonteaba con su novia cerca de una autopista y la arrolló un carro la arrolló. Para aliviarse buscó las drogas. Como era lógico, el efecto fue el contrario: la veía y la escuchaba en todos lados. Murió de una sobredosis.

A Chube se le quiebra la voz, todos aplaudimos.

Hace unos meses, Carolina Terán, parte del equipo de Otro Enfoque, me habló del tema de las drogas:

—Logramos una alianza con el Cepai, que es público, el de la avenida Lecuna. Pero ellos trabajan de forma ambulatoria. Tienen todos los equipos, los chamos van y se desintoxican. Pero a veces necesitan internación. Y ahorita no hay en todo el país centros de desintoxicación públicos para adolescentes y niños. Privados hay, para adultos, pero son muy costosos. 

Aun queriendo, quien aspire rehabilitarse no solo debe enfrentar sus propios demonios, sino también el desamparo institucional y ya mejor ni hablar de la situación familiar, del hambre, de la precariedad. Por eso es tan importante el apoyo de la ONG.

Aunque, claro, las tensiones no faltan. Sobre todo al principio. 

Eso también llega a la escena. Son chicos y chicas que llevaban años viviendo en la calle, con sus propios códigos, tan hiperactivos como solo puede ser alguien que se pasa el día a punta de drogas y dulces. Y entonces, de golpe y porrazo, les piden que se bañen, pongan la mesa y se sienten en paz a comer. Había chicos que le preguntaban a Zuly y Mairim hasta cuándo los iban a tener “presos”. Pero eso es algo importante: nunca, jamás, sucede algo de forma forzada. Todo el proceso es voluntario, quien quiera irse se va. Las anécdotas de Chube son la prueba.

Al menos uno de diez

—No es fácil estar todo el día en la calle y llegar a un espacio en el que estás encerrado —me explica Carlota—. Por eso al principio hay una etapa de prueba en la que vemos si se adaptan. A lo mejor vienen unas horas y luego se van. O vienen un día sí y otro no. Un poco para ver el trabajo que hacemos. Aquí construimos acuerdos con ellos.

Carlota no se refería a los que hoy actúan en la obra, pues tras casi tres años ya están acostumbrados y han adquirido normas y disciplina. Sino a quienes se van incorporando.

La ONG, además de su trabajo de prevención en la Cota 905 y en Santa Cruz del Este, hace recorridos semanales en los que busca chamos en situación de calle, para conocerlos, identificarlos, sensibilizarlos para incorporarse al programa.

Foto: Rastava

La voz en off durante la presentación es del director, Ray Martínez. En un momento dado, Ray también canta un par de canciones. Es conocido por su participación en Free Convict, un proyecto musical de reinserción social para expresidiarios que lidera. Si hay una voz autorizada para decirle a los niños que sí pueden transformarse, encauzar su vida, es la suya. Cuando la obra termina, llama uno a uno a la tarima a los miembros de la ONG, mientras el niño que lo interpreta lo imita y desafía. Entonces estallan en risas el público, el elenco y los aludidos. Por último, sube a escena Zuly.

Toma la palabra y anuncia algo que no sabíamos: Otro Enfoque debe desalojar la casa en la que funciona desde hace tres años. Explica que volver a la calle no es una opción, tampoco abandonar el trabajo hecho, así que con aplomo —el mismo que usó para gestionar, aparte de todo lo narrado, la crisis que produjo el mega apagón de 2019 y la pandemia de 2020— anuncia una campaña para recaudar fondos y encontrar una nueva casa a la que mudar la ONG. La meta es tener el dinero para diciembre, la fecha en la que deben desalojar la actual sede. Aquí explican cómo colaborar.

Al salir de la obra, los actores y las actrices comparten con el público en una suerte de feria de comida y bisutería que es el comienzo de la campaña. Los niños brillan como quien por primera vez recibe la ovación de un centenar de personas. 

Tiemblo si pienso que alguno de ellos pudiera ser uno de los que hace cinco años robaron, cuchillo en mano, a una persona cercana que atravesaba de noche la plaza Madariaga. No es por temor, es algo más difícil de precisar. Quizá es por darme cuenta de cuánto puede cambiar cualquier vida con el apoyo y los recursos adecuados. Quizá, por saber que en un país en ruinas hay gente agarra los escombros y se pone a trabajar. Quizás es la conciencia de lo que dice Chube en su momento estelar en escena: si de diez se salva uno sigue viva la esperanza.