Secreto a voces

¿Qué queremos silenciar en verdad cuando atacamos con furia a las mujeres que denuncian violencia de género? ¿Cuál es el verdadero secreto? ¿Qué no queremos ver sobre el machismo en Venezuela?

"El secreto es quiénes somos nosotros"

Foto: Sofía Jaimes Barreto

Lo poderoso del mecanismo que opera en la terrible situación de la violencia (y la inequidad) de género es precisamente manifestarse como un no-poder-entender-cuál-es-el-problema.
Luis Miguel Isava

 

El 14 de agosto de este año, la prestigiosa agencia Associated Press (AP) publicó una investigación de la periodista Jocelyn Gecker sobre conductas abusivas reiteradas por parte de Plácido Domingo, seguida de una declaración del tenor que es casi una confesión: las normas han cambiado, dijo.

Minutos después llovieron los comentarios militantes en las redes. De hombres y mujeres. Exhibían ligereza, desinformación, prejuicios, preocupación porque desaparezca la galantería y hasta odio por las mujeres que hablaron. Además de angustia porque ahora se pueda destruir con tanta facilidad a eminentes varones. Exagerada angustia, casi ridícula, porque tales varones tienen las mejores tribunas para proyectar su voz, además de muchos afamados (y afamadas) dispuestos a poner las manos en el fuego por ellos —antes de que se haga una investigación y en primera plana. Las mujeres que se atrevieron a hablar no tienen los mismos recursos.

Desde Madrid, le escribí en privado a amigos venezolanos que cuestionaban o ridiculizaban la noticia, o se manifestaban muy inquietos por las pérdidas que esta “moda” podría causarle a la civilización, a la libertad, al mundo del conocimiento, la creación o la política. En mis mensajes les confié lo que creía era un secreto y que luego resumiré. Quería mostrarles que sí sucede, que le pasó a alguien que ellos conocen bien y, por eso mismo, pueden tener la seguridad de que ni miente ni quiere destruir a nadie.

Pues me asombraron sus respuestas. La mayoría sabía del incidente, y desde hacía mucho tiempo. Pero los demás no se sorprendieron en absoluto, porque conocían bien al agresor. Mi caso no era el primero ni sería el último y mi secreto era un secreto a voces. 

La historia es esta: hace bastantes años, en Caracas, me dieron una paliza. Una madrugada, casi sin mediar palabra, un hombre llegó a mi casa a golpearme. Apuntó a mi cara todos los puñetazos. Luego me inmovilizó lo que me parecieron horas, porque temía que yo buscara un cuchillo si me soltaba. Eso dijo. Pero había un pequeño rehén a mi lado, de meses, así que no me moví. Todo fue en silencio. 

Y seguí en silencio. 

¿Por qué? Porque no quería exponerme a un escándalo. Porque tuve miedo, mi atacante amenazó con destruirme y podía hacerlo. Y porque ese hombre aparecía en la escena pública rodeado de importantes figuras que yo apreciaba. Y que lo celebraban. 

Me pareció mejor apartarme, olvidar, seguir con mi vida. Hice bien. Y aprendí algo esencial: a tomar distancia de cualquiera en quien descubra indicios de esa violencia —violencia de género o contra la mujer, se llama— hacia mí o hacia cualquier otra, psicológica o física. 

Pero los mensajes que intercambié con mis amigos (y amigas) venezolanos me revelaron otra cosa: que no tenemos escrúpulos y seguimos cerca de los abusadores, que nuestra empatía con las agredidas a menudo falla, falla hasta cuando las apreciamos. Esa violencia nos parece natural, o quizás la consideramos un mal menor, o preferimos creer que de algún modo está justificada. Y sin pensar ni un segundo nos ponemos de parte de quien pudiera ser un acosador, o nos hacemos la vista gorda ante quien sabemos que se aprovecha de su poder para coaccionar o agredir mujeres, en especial si es admirado por los motivos que sea, o partidario de nuestras causas.

Eso no es todo. Ni lo peor. Además exigimos un silencio que no cuestione nuestra decisión. Queremos que el asunto siga siendo invisible. Que ni siquiera tenga nombre. Así que corremos a desacreditar a cualquiera que se atreva a hablar. 

Porque el secreto no son las frecuentes y distintas formas de violencia contra las mujeres. Eso lo sabe todo el mundo. El secreto es quiénes somos nosotros: seres a quienes no les perturba convivir con ese horror.