María Dayana Fraile escribe desde la grieta

A propósito de la publicación en Nueva York de su nuevo libro de relatos, la narradora y poeta describe el mundo textual que la ha hecho una de las autoras más premiadas de la literatura venezolana emergente 

María Dayana Fraile ha ido construyendo un mundo simbólico con lo que ha ido recogiendo en su camino

Foto: Composición de Sofía Jaimes Barreto

Por mucho que uno lea, no es frecuente que uno se tope con relatos como “Guayabo negro sobre venado rojo” de María Dayana Fraile, que cierra su libro La máquina de viajar por la luz (CAAW Ediciones, Miami, 2020). Ahí está una venezolana en un pueblo de Kansas preguntándose dónde está el marido que desapareció apenas ella le dijo que quería divorciarse. Un tornado amenaza su casita de madera y ella espera el desastre con pastillas y whisky. Poco después, viaja en la camioneta de una compañera de trabajo taiwanesa a la que intenta enseñar español a cambio de transporte, mientras viene pensando en el Inca Garcilaso, cuando un ciervo salta delante del vehículo y lo atropellan sin darse cuenta. 

Ahí viene uno de esos momentos de fragmentación de la experiencia en la que Fraile muestra una capacidad especial de expresión literaria. Aparece una especie de leñador para darle un tiro de gracia al animal atrapado en un parachoques; llega el marido de la taiwanesa y al ver al hombre armado choca del susto a otro carro que venía; y en medio de todo la narradora siente que acaba de escuchar dentro de sí, concentrados en un instante, todos los balazos disparados hacia todos los venados a lo largo de la historia. 

Este relato es un atisbo al mundo simbólico de su autora y al alcance de sus habilidades. El trabajo de Fraile ha llamado la atención desde que empezó a publicar. Su nombre es ineludible al hablar de una generación emergente de narradores y poetas venezolanos, dentro y fuera del país. 

Fraile, quien nació en Puerto La Cruz en 1985, se graduó en Letras en la UCV y luego hizo una maestría en Hispanic Languages and Literatures en la Universidad de Pittsburgh. Con su primer libro de cuentos, Granizo, de 2011, ganó la I Bienal de Literatura Julián Padrón. Con el relato “Evocación y elogio de Federico Alvarado Muñoz a tres años de su muerte” (incluido en La máquina de viajar por la luz) recibió el primer premio del concurso Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores. Otros textos están en antologías como De qué va el cuento. Antología del relato venezolano, curada por Carlos Sandoval. 

Su escritura puede desconcertar al lector por su versatilidad, hasta el punto de que un solo libro de relatos parece escrito por dos o tres autoras distintas. Pero lo más interesante no es eso, ni su calidad técnica, que se ve incluso cuando el texto parece (creo que deliberadamente) descuidado.

Lo más interesante es que su obra forma parte de un mismo mundo hecho de autoficción y de memoria, de realidad y de delirio, de sueño y vigilia, de la vida en Venezuela y de la vida afuera, de poesía y de narrativa. 

María Dayana Fraile escribe desde la grieta que hay entre una dimensión y otra, y cuando estás suspendido entre dos condiciones, dos estatus distintos, lo que te viene a la mente son imágenes que se quedan contigo.

Hacia el lado más oscuro de las cosas

A los catorce años María Dayana Fraile se recitaba a sí misma poemas de Bécquer o García Lorca. Se los había aprendido de tanto leerlos en una antología de poesía hispanoamericana. Tres años antes había empezado a sacar libros para adultos, sin permiso, de la biblioteca de su abuelo. Era inevitable que muy pronto empezara a escribir lo que ella describe como “un híbrido entre poesía y canciones de rock” —escuchaba a Korn, Deftones, Coal Chamber, Rage Against the Machine, Garbage y Marilyn Manson, pero también a Jewel—, un proyecto de escritura que le parecía factible porque asociaba brevedad con facilidad. 

Esos primeros poemas, a veces en verso, hoy le parecen horribles, pero en ese momento conoció a un estudiante de Arte en la UCV que le ayudó a entender que lo que ella quería era estudiar Letras. Con el tiempo abandonó por la música electrónica a esas bandas que nunca bajaban de un registro de ruidosa amargura, pero se mantuvo escribiendo. “Los 14 fueron mi punto de no retorno para empezar a tomar la poesía en serio. Sin embargo, no escribiría nada decente hasta los 22 ó 23, cuando tomé mis primeros talleres de escritura creativa”. 

Como sentía que su poesía no servía, empezó a probar con la narrativa. “Despechada, me anoté en un taller de narrativa y empecé a intentar acoplarme con ese género. Me encantó. Por un tiempo creí que no se me daba la poesía tanto y que mi camino era la narrativa”. Pero cuando escribió Granizo, su primer libro de relatos, la prosa que concibió era muy poética. Así como antes había hecho un híbrido con canciones, ahora lo hacía con la narrativa.

Desde entonces, Fraile puede trabajar los dos géneros a la vez. Ahora está escribiendo un libro de poesía y otro de narrativa. Para ella, su narrativa es una expresión de su poesía, o una poesía con muchos detalles, que sigue un hilo de Ariadna. “En poesía trato de no contar nada realmente, solo sugiero. Mientras que en narrativa elaboro el yo de los personajes. Ambas cosas me resultan fascinantes”. 

Fraile ha publicado ya una plaquette de poesía, tres libros de narrativa, uno de ensayo y un poemario, y al menos tres de esos libros son distintas estaciones de un mismo paisaje, protagonizado por alter egos y ciertos personajes, con algunos momentos que funcionan como polos, como centros de convergencia de varias historias con las que ha ido construyendo ese paisaje. Ella disfruta de ver cómo sus historias se conectan entre sí.

“El libro de poesía Ahorcados de tinta me vino a la mente porque estaba muy enferma de los nervios y sentía que no podía acceder a la coherencia del relato”. La crisis de ansiedad que sufrió, y que ameritó hospitalización, hizo que su experiencia migratoria haya sido, dice ella, más dura de lo normal. En los peores momentos apenas podía escribir. Encerrada en casa, solo veía series de Netflix. Pero Ahorcados de tinta sirvió para procesar lo que estaba sufriendo, al menos en parte. “Me entregué entonces a los collages de imágenes y al absurdo. Cortaba y pegaba mi propio discurso, interviniendo el sentido. Concebí el libro como un escape a la irrealidad de mis pensamientos. Es un libro tropical y casi gótico, que responde a mi incapacidad de concentrarme por la enfermedad. Veo a Ahorcados de tinta como un accidente, pero me encanta su solidez, su delirante manera de no contar una historia mientras cuenta una historia”. 

El libro que le sigue, Colección de primeros recuerdos, publicado este año en Nueva York por Sudaquia, contiene lo que parecen ser tres tipos de material: relatos largos y muy elaborados como los de La máquina, cuentos de forma y tono muy distintos y que giran en torno a la iniciación sexual y a su vida en Venezuela, y unos cuantos textos que son como capítulos de un delirio sobre una abuela imaginaria, que rozan lo fantástico y la ficción especulativa, y que parecen vinculados con su experiencia como paciente psiquiátrica. “Me encanta narrar desde mi visión del presente y mi experiencia. La teoría dice que la experiencia es el valor fundante de la escritura feminista y mi escritura es muy feminista, aunque no radical: si fuera más comercial alcanzaría momentos de chick lit. Por momentos mi narrativa parece divertida y ligera, pero siempre te empuja hacia el lado oscuro de las cosas”. 

El archipiélago de la migración 

No se puede imaginar este trabajo sin la experiencia de la migración. De hecho el gran relato de fondo en La máquina de viajar por la luz, Ahorcados de tinta y Colección de primeros recuerdos es el registro de la adolescencia y la juventud en Venezuela, y el paso a la vida adulta, de pareja, de inmigrante que debe trabajar y de paciente, en Estados Unidos. Es obvio que la obra de María Dayana Fraile sería totalmente distinta si no se hubiera ido de Venezuela. 

Emigrar inauguró un mundo nuevo de prodigios y maravillas. Me abrí a otras tradiciones literarias y empecé a leer a los grandes poetas estadounidenses verdaderos”.

Sin embargo, sigue escribiendo solo en español. Y eso que su esposo, Guillermo Parra, es traductor, especializado en vertir al inglés la poesía venezolana. 

“Cuando recién me mudé, abrí un blog para postear mis traducciones al español de poetas estadounidenses contemporáneos. Me marcó mucho John Wieners, un poeta beat. Y también Jack Spicer del San Francisco Renaissance. De ellos aprendí el absurdo y la libertad lírica. Además, Estados Unidos me ha otorgado un paisaje, un imaginario. Siempre he vivido en ciudades pequeñas, con breves enclaves hipsterizados y una onda bastante creativa. Creo que Estados Unidos es un país muy interesante, aquí he hecho cosas que creí que nunca haría. Estudié una maestría en literatura latinoamericana, fui internada en un hospital psiquiátrico, fui ama de casa por un tiempo y ahora hasta trabajo como asistente de enfermería. Florida ha sido el lugar ideal para venir a sanar. Me siento muy unida a Estados Unidos. He logrado realizarme aquí a pesar de las adversidades. Agradezco el orden, la seguridad y la amabilidad de las personas”. 

Desde ese otro lugar, María Dayana Fraile lee literatura venezolana, de su generación en particular, esos autores nacidos en Venezuela en la década de los ochenta que están publicando afuera y casi no pueden ser leídos dentro porque sus libros apenas llegan al país. “Mis últimos tres libros fueron publicados en Miami y New York, y no están al alcance del público lector venezolano. Somos una verdadera diáspora, islas de reconocimiento interconectadas por Facebook o Twitter. Nos leemos entre nosotros. Nos enviamos los libros por correo físico o digital. Nos relacionamos con escritores de otras generaciones bastante bien. A estas alturas nos hemos convertido en intelectuales sólidos. Los ochenteros tenemos nuestro genio. Creo que seremos reconocidos como la generación del exilio voluntario”.