Los niños que saben lo que sienten pueden escapar de las redes del resentimiento

Desde Madrid, Gustavo Puerta Leisse habla sobre el libro que hizo con Elena Odriozola para ayudar a los chamos a cultivar sus sentimientos, y sobre editar para niños en Venezuela y España

Ediciones Modernas El Embudo es una editorial muy madrileña, pero relacionada con dos escuelas muy venezolanas y sólidas. La primera, la filosófica, que se ha forjado en nuestras principales universidades. La segunda, el Banco del Libro, institución de literatura infantil y de promoción de lectura cuya huella se extiende por varias generaciones de padres, hijos y maestros.

Gustavo Puerta Leisse, uno de los fundadores de El Embudo, bebió de ambas fuentes. Estudió Filosofía en la UCAB, fue investigador y profesor de esta disciplina humanística, pero también se formó como crítico literario y especialista en literatura infantil en el Banco del Libro. Hace varios años que vino a vivir a Madrid y aquí se ha convertido en un reconocido editor y crítico de literatura infantil —hizo para Impedimenta, una preciosa versión tributo al clásico alemán Pedro Melenas—, también se casó con Marta Ansón, creadora de una librería para niños emblemática de esta ciudad, desarrolló la Escuela Peripatética de Literatura Infantil, y ha editado una revista de culto de periodismo para niños: ¡La Leche!

En los últimos años ha echado a andar Ediciones Modernas El Embudo, una casa en la que trabaja junto a Elena Odriozola —Premio Nacional de Ilustración, Premio Euskadi de Ilustración y Manzana de Oro de la Bienal de Ilustración de Bratislava— y Marta Ansón, periodista, librera (Premio Nacional Librero Cultural) y psicóloga.

Antes de que este desastre del coronavirus comenzara, me reuní con Gustavo, a quien conozco porque fue mi alumno en la UCAB en los noventa, y me regaló los títulos que han publicado. De ellos me ha fascinado Sentimientos encontrados, sobre el que le he preguntado muchas cosas en estos días, quizás por las angustias y la incertidumbre de la pandemia, quizás por los intereses filosóficos que me unen a sus autores. Es una ingeniosa creación de educación sentimental, dirigida a niños de entre ocho y doce años, pero no sé si calificarlo propiamente de libro o de herramienta pedagógica. De lo que no dudo es de su utilidad para iniciar a los niños en una larga tradición de estudios sobre las pasiones y para reflexionar sobre lo que piensan y sienten. Todo eso con sencillez y sin moralina, con mucho humor y naturalidad, y con un gusto exquisito.

Pero Sentimientos encontrados, además, ha sido un proyecto exitoso. Tuvo una primera edición de 1.500 ejemplares en castellano, en mayo de 2019, que se agotó y dio lugar a otra de 2.000 ejemplares en febrero de este año. También se ha publicado en euskera (con traducción del poeta Juan Kruz Igerabide) y en catalán (con traducción del poeta Miquel Desclot), y se encuentra en las principales librerías de España, en Amazon y en Sopa de Letras en Caracas. 

El volumen, que pueden ver en este enlace, está encuadernado con una espiral que a su vez cubre una tapa rígida. La espiral sujeta, en la parte superior, 16 páginas en las que hay 16 viñetas agrupadas en cuatro filas. Son estancias de una casa donde se desarrollan las vidas de sus habitantes: siete humanos, un ser paranormal y varios animales y bichos. Abajo, 16 franjas independientes presentan textos sobre 16 sentimientos principales y otros 29 relacionados con estos. La independencia de las ilustraciones y los textos permite asociar con libertad los sentimientos con las viñetas, tejer historias o adivinar lo que sucede en ese interior y en el interior de sus habitantes, pero también revisar nuestras creencias sobre lo que es —o lo que nos causa— miedo, alegría, dolor, frustración, placer… 

Aquí en España, Sentimientos encontrados se lee con niños y jóvenes en talleres y escuelas, en librerías y centros de arte, y los resultados son siempre asombrosos y muy divertidos, pero sobre todo muestran los diversos niveles de conciencia que pueden alcanzarse simplemente al atender a lo que le pasa a otros o nos pasa a nosotros.

Todo comenzó en el deslave de Vargas

Le pregunto a Gustavo cómo se le ocurrió esta idea y se remonta más de veinte años atrás, al deslave de Vargas, cuando fue voluntario y trabajó con niños que habían perdido familiares, amigos, casas. “Cuando hablaba con estos chamos —me cuenta— me llamó la atención cómo los de cinco, seis y siete años se preocupaban mucho por encontrar y emplear la palabra indicada para expresar lo que experimentaban. Frente a lo que les tocó vivir no solo sentían tristeza y miedo, sino también angustia, temor y desdicha. Luego de varios días de confinamiento escuché hastío. Y hasta recuerdo a una niña a la que se le habían caído los dos incisivos que hablaba de incertidumbre. Mientras más hablábamos, más agudas y certeras eran sus palabras, y más niños se aventuraban a nombrar lo que estaban sintiendo”. 

Esta capacidad infantil de niños tan pequeños para diferenciar conceptos lo sorprendió, pero sobre todo porque vio que los mayores (los de diez años, por ejemplo) ya no la tenían. ¿Cómo la habían perdido? ¿Por qué eran más reacios a expresar lo que sentían y muchas veces experimentaban reacciones violentas? ¿Qué les llevó a inhibir esa capacidad de nombrar lo que se siente? ¿Qué relación había entre lo no nombrado y la violencia? Todas esas preguntas fueron el germen de Sentimientos encontrados.

Esas preguntas y tres experiencias personales muy significativas. El torbellino de sentimientos que produce migrar, el nacimiento de su hija y darse cuenta de que en España era casi imposible continuar una carrera académica que había comenzado en Venezuela. Gustavo siguió leyendo filosofía porque le interesaba, pero con más libertad, y aprendió una forma de vincular sus lecturas con su circunstancia.

Mucha gente piensa que la filosofía es un asunto muy técnico y cerebral, pero Gustavo coincide conmigo en que eso solo es verdad en ciertos ámbitos académicos profesionales. “En la tradición filosófica clásica —dice— hay una investigación sobre las emociones tan sólida y sugerente como en la psicología y mucho más aguda y estimulante que en la neurociencia”. Eso lo aprendió de dos autores: Pierre Hadot y Marta Nussbaum, que retoman la reflexión sobre la eudaimonía (la vida buena). Pero para escribir y editar Sentimientos encontrados, Gustavo y Elena se han basado sobre todo en filósofos y escuelas clásicas: Epicuro, Séneca, Agustín de Hipona, Spinoza, Adam Smith, Hume. Todos aparecen en el listado de obras al final del libro, para orientar a quienes quieran conocer más de las mejores elaboraciones sobre nuestras pasiones.

Política y sentimientos

Era imposible no hablar de política, porque también lo hacen estos autores clásicos. El sentir es central en la vida pública desde los comienzos de la democracia, basta ver cuánto espacio se le dedica, por ejemplo, en la retórica antigua. Le comento a Gustavo que me asombra la inestabilidad emocional que percibo en muchos políticos venezolanos y también la confusión de sentimientos en la gente que toma partido en discusiones. 

“Es que analizamos lo que nos afecta desde un corsé que no nos permite distinguir lo que es nuestro de lo que no —me dice—. También hay un desconocimiento de las emociones negativas, por la autoayuda. Además, todo lo malo nos parece causado por otro, proyectamos la responsabilidad y carecemos de autonomía. Encima estamos ante una realidad tan difícil, que nos desconectamos de la empatía y negamos lo que nos duele, y hay un problema de fondo que no es fácil enfrentar y que un cambio político no repararía: la cantidad de niños sin figura paterna, la violencia familiar y el sentimiento de abandono. A eso se suma una idea estereotipada del éxito profesional, emocional, que te demanda ser positivo y competitivo”.

Hablamos también sobre odio y resentimiento, que no figuran en el libro. Gustavo me confiesa que el odio tomaba tanto protagonismo que al final decidió no incluirlo. Sobre el resentimiento me dice que “es un sentimiento social o político en cuya base están el sufrimiento y la frustración. A estos, el lector puede reconocerlos en sí mismo, analizarlos y buscar cambiar su situación. Con el resentimiento no pasa lo mismo. Nadie se ve a sí mismo como resentido, es un juicio que se suele usar para descalificar y no sirve para comprender a otro ni transformar la realidad. El resentimiento proyecta la responsabilidad en otros y nos instala en el lugar de víctimas. Mi idea al querer enseñar a los niños a hablar de sentimientos es darles recursos para que eludan las redes políticas del resentimiento”.

Gustavo ha elegido adrede el término sentimiento y evita emociones: “En un sentimiento, tiene importancia la representación que nos hacemos de lo que nos afecta, nuestra forma de pensar y de reaccionar. Los sentimientos en buena medida son maleables, fuentes de autoconocimiento y aprendizaje”.

“Leer es un placer” trasplantado en Madrid

Le pregunto por su trabajo con Elena Odriozola, una ilustradora con una carrera más que consolidada y reconocida. ¿Cómo aceptó trabajar contigo? “Desde que Elena y yo nos conocimos, hace más de doce años —me cuenta— hemos desarrollado una dinámica en la que a mí se me ocurre una idea descabellada, ella lo asume como un reto y yo quedo maravillado con el inesperado resultado al que llega. Hemos dado talleres juntos sobre los artilugios del precine, de teatrillos de papel, construcción de altares profanos o cocina e ilustración. Elena ha ilustrado artículos para ¡La leche!, la revista de periodismo cultural para niños que edito, y ahora junto a Marta, montamos esta editorial”. La idea de los tres es seguir persiguiendo retos descabellados y divertidos, pero inspirados en nociones de la literatura infantil que Gustavo aprendió en Venezuela.

“Es una forma de trabajar que Elena y Marta no conocían”, me dice Gustavo y que él aprendió de los excelentes libros que disfrutó de niño, de su trabajo y amistad con los profesionales que hacían esos libros y de las innumerables horas que pasó en el comité de selección del Banco del Libro. “Los libros de Ediciones Modernas El Embudo se relacionan con mi forma de entender al niño, con la importancia que le doy a la lectura compartida y a buscar de soluciones gráficas buenas y económicas, con mi rechazo del didactismo y la ideologización de la literatura infantil, que tienen su origen en mis experiencias de entonces”.

Hasta ahora Ediciones Modernas El Embudo ha publicado cuatro libros (algunos en español, vasco y catalán): el primero, Ya sé vestirme sola, es para los que aún no saben leer, pero trata de la autonomía y del sentido del humor. El segundo, Yo tengo un moco, parte de una canción popular de cochinadas, y supone reflexiones sobre la identidad y la transgresión. El tercero, Sentimientos encontrados, es de filosofía, pero también sobre la felicidad. El cuarto, Así soy yo, son los pensamientos de una niña de tres años, pero también va de juegos de lenguaje y realidad. “Lo más importante en todos —dice Gustavo— es reivindicar aquí lo que aprendí allá cuando era un chamo: que Leer es un placer”.