Ellos siempre tienen la razón. De hecho siempre la han tenido y siempre la tendrán, porque su idea —esa idea que refulge como una inmensa fogata en la noche, que al mismo tiempo te ciega con su resplandor y no te deja ver nada más a su alrededor— lo explica todo.
Su idea dice por qué estamos como estamos, cómo llegamos a esto, y cómo debe ser el mundo del futuro. Un futuro que debe comenzar ya, de inmediato, sin más discusiones. Su idea reduce a unos pocos tips cómo es este lugar que pisas y cuál es el problema del mundo entero.
Ellos son los puros, y la candela de su idea los posee por completo. Arde en sus cabezas, moviliza sus pasos y se extiende a la punta de ese índice con el que nos señalan a los demás y pulsan el botón de enviar, de tuitear, de publicar.
Detrás de ese dedo índice pueden parecer muy diversos. Los hay en todas partes, por lo que son de todos los colores y tamaños. Pueden tener solo primaria o un doctorado; pueden ser carnívoros y veganos; gay y hetero; católicos, evangélicos, musulmanes, santeros y ateos. Pueden vivir en la pobreza o ser dueños de un imperio de torres doradas con su nombre en la puerta. Todos ellos, en su diversidad, tienen esa gran idea detrás de los ojos, en los dedos, en la voz. Una idea que dicta. Establece. Ordena. Responde antes de que puedas siquiera preguntar.
Esa idea puede ser la de que somos pobres porque una élite corrupta nos impide disfrutar de la riqueza que es nuestra por nacimiento, y que sólo mediante la revolución el pueblo —que es sólida, congénita, automáticamente noble y heroico– podrá decidir por sí mismo. O lo hará el caudillo, que es el pueblo. La peste del capitalismo debe ser erradicada y todo vale para lograr ese objetivo. Eso es así y punto: eso no se discute y quien lo dude es un burgués, un desclasado, un traidor, y por tanto debe ser neutralizado. El capitalismo está conspirando sin cesar y usa a los parásitos de los medios para ocultar la verdad, pero nosotros la impondremos porque somos indiscutiblemente superiores y venimos de una larga historia de mártires de la justicia social.
O también esa idea puede ser que el mundo está así porque los pobres quieren vivir de los demás en vez de trabajar, y porque ahora de paso una alianza de supuestos ecologistas, supuestos intelectuales y supuestos científicos han lanzado una vasta ofensiva contra la decencia, la familia, la propiedad. Pero las cosas son como son, asegura esta idea, y no hay por qué cambiarlas: no todos pueden ser iguales, y los hombres son hombres y las mujeres, mujeres. Solo un gobierno firme y virtuoso podrá restaurar el orden natural de la conspiración progre y del populacho ignorante. La peste del socialismo debe ser erradicada y todo vale para lograr ese objetivo. Eso es así y punto: eso no se discute y quien lo dude es un comunista, un blandengue, un traidor, y por tanto debe ser neutralizado. El socialismo está conspirando sin cesar y usa a los parásitos de los medios para ocultar la verdad, pero nosotros la impondremos porque somos indiscutiblemente superiores y venimos de una limpia tradición de libertad y rectitud.
O puede ser incluso, esa gran idea, la siguiente: estamos mal porque un montón de burócratas han sometido los intereses de la patria a entidades extranjeras, y porque hemos sido invadidos por un ejército de extraños, que nos han contaminado con crimen, promiscuidad, extrañas e inmorales costumbres que amenazan con arrasar nuestra antigua cultura y nuestra prístina identidad. Solo un patriota puede devolvernos el control de nuestra tierra, sobre la cual solo podemos decidir nosotros, los que hablamos esta lengua y tenemos estos apellidos y lucimos así y no de otra forma. La peste de la inmigración debe ser erradicada y todo vale para lograr ese objetivo. Eso es así y punto: eso no se discute y quien lo dude es un apátrida, un intruso, un traidor, y por tanto debe ser neutralizado. El globalismo está conspirando sin cesar y usa a los parásitos de los medios para ocultar la verdad, pero nosotros la impondremos porque somos indiscutiblemente superiores y pertenecemos a una gloriosa estirpe de guardianes de la patria.
Llevar una de esas grandes ideas por dentro les presta a los puros unos cuantos servicios. Esa sensación de tener respuestas para todo, cuando te asomas a la realidad no para entenderla tal cual es, sino para adaptarla a lo que ya crees saber. Esa vida sin dudas. Ese poder decir, cada vez que se pueda, “se los dije”.
Ellos son absolutos. Cada uno de ellos es un monolito de tersa solidez en medio de un pantano de blanda inmundicia.
Para ellos, hay bien y hay mal, y nada en el medio. Hay verdad y falsedad, sin gradientes entre una y otra.
Nosotros los impuros nos preguntamos cómo será eso de ver todo como una escena del Viejo Testamento o del Manifiesto Comunista, así tan simple, un mundo en el que siempre sabes quién es el héroe y el villano. ¿Cómo será vivir sin dudas? Porque nosotros siempre tenemos dudas, siempre le estamos buscando la quinta pata al gato, porque ningún relato total nos cuadra, ninguna ideología, religión, causa, trending topic o macho alfa nos brinda respuestas para todo. Pero qué importa lo que pensemos los impuros: nada de lo digamos merece siquiera ser escuchado porque viene de un fascista/socialista/extranjero/maricón/burgués/ecologista/tarifado. Qué importa lo que intentamos averiguar con medios como éste. Nada de lo que podamos aportar tiene valor alguno para los puros, que no leen Cinco8 ni nada que se le parezca: cuando leen, leen algo que les va a dar la razón, no que les vaya a enseñar nada nuevo, porque ellos no necesitan aprender nada. Ya saben lo que hay que saber, aseguran mientras nos contemplan con asco desde la cima de esa columna de mármol que los separa de la impureza.
Los puros no solo tienen una idea que se protege a sí misma de toda interrogación, sino que muchas veces tienen los números de su parte. Así como el campesino que presenciaba un guillotinamiento se sentía acompañado en su ira por la muchedumbre vociferante que lo rodeaba, el miembro contemporáneo de la casta de los puros puede ver los números al borde de ese tweet, o post de Facebook o de YouTube, para darse cuenta de que no está solo en su ardor. Los like y los share de hoy son los puños en alto y la bulla de la turba de siempre; no en vano los peores de entre los puros usan las redes sociales para mostrar ante una cámara cómo segan la vida de los impuros de rodillas ante ellos, decapitándolos con una espada curva o ametrallándolos con un rifle de asalto comprado en una tienda.
Ellos están pletóricos en su orgullo y en su rabia porque viven una nueva era dorada de la pureza, ya que Internet y la crisis de las instituciones políticas modernas los hacen sentir numerosísimos. Miren cuántos retweets, cuántos votos; tantas personas no pueden estar equivocadas, exclaman, la voz del pueblo es la voz de Dios, gritan —y de hecho, uno de estos nuevos partidos de la pureza se llama Vox. Los algoritmos de las redes y las cámaras de eco de los motores de búsqueda comunican entre sí todos esos nichos de pureza hasta que, juntos, ven que sus aullidos resuenan como en una catedral que cubre el universo. Se sienten mayoría e insisten en las conductas que aumenten los números que alimentan esa sensación, como linchar en Twitter al chivo expiatorio de moda para multiplicar los seguidores.
Compartiendo el mismo mundo —que sigue siendo caótico, incierto, funcionando con su complejidad inabarcable— estamos los impuros, los relativos, los que nos encogemos de hombros, los que nos rascamos la cabeza, los que pensamos antes de pulsar el botón. Hablamos entre nosotros para compartir preguntas y confesar nuestra incapacidad de comunicarnos con los puros. Porque ellos no nos quieren escuchar, mientras que nosotros no podemos evitar oír lo que dicen, porque nos gritan al oído.
De esa manera, entre puros e impuros crece la brecha y una densa bruma de desconocimiento ocupa la tierra de nadie que se extiende entre nosotros. De esa manera, avanza la oscuridad de esta nueva edad de la pureza.