La rebelión de los náufragos tiene que estar en esta serie Hay que leer por dos motivos. El primero: porque todo el mundo —hasta quienes lo critican— reconoce que es un gran trabajo de investigación periodística, con documentos sustanciales, escrito con criterio y buena pluma, que reúne la voz de casi todos los protagonistas de un episodio esencial de nuestra historia reciente.
El segundo, y se dice fácil, porque se han vendido unos treinta mil ejemplares y deben haber circulado entre cinco mil y diez mil copias piratas. Lo cual demuestra el interés que despertó y sigue despertando.
Hay quienes piensan que es un libro demasiado adeco y otros, todo lo contrario. Lo acusan de fomentar una idealización de CAP y una culpa colectiva por defenestrarlo. Dicen que fuerza la barra para meter a Caldera entre los notables y acusarlo, por carambola, de nuestra tragedia presente (¿no la causaron las expectativas que despertó CAP y el fiasco posterior?).
Como quiera que sea, Mirtha Rivero reconstruye —a partir de documentos, cronologías, entrevistas y una narración apasionante—, los preámbulos y el proceso judicial que se siguió a Carlos Andrés Pérez en 1993, el único presidente venezolano forzado a abandonar su cargo por corrupción.
Con ese juicio terminó el segundo gobierno de Pérez, uno de los más votados de nuestra historia democrática y uno de los que más decepciones causó, si se consideran las turbulencias sociales, militares, económicas y políticas que lo acompañaron.
Las ediciones
Ulises Milla, director de Alfa Editores, la casa que publicó La rebelión de los náufragos (Caracas, 2010), recibió el manuscrito por intermedio de Alberto Barrera Tyszka. Con solo leer una parte, intuyó que tenía entre las manos un libro periodístico diferente. «Hablaba de un tema delicado para los venezolanos: de una crisis multifactorial donde los estamentos político y económico jugaron un papel relevante, pero también de la responsabilidad de la sociedad al no ponderar los riesgos del ejercicio de la «antipolítica». Lo interesante era su propuesta narrativa novedosa y eficaz: crónicas, entrevistas, testimonios, cronologías y cifras entretejidas a lo largo de todo el texto, que generaban una experiencia de lectura emocionante y esclarecedora”.
La primera edición fue de 2.000 ejemplares, pero con cada reimpresión que salía, le pedían la siguiente. “Una locura”, dice Milla. A los pocos meses, las ediciones pirata inundaron las calles de Caracas. Las ventas de Alfa alcanzaron casi los 30.000 ejemplares.
La autora
Desde 2005, Mirtha Rivero (Caracas, 1956) vive en Monterrey, México, aunque periódicamente visita Caracas. Se dedica a la investigación y a la escritura. Se crió en El Valle y su educación es producto de la instrucción pública, como se enorgullece de decir.
Fue redactora, reportera y jefe de información de Economía de El Diario de Caracas. También, fue jefe de redacción de la revista Dinero, y escribió crónicas urbanas en Estampas y en Contrabando. Por un tiempo trabajó en el campo corporativo. En México ha escrito en la revista Emeequis y en Interfolia. En 2012, Alfa Editores publicó su segundo libro: Historia menuda de un país que ya no existe.
En esta entrevista que le hizo Gloria Bastidas, Martha Rivero cuenta el origen de La rebelión de los náufragos. Y ese mismo relato me lo repitió hace poco en una gratísima conversación que tuvimos en Madrid.
Mirtha supo que iba a escribir este libro un domingo de 2004, entre la una y las tres de la tarde, en un apartamento en Camurí Grande.
Terminaba de leer Sombras nada más, la novela de Sergio Ramírez, y desde el barrio detrás del edificio escuchaba a Felipe Pirela cantando el bolero del mismo título.
La coincidencia la sobrecogió, y que el bolero lo cantara el venezolano y no Javier Solís. La novela de Ramírez, la historia de un juicio popular, la había atrapado. Le fascinó cómo el escritor nicaragüense interrumpía la narración para introducir documentos y declaraciones (verdaderos o apócrifos) que parecían confirmar o analizar la historia paralela. Quiso copiar esa estructura no en una ficción, sino en un texto periodístico. Así llegó a ese momento entre 1989 y 1993 que ella, que trabajaba entonces en la prensa, no comprendió del todo por unas difíciles circunstancias personales que atravesaba entonces. Quiso narrar el proceso que llevó a la salida abrupta de un presidente en la Venezuela democrática, en el que intuía un algo de juicio popular. Pero nunca se esperó todo lo que fue descubriendo mientras investigaba y escribía, ni las profundas sacudidas emocionales que le supondría esta labor.
Los aportes
El gran aporte de La rebelión de los náufragos es rescatar con toda su complejidad la figura de Carlos Andrés Pérez, y reivindicar tanto la actividad política como a una clase de políticos venezolanos —con ideas, formación y respetuosos de la reglas de la democracia que construyeron— que parece haberse esfumado.
Hay que recordar que el triunfo de Chávez en 1998 estuvo precedido por campañas (José Vicente Rangel solo fue una pieza de ellas) de medios y poderes económicos que desacreditaban a los políticos y a Acción Democrática, Copei, el MAS, y luego La Causa R y Convergencia. Esos partidos no supieron responder y su bochorno duró varios años después de la victoria de un outsider. La rebelión de los náufragos fue —no cabe duda— el primer documento que permitió aquilatar lo perdido.
Mirtha Rivero revela las luces y las sombras de un líder indiscutible, que exhibe una actitud democrática ejemplar en un momento álgido. Eso no podía pasar desapercibido en 2010, cuando ya era evidente el contraste con la conducta del mandatario y de casi todos los políticos de oposición que aparecieron después de 1998.
Las críticas
Es difícil sostener la tesis de una conspiración de notables y políticos resentidos que complotan para sacar a CAP de la presidencia sin medir las consecuencias. En el propio libro hay datos y declaraciones con los cuales se puede construir la negación de la tesis de tal conspiración y sus consecuencias.
Algunas lecturas asumen que esa venganza abortó un plan de reformas que hubiera conducido al país al éxito, que abortarlo supuso una frustración y llevó al régimen actual. Pero en ninguna parte del mundo las reformas neoliberales propuestas entonces por el Fondo Monetario Internacional condujeron al desarrollo y al crecimiento exitosos, ni trajeron más equidad, ni acabaron con las explosiones sociales.
De las entrevistas se desprende, por ejemplo, que el país no estaba preparado para la terapia de shock que se le aplicó en 1989, que Acción Democrática no estaba convencida de la conveniencia de las medidas, que se ignoró que el país estaba a punto del estallido social que efecto ocurrió en febrero de ese año, que no se vieron los signos de insurgencia que había dentro de las Fuerzas Armadas que se harían evidentes en 1992.
También es forzado presentar a Rafael Caldera como la persona al frente de la supuesta conspiración, porque la afirmación se basa en encuentros no constatables (a los que solo se refiere Carlos Raúl Hernández con un tono conspiranoico), y en una interpretación del discurso de Caldera el 4 de febrero de 1992, desmontada por varios autores con mucho fundamento. El libro no incluye testimonios de nadie del entorno de Caldera, quien, como CAP, siempre demostró ser un demócrata cabal. De hecho, en los momentos más difíciles del segundo gobierno de Pérez (el Caracazo, las intentonas golpistas, la visita a Atlanta para renegociar la deuda venezolana), el expresidente copeyano estuvo siempre a su lado.
Por último, el análisis del libro desestima que un cuestionamiento ético más general, y una gran desilusión, causan la crisis que lleva a la salida de CAP en 1993. Como dice Teodoro Petkoff en la entrevista que aparece en el libro: “lo que se juzga es una política completa, un estilo de gobierno, un comportamiento público”.
Tres lectores, tres comentarios
Uno de mis libros favoritos para entender la política venezolana. Rivero combina narrativas detalladas, transcripciones de entrevistas, fragmentos de periódico y cronologías que ofrecen un vistazo único a las decisiones y motivaciones de los líderes de AD.
Nos lleva al sitio de la acción resaltando las interacciones en un ecosistema político desde el punto de vista de AD, que ejercía el poder en un país donde imperan los partidos y el modelo de desarrollo en proceso de obsolescencia. Somos testigos de los conflictos internos por candidaturas presidenciales, los fallos comunicacionales del gabinete mientras implementan las ambiciosas reformas de CAP y la conmoción del Caracazo o del golpe del 4F.
El libro no reduce esta época a solo la “precuela del chavismo” sino que recalca su complejidad. La historia no se ve como una serie de acciones inevitables pre-escritas, sino como la consecuencia de decisiones de personas reales.
Esto es muy importante. Los últimos veintidós años han difuminado nuestro entendimiento de la era democrática y la han sobresimplificado a una historia en blanco y negro. Rivero presenta claramente los aciertos y errores del gobierno de CAP enfocándose en el político sin endiosarlo.
Sin embargo, como crónica enfocada en lo que pasaba dentro de AD, La rebelión de los náufragos no le da suficiente peso a las otras fuerzas políticas del país. Esto hace que, en ocasiones, el libro parezca sesgado. Aunque creo que esto es más una consecuencia natural de un trabajo con un enfoque tan específico que cualquier otra cosa.
No es una crónica de todo el ecosistema político de ese entonces, sino la de un partido, y para tener una imagen completa son necesariarias lecturas adicionales. Pero La rebelión de los náufragos nos recuerda que el estudio de nuestra realidad política es más interesante cuanto más se aleja de la simplificación.
Me gusta La rebelión de los náufragos por dos razones: la forma y el fondo. Soy una lectora hedónica (le robo la expresión a Borges) y lo primero que me atrae de un libro es el ritmo que tiene. La melodía. El tono. Mirtha Rivero logra engancharnos desde ese primer capítulo en el que recrea los últimos momentos que vive Pérez en su despacho de Miraflores cuando ya ha sido cantada su condena. Es magistral. Un Pérez que le dice adiós al poder. Un Pérez que mira su escritorio desolado. Un escritorio donde solo reposa un objeto: un revólver calibre treinta y ocho. De allí en adelante no hay vuelta atrás. Tienes que devorarte el libro. Lograr eso no es nada fácil. Es lo que llaman el periodismo narrativo. Contar una historia con swing.
Pero se trata también de contarla con rigor histórico. Y algo que ha hecho de La rebelión de los náufragos un suceso editorial es que ha desmontado varios mitos. A eso se le llama investigación. Cada párrafo está justificado en función de una hipótesis: se urdió un complot contra Pérez, en múltiples factores que Mirtha Rivero va analizando. El lobby que desplegaron los notables contra la democracia, con Uslar Pietri como Zeus. Las trampas que le tendieron a Pérez para armar el expediente de la partida secreta. La explosión social de 1989 y el uso demagógico que se hizo de la cifra de muertos. Las intrigas militares que desembocaron en las dos asonadas de 1992. Las luchas intestinas en AD. La puesta en práctica del programa económico, una decepción para quienes añoraban a la Gran Venezuela.
El paquete lo echó a andar Pérez y en sí mismo no forma parte del complot. Pero el provecho que le sacaron sus detractores fue enorme. Basta una cifra que se menciona en el libro para entender la situación que vivía el país: las reservas internacionales estaban en 300 millones de dólares, equivalentes a un mes de importaciones.
Rivero ata todos los cabos para no dejar dudas de que a Pérez —que cometió errores, como el poco tacto al aplicar el paquete—, siendo un político de raza, le tendieron una celada. Pero logra que los lectores saquemos nuestras propias conclusiones.
Simplemente se remite a los hechos. A lo que refleja la prensa. A lo que le dicen los entrevistados. Y dicen cosas impactantes. A mí, por ejemplo, me impresionó que Humberto Celli le confesara que AD aprobó la Carta de Intención que se firmó con el Fondo Monetario Internacional sin haberla leído. Eso es un tubazo mayor. No solo los periódicos dan tubazos. También se pueden dar primicias con la investigación. Y, si los libros están bien escritos, satisfacen la sed de hedonismo de los lectores.
Me parece que aunque La rebelión de los náufragos es una reveladora investigación que ha contribuido con el debate sobre la segunda administración de Pérez, también ha fomentado la idealización y la nostalgia de un período sobre el cual debería prevalecer una mirada crítica.
Es absurdo que el episodio en torno a la figura del presidente Pérez, tan vilipendiada en la época, ahora intente leerse con tintes de presagio por quienes se sienten afectados por nuestro presente.
La historia no tiene como función reivindicar, condenar o absolver a nadie, sino comprender entramados de causas muy complejas, entre las que debe contarse la suerte.
Que el libro continúe generando polémica es en parte porque lo que narra se ve como el preámbulo, en mayor o menor medida, del presente que padecemos. También porque algunos de sus protagonistas –algunos náufragos– continúan vivos y activos, y tienen visiones distintas del momento. Pero hay que considerar que quienes estuvieron entonces contra Pérez no lo hicieron pensando en nuestro presente, que no podían conocer, sino en el que estaban viviendo.
Por otra parte, si es cierto que la autora recoge importantes voces, también deja por fuera otras que pudieron equilibrar el relato. El historiador Manuel Caballero, a quien no puede verse como un “notable” conspirador, opinó que “nunca en la historia de Venezuela había funcionado con tanta evidencia el esquema del Estado liberal, la idea del equilibrio de los Poderes”.
Es un libro que nos invita a reflexionar sobre ese período desde una perspectiva muy pertinente, aunque no deba verse como la única lectura posible. Es en esa invitación, en la rigurosidad periodística y en la agrupación de distintas formas narrativas, donde creo que está su principal valor.