Enza García Arreaza: “Siento que camino con una mandarria en la mano”

A propósito de su nuevo libro, Cosmonauta, editado por La Poeteca, esta poeta y narradora de Puerto La Cruz, asentada hoy en Estados Unidos, habla de su rabia, sus obsesiones y sus aprendizajes

"El combo migración-bilingüismo es altamente efectivo para que dejes de dar las cosas por sentadas, hablar con acento pone tu existencia en entredicho".

Foto: Collage-autorretratro de Enza García Arreaza

Tendrá cara de niña, pero bastan cuatro líneas suyas para saber que hay que tener cuidado con esta mujer. Punzante cuando argumenta, furiosa con causa, realista y piadosa hasta lo insoportable, va a ser difícil convertir a Enza García Arreaza en tierno poeta o en ángel narrador.

El motivo de esta conversación es un libro suyo que acaba de publicar La Poeteca. Cosmonauta, ese es su título, integra poesía, fragmentos narrativos y collages con el diseño de Waleska Belisario, que es en sí mismo arte, y un preciso texto crítico en la contratapa, obra de Adalber Salas. 

No es la primera publicación de este centro, que dirige Ricardo Ramírez Requena, y cuya labor en pocos años es tan admirable como sólida. Es de agradecer que La Poeteca tenga un consejo asesor de veteranos y que la gerencia editorial esté a cargo de Jacqueline Goldberg, ella misma poeta y editora. Los buenos consejeros dan contención a las instituciones y pueden ser una barrera para las arbitrariedades y la calidad desigual, la vara de estos sin duda es alta. Haber sido seleccionado por ese cuerpo es otro de los méritos de Cosmonauta.

¿Cómo empiezas a escribir? ¿Cómo te formaste?

Todo empieza con un libro de astronomía desactualizado que andaba rodando por la casa en Puerto la Cruz y empeora con artículos sobre los avances de la NASA o con otros más amarillistas que aseguraban que los extraterrestres habían aterrizado. Leer lo que podía, porque en mi casa no había biblioteca para que yo heredara, me llevó a hurgar desde temprano en los alcances de mi imaginación y más tarde en la adolescencia, a escribir poemas y relatos ilustrados en las últimas páginas de los cuadernos. Con mis visitas al cyber recogía fragmentos de Borges y Cortázar y pude leer por primera vez a Julio Garmendia. Pero como cosa absurda, nunca pensé que podría escribir ciencia ficción o literatura fantástica, lo que quería era estudiar filosofía, quizás porque me parecía más serio y porque justificaba mejor toda mi insistencia en “sentirme diferente” mientras me mataba por entender a Schopenhauer y a Nietzsche, también sacados de internet. Después de toda una vida siendo buena estudiante, resulta que reprobé quinto año, y al año siguiente en mayo intenté matarme, pero luego en diciembre gané un premio de cuentos en España, lo cual hace que sea escritora desde los diecisiete. A veces todavía me enfurece pensar que a fin de que mis padres dejaran de arruinar mis intentos intelectuales con sus prohibiciones e ignorancias primero tuve que parar en el hospital con una sobredosis de alprazolam y luego ganar un premio ibérico, para que después se llenaran la boca presumiendo el logro como si no hubieran pasado años cayéndome a coñazos y haciéndome sentir brutísima. 

¿Desde cuando vives fuera, dónde y qué haces allí?

Mi primera visita a Estados Unidos, en 2017, fue gracias a mi participación en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. Regresé a Venezuela y desde allí me postulé al International Writers Project de la Universidad de Brown, que me acogió durante dos años hasta octubre pasado. Ahora estoy de vuelta en Iowa donde vivo con mi esposo mientras regularizo mi estatus migratorio e intento terminar mi primera novela. 

En tu libro hay un motivo que me interesa mucho: los padres, y en especial la madre, con quien la relación es muy ambivalente, ¿cómo y por qué aparecen en Cosmonauta?

La familia es creer que tus parientes muertos te vigilan, o mejor, que tus parientes vivos quieren embrujarte y hacerte pagar por algo que, nadie sabe por qué exactamente, también es tu culpa. Estos temas aparecen en Cosmonauta y seguirán presentes en mi obra, me temo, porque esa es mi vida, mi vida pequeña y grandiosa, la vida de cualquiera que intente comprender el pasado. Papá y mamá vienen de hogares desestructurados, vienen del hacinamiento, del abuso, del hambre, de ningún futuro. A los cinco años pensaba que mamá no me quería mucho ni me mimaba, porque todo era gritarme “mierda”, “bojote” o “porquería” y soltarme una cachetada si le respondía o empezaba a llorar.

Viví convencida de que en cualquier momento se le iría la mano y lograría matarme, y aunque nunca me acompañó en mi curiosidad intelectual, una vez me despertó para ver una lluvia de estrellas, estábamos en el jardín a las tres de la mañana y logramos ver cuatro o cinco.

Papá a su modo también fue un villano, de palabras y cachetadas, aunque menos que mamá. Idealizarlo como el bueno del cuento porque de vez en cuando me compraba un libro o una revista sirvió también para salvarme a mí misma y elevarlo como personaje, pero crecer es derribarlo todo y decir “ah, mira, de aquí no sales liso, porque con el cuento de que la mujer tuya estaba loca, tampoco hiciste un coño y te quedaste viendo para los lados, bien bonito e inútil”. Sí, esa es la cosa, a los hombres les encanta decir que las mujeres están locas. Y uno intenta hablar de estos asuntos en la vida real y te encuentras con mucha censura, gente que te dice “ah bueno, espera a que seas madre para que veas cómo te equivocas también”. Bueno, yo no he dicho que no me vaya a equivocar, el asunto es que yo no puedo concebir mi vida sin el pasado y el peso de mi propia historia. Al final, solo he querido amar bien a mis viejos, he querido comprender sus vidas más allá de mí, antes de mí, he querido decirle a otras mujeres que han padecido a sus madres que es posible olvidar y sentarse a comer arepitas fritas con queso chimbo de la bodega frente a una película repetida y ser felices

Dime algo de los animales de Cosmonauta… zorros, gatos, osos, garzas, ardillas, caballos. Los adoré.

Adoro los animales, vivo tomándoles fotos o aprendiendo a dibujarlos. Los animales me dan esperanza. Los animales son los dioses. 

Citas a menudo a Brodsky y sé que ese gran texto que es «Una habitación y media» fue una obsesión importante en un momento de tu vida. Cuéntame por qué y cómo influye en Cosmonauta.

Durante mi temprana veintena “lo ruso” me interesaba y al mismo tiempo me hacía voltear los ojos, ahora reconozco con ternura y hasta cierto desdén que uno se acerca a las cosas porque quiere encajar en las tendencias del patio. Pero en 2014 todo cambia: leo por primera vez los ensayos de Brodsky, a quien también le volteo los ojos por arrogante y desmesurado, a quien abrazo mientras habla de su gata de infancia y de sus padres. En ese entonces estaba lejos de imaginar que empezaría yo misma a tener una vida en inglés, en este país que también lo recibió en su momento. Releo a un puñado de poetas que hacen mi vida mucho mejor (Osip Mandelstam, W. S. Merwin, Emily Dickinson, Jesús Sanoja Hernández) pero Brodsky como ningún otro me recuerda mi propia vulnerabilidad y esa gran virtud que es a veces estar solo. Su poesía nos pone en el contexto del siglo XX y sus conflictos, en la dignidad de tener una voz propia, un canto desobediente frente al estado totalitario pero también frente a la comodidad de un victimismo colectivo.  

En tu trabajo, me refiero a todo tu trabajo creativo, hay narrativa, collage, fotografía, poesía, ¿me puedes hablar de tu relación con esas prácticas y cómo se funden o no se funden en tus obras? 

Reconozco en todo lo que hago la más vulgar tendencia a acumular: acumulo fotos que tomo, acumulo productos de papelería japonesa y todo cuanto pueda reciclar para mis collages, acumulo cajas de colores, y siempre recuerdo cuando las cosas me faltaban, recuerdo los momentos más humillantes. Guardo rencor por las oportunidades perdidas, por los zapatos de segunda mano, por todas las veces que me hicieron notar que no era clase media (a veces creo que me hice escritora a los siete u ocho años cuando preguntaron en qué trabajaba papá y en lugar de decir que vendía loterías dije que era comerciante). Hago cuanto es posible para que ese rencor no acabe conmigo pero al mismo tiempo me niego a soltarlo.

Mi rencor administra la precariedad y la profecía, porque quiero suponer que quien vive obsesionado con el pasado solo puede terminar adivinando el futuro.

Acumulo formas de expresarme a ver si alcanzo alguna transparencia. 

Me gustaría saber qué autores venezolanos de tu generación te interesan más y cuáles de las generaciones que te preceden o te siguen.

Leonardo González Alcalá, nacido en 1987 como yo, tiene dos libros de poesía a los que regreso a menudo porque tienen pájaros, árboles y deseos. Las mujeres son unas maestras: Luz Machado, Hanni Ossott, Ida Gramcko, Miyó Vestrini, Martha Kornblith, inmensas todas, uno crece y crece más con ellas. Montejo. Sanoja Hernández. Samuel Villegas, Ramos Sucre, Sánchez Peláez. Miguel Gomes escribió “El poeta fantasma” y “Bernardo”, para mí dos cuentos extraordinarios. Israel Centeno, Victoria de Stefano, Ednodio Quintero. Jacobo Villalobos es un narrador más joven que yo del que espero seguir teniendo noticias, igual que de Yeiber Román en poesía.  

¿Han cambiado tus intereses, tus lecturas y tu escritura, tu creación, con tu salida del país? En especial, el moverte en otra lengua, ¿cómo ha tocado tu trabajo?

Ha sido gratificante vivir en inglés, se ha profundizado algo que hacía desde el principio cuando leía a Robert Frost o a Dylan Thomas sin traducciones y con mucho esfuerzo. Creo que mi escritura se ha beneficiado, mi método de corrección pasa por el hecho de que traduzco al inglés lo que escribo y ahora cargo una desconfianza doble, siento que camino con una mandarria en la mano y por lo menos de aburrimiento no me voy a morir, vivir en fragmentos que deben diseccionarse y pasar la prueba también forma parte de mi instinto acumulador. El combo migración-bilingüismo es altamente efectivo para que dejes de dar las cosas por sentadas, hablar con acento pone tu existencia en entredicho. Es medio aterrador también. Estados Unidos sigue siendo un país segregador y violento, en esta ruralidad conservadora en la que vivo a veces siento que van a venir por mí.