Venezuela también es megadiversa por sus felinos

Con 14% de las especies de gatos del planeta, nuestro país es privilegiado por tener todavía estos guardianes de sus ecosistemas. Un nuevo libro cuenta dónde (y cómo) están, y cómo protegerlos

El puma, comúnmente llamado león, es uno de los dos grandes felinos presentes en Venezuela

Foto: Roger Manrique

Solo a un pequeño puñado de paisajes en la Tierra se les llama “megadiversos” porque pueden reunir una diversidad muy alta de especies en mosaicos ambientales irrepetibles que a veces solo tienen unos pocos kilómetros cuadrados. Venezuela es uno de ellos, entre otras cosas por su fauna.

De las 41 especies de felinos distribuidas por todo el planeta, en Venezuela se registra la presencia de 6 de ellas. Es decir, 14% del total de especies de felinos que existen en el mundo. Esto es, de entrada, un dato a celebrar.

Ante el término “felinos silvestres” cualquiera piensa en los pantanales de Bangladesh o las llanuras arboladas de Botswana o Kenia, pero en los llanos venezolanos, la Cordillera de la Costa, la Amazonia, Guayana y los Andes hay jaguares (Panthera onca), pumas (Puma concolor), cunaguaros (Leopardus pardalis), tigritos o margays (Leopardus wiedii), tigrillos o gatos de monte (Leopardus tigrinus) y onzas (Herpailurus yagouaroundi). Todos ellos juegan roles de gran importancia para los espacios geográficos que ocupan y ofrecen servicios ambientales que ayudan a mantener en equilibrio la dinámica natural de los ecosistemas.

Después de los tigres y los leones, el jaguar es el felino más grande del mundo, pero su mordida es más poderosa que la de los dos anteriores. El puma, por su parte, es el felino silvestre con mayor distribución en el continente americano y el cuarto más grande del mundo junto con el leopardo africano (Panthera pardus). El cunaguaro, el tigrito y el gato de monte entran en el grupo de los ocelotes o “pequeños felinos”, al igual que la onza, que se considera la especie de felino más enigmática del país en cuanto a su taxonomía. El jaguar y el puma son los únicos “grandes felinos” que pueden encontrarse en Venezuela.

Infografía cortesía de Explora Projects
Infografía cortesía de Explora Projects

Se estima que la presencia de estas especies es cuantiosa en Bolívar y Amazonas, pero también en los “corredores ecológicos” y sus áreas de influencia, es decir, en esas porciones naturales de espacio geográfico que están protegidas bajo distintas figuras ABRAE (Área Bajo Régimen de Administración Especial) y son consecutivas entre sí. Aunque en Venezuela las ABRAE no son garantía de protección permanente para los nichos ecológicos y en muchas de ellas impera la cacería indiscriminada, pueden ofrecer ambientes menos hostiles que las áreas sin jurisdicción de guardería ambiental.

La continuidad ecológica que se ha consolidado en las últimas cinco décadas en la cordillera de Los Andes y sus piedemontes llaneros y lacustres con la creación de Parques Nacionales como Sierra Nevada y Sierra de La Culata, Dinira, El Guache y las propias Ciénagas del Catatumbo, al igual que en la Cordillera de la Costa con sus principales ABRAE (San Esteban y Henri Pittier), han convertido al centro-occidente del país en una de las principales alamedas de estas especies. A esa realidad se suma el aporte de algunas iniciativas privadas a escala local y regional, como las posadas ecológicas o los hatos llaneros –entre ellos Casa María y Hato Piñero–, considerados espacios seguros para el hábitat de felinos.

Los “paraguas” de la naturaleza

De las especies de fauna silvestre que están en el tope de la cadena trófica, los felinos juegan un rol estelar. El naturalista y editor Alberto Blanco Dávila, coautor del libro Felinos de Venezuela (2022), considera que “tanto el jaguar como el puma tienen un comportamiento depredador tope y evitan el aumento poblacional de herbívoros viejos o enfermos que amenazan los ecosistemas y los ciclos hídricos. Por su parte, los pequeños felinos del linaje de los ocelotes evitan la proliferación de roedores y otros animales transmisores de enfermedades que pueden llegar a atentar contra los sistemas agrícolas. Es decir, los felinos silvestres en su conjunto son controladores biológicos y por eso se les llama ‘especies paragua’, pues al depurar los ecosistemas de especies enfermas y plagas, ayudan a mantener el equilibrio ecológico del medio donde habitan”.

Todos los felinos, como este cunaguaro, son esenciales para la salud de sus ecosistemas

Foto: Rafael Hoogesteijn

Pese a la fuga de cerebros y a las dificultades logísticas que implica desarrollar programas de investigación y conservación de especies de fauna silvestre, en Venezuela siguen existiendo iniciativas, principalmente del sector privado, que apuntan a preservar a las seis especies mencionadas. “Proyectos de conservación de felinos como el que lleva María Fernanda Puerto Carrillo en el Sur del Lago de Maracaibo o como el de Izabela Stachowicz en la Reserva Ecológica Guáquira, son determinantes para garantizar ecosistemas sanos. Si conservas un puma o un jaguar, conservas la biodiversidad entera del área donde hacen vida”, señala Blanco Dávila.

De las seis especies de felinos silvestres que se encuentran en Venezuela, el puma es el que alcanza una mayor distribución, pues se adapta a un amplio rango de ambientes naturales, desde el nivel del mar hasta las cumbres andinas. Para el superintendente del Parque Nacional Sierra de La Culata, César Castillo, la presencia de pumas en la selva nublada andina y en el propio páramo merideño se sustenta en las evidencias empíricas tradicionales, como heces, huellas y avistamientos, pero también en el hallazgo de presas descuartizadas.

“En los últimos dos años ha aumentado el número de veces en que los guardaparques de La Culata se cruzan con herbívoros desmembrados a orillas de alguna quebrada, con muestras de haber sido atacados por un depredador y arrastrados hasta ese sitio. Las principales presas son venados, pero también se han encontrado restos de conejos, cachicamos y otros mamíferos de talla menor. En todos esos lugares del parque donde han aparecido los cadáveres ha habido avistamientos de puma”, me dice Castillo, a quien esta situación lo hace ser optimista con respecto a la realidad de los ecosistemas andinos.

Este venado paramero que hallaron muerto en una parque nacional merideño puede haber sido presa de un puma

Foto: Nuhams Dezeo

Pero el optimismo que suponen los indicios y avistamientos de pumas en Los Andes venezolanos puede verse un poco empañado por ciertas actividades humanas que amenazan a esta especie. “La cacería indiscriminada y la introducción espontánea de perros asilvestrados en los páramos han distorsionado un poco la etología natural de los felinos, pues depredadores como el puma, que lideran las cadenas alimentarias en dichos espacios, empiezan a tener más competencia y se ven desplazados, lo que da cabida a especies invasoras que afectan los humedales y las nacientes de los cauces que, aguas abajo, abastecen a los centros poblados, por eso cada indicio que apunte a la presencia de pumas en los páramos merideños lo vemos con buenos ojos”, indica César Castillo.

A todo eso se suma el avance de la frontera agrícola, que, al haberse intensificado durante las últimas décadas en las cumbres y valles andinos, limita el hábitat de depredadores como el puma o el oso frontino, los acorrala a pocas extensiones naturales de espacio geográfico y los expone a situaciones de vulnerabilidad por verse obligados a movilizarse cada vez más cerca de espacios habitados por el ser humano.

“Aunque celebramos tener evidencias de que hay pumas en La Culata, esto no necesariamente significa que el número de ejemplares en las montañas andinas haya aumentado. La deforestación en los últimos años ha mermado la cantidad de kilómetros cuadrados sobre los que un puma puede movilizarse, alimentarse y reproducirse con libertad, entonces esos avistamientos pueden ser más frecuentes por nuestra naturaleza invasiva”, finaliza Castillo.

Alternativas ante la fragmentación del hábitat

Aunque el centro-occidente del país se constituye como un gran refugio natural para los felinos de Venezuela, es en el Sur del Orinoco donde se concentran sus mayores densidades poblacionales.

La selva amazónica y la Guayana venezolana tienen las condiciones ambientales idóneas para la presencia de estas especies, sobre todo por la amplia disponibilidad de presas que conforman sus dietas. Pero esos espacios han sido vulnerados por la acción humana desde distintos frentes.

La cacería indiscriminada, la deforestación, la minería ilegal, los incendios forestales y el avance generalizado de la mancha urbana suponen una fragmentación sistematizada del hábitat, no solo de los felinos de Venezuela, sino de otras especies de fauna silvestre, algunas de ellas endémicas. Sin embargo, esto no ha impedido la acción conjunta por parte de la comunidad científica de cara a la conservación de los felinos y sus espacios naturales.

La presencia de jaguares y pumas en las cercanías de las fincas siempre ha resultado conflictiva para los ganaderos, sin embargo, el desarrollo de estrategias anti depredación puede propiciar un escenario en el que los productores pecuarios saquen rédito de la presencia de estas especies en la medida que esas unidades de producción también sirvan como espacios cercanos a la observación ecológica de felinos. La clave para ello está en percibir a las especies y su interacción con el medio físico como algo por lo que la gente va a pagar por ver. Eso lo está entendiendo una parte de la sociedad civil en Venezuela y han surgido programas de conservación que apuntan hacia allá. Alberto Blanco reconoce ese enfoque: “La observación o turismo de jaguares es una de las iniciativas que actualmente está generando mayores ingresos económicos en el continente en materia ecoturística. En lugares como el pantanal de Brasil –que es considerada la zona húmeda inundable más grande del planeta– esta práctica se encuentra en pleno auge, y el modelo del que se fijaron para desarrollarla nació en Venezuela: el programa de jaguares del hato Piñero, el primero de su tipo en considerar que la ganadería podía ir de la mano de la conservación, la investigación y el turismo, y que ninguna actividad eclipsaba o entraba en conflicto con las demás”.

En el hato Piñero se desarrollan programas de conservación desde hace cincuenta años y esto lo convirtió en uno de los refugios de fauna silvestre más importantes del mundo. Uno de esos programas lo lleva el investigador polaco Wlodzimierz Jedrzejewski, quien lleva el Proyecto del Jaguar en el hato Piñero. Jedrzejewski ha recorrido el país entero en distintas jornadas de investigación sobre dicha especie, pero las dificultades asociadas principalmente a la inversión económica necesaria y a la presencia de bandas armadas en los espacios de interés ecológico le han mermado el trabajo in situ.

Esas mismas dificultades también han afectado el trabajo de talentosas investigadoras de felinos, como María Fernanda Puerto Carrillo, Emiliana Isasi-Catalá o Lucy Perera, quienes fundaron programas científicos sobre felinos y otras especies en el Sur del Lago de Maracaibo, la Serranía del Bachiller y la cuenca del río Caura respectivamente, y que en un escenario menos hostil para la comunidad científica, contribuirían con que Venezuela retome la senda ambientalista a lo grande y se encamine a lo que fue en el pasado: una potencia ecoturística de referencia mundial.

En las antípodas de ese panorama que le dificulta el trabajo vanguardista a las nuevas generaciones de científicos que quieren estudiar felinos en Venezuela, surgen iniciativas privadas que, con mucho esfuerzo, ayudan a mantener de pie esta actividad.

Al respecto, Blanco Dávila señala: “Ahora mismo existen en Venezuela ejemplos maravillosos de hatos que han salido adelante y contribuyen con la reactivación del turismo en el país. Algunos de ellos son los hatos Las Caretas, La Fe y Masaguaral, en Guárico; los hatos El Cedral, Garza y Doña Bárbara, en Apure o el hato Cristero en Barinas. Todas estas iniciativas se han abierto al turismo durante los últimos años pese a estar ubicadas en zonas conflictivas, pues entendieron que nuestro país cuenta con todas las condiciones ambientales, geográficas y ecológicas para ser, junto a Brasil, el lugar más importante de observación de jaguares del continente americano”.

El último libro de felinos en Venezuela

Venezuela cuenta con el trabajo de científicos de primer nivel en materia de felinos. Algunos de ellos unieron sus talentos y acaban de publicar el último gran trabajo bibliográfico sobre felinos en nuestro país: Felinos de Venezuela. Alberto Blanco Dávila, uno de los coautores y editor principal del libro, me cuenta: “Este libro que hemos publicado en noviembre del 2022 comenzó como un proyecto entre Ernesto Boede, Rafael Hoogesteijn y Almira Hoogesteijn para la revista Explora en el que empezamos, por separado, haciendo un compendio biogeográfico sobre los felinos que habitan en Venezuela y apuntamos a una actualización sobre su realidad ecológica. Luego se sumaron, también como autores, Wlodzimierz Jedrzejewski y María Abarca, y finalmente incluimos en el libro los proyectos llevados por María Fernanda Puerto Carrillo, Emiliana Isasi-Catalá, Lucy Perera e Izabela Stachowicz. En definitiva, logramos reunir en una misma publicación a las máximas autoridades a nivel nacional en materia de felinos”.

Esta publicación no solo abunda en información inédita sobre jaguares, pumas, cunaguaros, margayes, gatos de monte y onzas que se encuentran en nuestro país y su hábitat, sino que también enriquece la gama de material fotográfico certificado y georreferenciado que existe en Venezuela sobre estas especies.

“En Venezuela solo tenemos dos trabajos editoriales sobre felinos: El Jaguar, Tigre Americano (1992), de Rafael Hoogesteijn y Edgardo Mondolfi, y Felinos de Venezuela: Biología, Ecología y Conservación (1992), de la Fundación para el Desarrollo de las Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Nuestra publicación, Felinos de Venezuela (2022), toma estos antecedentes como referencia y ofrece nuevos aportes en lo que respecta a la historia natural de las seis especies de felinos que habitan los ecosistemas venezolanos. Se trata de un coffee table book elaborado con el mayor de los criterios científicos, pero muy útil para tenerlo en la sala de la casa, pues es un material divulgativo cuyo público de interés no solo está en bibliotecas universitarias, sino en los niños, jóvenes y adultos interesados en el tema”, explica Alberto Blanco.

Pero el libro trasciende el ser un mero diagnóstico ecosistémico o un inventario de especies y ofrece apartados dedicados a la explicación de métodos vanguardistas en el estudio de éstas, como el uso de cámaras trampa. También se adentra en el conflicto felinos-humanos y plantea estrategias anti depredación, muy útiles para los ganaderos.

La educación ambiental es una necesidad de toda sociedad sana, pues la conservación de los ecosistemas y las especies que los habitan no es un tema accesorio, especialmente cuando confrontamos el cambio climático.

En ese sentido, promover material divulgativo que apunte a la formación de las personas en temas ambientales es perentorio. El libro Felinos de Venezuela actúa, pues, como una herramienta muy útil para contribuir con esa línea de pensamiento, pues aporta conclusiones y recomendaciones relacionadas con la conservación y el aprovechamiento sostenible de las especies que pueden servirle a los tomadores de decisiones en el campo de la conservación y el turismo.


Se puede conseguir el libro Felinos de Venezuela en Caracas en Hacienda La Trinidad y El Buscón, contactando esta cuenta o escribiendo a este email.