No todos los migrantes en Perú somos iguales

Aunque alguna ayuda humanitaria ha llegado, la diáspora venezolana en Lima enfrenta la pandemia sin suficiente protección para una cuarentena en la que no puede generar ingresos

Angélica, a la derecha de la imagen, es una buena representante de la situación de cientos de miles de trabajadores venezolanos en América del Sur

Foto: Pierina Sora

Angélica Rojas, de 32 años, es una de las tantas venezolanas que vive en Lima. La conocí el año pasado en el mercado popular donde trabaja, en Salamanca, que queda cerca de mi casa. Por lo general, en ese puesto compro el pollo. Como decimos acá, yo soy su “casera”, su cliente.

Aunque su trabajo pertenece al rubro de alimentación no puede acudir todos los días, pues su jefa, la dueña del puesto, es una persona que pasa los 50 años de edad y teme por su salud, así que prefiere no exponerse y no abre durante toda la semana. Esto es un golpe duro para las finanzas de Angélica.

Angélica se dedica a despachar huevos y milanesas, y a limpiar el espacio una vez finalice su jornada. Desde que detectaron el primer caso del nuevo coronavirus en el Perú, el 6 de marzo, ella practica todas las medidas de higiene en su puesto de trabajo: lavarse las manos, echarse alcohol en gel y usar tapabocas; además, antes de salir de su casa a trabajar se persigna y encomienda a Dios. Teme por su salud y más por no contar con ningún tipo de ahorros o beneficios en su empleo. Los días que debe salir le generan pánico pero lo hace porque recibe su pago por día trabajado; si falta una vez, eso golpearía su bolsillo considerablemente.

“Nosotros vivimos al día. No trabajamos en una empresa grande que pueda respaldarnos y menos en una contingencia como esta, y como uno no cuenta con un trabajo fijo tampoco nos da el presupuesto para reunir”, me comenta en una conversación que tuvimos por WhatsApp.

Vive con su pareja en una habitación, y, de los dos, ella es la única que tiene empleo. Los ingresos económicos que puede generar los distribuye para la compra de alimentos. Lo poco que tenía ahorrado era para pagar el arriendo a fin de mes, pero con la merma en sus ingresos los gastos la agobiaron. Tiene la esperanza de que su jefa la llame más seguido para laborar.

Angélica, quien viene de Caracas y tiene año y medio residenciada en el país, me confesó que su alimentación cambió por los pocos soles que está generando. “Ya no como pollo o carne. No es la misma proteína de antes. Trato de buscar opciones más económicas como verduras, lentejas, huevos y salchichas”.

Aunque ella tiene un trabajo, es informal, porque no cuenta con un contrato. La condición de muchos venezolanos en Perú es la misma, y hay quienes no pueden salir a las calles a vender sus alimentos. La cuarentena puso en riesgo los ingresos de muchos. De acuerdo al reporte  BBVA Research, publicado en 2019, el 89 % de los trabajadores dependientes no tiene contrato, mientras que un estudio de la Universidad Antonio Ruiz divulgó que un 92 % de los venezolanos solo cuenta con un empleo informal.

Sin dinero ni para alquiler ni alimentos

No lo voy a negar. Me siento mal. No solo por toda esta situación sino por los privilegios que tengo. Aunque en estos momentos no cuento con un empleo, mi realidad es muy diferente a la de mis paisanos y la de otras personas que están en situación de vulnerabilidad. 

Mi recibo del arriendo se vence en los próximos días pero mi pareja está con teletrabajo y hace poco recibió su pago completo. Con ello pudimos distribuir para las compras del mercado, enviar dinero a nuestras familias en Venezuela y colaboramos con algunos productos para elaborar un par de canastas para las familias más necesitadas. De igual manera, por fortuna, desde el año pasado hemos estado reuniendo dinero con la intención de tener un fondo de emergencia.

Pero no todos tienen un empleo. A muchos los despidieron. Otros, aunque saben que tienen el trabajo, no recibieron su pago. Y otro grupo no puede salir a la calle a vender pie de manzanas, helados, jugos, marcianos (chupi chupi); o a montar su puesto de empanadas, perros calientes, arepas. Muchos están confinados, viendo que sus despensas están vacías y los pocos soles que tenían ya se agotaron. De acuerdo a una encuesta publicada por Equilibrium CenDE, el 77,2 % de los migrantes venezolanos en Perú no cuenta con dinero para comprar sus próximos abastecimientos. 

He visto algunos videos en los que los arrendadores no tuvieron compasión alguna y desalojaron a los migrantes que no tenían con qué pagar el alquiler. Se me eriza la piel. ¿Cómo van a estar esas familias en la calle en medio de toda esta situación? No se trata de dejar de pagar el alquiler sino de llegar a acuerdos para que ambas partes puedan estar tranquilas.

“El virus y el quedarme sin comida para darle a mis dos niñas me aterra”, me dijo una migrante venezolana llorando. Yo también lloré con ella, no pude contenerme. Perú es el segundo país con más migrantes venezolanos después de Colombia. Según la plataforma de coordinación para refugiados y migrantes venezolanos, hay 861,049.

Perú frente a la pandemia

El primer caso de Covid-19 en Perú fue detectado el pasado 6 de marzo. El mismo presidente, Martín Vizcarra, lo anunció en cadena nacional. Desde entonces, el Gobierno comenzó con las medidas necesarias para frenar la propagación del nuevo coronavirus. El 15 de ese mismo mes, el presidente decretó la cuarentena social obligatoria, por lo que fue el primer país de la región en tomar la medida pertinente. También ordenó el cierre total de las fronteras y la paralización del transporte terrestre, marítimo, fluvial y aéreo. 

Entre las otras medidas que tomó el presidente fue la postergación del inicio del año escolar, que estaba pautado para el 16 de marzo. Sin embargo, el 6 de abril se retomó la educación con el programa “Aprendo en casa”, cuyo objetivo es que los niños, niñas y adolescentes del país aprendan a distancia. En cuanto a las clases presenciales, el ministro de Educación, Martín Benavides, informó que se tiene previsto iniciar el 4 de mayo.

Con el pasar de los días, el Gobierno peruano optó por restringir el libre tránsito. Estableció un toque de queda desde las 6:00 pm hasta las 5:00 am en todo el país. Además, acordó la movilización de los ciudadanos por sexo: los hombres podían salir los días lunes, miércoles y viernes, mientras que las mujeres podían transitar las calles los martes, jueves y sábados; el domingo la restricción es para todos. Sin embargo esto no funcionó, pues hubo muchas aglomeraciones. 

El Gobierno, como medida complementaria, también decretó subsidios de 380 soles, aproximadamente 100 dólares, para las familias peruanas que tienen empleos informales y cuyos sus ingresos dependan del día. Perú es uno de los países con una tasa de informalidad más alta. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática, la informalidad en el país llega al 70 %.

Sin duda alguna, estas medidas tienen como finalidad evitar una propagación del nuevo coronavirus en todo el país y ayudar a que las familias más vulnerables no sientan un impacto fuerte con esta pandemia. De acuerdo a una nota publicada por la BBC, Perú cuenta con un buen colchón de ahorros después de tres décadas de disciplina fiscal y escaso endeudamiento, lo que que le concede también buenas líneas de crédito con organismos multilaterales”.

El 31 de marzo preguntaron sobre los migrantes venezolanos en una de las conferencias diarias que ofrece Martín Vizcarra, presidente de Perú. El ministro de Relaciones Exteriores, Gustavo Meza-Cuadra, contestó: “Somos conscientes de que la población venezolana en el Perú es uno de los sectores más vulnerables. Hemos estado en contacto con las fuentes cooperantes y con el sistema de Naciones Unidas, con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ellos han estado trabajando con los mecanismos de apoyo similares a los que ha estado aportando el gobierno”. También dijo que se ha identificado un gran número de ciudadanos venezolanos vulnerables y los han respaldado con gestiones y fuentes cooperantes como la Unión Europea.

Varios organismos internacionales, entre ellos la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), entregaron cinco mil ayudas en alimentos para los migrantes y refugiados venezolanos vulnerables en Perú. Pude conversar con Carlos Scull, embajador designado por Juan Guaidó en Perú. Me dijo: “Una de las cosas que veníamos solicitando era que la cooperación internacional actuara, porque la ayuda humanitaria de alguna forma se maneja o se canaliza a través de la cooperación internacional y la información que hemos obtenido es que ya eso ha comenzado a suceder. Esperamos que se haga mayor en los próximos días”.

También me dice que con el programa Alimentación Solidaria han podido ayudar a 353 familias venezolanas. “Nosotros somos muy honestos y muy directos en ese sentido, estamos muy saturados de trabajo, y entendemos la frustración, porque muchos quieren la ayuda ya y muchos están pasando por una situación muy dura”, admite.

Hasta los momentos la embajada del Gobierno de Nicolás Maduro no se ha pronunciado para ayudar a esta población. 

Organizaciones no gubernamentales como Haciendo Futuro y Unión Venezolana en Perú también han entregado alimentos para las familias vulnerables.

Quiero tranquilizarme. Pero algo puedo seguir haciendo desde mi posición y es seguir ayudando a los familiares con remesas, seguir pagándole al dueño del apartamento donde vivo y colaborar con algunos productos para los más necesitados.