Nadar y pescar en un mar de petróleo derramado

El único fruto que hoy vemos de lo que fue una gran industria petrolera es un desastre ambiental cotidiano. Así es la vida en la costa de Carabobo mientras Pdvsa sigue incapaz de tapar sus fugas

Las playas en torno a la refinería El Palito, que ya sufrían contaminación desde hacía décadas, están recibiendo un impacto mucho mayor

Foto: Armando Díaz

Samuel Berti llevaba desde la tarde anterior navegando a unas 14 millas náuticas mar adentro desde Puerto Cabello, cuando comenzó a advertir sobre las aguas un líquido oscuro que serpenteaba y se expandía. En la superficie producía un mosaico de tornasol que iba cambiando según el ángulo del sol.

Samuel miró a su compañero. Las redes llevaban horas en el agua, supo que el resultado no sería bueno. Ya había pasado antes; cada vez es más frecuente ver petróleo en las aguas porteñas, por eso, cuando saca los pescados tiene que quitar con un palo la nata que se forma sobre el agua. 

Eso es horrible, mi hermano. Tengo que comenzar a remover toda esa contaminación, porque cuando sale el pescado le sale petróleo hasta de la boca y uno tiene que limpiarlo con cuidado.

Ese día el pescador de treinta años de experiencia advirtió que en lugar de los 40 o hasta 80 kilogramos de pescado que puede obtener en un día, no tendría nada. 

Esos pescados huyeron. No se puede caritear. Tampoco hay sardinas, que en esta época deberían verse bastante.

Al recoger las mallas madres y las boyas, salieron teñidas de negro y con un olor a asfalto muy potente. En seguida pensó en el dineral que tendría que gastar, porque la madeja de nylon está en cuarenta dólares y la caja de anzuelos pequeños en ocho. En un mes, si tiene suerte puede hacer diez millones de bolívares, cuando en las buenas épocas en una semana hacía ocho millones.

Samuel Berti lleva tres décadas pescando en la costa de Carabobo, pero nunca había tenido que lidiar con el impacto económico de los derrames en su propia actividad

Foto: Armando Díaz

Al volver a las playas las embarcaciones también están sucias. Aunque en su zona no suelen aparecer pescados muertos, en el muelle hay un cormorán flotando. El ave no huele mal, pero está manchada de un gris oscuro casi negro. Un niño de unos diez años pesca con un cordel sin suerte alguna.

Samuel espera con ansias que las aguas se aclaren, pero la refinería El Palito no da tregua, apenas los peces comienzan a volver pareciese que arrojaran más desechos al mar. 

Cuando el agua se siente caliente ya sabes que algo no va bien.

El Palito se prende y acaba todo

Durante lo que va de 2020 en El Palito han ocurrido tres grandes derrames. Todos los denunció Eduardo Klein, director del Laboratorio de Sensores Remotos de la Universidad Simón Bolívar, quien revisa todas las mañanas las imágenes que envían los satélites mientras se toma un café. Era 21 de julio cuando advirtió en las imágenes de satélite en su computadora una enorme mancha de hidrocarburos, por lo que revisó los días previos y para el 19 de julio en el mapa satelital no aparecía ningún tipo de mancha, estaba limpia. 

Según este experto lo que ocurrió para esas fechas en la refinería fue un presunta falla en la planta de fraccionamiento catalítico, que vierte en lagunas de separación los hidrocarburos que no logra procesar. Con solo un metro de profundidad, esas lagunas rebosan si siguen llenándose de hidrocarburos antes de que haya tiempo de decantarlos y disponer de ellos adecuadamente. 

La fauna, como se nota con este cormorán y esta morena, es la que más sufre

Foto: Armando Díaz

Klein estima que el primer derrame fue de unos 26.000 barriles de petróleo. El 8 de agosto ocurrió el segundo derrame, cuando las lluvias arrastraron el contenido de las lagunas de separación. Y a mediados de octubre, el tercero. 

—Me molestan las exageraciones en ambos lados. El gobierno dice que no ha pasado nada pero eso no es así, dice Pánfilo Masciangioli, experto en derrames petroleros.

Masciangioli trabajó en Pdvsa durante treinta años. En ese tiempo se desempeñó como investigador, gerente de Ecología y Ambiente y gerente de Manejo Integrado de Gas. José Gregorio Vielma Mora, candidato a las elecciones parlamentarias por el chavismo, dijo a Cinco8:

—Yo he estado ahí y el derrame no es tan grave así, pero el hecho es que no puede caer ni una gota de petróleo. Ya eso es grave y si tienen que interpelar a alguien que lo hagan, pero yo no puedo negar algo que todos hemos visto.

Olor a derrame

Cecilia Vásquez ha trabajado en la playa de El Palito desde hace 12 años. La pandemia había destruido su negocio de toldera y Pdvsa terminó de liquidarlo. Su cabeza, ojos y garganta arden.  

Aquí vino el viceministro y el gerente de Pdvsa y nos dijeron que ese derrame no venía de la refinería, sino de un buque que estaba echando vaina. La verdad, por la cantidad que salió, no sé si es que fue un buque lo que estaban lavando, pero todavía hay gasoil.

A Cecilia le tocó conformarse con esa explicación. Solo le dijeron que le pagarían tres millones de bolívares semanales, para limpiar la playa, junto a más personas de la comunidad. Además de una bolsa de comida que luego de meses aún no le llega. Afirma que las cuadrillas de limpieza van una vez a la semana, pero cada vez se distancian más, llegan con unos rastrillos y limpian la parte superficial de la arena.

Estar ahí da dolor de cabeza, pero Cecilia está echada en una tumbona con unos vecinos. 

—La primera señal de un derrame petrolero es el olor —explica Cecilia—, Hoy está suavecito. 

Eso fue el 8 de octubre, faltaban cinco días para el tercer derrame. 

Osmary Saavedra nació y se crió en la orilla de esa playa. Hoy tiene 29 años y ve a sus hijos, todos menores de diez años, bañarse en las aguas que dejan manchas negras en la arena y en la piel. El miedo está ahí, pero ha aprendido a superarlo. 

Estamos acostumbrados, pero esto no debería pasar, más que todo por nuestros hijos que les gusta bañarse aquí. Esto les afecta.

Miles de venezolanos viven entre Patanemo y Chichiriviche, donde hay costas de tres estados y cada vez más contaminantes

Foto: Armando Díaz

Osmary afirma que lo que ocurre en esa playa le duele, por eso culpa al gobierno por lo sucedido. 

Vienen, miran y se van. Si les interesara, lo acomodaran, pero lo ven normal.

Los derrames invisibles

Eduardo Klein explica que cuando caen esos desechos al mar, se hunden y se apelotonan en el fondo, una parte es llevada por las corrientes hasta la orilla, otra se evapora, y otra porción flota y es trasladada por los vientos. El olor que Cecilia siente viene de los hidrocarburos en proceso de evaporación. 

—Otros derrames en El Palito salen y se pierden en el mar —dice Klein—. O llegan al parque nacional Morrocoy.

Klein advierte que peor es el panorama con el Complejo Refinador de Paraguaná, o CRP, compuesto por Amuay y Cardón, donde los derrames son continuos, cada vez más contaminantes y menos degradados. En agosto, el oleoducto Surtidor Falcón Zulia (Sufaz) vertió gas por una grieta durante varias semanas. Pánfilo Masciangioli explica que lo que ahí ocurrió guarda relación con la paralización de los oleoductos, puesto que cuando se vacía una tubería y luego se reactiva el proceso de bombeado se crea un fenómeno llamado “golpe de ariete”, una onda de presión interna que revienta la tubería. 

Ahora es el CRP el que activa las alarmas: del separador número 3 de Cardón hay tantas fugas que se ven desde los satélites. El 15 de octubre, una laguna de separación de Amuay comenzó a verter hidrocarburos.

—Al ser tanta la cantidad —dice Klein—, el espacio no pudo contenerlos más y salió hacia el Golfo de Venezuela. Venció las corrientes. Para el 22 de octubre ya se había extendido por 25 kilómetros según las imágenes satelitales.

Cien años bañándose en petróleo

En el lago de Maracaibo es mucho más complejo captar los derrames, pero llevan años pasando. Con el derrame del Golfo de México se vertieron en el mar cinco millones de barriles. Masciangioli explica que esa cantidad se derrama anualmente ahí, pero de forma natural. De hecho lo compara con el lago de Maracaibo, en donde hay menes (manantiales naturales de petróleo) que derraman crudo constantemente, esto se suma a los oleoductos que sufren fisuras y dejan salir su contenido.

La historiadora Laura Puertas escribió en su libro Los Paisajes petroleros del Zulia en la mirada alemana (1920-1940), que el 18 de diciembre del 1926 pescadores del Lago de Maracaibo publicaron en la prensa una carta de protesta, y en 1928 ya existía la primera denuncia ante el Ejecutivo Nacional, por lo que se promulgaron leyes para evitar la contaminación, aunque nada cambió. Para 1935 la viajera alemana Julia Bornhorst reflejó en sus memorias que las torres petroleras, entonces construidas sobre pilotes de madera, se incendiaban constantemente. Si acudía al lago para bañarse, tenía que echarse gasolina después para quitarse un anillo negro alrededor de su cuello.

Ahora el Lago de Maracaibo, con sus 5.000 pozos en más de 13.200 kilómetros cuadrados, se ha transformado en un gran vertedero que afecta más de doscientos kilómetros de costa y ha cambiado drásticamente el estilo de vida de los habitantes. La bonanza se fue y solo queda el recuerdo de las ruinas de una lejana grandeza, de una industria que se desangra en petróleo, mientras los trescientos mil habitantes de Cabimas se pasean por aceras teñidas de negro y la administración pública echa arena al crudo para tapar el error evidente para todos.

En lo que va de 2020, Zulia acumula cuatro grandes derrames. Es el estado líder, junto con Anzoátegui, en este tipo de sucesos. En  Google Maps se ve cómo la estela negra se contornea en las aguas verdes de algas y cianobacterias.

El deterioro es la clave de todo

En referencia al tema, Pánfilo Masciangioli, quien fue asesor de Pdvsa durante el derrame petrolero en el golfo de México el 20 de abril de 2010, explicó que es imposible no vincular los sucesos de Pdvsa con el deterioro y la falta de mantenimiento. Masciangioli dice que los derrames naturales pueden ocurrir en cualquier parte del mundo. “No es que no sean preocupantes, pero hay que vivir con eso”. Lo que realmente preocupa es el deterioro de las instalaciones y recuerda que esto se ha evidenciado en conjunto con la bajada de la producción petrolera.

Un derrame es como un accidente de carro. Los accidentes pasan, pero el riesgo aumenta si el carro tiene los cauchos lisos y la carretera está llena de huecos. En las instalaciones de explotación petrolera hay que usar inhibidores de corrosión, aros de protección y sistemas anticorrosivos eléctricos a cada tantos metros, pero todo esto se descuidó hace más de 15 años. Ahora con las sanciones, la caída de los precios del petróleo y la pandemia, mucha gente de Pdvsa está en su casa. Solo uno que otro operador anda trabajando.

El temor del experto es que cada vez que intenten una reactivación en cualquier parte de la infraestructura petrolera ocurran accidentes y derrames. Al forzar a trabajar a la refinería El Palito sin hacerle mantenimiento pasaron los derrames de 2020. 

Cada vez que eso prende es presión y alta temperatura. Puede haber explosiones o incendios. Pueden ocurrir catástrofes y van a ocurrir. No han ocurrido porque hay poca actividad, pero una vez inicien actividades, ocurrirán.

A diferencia de muchos ecologistas, Panfilo Masciangioli cree que, peor que la cantidad de barriles derramados es el tipo de hidrocarburo.

—Los derrames desde el punto de vista biológico y de recuperación no son tan graves. Pero mientras más liviano es el petróleo, más tóxico es. La gasolina es muy tóxica, pero se evapora con rapidez. Con el crudo pesado no morirán muchos peces porque estos al oler el crudo huyen, pero sí mata a los seres del lecho marino y los manglares. Con el tiempo la mayoría de las áreas se recuperan.

Mientras tanto, un informe de Provea dice que entre 2010 y 2018 Pdvsa derramó al medio ambiente 866.722,85 barriles de petróleo, no solo al mar, como ha ocurrido recientemente en las costas falconianas y carabobeñas, sino en lagos, ríos y campos.

De 2010 a 2016, la petrolera ya había acumulado un total de 46.820 derrames de crudo y otras sustancias contaminantes del ambiente.