Petare: de pueblo a barrio, una breve historia

La guerra de bandas que duró seis noches y se escuchó por todo el este de Caracas es la mala noticia más reciente sobre ese extremo de la capital. Pero Petare es más que pranes y allanamientos

El casco histórico junto al Guaire, rodeado por las barriadas donde estaban los cultivos: eso es Petare al cabo de cuatro siglos

Foto: La Guía de Caracas

La fundación de Petare fue parte de la conquista del territorio donde hoy está Caracas, y significó la extinción de los mariches del cacique Tamanaco que en el lugar con ese topónimo —que en caribe significa “de cara al río”— cultivaban vegetales de importancia regional, como cuenta Coromoto Méndez Sereno en Petare a través del tiempo. A principios del siglo XVII, una vez sometido el valle, la Corona otorgó la encomienda del Buen Jesús a varios expedicionarios de la escuadra del capitán Diego de Losada. El 21 de febrero de 1621 se logró la fundación del pueblo.

El clima y la cercanía a los ríos Caurimare y Guaire facilitaron el poblamiento. A comienzos del siglo XVIII llegaron los canarios de La Candelaria a trabajar la tierra y desarrollaron rutas de comercio que convirtieron a Petare en una parada casi obligatoria para todo aquel que iba en dirección al valle caraqueño desde Oriente o los valles del Tuy. La Iglesia Dulce Nombre de Jesús, construida sobre un cementerio indígena, era el centro de la cuadrícula según la cual se trazaron las calles, como era común en los pueblos fundados por españoles. 

Negros, zambos, mulatos, mestizos y pardos superaban con creces a los blancos criollos que se aglomeraban en el centro y cultivaban cacao, el rubro predominante del siglo XVIII, como las familias de Andrés Bello, José Antonio Rodríguez Domínguez y José Félix Ribas. Antes de que se desatara la revolución de independencia, Petare resaltaba por su producción de azúcar, cacao, tabaco, pieles y añil, tanto para el consumo interno como para la exportación. La investigadora Suzuky Gómez Castillo apunta en su libro La Dolorita: ejercicio de reconstrucción histórica, que la Provincia de Caracas producía entonces hasta 60.000 quintales de café por cosecha anual antes de la guerra contra la Corona hispana, y el aporte de Petare a la economía colonial era de suma importancia por su cercanía a la capital y la extensión de sus cerros destinados exclusivamente al cultivo. 

Los cerros del café

Petare no fue ajeno a los avatares de la emancipación, desde el principio hasta el final de contienda bélica. Suzuky Gómez Castillo recoge en su libro que el 11 de junio de 1811, a semanas de la declaración de independencia absoluta, la Gazeta de Caracas contaba que Don Manuel Toro, un herrero de la villa de Petare, decidió fabricar fusiles para la naciente república, por lo cual el Gobierno Supremo de Venezuela le confirió el grado de capitán de maestranza, un sueldo significativo y la orden de perfeccionar el producto y montar un taller de armamento. 

La presencia de armas de fuego en Petare, que tanto resuena hoy (literalmente), tuvo también que ver con un episodio histórico poco conocido pero de gran importancia que tuvo lugar al otro extremo del ciclo independentista.

En Venezuela: 1828-1830. Guipuzcoana e Independencia, Rafael Arráiz Lucca menciona que en diciembre de 1824 unos hombres intentaron tomar un arsenal en Petare y fueron sometidos por José Antonio Páez, entonces jefe del Departamento de Venezuela de la República de Colombia. Páez había actuado sin autorización del Congreso y así se inició el proceso mediante el cual el “centauro de los llanos” terminaría destituido por las autoridades de la Gran Colombia, lo cual lo alejó de la causa de Bolívar y lo llevó a contribuir al fin de ese proyecto político y a la creación de la República de Venezuela.

Una vez obtenida la independencia de España y la separación de Colombia, Petare se mantuvo como centro agrícola y satélite de Caracas. El terremoto de 1812 había derrumbado varios edificios de la villa, como la capilla del Calvario. Si el siglo XVIII fue del cacao, el café sería el rey del XIX y copaba los cerros que hoy son barriadas. En 1832, el centro-federalismo de la Constitución de 1830 reconoció a Petare como un cantón con cinco parroquias: Petare, Baruta, El Hatillo, Guarenas y Guatire. Luego de la Guerra Federal hubo un episodio crucial para la memoria histórica de los petareños, que se conoce como el milagro del Cristo de la Salud de Petare, que recoge la pintura de Tito Salas hoy colgada en la iglesia.

De pueblo agrícola a ciudad dormitorio

El progreso del liberalismo amarillo trajo el ferrocarril que se inauguró en 1866 y unió a Caracas con Petare. El crecimiento económico permitió que se abrieran nuevos caminos por tierra, que en el siglo XX serían cubiertos con asfalto. Las carreteras del gomecismo sustituyeron los caminos verdes, pero también diseminaron la pobreza. Cuando el petróleo se convirtió en el nuevo monarca nacional, Petare solo producía un café que ya no creaba riqueza, y sus habitantes empezaron a buscar trabajo en Caracas. Petare participó en la migración del campo a la ciudad, cuando todavía era un pueblo claramente separado de la capital. 

Sus viejas haciendas desaparecieron paulatinamente y Petare fue adquiriendo una dimensión más urbana, a la sombra de Caracas pero aprovechándose de su cercanía, en contraste con el resto del país que seguía en gran parte sin electricidad y desconectado de la modernidad que los gobiernos de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita iban creando en la capital con los ingresos petroleros. Los grandes emporios cafetaleros fueron sustituidos por residencias e industrias. Vino más gente del interior, que se asentó en Petare y trabajaba en Caracas, y fue así como la vieja villa se convirtió en una ciudad dormitorio. Con el derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez se generó una migración interna aún mayor desde otros estados: el proyecto democrático abría oportunidades como nunca antes. Pero luego, el modelo populista alteraría a Caracas y a todo lo que la rodeaba, incluyendo a Petare. La relación entre el pueblo y la ciudad se desvirtuó.

Los barrios, los feudos contemporáneos 

—Les prometo que nos volveremos a reunir en una urbanización alegre, moderna e higiénica que vamos a construirles en La Urbina este mismo año.

Con estas palabras, el presidente Rómulo Betancourt, que ya cumplía dos años en la primera magistratura, prometía mejor calidad de vida a los pobladores de las barracas de San Isidro. Las invasiones y los caseríos habían cubierto la antigua Hacienda La Urbina y la joven democracia no dudó en expropiar los terrenos. Aquellas quebradas llenas de animales según los testimonios de los primeros moradores ahora tenían viviendas de zinc y madera. La bonanza petrolera de los años setenta contribuyó a la proliferación de casas de bloque y cemento, esos cubos color terracota que hoy dominan el paisaje de los diferentes barrios de la parroquia.

Aunque suele decirse desde los noventa que la parroquia Petare es la favela más grande de América del Sur, no hay registro que lo compruebe. Hoy alberga a 600.000 personas de acuerdo al último censo, de 2011; no sabemos cuánto pueden haber cambiado ese número la emigración y la emergencia humanitaria. Lo que sí sabemos es que está compuesta por más de 30 barrios, entre los que destaca José Félix Ribas, el más grande, dividido en diez zonas, que desde 1962 tienen servicio de agua potable y electricidad, la época en que se fundó su primera escuela, que sigue siendo la de mayor tamaño: la escuela Rafael Napoleón Baute. 

Los partidos políticos no tardaron en desarrollar bases en esas barriadas, sobre todo Copei, seguido por Acción Democrática. Aunque la crisis de los años 80 y 90 se sintió con fuerza, fue destacable el respaldo que le dieron los petareños a la democracia en las elecciones estadales y municipales de la descentralización. Enrique Mendoza capitalizó el apoyo hacia Copei y Petare se hizo un bastión de la oposición. Pero Petare tampoco fue inmune al discurso socialista de Hugo Chávez: en 2004, Diosdado Cabello se convirtió en gobernador y José Vicente Rangel Ávalos en alcalde. Ante la mayor bonanza petrolera de la historia nacional, hicieron propuestas que hoy siguen incompletas: un cable-tren sin culminar, una estación de Metro Cable que funciona a medias, y unas prometidas escaleras mecánicas para los cerros que, en lugar de contribuir a la movilidad social y la superación económica, estancarían a la población en los barrios. 

Y aunque Henrique Capriles Radonski y Carlos Ocariz, ambos del partido Primero Justicia, gobernaron por dos períodos consecutivos, el chavismo se mantuvo en la parroquia. No como mayoría, pero sí al acecho ante cualquier oportunidad de obtenerla. Y esta llegó en 2017, cuando la abstención los favoreció. Otra vez José Vicente Rangel Ávalos volvió a hacerse con el poder. Ahora con el plan que había ejecutado como viceministro de Asuntos para la Paz, mientras no era alcalde: un proyecto de zonas de paz en el que la delincuencia se comprometía a trabajar con las autoridades. Sin embargo, no todo salió como esperaban y en lugar de acabar con el hampa, la ayudaron a consolidarse allí y a hacer de Petare un feudo, tal como pasaba con los caudillos de dos siglos atrás.

Pecho a tierra

Aunque en Petare siempre ha habido pobreza, la crisis económica comenzó a asfixiar a los petareños en 2014. En Petare la gente vive del rebusque. Aunque la mayoría tiene trabajos fijos, nadie come de los sueldos que proveen. La gente depende en gran porcentaje de los bonos que otorga el gobierno. Un enorme mercado abarca la redoma de Petare, donde los puestos y multitud impiden el libre tránsito y hacen imposible mantener el orden. Ya no quedan ni siquiera huellas de aquellos campos y sembradíos de café de la colonia; las montañas están plagadas de casas sin frisar que contrastan con zonas de clase media como La Urbina, El Llanito y Palo Verde. El río Guaire entra en Petare ya repleto de basura y pestilencia.

Las colas para adquirir los productos que escaseaban, la devaluación de los sueldos y el desmejoramiento de la calidad de vida para quienes no podían protegerse del desmontaje de la economía venezolana ensancharon la distancia entre los estratos sociales. Aunque la crisis política ya había tocado la puerta, su profundización fue un factor más de poder para los grupos delincuenciales sobre la población asediada por tantos problemas. El Estado no hizo nada al respecto y comenzó a ser sustituido por los mismos ciudadanos, con el auspicio de la Alcaldía del Municipio Sucre, a través de la figura del juez de paz, un cargo contemplado en la Ley Orgánica de la Jurisdicción Especial de la Justicia de Paz Comunal, dictada el 2 de mayo de 2012. 

Desde el 23 de enero de 2019, la situación se puso turbia.

Cuando la proclamación de Juan Guaidó como presidente interino hizo que algunos  vecinos salieran a apoyarlo, el gobierno de Nicolás Maduro decidió sofocar las manifestaciones con las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), rompiendo el pacto de gobernabilidad que existía con el hampa.

Entonces, comenzó una persecución hacia las bandas delictivas dirigidas por el juez de paz: el jefe de la mayor banda de antisociales de la zona, un hombre llamado Wilexis, pero al que todo el mundo apodó como El Patrón por su control sobre el lugar.

En los últimos días de abril comenzó una mutua demostración de poder de fuego entre su banda y la de su adversario, un preso recién liberado al que denominan El Gusano. Nadie conciliaba el sueño, las ráfagas no lo permitían. El miércoles 5 de mayo, Maduro le solicitó al ministro de Relaciones Interiores, Néstor Reverol, liquidar la delincuencia en Petare y vinculó a Wilexis con las fallidas incursiones de grupos armados en la costa que habían ocurrido durante el primer fin de semana de mayo. La operación policial y militar con helicópteros, allanamientos y detonaciones nos puso los pelos de punta. 

Pero aquello no apagó la parranda en Petare, pues, dos días después, la música retumbó en las casas y la parranda siguió en las calles, y celebramos el Día de las Madres con las calles tomadas por la policía. 

Porque Petare no es solo violencia. Es un mundo propio donde buena parte del tiempo parece que la fiesta nunca tiene fin. Ante las adversidades, las licorerías seguían llenas, repletas de personas que, a pesar de no vivir en las condiciones más idóneas, beben frente a la miseria. Cuando a finales de 2018 la petareña Isabella Rodríguez obtuvo la corona del Miss Venezuela, la fiesta duró semanas. En la zona colonial, frente a la Iglesia Dulce Nombre de Jesús y el Concejo Municipal, la Fundación Bigott sigue llevando adelante su labor de formación sobre las tradiciones venezolanas, a pocas cuadras de la Fundación José Ángel Lamas y el Museo de Arte Colonial, en ese mismo damero de calles donde vivió el gran pintor Bárbaro Rivas. 

Atrapados entre fuerzas que no podemos controlar, poniendo a veces pecho a tierra para que no nos mate una bala en la noche, al cabo de cuatro siglos los petareños estamos más ocupados de hacer colas para comprar café que de cosecharlo en las montañas. Pero ahí seguimos todavía, tratando de no dejar de ser un pueblo, aunque con todo y nuestros muchos problemas hace tiempo que somos una comunidad.