El retorno del Santo Cristo de la Salud de Petare

Las medidas de confinamiento interrumpieron la organización de la Semana Santa en la iglesia Dulce Nombre de Jesús, pero no impedirán que los fieles vuelvan a rezarle al Cristo de la Buena Salud, como lo hicieron en la peste de 1868

Los fieles petareños rezaron cuanto pudieron antes de ver su tradición interrumpida por las medidas de confinamiento

Foto: Ramsés Mattey

I

Religare, relegere. Las plegarias del lunes 16 de marzo de 2020 rememoran las de la noche del 29 de septiembre de 1868, cuando una epidemia de fiebre amarilla y vómito negro asedió a Petare, y los fieles veían pasar carretas con muertos rumbo al cementerio de La Candelaria.

—Santo Cristo de la Salud, oye nuestros ruegos.

Pese a la cuarentena, los habitantes de la principal parroquia del municipio Sucre del estado Miranda asisten a la Iglesia Dulce Nombre de Jesús, próxima a cumplir cuatrocientos años desde su construcción en 1621. Sin importar colores políticos, estos petareños están unidos por su fe, que se refleja en las mismas rogativas y las mismas promesas. Claman por un milagro de la divina providencia que aplaque a la peste que desde hace cuatro meses azota al mundo entero, tal como aseguran que ocurrió en 1868. Solo que esta vez se llama COVID-19 y empezó en China a finales de 2019.

Durante la misa, el padre Miguel Vargas, con dos años a cargo del templo, exhorta a la comunidad parroquial a tomar las previsiones hechas por la Organización Mundial de la Salud y a refugiarse en sus casas. Les recuerda que no hay lugares exclusivos para pedirle a Dios. La Iglesia siempre abrirá a las tres de la tarde, pero cualquier sitio es propicio para la oración.

 

II

Cinco años habían pasado desde el fin de la Guerra Larga, que terminó con el triunfo del general Juan Crisóstomo Falcón y los federales. Y aunque se rumoreaba otro alzamiento del anciano general José Tadeo Monagas y los azules, como el que hubo en julio de ese año de 1868, los quejidos de los enfermos atormentaban más que el peligro de otra guerra civil. Las paredes de tapia de las casas con fachadas desgastadas no podían proteger a nadie de la epidemia, por más que en ellas se escondiera la gente junto con el calor sofocante que clamaba lluvia. La sequía desoladora los tenía cocinando hierbas para frenar la peste. 

Incapaces de responder ante la demanda, los médicos no hacían nada. Las carretas iban y venían cargando cuerpos rumbo al camposanto. La Iglesia Dulce Nombre de Jesús, que había sido fundada en 1621 sobre el cementerio indio del pueblo de Petare, le brindaba cobijo a los arrodillados ante los pies del crucificado de tres metros de altura. Rogaban por la sanación de los contagiados y el padre por paciencia. Una y otra vez rezaban el rosario frente a la imagen de madera policromada tallada en el siglo XVIII.

Dice la tradición histórica que en un momento dado un parroquiano sugirió sacar en procesión al Niño Jesús, el patrono de la Iglesia petareña. Pero en broma, otro de los allí presentes dijo:

—Ese no. Está muy chiquito todavía. Tenemos que sacar al viejo, al crucificado.

 

III

—Tenemos al Santo Cristo al pie del altar por todo lo que está pasando, y si hay necesidad, se saca en procesión como lo hicieron los pobladores hace muchos años.

Así habla una señora en la tarde del sábado 14 de marzo de 2020, mientras se organizan los preparativos para la Semana Santa que arranca el 3 de abril, Viernes de Concilio. Más de 20 personas colaboran en el montaje de las mesas. A pesar de la hiperinflación y la dolarización, pudieron reunir los recursos para vestir con ropajes nuevos las imágenes de madera y yeso que tienen más de 300 años y representan el viacrucis.

La del Nazareno es la procesión de Semana Santa que congrega más gente, porque a la imagen se le atribuyen más favores concedidos. Miguel Salas y su hija Yenny Oropeza son los encargados de vestir y cuidar los detalles de la imagen que sale el Miércoles Santo. Aunque los otros “pasos”, como llama la comunidad a las imágenes, también son importantes; en especial el Santo Cristo de la Salud, con un siglo y medio de tradición patronal y más de tres de haber sido tallado. Magaly Ramos está a cargo del Santo Cristo y está segura de que en momentos como el presente se hace imprescindible la renovación de la fe y el reencuentro con las tradiciones. 

La decoración de todos los santos estaba prevista para el sábado 21 de marzo, pero cuando el 13 de marzo el gobierno de Nicolás Maduro anunció los primeros casos de COVID-19 en Venezuela, en la iglesia de Petare se decidió que debía adelantarse la “bajada” del crucificado, para que los devotos asistieran y empezaran las plegarias cuanto antes. Ya estaban llegando órdenes de mantener la distancia social, de numerosas instituciones públicas y privadas, pero, ¿cómo detener la Semana Santa, justo cuando una pandemia acecha al pueblo?

 

IV

Una procesión salió de la Iglesia antes del atardecer. Había conmoción, abatimiento. Los fieles buscaban a sus familiares enfermos y los posaban frente a la figura del mesías. El Cristo avanzaba por la calle de piedras de río sobre los hombros de los cargadores, a pesar de que faltaban varios meses para la celebración de la Pascua; había que darle la bendición al pueblo. Iba decorado con velas porque ni siquiera había suficientes flores para su altar. La guerra había acabado con todo, como siempre; las revoluciones son una plaga para los campos. Pero con los velones de colores en vasos de vidrio pudieron iluminar el camino entre la noche cálida.

Las mantas y los rosarios distinguían a las dolientes de los maridos, los hijos, los nietos enfermos. Las lágrimas brillaban sobre los rostros desencajados por la calentura. Era una marcha que parecía preceder al fin de la vida. Cuando los enfermos caían a los pies del santo, la muchedumbre gritaba espantada y los guardias apenas se daban abasto para controlar a la muchedumbre.

Al frente de la procesión, el padre lideraba los rezos. Todos iban de blanco amarillento por la tierra y el polvo.

—Perdona a tu pueblo, Señor. 

 

V

—Señor, visita nuestros hogares, sana nuestras enfermedades y quédate con nosotros. Amén.

Oly Mora termina su oración al Santo Cristo de la Salud y con la señal de la cruz se despide del altar. Falta un cuarto para las seis de la tarde del 15 de marzo de 2020 y la iglesia Dulce Nombre de Jesús cerrará sus puertas en unos minutos. El gobierno de Maduro acaba de anunciar cuarentena por la pandemia del COVID-19. Oly se amarra el tapabocas en el rostro y camina por la nave central entre los asientos del templo. Ya cumplió, es hora de regresar.

Miguel cierra las puertas del frente y los fieles salen por los laterales. En los 17 años que tiene encargado del Nazareno, esta es la primera vez que vive una situación así: los preparativos para la Semana Santa han sido suspendidos hasta nuevo aviso. Afuera, un grupo del consejo comunal tiene tapabocas puestos y repite las medidas decretadas. Las mesas para las procesiones quedarán sin montarse. Las figuras de María la dolorosa, Juan el apóstol y María Magdalena están arrinconadas en el bautisterio, junto al Santo Sepulcro. Debían ser vestidas aquella noche para el montaje de la Semana Mayor. 

La misa termina a las seis. La gente comulga con sus tapabocas en el cuello y se da la paz con prudente cercanía.

El atardecer del domingo cae sobre la plaza de Petare y le da un aspecto de pueblo fantasmal, abandonado. Los pocos vecinos que quedan por ahí están dentro del templo. Terminan unas últimas plegarias antes de encerrarse en sus viviendas. Rememoran el prodigio de hace un siglo y medio, pero ahora es diferente. Nadie puede reunirse. Resguardarse es responsabilidad de todos. La distancia social es una orden y la iglesia debe acatarla, así que cierra sus puertas de madera poco después de que a su alrededor suenen las santamarías. Desde sus ventanas, los petareños aprecian la puesta del sol encima de ellos, en la boca este de Caracas.

 

VI

Cuando todos parecían perder la esperanza, se curó el primer enfermo. Luego sucedió con los demás. “El Cristo ha curado a los pestosos”, decían por los caminos. A su paso por las calles empedradas, la imagen había rehabilitado a los agonizantes, pensaba la gente. Las luciérnagas rodearon a la imagen: las velas ya no eran las únicas que la alumbraban. Era un concierto de luces, un espectáculo que sólo la divina providencia podía conceder.

—¡La peste se ha ido!

Hoy, 152 años después, un cuadro de Tito Salas, quien vivió la mitad de su vida cerca de allí, recuerda el acontecimiento. Se titula “El milagro del Cristo”. Sus tres paneles juntan la escena de la imagen, iluminada desde abajo por las velas, presidiendo sobre los fieles que han puesto a sus pies los catres con los enfermos. Se cree que Salas la pintó en 1958 como pago de una promesa, luego de haber rogado al Cristo de la Salud por la recuperación de una de sus hijas después de un accidente.

Ahí está todavía, dentro de la iglesia cerrada. El 26 de marzo se anunció oficialmente la primera víctima en Venezuela del coronavirus, en Aragua. 

Esta otra peste pasará y los fieles volverán, para darle las gracias al Cristo luego de quién sabe cuántos rezos desde detrás de las ventanas.