Violeta Rojo: “Doña Bárbara ganó las elecciones en 1998”

La escritora y especialista en literatura venezolana habla de cómo estamos escribiendo sobre lo que le pasó a nuestra nación, desde adentro, desde afuera, desde los bandos y desde la emoción

"Todos los fenómenos históricos son extremadamente complejos y jamás tienen explicaciones sencillas"

Foto: Gabriela Mesones Rojo

Quien crea que los estudiosos de la literatura viven en una torre de marfil habrán de sorprenderse por el testimonio de la profesora y escritora Violeta Rojo: “Estos años han sido para mí de mucha rabia y dolor y ver mi país destruido por esta marabunta me llena de furia. Eso ha hecho que mis áreas de investigación también estén afectadas: la minificción prácticamente desapareció, nuestra narrativa toca constantemente temas que me afectan. Antes eran mis temas de trabajo, ahora tienen un componente de congoja que me los dificulta. El análisis literario debe hacerse con una cabeza fría que yo ya no tengo y quizás por eso no puedo escribir sobre mis temas. Siempre podría dedicarme a asuntos del siglo XVIII, por ejemplo, pero no puedo evitar vincular los espantos de la guerra a muerte, la huida a Oriente o los asesinatos de Boves con nuestras guerras, huidas y asesinatos actuales. Todo lo que vivo genera un eco que retumba en cualquier cosa que leo: ya sea una novela policial en Mongolia donde encuentro el Arco Minero, un poema de Leoncio Martínez sobre un preso insomne o un libro de Orlando Figes”.

Esta conversación apenas se asoma (es un tema enorme por explorar) al registro de la catástrofe nacional en la literatura escrita por venezolanos que publica adentro y afuera del país, desde la perspectiva de una especialista en narrativa venezolana del siglo XXI, teoría literaria y minificción, que ha publicado varios libros de ensayo y antologías sobre estos temas. El más reciente: Las heridas de la literatura venezolana y otros ensayos (El Estilete, 2018). 

Nacida en Caracas, Violeta es Doctora en Letras y Magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar y Licenciada en Letras de la Universidad Central de Venezuela. Fue Research Fellow en Kingston University (Reino Unido) en 2000 y 2001. Es profesora titular de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, y ha sido profesora invitada en la Universidad del Comahue (Argentina), la Universidad de los Andes y la Universidad Central de Venezuela. Es individuo correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española desde 2013 y dirigió la Revista Argos entre 2002 y 2005.

“Leo muchísimos libros sobre el stalinismo, por ejemplo, y estoy segura de que sigo sin tener la más pálida idea de lo que fue vivir realmente el miedo de la época. Por muy potentes que sean, y aunque nos conmuevan mucho, seguro que vivir esas realidades —con el horror interrumpido por algún chiste, la desesperación en la que se mezcla la esperanza, el dolor suspendido por algún pequeño placer, porque la vida es así— no es igual a la sombra que se plasma en una novela. Cuando vemos una película sobre un evento histórico terrible, tenemos una experiencia muy dura durante cien minutos. Nos puede quedar rondando, podemos quedar muy afectados, pero la verdad es que salimos del cine, nos tomamos una cerveza y vamos a cenar. Los que viven eso no tienen la posibilidad de salir”.   

Últimamente siento que hablamos mucho de la literatura hecha por venezolanos que se publica afuera, y sobre todo de Karina Sainz Borgo y Rodrigo Blanco Calderón. Luego vamos a hablar de lo que se está escribiendo en la diáspora, pero comencemos por el origen de todo: ¿qué se está publicando en Venezuela hoy, en narrativa, teatro, poesía?

Aquí vivimos dos países intelectuales: la cultura del régimen y la de quienes lo adversamos. Un espanto, porque no nos mezclamos y escasamente nos comunicamos; quienes se mueven en ambos mundos supongo que son vistos con sospecha. Pero en literatura somos tres países. Está el de los escritores y editoriales oficiales, en el que no sabemos bien qué se publica. Luego está el país de los escritores que seguimos aquí, con casi ninguna posibilidad de publicar. Quedan muy pocas editoriales y no creo que publiquen más de dos libros de ficción o poesía por año. Se escribe un ensayo medio político, medio periodístico, que se publica mucho más. A veces pienso que son libros con fecha de expiración, porque la ola de los acontecimientos va demostrando que sus premisas no tenían mucho agarre. De ensayo propiamente dicho, análisis literario o historia se está publicando muy poco, a menos que tenga ese elemento “actual”. Finalmente está el mundo de los escritores venezolanos que viven afuera, que tienen una vida editorial normal, nunca fácil, pero que escriben y publican. 

¿Qué escriben esos tres países, ya no en términos de géneros sino de temas?

Los del régimen no suelen escribir narrativa realista, hasta donde sé, y si la escriben está inmersa en la doctrina oficial. He leído varias novelas históricas de algunos de ellos y, con excepciones, hablan sobre un pasado glorioso que nunca existió. Los opositores que viven aquí escriben novelas realistas, a veces demasiado para mí. Quizás son crónicas largas, más que novelas. Lo ficcional es una excusa para contar una experiencia, explicar el problema económico, social, médico, educativo. Los de la diáspora escriben también ese tipo de novelas, quizás haciendo énfasis en su circunstancia migrante, contando el extrañamiento en una suerte de literatura comparativa entre países. No siempre, claro: varios autores no son literales ni cronísticos, no explican cómo se arma la carpeta Cadivi ni que aquí se paga la gasolina con un cambur porque no hay efectivo, no escriben para asombrar a los europeos con nuestro neorrealismo mágico o nuestra “fábula del deterioro”, para usar el término de Miguel Gomes. Claro que no es lo mismo vivir aquí que verlo desde afuera. Tampoco es lo mismo vivir en Caracas que en Maracaibo, no es igual Cumaná que Lechería. Ni es igual ser venezolano y vivir afuera, sufriendo la diáspora, el ser extranjero, la xenofobia en algunos lugares, haber dejado la biblioteca, la casa familiar e incluso algún animal querido. Esas son experiencias muy dolorosas que no conozco y que estoy segura que no son menos graves porque sea fácil conseguir Harina Pan. Quizás lo único que nos une a los de afuera y los de adentro es tener la familia dispersa, experiencia que, ahí sí, no era nada venezolana. En cualquier caso, lo que sí he notado es el inmenso orgullo cada vez que un compatriota publica en una editorial reconocida, o cuando son publicados en otros idiomas. Creo que a los venezolanos que quieren leer sobre Venezuela les da igual si el autor está afuera o no. 

Siguiendo la línea de tus propios ensayos sobre el género, me pregunto si la memoria personal, la autobiografía o el diario están funcionando como recursos entre la gente allá para procesar la crisis, la transformación del país, el empobrecimiento individual y colectivo, el miedo. Yo sé que muchos emigrados se pusieron a escribir, empujados por la necesidad de entender y de contar lo que están viviendo. ¿Sabes si está pasando eso con los venezolanos de adentro?

Los manuscritos que he leído (poesía y narrativa) hacen mucho énfasis en contar lo que nos está sucediendo: la crónica y lo autorreferencial permean la narrativa, en una suerte de crónica autoficcional con elementos periodísticos; la poesía insiste en nuestros dolores. Es una literatura de mímesis y catarsis al mismo tiempo, a pesar de lo absurdo que pueda sonar. Para mí rara vez es agradable. Las novelas “explicativas” me cuentan lo que ya viví, y me aburren o me hacen revivir eventos tan dolorosos que el placer estético desaparece. Comprendo que todos necesitamos explicar y explicarnos lo que pasa, cosa que suele suceder en todos los países que han sufrido crisis, guerras, descalabros. Ahí están, sin abundar demasiado, el estudio sobre el lenguaje de Victor Klemperer, el psicoanalítico de Viktor Frankl o la Suite Francesa de Irene Némirovski, escritos prácticamente en medio del espanto o poquísimo tiempo después. Pero, como yo no entiendo qué pasó aquí, porque no hay explicación racional para el caos cotidiano, la enorme magnitud de la destrucción y, sobre todo, porque era innecesario desbaratar el país por poder o dinero, sabiendo que pudieron tenerlos sin crear este cataclismo, me complace que los escritores traten de encontrar sentido, origen y causas a la sistemática demolición del país. Pero eso no quiere decir que no sienta que muchas de esas explicaciones son demasiado esquemáticas y simplistas y que el asunto es mucho más complicado. Todos los fenómenos históricos son extremadamente complejos y jamás tienen explicaciones sencillas. A mí que me digan: es que Venezuela siempre ha sido así (y una analiza la historia y no ve ese correlato) o es que los venezolanos somos de tal manera (cuando los determinismos nunca me han convencido), o que me hablen de la oscuridad allá y la luz aquí, o que se pongan positivistas, no me funciona. No es solo que no esté de acuerdo con ciertos planteamientos aunque admire la manera en que se hacen, o el vuelo retórico, o la visión diferente; es que no me dicen demasiado. Claro que quizás soy yo y el problema no son los libros sino la lectora. Esto también va para el auge de la literatura autorreferencial que se está escribiendo adentro y afuera. Es otra manera de contar y tratar de comprender, relatando día a día cómo vivieron el desastre. Algunas veces siento que se dramatiza demasiado y que ha habido cosas peores, pero a lo mejor eso es una equivocación y hasta una injusticia de mi parte.   

¿Cómo es eso de que se dramatiza demasiado?

Mi familia vivió la guerra civil española, tengo amigos que vivieron la postguerra en Alemania, The Troubles en Irlanda del Norte, los ”años de plomo” en Euzkadi, las cruentas dictaduras de Chile y Argentina, el conflicto armado en Colombia. Algunas de esos eventos pueden parecer peores, pero no lo son. Cada tragedia es única y pavorosa para quienes la viven. Esto no es solamente una dictadura, es una tiranía en la que puedo decirte esto, que en otros lugares no podría, pero en esos sitios no tenían hiperinflación, o tenían hiperinflación, pero no escasez, o tenían escasez, pero duró menos tiempo, o duró más tiempo, pero no hubo destrucción. Esta es nuestra tragedia nacional, particular y personal y con eso no hay puntos de comparación. La vivimos y la sobreviviremos, antes de lo que pensamos, pero eso no significa que no nos haya cambiado la vida, que los años no se nos hayan ido luchando contra los monstruos cotidianos, que hayamos visto cosas que hubiéramos preferido no ver jamás, y que quizás se nos haga difícil olvidar la degradación de personas, lugares, instituciones, usos y costumbres. Es un problema heracliteano, el país que perdimos (por la ida o por el desastre) es irrecuperable. 

Con los cierres de librerías y el fin de la importación de novedades, más la dificultad de publicar allá, ¿cómo se está leyendo en Venezuela? ¿Mercado de libros usados, redes de intercambio? ¿Se aprovechan las bibliotecas que los emigrados dejamos atrás?

Fíjate que con tu pregunta me doy cuenta que nunca he pedido prestado un libro a los emigrados. Me sería difícil, las bibliotecas son algo muy privado y es delicado pedir un libro que uno sabe que duele tanto tener lejos. Casi todas las librerías venden libros usados, las que lo hacían antes y las que jamás lo habían hecho. Los precios me parecen demenciales. Aquí un libro usado cuesta lo mismo que un libro de bolsillo nuevo afuera. En cuanto a las novedades, el precio es internacional. Con los sueldos venezolanos, comprar un libro es un esfuerzo económico sustancial. Afortunadamente yo tengo una gran biblioteca, mi pareja otra, los amigos de aquí nos intercambiamos libros y los libros digitales solucionan mucho. Las bibliotecas universitarias, que tanto usé, están en el mismo estado que el país. 

Como investigadora de nuestra literatura y como venezolana que vive allá, ¿te sientes satisfecha con lo que nuestra literatura ha hecho hasta ahora para registrar, traducir lo que hemos vivido en estos años? ¿O crees que la gran literatura, o la gran novela, sobre la Venezuela devastada por el chavismo está todavía por venir?

Esa no es una pregunta para mí. No soy mujer de un solo libro. Nunca me ha convencido eso de que hay una novela (o un libro) que es el definitivo y el determinante para demostrar algo. Un libro es una visión, y la realidad suele ser múltiple, caleidoscópica, compleja y necesita muchos libros, películas y fotografías para entenderse. No creo tampoco en el concepto de la “gran novela”, que me parece que es algo muy de la literatura de Estados Unidos. Según tengo entendido, el concepto de la “gran novela americana” viene desde el siglo XIX y tenía que ver con explicar, casi pedagógicamente, cómo era Estados Unidos. Obviamente, esto está más vinculado a un deseo que a una realidad y la gran novela que explique un país sigue sin escribirse. Dicho lo cual y siendo contradictoria, elegiría una novela positivista y maniquea, Doña Bárbara puede explicar el gomecismo y también este desaguisado que nos ocupa. Para mí, ya lo he dicho otras veces, Doña Bárbara ganó las elecciones en 1998 y ahora manda Ño Pernalete. Todavía no hemos visto desaparecer El miedo, pero volveremos a ser Altamira.