“En Venezuela los editores de prensa que amaban el periodismo eran pocos”

Ewald Scharfenberg, director editor de Armando.Info, el portal de periodismo de investigación que reveló la red criminal de Alex Saab, habla del peligroso oficio que abrazó, sin nostalgias ni complejos de héroe

Ewald Sharfenberg en la sede de la revista Der Spiegel, en una conferencia con Can Dündar, periodista turco exiliado en Alemania

Foto: Körber Stiftung

En pocas cosas estoy de acuerdo con él, pero admiro hace tiempo a Ewald Scharfenberg. Respeto la manera en que trabaja, su firmeza que llega a la obstinación, cómo asume las consecuencias de ambas y hasta sus malas pulgas. Verlo recibir en Columbia una mención del premio María Moors Cabot (minuto 20 de este video) me confirmó en mi juicio.

En 2014, Scharfenberg fundó el proyecto de periodismo investigativo Armando.Info, y con su equipo convirtió la inquina que nos corroe en algo provechoso: ahora sabemos la asombrosa magnitud de cómplices y negocios turbios de nuestra cleptocracia. La gracia los mandó al exilio, pero nada que cejan en su labor. Es de agradecer: en mejores circunstancias hay quienes cacarean mucho pero hacen muy poco, si es que no meten la pata.

¿Cómo se convierte la corrupción en el centro de tu trabajo?

Con el cruce de dos parábolas. Una es mi trayectoria profesional. Hago periodismo desde los años 80, en tendencias, deportes, fui jefe de redacción de un dominical, de una revista sobre publicidad y mercadeo y de Exceso, que fue un primer intento de conjugar periodismo narrativo y cobertura impertinente de ricos y poderosos. Siempre me obsesionó el periodismo de investigación, la prueba cumbre del oficio, su decatlón. Entre 2006 y 2012 dirigí la franquicia venezolana del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), la organización creada por veteranos periodistas de investigación peruanos que se enfrentaron al fujimorismo. IPYS Venezuela debía promover la investigación y llevé al país a gurúes del oficio como John Dinges, María Teresa Ronderos y Daniel Santoro. Fue como un doctorado para mí. Y llegó el momento de pasar de las aulas a la acción, ante las ambiciones continentales del chavismo, los volúmenes colosales de dinero que la revolución manejó por el boom petrolero, la falta de escrúpulos y de respeto por las formas institucionales. 

Venezuela es quizás la historia más atractiva de América Latina. Había y hay que contarla. Pero a menudo lo importante no está a la vista y descubrirlo requiere las técnicas del periodismo de investigación. 

Es la segunda parábola: la conversión de Venezuela en una cleptocracia. No tengo data que lo respalde, pero creo que el chavismo ha dado pie al mayor traspaso de capitales en nuestra historia desde que, tras el colapso de la Gran Colombia, al amparo de un viejo decreto de Bolívar, se repartieron tierras y bienes entre los caudillos de la Independencia. Si entonces no hubo quien lo documentara, ahora sí: el país se puso a remate, una nueva claque de funcionarios y amigotes se hizo con los activos del Estado y con los negocios de la clase empresarial desplazada. Con ello se hipertrofiaron la corrupción, el amiguismo, el uso torcido de las normas para favorecer a unos y perjudicar a todos. Esa gran trama es la materia prima de Armando.info, prácticamente inagotable: cargamos con un balde de historias que se desbordan. 

¿No te parece un riesgo la apelación moral en la política? Lo han hecho todos los populismos.

Que la corrupción sea un lema político es signo de que cojean la contraloría y la justicia de una nación. Pero confieso que con frecuencia me pregunto, y lo hacemos en Armando.info, dónde está la línea que separa la cobertura de un caso relevante para la comunidad (como la que hemos hecho sobre Alex Saab) de una cruzada moralizante o una inquina personal. Nuestra labor es revelar y conectar evidencias, alcanzar convicciones sobre hechos, no condenar ni militar en causas. Nosotros hacemos lo que legitima socialmente a la prensa: la labor de contraloría y denuncia que la ciudadanía debería hacer pero no puede. Tocqueville decía que apreciaba la prensa más por los males que previene que por las bondades que tiene. Es un trabajo antipático. 

Para dar información «útil» o «enaltecedora» ya están las páginas amarillas o los folletos corporativos; nosotros debemos fijarnos en las verrugas de la sociedad para prevenir su multiplicación. 

Un periodismo vigoroso y libre que haga escrutinio de los poderes, constituidos o fácticos, es parte del marco institucional que una sociedad necesita para atajar las manifestaciones de corrupción que siempre habrá. Si no lo hacemos, somos otra institución del establishment. La distancia con el poder, la denuncia y el exposé son el corazón del trabajo periodístico. 

¿Cuál es la responsabilidad de los medios en una era donde cualquiera puede “informar”?

Una pregunta similar se hicieron hace veinte años dos periodistas y académicos, Bill Kovach y Tom Rosenstiel. La respuesta dio para dos libros y la voy resumir en una línea: lo que aún da sentido al periodismo es un conjunto de estándares éticos y, sobre todo, la disciplina del contraste y verificación de fuentes y datos. En otras palabras: la confianza y la credibilidad. Eso depende del trabajo que hagamos para convencer a los ciudadanos de que producimos información y textos más confiables y valiosos, más perdurables que los del bloguero, el influencer, el relacionista público y todos los que se hacen pasar por periodistas. Internet puso en crisis el modelo de negocios tradicional de la industria periodística, basado en los ingresos por circulación y publicidad, y terminó de aplanar el viejo orden. Antes comprabas un periódico y con ese objeto en la mano sabías, más o menos, a qué atenerte. Aún más: es muy probable que salieras de tu casa con el propósito deliberado de buscarlo. Ahora las portadas y apps de los medios son insignificantes. La verdadera portada son Facebook y Twitter, que te van a buscar. Y en ese batiburrillo masivo y homogeneizador de las redes ves pasar ante tus ojos, con la misma jerarquía, clickbaits, gatitos divertidos y titulares de la vieja gran prensa. Todo parece valer lo mismo. Eso desalienta. 

Siento a veces que me dedico a una artesanía destinada a desaparecer, sepultada por el alud de la información que los algoritmos distribuyen y que favorece la sed de chismes y escándalos. 

Quizás no importe, voy a cumplir sesenta años y puedo irme a pique con mi buque. Pero tengo socios y gente joven que trabaja conmigo, tienen ganas de perseverar y comparten mi apego a cinco consignas: hipótesis nítidas para las historias, documentación, validación, revelación y estándares éticos transparentes. A veces fracasamos en plasmar alguna y mientras nos mortificamos por apegarnos a ellas, otros publican historias populares y aclamadas. Es un precio que estamos dispuestos a pagar. Nuestra apuesta es a largo plazo: queremos la lealtad de un público más educado, crítico y consciente que valore la información confiable y relevante. No tenemos una criba para separar a los periodistas profesionales y creíbles, pero la diferencia puede venir de una conducta coherente y responsable. Y es lo que yo animaría a hacer a eso que llamas «los medios» y yo denominaría los emisores de contenidos periodísticos

Los grandes medios venezolanos colapsaron frente al autoritarismo, pero surgió un ecosistema de otros pequeños que han dado la batalla, ¿cómo lo explicas? 

Una vez le escuché a una colega venezolana una frase certera al respecto: la crisis no es del periodismo, sino de la industria periodística. En Venezuela los editores de prensa que amaban el periodismo eran pocos; a veces ni siquiera sabían de qué se trataba. Abundaron, sí, personajes llamativos, emprendedores, astutos, incluso con idea del valor de la primicia y olfato para ella, que entendían que controlar un medio influyente era un modo para amasar poder político y conseguir grandes ingresos por venta de espacios. Más nada. Preciso: eso no necesariamente los disminuye (siempre que se mantuvieran dentro de ciertos parámetros de honestidad). Hace falta talento para organizar un negocio rentable en torno a una empresa periodística. Pero les interesaba el negocio antes que la función social o el apostolado de la prensa. En la Venezuela puntofijista, un medio no vivía de la audiencia sino de la publicidad, y si sabías manejarte en cierto círculo de relaciones funcionabas con comodidad. Llegó Chávez con su campaña orgánica contra la prensa, y con él las presiones económicas, las exposiciones al desprecio público en medios oficiales, los juicios sin fin, la discrecionalidad en el suministro de papel. La comodidad, financiera y hasta física, se acabó. Algunos transaron. Otros tiraron la toalla tras resistir por un tiempo con rebeldía y coraje. Pero todos usaron sus medios como bocinas de rumores, como armas contra el Gobierno a voluntad de los dueños, en lugar de hacer periodismo. Así quedaron vulnerables, enajenados hasta del respaldo de sus propias audiencias. 

En aguas tan turbulentas solo podían llegar a puerto los medios que se apegaran a las normas del periodismo, hasta con cierto candor y siendo accountable, como se dice en inglés. 

Hay una gran diferencia con este nuevo ecosistema, en el que estamos Armando.info y otras plataformas. Somos medios creados y dirigidos por periodistas, queremos hacer periodismo, tal vez solo sabemos hacer periodismo, y entendemos que hacerlo supone unas posibilidades pero también unas restricciones: las del periodismo. Tal vez allí radique parte de nuestra resiliencia en medio de la hostilidad del proceso bolivariano. No podemos ocultar que nuestros medios, por lo general en línea y de reciente creación, son muy precarios en términos financieros, de recursos humanos, corporativos. Pero a veces me da la impresión de que los censores gubernamentales y los sicarios de la clase corrupta que se formó en torno a los negocios con el chavismo se sorprenden, y no saben muy bien qué hacer y cómo relacionarse con estas criaturas nuevas que sustituyeron a los medios tradicionales, con los que quizás ya tenían unos códigos para entenderse y hasta para intimidarlos. Y es porque somos unos bichos distintos que vamos a lo nuestro, que es el periodismo, y no tenemos pretensiones de ser magnates de una corporación mediática. 

Flanqueado por dos de sus socios en Armando.Info (Roberto Deniz a la izquierda y Joseph Poliszuk a la derecha) en la sede de Semana, en Bogotá

Foto: León Darío Peláez

¿Qué es periodismo de investigación y cómo se distingue de otras formas del oficio?

Escribió hace poco Alan Rusbridger, legendario exeditor de The Guardian, citando a un colega australiano, que hacer periodismo de investigación es como “jugar a la gallinita ciega con las navajas abiertas». Casi todos los periodistas asesinados cada año son corresponsales de guerra o periodistas de investigación. El periodismo no es para hacer amigos, pero con el de investigación casi inevitablemente ganas enemigos. Tu trabajo es destapar asuntos sucios de gente poderosa a la que, por supuesto, no le agrada. También le caes mal a algunas fuentes. Hasta tus propios colegas te rehúyen, pues los puedes meter en problemas con sus contactos. García Márquez dijo que todo periodismo correcto y honesto comporta algo de investigación. Pero en la academia lo que define el periodismo de investigación es que expone a la luz pública asuntos que el poder, formal o fáctico, busca ocultar. Esto es para mí lo más atractivo del oficio. Todos los demás géneros son reactivos: suceden ante un estímulo previo: una rueda de prensa, un evento, unas declaraciones. Pero la investigación depende de tu iniciativa, de tu voluntad y de eso que se ha llamado el olfato. Y debe sortear el influjo, cada vez mayor, de las narrativas y matrices que el poder quiere imponer desde sus oficinas de comunicaciones, influenciadores y cabezas parlantes. Va a contracorriente, de hecho, evita los lugares donde pululan los periodistas de noticias. Pero no quisiera victimizar a los periodistas de investigación, ni presentarlos como detectives con sobretodo caqui y sombrero tirolés. En esta especialidad no hay mucho heroísmo. Hay trabajo de carpintería que, con el uso de bases de datos como la que permitió los Panama Papers, por ejemplo, y aplicaciones electrónicas, supone pasar muchas horas frente a una pantalla. 

El ego, tan presente en los medios, puede ser monstruoso en esta cancha. Llegas a albergar la fantasía, hollywoodense, de que en tus manos está la caída de un presidente, el derrumbe de un imperio corporativo, el castigo de un criminal. 

Eso te puede llevar a cometer un gran error: hacer caso solo a las evidencias que favorecen lo que quieres comprobar y dejar de lado las que lo ponen en duda. Eso, que llamamos «visión de túnel», te puede pasar también si buscas hacer justicia o afligir a los poderosos en lugar de la verdad de los hechos comprobables. En Armando.info hacemos lo necesario para que esas pasiones no entorpezcan nuestra labor. No somos fiscales ni jueces ni activistas. Comprobamos hechos y los contamos como historias que, a nuestro juicio, resultan de interés público. 

¿Cómo entiendes este regreso de “la batalla comunicacional”?

El chavismo es un reality show de muchas temporadas. El relato es su principal campo de batalla, como para Trump o Berlusconi. Como no podían apelar a los mecanismos del gorilato latinoamericano, optaron por demoler la credibilidad de los medios. Y los propios medios del mainstream contribuyeron a ello con su conducta sectaria. Entonces se propaló que la prensa no era objetiva, que estaba en un bando y mentía. Hoy el gobierno de Maduro tiene la oportunidad de dedicar las fuerzas que antes usaba contra la Asamblea y Guaidó a neutralizar medios que molestan. Por ello está dispuesto a ir más allá. Pero liquidar un medio electrónico, que es intangible en cierta manera, y elusivo, no es sencillo. En Rusia, Cuba, China y Turquía tienen tiempo intentando hacerlo, así que no debe extrañar que sean soluciones rusas, chinas, cubanas o turcas las que Maduro importe ante el mismo reto. Es clara la genealogía rusa del intento del régimen venezolano para cuestionar a los medios independientes por su financiamiento extranjero. También es claro el origen chino de las acciones de bloqueo electrónico desde 2018. Es parte de un juego del gato y el ratón en el que nuestras pequeñas plataformas participan hace tiempo y que, me temo, se prolongará un tiempo más. 

¿Cómo llevas vivir fuera de Venezuela? ¿Qué extrañas? ¿Quieres volver?

A decir verdad, echo de menos muy poco. Mi mujer, mi hermana, mis familiares, mis afectos que allí quedan. Algunos productos: los lápices Mongol #2 o las galletas María de chocolate. Cuando decidí no regresar (en 2017), por la demanda penal que Saab introdujo contra mí y otros compañeros de Armando.info, Caracas ya se había vuelto muy hostil. Los caraqueños evolucionamos como unos seres horribles, agresivos y creídos. 

Esa postal de la ciudad con el Ávila majestuoso y las guacamayas al vuelo, por muy real y hermosa que pueda ser, desde hace tiempo no compensa los horrores del pavimento. 

Debo admitir que vivir en Bogotá me ha hecho bien, tanto como dejar mis libros, mis matas, mis discos y mi gata (lo decidí en medio de un viaje y solo llevaba mi maleta). A la postre ha sido terapéutico. Me atrevería a afirmar que todo el que haya dejado Venezuela, sea en circunstancias difíciles o más llevaderas, se nutre al presenciar otros modos de relacionarse con las cosas en un entorno que puede calificarse de normal. Por lo demás, no tengo ganas de volver. Siento que ya no estoy en una edad en la que pudiera parecerme atractiva la posibilidad de participar en un esfuerzo de reconstrucción del país que exija estar en el terreno muchos años antes de ver sus frutos. De momento me conformo con la certeza de que llevo suficiente Venezuela en algunos proyectos que tengo en mente y quisiera completar, así como hay suficiente Venezuela en algunas personas que me acompañan y me acompañarán, con las que comparto códigos, costumbres, recuerdos y hasta el habla de la Caracas en la que crecí. Cuento con ese país portátil.