¿En cuál ciudad vivimos?

Cada vez más vivimos en espacios “conurbados”. De eso trata este ensayo sobre lo real y lo ideal de los espacios urbanos hoy, y que ignoran quienes administran o aspiran a administrar nuestras ciudades

La Autopista Regional del Centro (aquí en la entrada este de Valencia, en una imagen del libro Valencia Cenital) es solo una arteria de un solo organismo urbano que conecta a Guatire con Puerto Cabello

Foto: Nicola Rocco ©️Archivo Fotografía Urbana

X es de Caracas. Desde que está en Miami siente la calma plana de este horizonte extenso en que todo es horizontal. Añora el pezón de la montaña que le anunciaba el valle al subir desde Guarenas para ir a visitar a su abuela en La Guaira o, ya en la Católica en la camionetica, buscar el Metro para atravesar el valle navegándolo a contracorriente y por debajo. Se casó, se mudó a Los Teques y mitigaba el hastío de esas colas imaginando que se sumergía en la ciudad a la que antes emergía. Vive en Broward, trabaja en Doral, ejercita en Hialeah y visita a los nietos en Kendall. Se pierde entre tanta autopista, todas eficientes pero ausentes. Aquí los carteles los escriben, pero en Caracas las señales se viven.

Z vive en Barquisimeto desde hace quince años. Comenzó a administrar la hacienda de su tío cerca de Cocorote justo cuando se casó. Iban a la ciudad cada dos semanas, a comprar o comer algo distinto. Nació el bebé y buscaron cercanía a médicos confiables. Se propuso explorar el negocio maderero cuando los expropiaron y solo les quedó la fruta. Pasa la semana entre los campos de Yaracuy, los galpones en Acarigua y los bancos sobre la Avenida 20. Cada día lo agotan más las malas carreteras, la inseguridad y las matracas. Las cuentas no dan para cambiar de carro. La camioneta se ha convertido en su resguardo, como la concha para el caracol. Pero ya no sabe quién lleva a quién ni a dónde ni a qué. 

T siempre ha vivido en Valencia. La pieza en casa de su mamá era pequeña, el barrio ruidoso y la zona peligrosa, así que cuando quedó embarazada metió los papeles para uno de esos urbanismos bonitos del comandante. «Van a hacer un tren y repartir neveras». No hubo tren ni neveras, ni más calma ni seguridad. Se levanta a las cuatro de la mañana y prepara algo. El marido desayuna antes de salir hacia Mariara, la hija mayor recalienta lo de los chamos y ella come al llegar al trabajo en San Diego o, los miércoles, en El Trigal. Se le va casi todo lo que gana en transporte, que pasa lejos y siempre va lleno. Pensaron volver al barrio cuando la hermana se fue a Perú, pero por lo menos esto es suyo. Lo malo es la caminadera. Y el dolor en la pierna. 

W alquiló un cuartico en San Antonio cuando la empresa redujo personal y le quisieron subir el alquiler de la casa en Ureña. Total, desde que se complicó el paso a Cúcuta por lo del puente, la mujer y las hijas no bajan desde San Cristóbal a comprar y la casa era demasiado grande. Ahora se rebusca como chofer y como conoce los trucos y paga, igual pasa, hace mercado, levanta una platica y cada sábado lleva algo a la casa. Se para en Capacho a visitar a la vieja y dejarle sus cositas. Casi mejor que ya no carga el camión de la compañía porque en su carcacha la guardia no lo fastidia tanto. Ahora que la mayor se va a Mérida y la menor termina el liceo, quizá las convenza de venirse a San Antonio y hasta consigan una casa. Quizá.

Ξ Ξ Ξ

Como todos y cada vez más, X, Z, A y W viven en ciudades diversas y dispersas que, conurbadas o no, son también continuas y la misma. 

Esta ciudad de ciudades integra lo edificado, lo rural y lo agreste como episodios entrelazados. Abundan los quiebres físicos, sociales y formales, pero solo las alcabalas o los peajes diferencian los vecindarios, municipios, estados y naciones, pues los límites jurisdiccionales no limitan enlaces reales percibidos y ejercidos con el vigor del día a día. Aun si se quisiera, pudiera o debiera confinar esa experiencia múltiple y abierta a alguna de sus piezas, sería casi imposible precisar cuál contiene esta forma y escala urbana que definirá la ciudad desde el siglo XXI.

En lo territorial, esta dinámica agrupa en sistemas de ciudades asentamientos de distinto tamaño, rango y carácter, cuya espacialidad la define lo geográfico y su carácter, los intercambios entre ellas, que amplían lo que cada una podría ofrecer por sí sola al desarrollo personal, familiar y social. Para aprovechar este brío se requiere proponer ideas y producir herramientas de gestión, coordinación y producción, tan audaces y novedosas como el propio fenómeno. Y para garantizar abastecimiento, comunicación, ordenamiento, interrelación y administración eficaces y coherentes de estas agrupaciones sin reducir las virtudes de su diversidad, esas propuestas pudieran incluir pero no limitarse a la creación de instancias de gobierno adicionales. Por años, la continuidad discontinua entre Boston y Washington se presentaba como ejemplo paradigmático de un sistema de ciudades, pero lo distinto y distante de sus circunstancias dificultaba la comprensión de una realidad que, como ha documentado Marco Negrón, está ya entre nosotros.

A pesar de la crisis y sus múltiples efectos, existe y crece entre Guatire y Puerto Cabello una megalópolis que incluye Caracas, Maracay, Valencia y sus áreas de influencia.

Sobre ella se han realizado (y archivado) proyectos, repetido (y olvidado) promesas, iniciado (y abandonado) obras, invertido (y malversado) recursos y desarrollado (y agredido) tierras. La dilapidación de este potencial revela, además de torpeza, inmediatismo, pereza, zancadillas y corrupción.

Una ignorancia del peor tipo, pues indica falta de conocimiento y de interés, que ya es casi endémica. Con la complicidad de autoridades, inversionistas, profesionales y ciudadanos, sólo ha demostrado ser capaz de convertir oportunidades en calamidades y sumas en restas.

En lo urbano, la complejidad de algunas ciudades o de la interdependencia entre varias, genera áreas metropolitanas. En ellas se congregan personas, instituciones, actividades e instancias administrativas tan variadas como los actores y factores que en ellas disfrutan y alimentan opciones de vida diversas e intensas. Pero esa variedad de propósitos y enfoques incrementa también las posibilidades de conflicto, y toca entonces concebir e implementar mecanismos políticos, técnicos, económicos, prácticos y ciudadanos de relación, mediación y encuentro entre esos agentes para impulsar las virtudes y mitigar los problemas de esos intercambios cotidianos.

Aunque en el mundo hay tantas áreas metropolitanas como modelos para su gestión, en Venezuela solo contamos con la propuesta del “congresillo” como previsión metropolitana. Tan mezquina que desoyó varias y variadas ideas de distintos sectores; tan confusa que equiparó Caracas y el Alto Apure pero obvió la existencia de otras áreas metropolitanas en el país; tan ineficaz que solapó e invadió competencias municipales y dejó otras al control central; tan lerda que desmontó instancias sin definir metas ni tomar previsiones económicas ni técnicas; y tan inútil que ni siquiera ha esclarecido su nombre, pues aún muchos llaman “Mayor” a la Alcaldía Metropolitana. Sin ser excusable, es hasta comprensible que tanta ineptitud promoviera gestiones tan fallidas y que, como nunca se pensó en la ciudad más que para acumular poder sin afirmar, teórica y prácticamente, el poder de la ciudad, al perder control sobre ella se la ahogara hasta abolirla

Un Plan Ciudad necesita entender —y atender— la lógica, problemas y ventajas de los sistemas de ciudades y las áreas metropolitanas.

Y más cuando asistimos a una nueva confrontación entre quienes pretenden dominarlo todo y quienes reaccionan reaccionariamente. Así se elude la discusión profunda de un tema fundamental para la vida de un país quebrado desde hace ya demasiados años. Cada parte y con igual desdén, busca invadir o simula defender espacios que asume como su coto, azuzando miedos y manipulando medios. En la esterilidad de este proceso, cada una reduce su planteamiento a un feroz pero vacuo enfrentamiento. De este modo, y con banalidad alarmante si no criminal, se evita —por ejemplo— siquiera mencionar el vaciamiento físico, moral, intelectual y emocional del país por las migraciones y el confinamiento, referirse a cómo ese vaciamiento ha cambiado y seguirá cambiando nuestra concepción y uso de la especificidad física y la porosidad práctica de los lugares que habitamos y, más grave, asumir todo lo que toca pensar y acometer para manejar condiciones ya presentes y otras previsibles. 

En lo más práctico, comprender y asumir esta escala de interdependencia metropolitana es indispensable para garantizar que funcionen plenamente tanto cada componente y ciudadano como esa otra entidad que conforman al integrarse, con más y mejores virtudes que las individuales. 

En lo fáctico, para ordenar la conectividad física y digital en, desde y hacia la región, la suficiencia de servicios, la previsión de mercados, la disposición de desechos, la existencia de centros médicos aptos y cementerios dignos y el fomento de la cultura en todas los niveles, expresiones y medios.

En lo social, para que cada familia sea libre de elegir dónde vivir entre una variedad de enclaves con carácter propio y provisión equitativa de modo comparable y según su plan de vida, sin que su capacidad de pago la destierre a destinos que solo inducen  violencia pues no producen arraigo alguno.

En lo vocacional, para que cada sector defina y ordene su desarrollo según lo que entiende que la identifica, pueda concentrar sus recursos y esfuerzos en alentar esa especificidad, y la complemente con otras ofertas en la región que comparte y a la que aporta los matices de su particularidad.

En lo económico, para que, promocionando ese concierto de especificidades, se estimule la competencia entre actores públicos y privados, y su dedicación a construir ambientes de mayor calidad y mejor diversidad, que atraigan actividades e inversiones, generen empleo y apuntalen el crecimiento.

En lo político, para que los mapas reflejen las escalas de organización, con entidades a escala regional (llámense estados, departamentos o provincias), en las que los sistemas de ciudades y áreas metropolitanas (como distritos, condados o cantones) contengan secciones de menor escala y mayor especificidad (¿municipios, concejos, ayuntamientos?), cada una con comunidades (parroquias, barrios, comunas) física, funcional e históricamente reconocibles, todo para articular y reforzar la descentralización mediante instancias conceptual, legal y realmente obligadas a concertar.

Para, como objetivo ético, estimular las interdependencias coordinadas como sustento, fomento y manifestación de una cotidianidad ciudadana, definida por el respeto sincero a los derechos y por el cumplimiento cierto de los deberes de todos y con todos, para operar así como vivencia concreta y diaria de la fluidez democrática.  

Toca a los ciudadanos contrarrestar el extravío del discurso proselitista —y su obstinación en seguir imponiendo sumisiones, profundizando divisiones y negando realidades— con ideas quizá atrevidas pero claras, cuya prioridad sea no solo la preservación de lo que hay sino la procura de lo posible.  

El reto es lograr que esos territorios crecientemente permeables, de modos profusos y orden difuso, se intensifiquen y se amplíen, pero sin deshacerse en el desconcierto confuso de fatigas vejatorias, segregaciones vergonzosas y amasijos anónimos que nos va resignando, abatidos, al fracaso repetido.

Sabemos que evitarlo es tan mandatorio como complicado, pero ¿sabemos qué dice una ciudad?


Este ensayo es el cuarto de la serie Notas preliminares para un Plan Ciudad.