Hablar de Héctor Torres (1968) era hablar de ficción —breve o larga—, de crónica urbana o de la vida de otros. En la novela La Huella del bisonte (Norma, 2008) una versión tropicalizada de la Lolita de Nabokov sigue caminando por la cornisa de lo moralmente condenable, y en la trilogía de crónica compuesta por Caracas muerde (2012), Objetos no declarados (2014) y La vida feroz (2016), nos sentimos presas de una ciudad que cautiva y acecha a partes iguales. Pero ahora, en Presencias extrañas (Ediciones Puntocero, 2022), el autor nos abre la puerta a un espacio hasta ahora inexplorado: su propia vida.
Con un ego contenido y un ritmo narrativo que engancha hasta a una generación que no vivió sus mismas experiencias, Torres repasa sus cincuenta años sin alardes, un poco atormentado por lo que no fue, pero agradecido por lo que sí pasó y le valió para escribir esta serie de ensayos. Con ellos, los que el lector revive sus propios anhelos y hurga en su propio pasado para descubrir cuáles son aquellas presencias que lo hicieron ser quien ahora es.
Presencias extrañas es un libro sobre el pasado —el de Héctor, el de todos— pero está concebido sin detenerse en arrepentimientos ni vanagloriarse por victorias. Estas historias, a veces interconectadas, a veces autoconclusivas, son el resumen de un hombre tan diferente como el resto de los hombres comunes.
Todos un día debemos mirar para dentro y Presencias extrañas es el producto de ese esfuerzo íntimo de Héctor Torres. “El título alude a la necesidad de atravesar la vida teniendo presencias entrañables que le den a uno sentido e identidad. Pero la verdad es que uno atraviesa la vida acompañado temporalmente por presencias ajenas y es curioso cómo nuestro sentido de identidad se cincela a partir de lo ajeno y lo ajeno se manifiesta de mil formas. En ese pasaje donde me pregunto ‘¿cómo es posible que alguien tan entrañable como mi abuela sea una perfecta desconocida para mis hijos que son seres entrañables para mí también?’ revelo mi intención de preguntar: ¿cómo esos eslabones de afectos, de certezas, de compañía son medio fantasmagóricos y como hay que vivir con eso? Vivimos permanentemente despidiendo amigos, amores, hábitos. Entonces, vivimos todo el tiempo acompañados por momentos, personas y cosas de las que nos tenemos que despedir”.
¿El pasado siempre está presente?
El futuro también. Joseph Campbell dice que cuando puedes vivir libre del miedo, la ansiedad y la expectativa, allí comienza realmente la aventura de la vida. Libre e inocente de todo. Inocente de pasado e inocente de futuro. Porque vivimos permanentemente buscando referencias del pasado para actuar ahora o pendientes del futuro para actuar hoy. Entonces el único tiempo que existe, el presente, lo vivimos quemando —cual cartuchos— por vivir en el miedo, la incertidumbre y la esperanza. Es curioso que lo que nos sujeta a la vida, como el miedo y la esperanza, es lo mismo que nos hace quemarla sin vivirla en el presente.
¿Cómo decidiste qué fragmentos de tu vida contar?
Fue un asunto, sobre todo, intuitivo. Mi método de escritura consiste en encontrar algo que nuclee de forma muy poderosa un sistema de imágenes, algo que me permita desarrollar ideas, y a partir de allí crear una historia, que tenga un efecto deseado. No me interesaba tanto preguntarme si recordaba exactamente cómo había ocurrido, sino volver a esas anécdotas que siempre estuvieron dando vueltas en mi cabeza. Contar una vida en estaciones y los momentos que me ayudaran a contar esas épocas.
Recordar viene de latín re-cordis, volver a pasar por el corazón. De ser así, ¿qué tan fiables son las palabras para expresar esa sensación de ir al pasado? ¿Se puede expresar aquella punzada en un órgano vital?
Es muy difícil que las palabras expresen lo vivido. Por eso defiendo que Presencias extrañas no es un libro de memorias. Son relatos sobre la vida, son ensayos sobre la vida que utilizan la narrativa como mecanismo para expresarse, pero yo estoy clarísimo de que los textos basados en hechos reales son recreaciones, representaciones. No son la vida, no hay manera de sujetar la vida con palabras y menos con palabras escritas, que son tan ambiguas, tan imprecisas.
Los recuerdos son dinámicos. Cuando uno piensa en las experiencias pasadas se da cuenta de cuánto ha cambiado, a veces de forma tan radical que uno no da cuenta de que se trata de la misma persona. ¿Cuántas vidas caben en una vida?
Esa pregunta también me la hago yo. Hay teorías que metaforizan el asunto de los universos paralelos, que se preguntan cuántas personas pudiste ser en cada momento que tomaste alguna decisión. Esa teoría, aunque está en el ámbito de la física, es increíblemente poética; es el hecho de que ante cada decisión que tomaste, tu vida se ramificó y tomaron caminos distintos. Como representación simbólica es muy real, porque eso es lo que vamos siendo: la vida nos va convenciendo de roles, de representaciones y en la medida que vas asumiendo cosas y caminos, el entorno te va imponiendo algo y tú terminas aceptándolo. Sea la condición de víctima, sea la condición de celebridad, es una condición que escapa de ti.
¿Cómo es posible que el lector pueda identificarse con textos tan personales? ¿Qué cosas crees que son aquellas en donde todos coincidimos, independientemente de nuestras vivencias?
La magia de la literatura es que se basa en emociones que todo el mundo tiene y que todo el mundo conoce. La única manera de yo explicar lo que sentí es apelar a que tú recuerdes lo que tú sentiste. Todos venimos con un conjunto de sensaciones que utilizamos según las circunstancias que nos toque. El duelo, el anhelo, la alegría, la victoria, la derrota, la separación, el encuentro son emociones que todos hemos vivido, entonces el reto es sugerir estados emocionales para que el lector complete el periplo a partir de sus propias experiencias. Hablar de un duelo es hablar de todos los duelos.
¿A qué crees que se deba este auge por lo autobiográfico que estamos viendo en cursos, talleres y publicaciones?
Cuando todo es tan cambiante, necesitamos fijarnos en el tiempo y en el espacio, porque de lo contrario nos extraviamos. Es la necesidad de saber quiénes somos en medio de esto y cuál es nuestra historia, mientras el discurso oficial busca dinamitar el sentido que una sociedad tuvo de sí misma.
El Héctor Torres que la gente más conoce, el escritor, es el que menos está presente en el más biográfico de sus libros. ¿Por qué?
Ulises Milla, mi editor, me decía que la parte de hacerse escritor era importante y creo que fallé un poco en eso. Pero ser escritor es un poco el resultado de lo que soy, y al ubicarme en el tiempo —la única manera de explicarme— se entiende al hombre que se dedicó a escribir. El mundo tiene bastantes memorias maravillosas de escritores sobre su maravillosa vida de escritor; en la vida de un outsider, un tipo más bien melancólico, no había mucho espacio para hablar de la literatura más que como en ese lugar en que se reunían la derrota y la soledad. Y eso está presente de alguna manera a través de las anécdotas.
¿Sientes que este libro fue una especie de catarsis?
Siento que lo necesitaba para estar en paz con las ausencias. La migración de los seres queridos y la muerte son cosas muy presentes en el venezolano, pero después descubrimos que la muerte física que todos lloramos es apenas una de las tantas muertes que continuamente estamos viviendo. Se mueren ilusiones. Convivimos permanentemente con fantasmas de lo que pudo haber sido y no fue, entonces la necesidad de hacer ese inventario de fantasmas y preguntarnos qué nos dejaron dio pie al libro.
En Caracas muerde y Objetos no declarados haces la crónica de una ciudad voraz que esconde en sus esquinas desazón y alegría, pero en Presencias extrañas el entorno está muy solapado bajo la intimidad del protagonista. ¿Cuánto influye el sitio donde estemos en la configuración de nuestra memoria?
Fíjate que la intención de retratar Caracas era un poco una necesidad de buscarte a ti mismo, porque la ciudad donde vives, y cómo te mueves en ella, son cosas que también te hacen. No le vi sentido a volver a eso, sino que busqué otras formas de encontrarme. Igual debo decir que mis crónicas no existirían sin esa mirada interior y desde el interior. Creo que en Presencias extrañas el entorno está allí, la ciudad también está descrita en esas vivencias. Caracas conforma el entorno inevitable de lo que soy.
Ya que estos relatos no son del todo autobiográficos, ¿por qué decidiste esta vez optar por la crónica y no por la ficción?
Tengo severos problemas con esa taxonomía de los géneros. Yo considero que los géneros, más que un asunto técnico que uno pueda señalar con características, obedecen a cuáles expectativas producen en el lector. Este libro tiene una sensación de crónica, más no necesariamente obedece estrictamente a hechos de la realidad; si les cambio los nombres a los personajes y no digo que soy yo, sería una novela. Una novela fragmentada de la vida de alguien.
Un fragmento dice: “La memoria de nuestros mayores nos pertenece. Nuestros intentos de prosperar son una extensión de ellos. Por eso se alegran con los logros de la descendencia. Saben que en esa evolución se cuela algo de su propia vida”. ¿Cuál sería ese recuerdo que quisieras que pase de generación en generación?
Vengo de una familia en cuyo panteón no había literatos ni artistas, entonces creo que haberle hecho ese pequeño piso a la generación que viene es abrirle posibilidades, creo que ese sería una suerte de legado.
El protagonista de Presencias extrañas rememora con mayor asiduidad momentos en que fue invadido por la duda, el desasosiego y la culpa. ¿Crees que solo vale la pena recordar los baches en las partes lisas del camino?
Eso es muy personal. Puede ser porque soy muy ambicioso, pero vuelvo la vista atrás y no encuentro grandes méritos, grandes logros. Sí mucho alivio, pero me pareció que al ir atrás buscando logros no había mucho de dónde agarrarse. Ahora bien, no es por atormentarse con aquello que no pudiste resolver, pero inevitablemente llega ese sentimiento de que se pudieron haber hecho las cosas mejor, es inútil pero inevitable.
¿Se puede extrañar algo que nunca fue?
Sí, cómo no. Uno lo hace con mucha frecuencia. Creo que el fantasma más doloroso es la nostalgia de lo que no se vivió, porque te atormentas con unas imágenes que son puramente productos de tu imaginación, de tus deseos.