1945, el fin de la concordia

El domingo 18 se cumplen 75 años del golpe de Estado que acabó con el gobierno de Isaías Medina Angarita, un evento que sigue revelando lecciones sobre su efecto hasta nuestros días

El gabinete de Medina Angarita en 1943: entre otros, ahí estaban Arturo Uslar Pietri, Gustavo Herrera y Juan de Dios Celis Paredes

Hace setenta y cinco años el poder cambió de dueño en Venezuela y se puso fin a la concordia. Históricamente se conoce como el 18 de octubre de 1945, aun cuando fue al día siguiente que se instaló la llamada Junta Revolucionaria de Gobierno integrada por civiles y militares, luego de largos enfrentamientos en Caracas y Maracay. El presidente Isaías Medina Angarita decidió rendirse a las diez de la mañana del 19 de octubre ante los líderes de la juventud militar. Hubo muertos, heridos, daños materiales a instalaciones militares y saqueos a las casas de los principales jerarcas del régimen caído en desgracia. Queda todavía por responder la pregunta de por qué no se tomaron acciones para controlar las unidades insurrectas a fin de evitar que se consolidara el alzamiento militar en contra del gobierno. Es inexplicable también que ningún alto funcionario dejara oír su voz a través de la radio para movilizar a la colectividad frente a los golpistas.

En lo que respecta a que si de verdad fue una revolución, pareciera que no tiene ningún sentido pronunciarse sobre ello, pues según lo que hemos visto, una revolución es prácticamente cualquier cosa, aunque en este caso, a no dudarlo, fue una ruptura con la institucionalidad y la condena a todo lo pasado. Se trata de uno de esos hechos controversiales que se debaten por años sin que por supuesto se llegue a un acuerdo sobre su verdadero significado y trascendencia. 

Isaías Medina Angarita fue elegido por el Congreso en 1941 por un período de cinco años, sin posibilidad de ser reelecto para el período siguiente. Venezuela venía de cuatro décadas de paz casi absoluta, a pesar de sufrir por muchos años los sinsabores de la cruenta dictadura gomecista y un gigantesco atraso económico y social. Medina fue un general civilista a pesar de su formación en la Escuela Militar, que gobernó con algunos de los venezolanos más ilustres de su tiempo. Se había quitado el uniforme, como su predecesor, el general Eleazar López Contreras. Ser un gobernante civilista creyente en la construcción del sistema democrático supuso fundar un partido político con su propio programa, el Partido Democrático Venezolano (PDV), mediante el cual sus seguidores participaron en las elecciones, y defendieron y divulgaron las políticas del gobierno.

Medina Angarita gobernó en el período correspondiente a la terrible Segunda Guerra Mundial. Este no es un hecho menor porque en Venezuela fueron tiempos de escasez, de alto costo de la vida, de dificultades en las importaciones y exportaciones. Para la época no se hacían encuestas, así que no podemos saber con exactitud qué tanta aceptación popular tenía el general Medina y su gobierno; pero si revisamos los resultados electorales y vemos los testimonios, manifestaciones públicas, fotos y crónicas de la época, nos damos cuenta de que contaban con una gran legión de seguidores de todos los estratos sociales. En las elecciones municipales y de asambleas legislativas los opositores tenían la oportunidad de participar y ganar. Incluso hubo impugnaciones de elecciones en las cuales se reconoció la derrota del PDV y el triunfo de la oposición. 

Este partido llegó a aliarse electoralmente con grupos de izquierda, dándole al gobierno una mayor base electoral, lo que fue motivo de resquemores entre los sectores más conservadores de la sociedad, aunque en esa época los acuerdos con los gobiernos fuesen frecuentes en el continente, para mostrar un frente común contra la conocida alianza del Eje. Sin duda, la creación del sistema de partidos políticos modernos en Venezuela es obra del gobierno de Medina. En su gobierno se legalizaron Acción Democrática, PDV, Unión Popular, Partido Comunista y Acción Nacional. El sistema de partidos avanzó muy rápido en un breve tiempo. 

El Congreso en 1943 aprobó una novedosa Ley de Hidrocarburos, criticada abiertamente por Acción Democrática en los debates parlamentarios. Esta Ley estuvo parcialmente en vigencia hasta el año 2002 y demostró ser el instrumento idóneo y necesario para administrar las concesiones petroleras en el país. Con motivo de la Ley de Hidrocarburos las empresas concesionarias accedieron a construir refinerías para que el petróleo fuese refinado en territorio venezolano. Ahora, esta Ley no fue totalmente derogada con la Ley de Nacionalización Petrolera de 1975, cuya iniciativa recayó sobre un gobierno adeco, algo realmente sorprendente. El Reglamento de la Ley de Hidrocarburos publicado en 1943 no ha sido derogado expresamente, aunque su aplicación es muy limitada. Se trata de la última reglamentación detallada de la legislación de hidrocarburos líquidos en más de siete décadas en Venezuela. 

El mismo Congreso aprobó la primera Ley de Impuesto sobre la Renta en 1942 y el Código Civil del mismo año, así como la Ley de Reforma Agraria en 1945. Eran parte de las bases legales e institucionales de la Nación que se venían construyendo seriamente desde 1936 con el gobierno de López Contreras. 

Un ensayo de democracia

En efecto, en la Venezuela de 1936 a 1945 hubo un ensayo de democracia que se alejó de manera gradual y progresiva del gomecismo y dio cabida a nuevos grupos, partidos y personalidades en la política y en los movimientos sindicales y gremiales, incluso con la creación de Fedecámaras en 1944.

Ese ensayo democrático se detendrá en 1945, el día de octubre en que un golpe de Estado les dio el poder a unos y a otros los lanzó al exilio, a la cárcel, a la persecución y al olvido.

Los epítetos descalificadores sobre el régimen medinista que lo señalan de dictadura, autocracia, cleptocracia, gobierno hegemónico, gobierno gomecista, no resisten un análisis serio y se han ido derrumbando con el transcurrir de los años y el apaciguamiento de las pasiones políticas. 

En 1945 los verdaderos grupos de poder eran el lopecismo, el medinismo (ambos unidos en el PDV), Acción Democrática y un sector de la juventud militar representado en la Unión Militar Patriótica. En la Venezuela de 1945 nadie sabía la importancia de este grupo de militares, pero en octubre se llegó a saber. El medinismo y el lopecismo se fracturaron ese año con la creación de la Agrupación Pro-Candidatura Presidencial que postuló al general López Contreras para enfrentar en el Congreso al candidato oficialista Angel Biaggini en las elecciones presidenciales de 1946. Era incierto el resultado de las elecciones por el enfrentamiento de los medinistas y lopecistas y la neutralidad de AD, aunque el medinismo tenía mayores probabilidades de triunfo. Los comunistas tenían alguna relevancia sobre todo en las organizaciones sindicales y concejos municipales, no así en el Congreso. Claro está que ya en 1945 se venía hablando por una década de que el presidente de la República tenía que ser electo por el pueblo y no por el Congreso, como establecía la Constitución. Era una aspiración nacional o por lo menos así la promovió hasta el cansancio la oposición al gobierno. Llegó la reforma constitucional de ese mismo año y no se aprobó la elección directa y universal del presidente, sino que el presidente iba a continuar siendo electo por el Congreso, que hasta ese momento era elegido por los concejos municipales y las asambleas legislativas de los Estados. 

Pero como la política siempre trae sorpresas, en Venezuela tenemos este increíble caso que ocurrió apenas culminada la Segunda Guerra Mundial, donde grupos políticos de derecha e izquierda atacaron a un gobierno por todos los medios conocidos. Tras varios años de ataque continuo —respetable y tolerable en cualquier sociedad moderna—, se lo derroca, no sin que antes la oposición acordara con el gobierno apoyar a un candidato presidencial de larga figuración gomecista, Diógenes Escalante, quien lamentablemente enferma sin poder ser electo por el Congreso. Es el tristemente célebre pasajero de Truman, como lo bautizó Francisco Suniaga en su novela. 

No obstante, el reclamo sobre las elecciones presidenciales no era una bandera de la juventud militar que estuvo en ese golpe de Estado, era de los civiles representados en AD, el principal partido de oposición. Estos militares querían llegar al poder para adelantar sus programas de desarrollo nacional, lograr reivindicaciones económicas y la modernización en su seno, replantear la política de ascensos y, por sobre todo, poner a las Fuerzas Armadas en el centro del poder político, del que Medina Angarita las mantenía alejadas. 

Tampoco podemos dejar de reseñar que los hechos de octubre se precipitaron de una manera inusual, puesto que en el mes de septiembre se descarta la candidatura de consenso de Escalante y al mes siguiente es depuesto Medina Angarita, una vez designado Angel Biaggini como candidato presidencial del PDV. No hubo mayor tiempo de discusiones ni un claro interés de la oposición al gobierno para tratar de solventar la crisis de la sucesión presidencial y así evitar la ruptura y la violencia del 18 de octubre. 

La ruptura sin componer

Es lógico pensar que para muchos demócratas de esa época era importante que el pueblo venezolano eligiera al presidente de manera directa y universal, y ello era una extraordinaria bandera política para quien la asumiera, pero también hoy creemos que el simple hecho de elegir a un presidente cada cuatro, cinco o seis años no es democracia. Democracia es mucho más que eso, empezando por la elección de todos los representantes del pueblo en elecciones y no sólo del presidente; el apego a las leyes; la rendición de cuentas de los gobernantes; el funcionamiento de las instituciones; la promoción del diálogo y el debate de las ideas; la negociación política; el respeto a los grupos minoritarios; la tolerancia al disenso; la observancia de la separación de poderes; la alternabilidad en el poder. En países del llamado primer mundo como España, Estados Unidos, Italia y Reino Unido, el pueblo, aún hoy, no elige a su presidente o a su primer ministro de forma directa sino en elecciones de segundo grado o de forma indirecta. Por ejemplo, en el sistema parlamentario británico, el electorado elige a los miembros del Parlamento que representan a sus regiones. Así, el partido con más bancas forma un gobierno y su líder es nombrado primer ministro. Sería impensable que en estos países tan avanzados y con instituciones consolidadas se derrocase a un gobierno en razón de que se considerase que su régimen electoral no es lo suficientemente democrático.

Como cualquier político en el poder, el general Medina cometió errores. Veamos grosso modo los más graves. Se alejó de las Fuerzas Armadas por identificarse con los civiles. Impuso la candidatura presidencial de Biaggini a través del PDV para las elecciones de 1946, quien no contaba con grandes apoyos políticos, una vez que el candidato Escalante sale de la escena. Se empeñó en que su sucesor tenía que ser un civil originario del Táchira. Se alejó del general López Contreras, personaje de primera figuración y líder de parte importante de su base política. La reforma constitucional de 1945, independientemente de no incluir la elección directa y universal del presidente, no alcanzó a los analfabetas. En esta misma reforma, a las mujeres únicamente se les dio el derecho de elegir a los concejales y a los hombres de elegir a los diputados, ambos de forma directa en elecciones uninominales. De sus errores, si alguno fue determinante en el derrocamiento de su gobierno fue el no haber considerado las aspiraciones de la juventud militar, pues su actitud frente a las Fuerzas Armadas lo mantenía casi ajeno a esa realidad, siendo las Fuerzas Armadas, y en particular el Ejército, parte esencial de su respaldo. 

Acción Democrática asumió grandes riesgos al aliarse con la juventud militar en el golpe. Primero, porque derrocó a un gobierno legítimo creando un clima de inestabilidad política y social, pero también porque se expuso a ser devorada por las ambiciones de sus socios militares. AD puso en peligro su propia sobrevivencia y la del sistema democrático al acceder durante el período 1945-48 a que jóvenes militares asumieran posiciones de poder tanto en el ámbito civil como en el militar.

Al cabo de apenas tres años, se demostraría cuán ambiciosos eran la mayoría de esos militares cuando ocurrió el derrocamiento de Rómulo Gallegos en noviembre de 1948. La propuesta del PDV era que en las elecciones de abril de 1951 el presidente sería electo por la voluntad popular en elecciones universales y directas; no faltaba mucho tiempo si tomamos en cuenta que Gallegos fue electo en diciembre de 1947.  

La clase política que acompañó a López y a Medina se disgregó por mil caminos a partir del golpe de 1945. El medinismo y el lopecismo no pudieron participar en las elecciones de 1946 y 1947, fundamentalmente por la ilegalización del PDV y la persecución de sus principales líderes. Eso dejó el camino libre a Acción Democrática, que le ganó abrumadoramente a los recién creados URD y Copei, y al Partido Comunista. 

Este golpe de Estado cambió el mapa político por completo. Medina muere en 1953, dejando sin liderazgo a su movimiento político. Carlos Delgado Chalbaud y Mario Vargas, dos de los más destacados líderes militares octubristas, fallecen en 1950 y 1949, con lo cual el poder dentro de las Fuerzas Armadas y en el gobierno recae en Marcos Pérez Jiménez de manera casi absoluta hasta que es derrocado, en enero de 1958. El Pacto de Punto Fijo rige en el país al final de esa década, y Rómulo Betancourt —fundador de Acción Democrática y presidente de la Junta Revolucionaria en 1945— está a la cabeza de ese nuevo ensayo democrático a partir de 1959. Cuarenta años después enterramos tristemente ese período.

La concordia era esa particular condición de la que disfrutaron los venezolanos durante el gobierno medinista, en el que no hubo perseguidos, ni presos políticos, ni desterrados.

Eso en la Venezuela de 1945 era algo inédito, considerando la larga historia de injusticias y dictaduras en el país. Hubo en el período 1941-1945 respeto a la libertad de expresión, de prensa, de asociación, a la propiedad, a la iniciativa privada. Había tanta libertad que en la pequeña ciudad de Caracas, de trescientos mil habitantes, donde todo el mundo se conocía, los adecos se reunían con los jóvenes militares para conspirar. 

Ahora, a la luz de nuestra historia contemporánea, nunca tuvo tanta vigencia el símbolo de paz y unión de la plaza La Concordia en Caracas, inaugurada en 1940 sobre las ruinas de la tenebrosa cárcel de La Rotunda demolida en 1936, recordatorio para los venezolanos de los padecimientos a manos de las ominosas dictaduras. A partir de 1945 ha sido una constante la persecución política, con o sin razón, en mayor o menor grado, hasta hoy, en 2020. Sin lugar a equívocos a Venezuela le urge recuperar la concordia, el respeto, la tolerancia, que una vez tuvo.