Pasado y presente de la Ciudad Universitaria de Caracas

El derrumbe del techo de una de las caminerías de la UCV desencadenó otra ola de dolor colectivo. Es momento para recordar la historia de esta joya de Venezuela… y de pensar en su futuro

Como con tantas cosas en Venezuela, el grado en que la UCV ha tenido que depender del Estado ha sido un factor clave en sus logros y fracasos

Foto: Paolo Gasparini

El techo se nos vino encima. Se desplomó la cubierta de uno de los pasillos de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Ese que arranca en el estacionamiento y llega hasta la llamada “Tierra de Nadie”, frente a la Facultad de Humanidades y Educación. La lluvia que cayó sobre Caracas el miércoles 17 de junio de 2020 lo derribó. Más de sesenta años llevaba allí, pero la acumulación de agua y, sobre todo, la falta de mantenimiento, acabaron con él. 

La noticia generó conmoción en las redes sociales. Los ucevistas nostálgicos difundimos las fotos por la web lamentando el desastre. Aprovechamos para denunciar la situación que atraviesa nuestra casa de estudios, porque ese derrumbe sólo es la punta del iceberg. Todos lo dijimos: la imagen sintetiza el estado en el que se encuentra la Universidad desde hace varios años. La Ciudad Universitaria de Caracas, nuestra ciudad, enfrenta múltiples problemas que van desde filtraciones en sus estructuras hasta las funciones de las autoridades. Deserción, burocracia y carencia de presupuesto son los fantasmas que rondan el complejo diseñado y construido bajo la lupa de Carlos Raúl Villanueva, el gran alarife de nuestra UCV.

I

El acta de nacimiento de la Ciudad Universitaria de Caracas está fechada el 2 de octubre de 1943. Es un decreto del presidente Isaías Medina Angarita que lleva por nombre “Creación del Instituto de la Ciudad Universitaria”. Este documento representa el beneplácito del Estado hacia un proyecto solicitado por el entonces rector de la UCV, Antonio José Castillo, acerca de la construcción de una nueva sede para la institución. “Fue el impulso del rector Castillo lo que echó a andar la obra, que luego fue apoyada por el gobierno de Medina Angarita”, resalta el historiador Alberto Navas Blanco, ya que la historiografía le ha dado el crédito de la obra al presidente andino, sin mencionar la persistencia y la labor del doctor Castillo. 

Aunque el deseo del rector era la construcción de un hospital para la Facultad de Medicina, después de la propuesta que hizo el jefe de arquitectos en el Ministerio de Obras Públicas, Carlos Raúl Villanueva, el proyecto se magnificó y se puso en marcha con el apoyo del Departamento de Estado del gobierno de Estados Unidos. La obra, además, estuvo enmarcada dentro de los esfuerzos de llevar al país a la modernización, que había arrancado con el gobierno Eleazar López Contreras. El profesor Navas Blanco también es incisivo en eso: “Era un proyecto que venía desde los años treinta, con la apertura de aquellos momentos. No es Medina Angarita el que hizo la Ciudad Universitaria, eso viene de atrás”.

Con un crédito bancario el gobierno compró la Hacienda Ibarra, el terreno propicio para la construcción de la Ciudad Universitaria. Las labores empezaron inmediatamente y, a pesar de que el 18 de octubre de 1945 el presidente Medina Angarita fue separado del poder, la llamada “revolución de octubre” continuó el trabajo. Bajo la administración de la Junta Revolucionaria y del civil Rómulo Gallegos, la construcción adquirió un importante impulso. Hubo ligeros cambios dentro del organigrama. El Instituto de la Ciudad Universitaria gozaba de autonomía, por lo que los tiempos convulsos que se desencadenaron a partir del golpe a Medina Angarita no detuvieron los trabajos de construcción. Villanueva dejó el Ministerio de Obras Públicas y se convirtió en el director del Departamento de Planificación del Instituto de la Ciudad Universitaria. Desde allí se volvió un artífice de primer orden para la obra, aunque la Ciudad Universitaria iba a cambiar de manos otra vez. 

II

9 de enero de 2017. La Universidad Central recibe nuevamente a estudiantes, profesores y al personal administrativo y obrero que regresan de las fiestas decembrinas. En la plaza del rectorado hay conmoción. Un grupo de estudiantes observa el busto de José María Vargas, el primer rector de la Universidad republicana tras reformar los estatutos en 1827. En la base de la estatua ya no se encuentra la placa que lo identificó hasta hace apenas unas semanas atrás, era una losa grande, de bronce. Cuando le preguntan al vigilante, éste les responde:

—Seguramente se la llevaron en diciembre, esas las venden porque es de bronce.

Con ella son cuatro placas las que se han llevado. La UCV es una tierra de nadie, el mismo apodo que lleva uno de los jardines del campus ucevista. Ante el suceso, el Consejo de Preservación y Desarrollo (Copred), que funciona desde hace veinte años, decidió resguardar otras placas de valor, como la del Orfeón Universitario y la que distingue a la Ciudad Universitaria como Patrimonio Mundial de la Humanidad, otorgada por la Unesco en 2000. Ambas se sustituyeron con versiones en acrílico y otros materiales de bajo costo.  

Las estructuras, que tienen menos de una de una centuria, también están deterioradas. Son notables las filtraciones y las goteras dentro de los edificios. El mosaico mural vítreo que decora las paredes de las escuelas y facultades está desgastado y no hay presupuesto para cambiarlo. Si bien dentro de la legislación universitaria se contemplan los ingresos propios como parte de la autonomía, han sido varios los gobiernos que desde el siglo XIX le han expropiado los terrenos a la universidad, haciéndola dependiente del presupuesto del Estado.

Copred batalla contra los actos vandálicos en el recinto. Su principal misión, en palabras de su directora Aglais Palau, es “la preservación del patrimonio edificado, bien sea artístico o natural de la Ciudad Universitaria de Caracas, pero también difundimos su valor cultural para el país”. Cada acto que menoscaba el valor de la Ciudad Universitaria es un verdadero reto para el equipo que trabaja en el organismo. Aparte de que la institución no cuenta con el presupuesto requerido, se trata de esculturas, bustos y murales únicos, exclusivamente diseñados para el espacio. Muchos ya no están identificados, son un patrimonio sin nombre. 

III

El 24 de noviembre de 1948 se produjo el derrocamiento contra el presidente Rómulo Gallegos, y este suceso tampoco fue un obstáculo para las labores. Al contrario, hubo un reforzamiento. El régimen instalado, presidido por la Junta Militar, era profundamente desarrollista. Mientras se adelantaban las estructuras, también se incubaba una férrea dictadura que quiso embellecer la ciudad inaugurando notables obras para que sirvieran como tapiz de los embates autoritarios, de la persecución y de la falta de libertades individuales.

La historiadora Ocarina Castillo D’Imperio dice al respecto: “Para un gobierno militarista y desarrollista, el progreso se medía en la cantidad de carreteras construidas, de autopistas, de viviendas, en la cantidad de cabillas y de concreto armado. Es un período en el que el objetivo no es el acceso a los bienes ni la inclusión. Porque el bienestar se medía desde el éxito de las metas materiales y reducía a la mínima expresión la discusión política”. Y la Ciudad Universitaria encontró un impulso tremendo en esos años, sobre todo porque sería la sede de una institución que empezaba a adaptarse a la modernidad, una Universidad del siglo XX.

La dictadura hizo hincapié en áreas más recreacionales que académicas. Al principio, se interesó en los estadios, pero, cuando en 1952 Caracas fue seleccionada como sede para la X Conferencia Panamericana que reuniría a los cancilleres del continente en 1954, se empeñó en culminar la construcción del Aula Magna, el espacio elegido para el encuentro de los diplomáticos. El auditorio no contaba con buena acústica y ante la negativa de cambiar su forma, el escultor estadounidense Alexander Calder solucionó el problema con paneles que colgaban del techo y corregían el sonido. Así se idearon las nubes de colores que hasta hoy perduran. 

En 1954 se llevó a cabo la X Conferencia Panamericana. Con la inauguración del Aula Magna, Caracas se convirtió en el epicentro de la política interamericana en ese momento.

IV

29 de junio de 2018. La gente se sofoca dentro del Aula Magna, que está repleta de personas por la graduación de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Los graduandos están sentados al frente del estrado, debajo de las nubes de Calder. Esperan que el acto de entrega de títulos comience en unos minutos. Han trabajado duro para ese día. Se echan aire moviendo el birrete de un lado a otro. El aire acondicionado del recinto está averiado, pero a ninguno parece importarle. Nadie habla de ello. El orador pide al público ponerse de pie. Después de varios contratiempos y retrasos, la ceremonia empieza a las 10 de la mañana.

Hacen entrada las autoridades de la Universidad Central de Venezuela, presididas por la ciudadana rectora Cecilia García-Arocha Márquez.

García-Arocha se convirtió en rectora el 16 de mayo de 2008 y doce años después, todavía continúa en el cargo. Una sentencia del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de 2011 impide la renovación de las autoridades universitarias tal como lo contempla la Ley de Universidades de 1958, vulnerando la autonomía administrativa, esa que le permite a la comunidad ucevista el poder elegir a sus propias autoridades sin intervención del Estado.

Entonces, la falta de aire acondicionado no es el único problema. En la UCV las cosas desaparecen y pocas veces se reponen. En 2017, la sala de computación de la Escuela de Historia fue desvalijada y un año después ocurrió lo mismo con el cableado eléctrico de la Escuela de Comunicación Social. La videoteca Margot Benacerraf de la Escuela de Artes también fue robada hace unos años atrás. Restaurar todo el patrimonio de la Universidad Central de Venezuela es una tarea titánica. Es mucho lo perdido. Además, cualquier donativo debe pasar primero por un proceso burocrático en el que se revisa y se justifican los fondos.

Melín Nava, profesora de la Facultad de Arquitectura, confirma que la dificultad no está en la restauración per se, sino en la burocracia ucevista: “No son difíciles los procedimientos técnicos, lo que sí es complejo son los procesos administrativos. Lo importante es tener una visión compartida y consciencia de la responsabilidad que compartimos para garantizar que la preservación sea posible de manera adecuada y correcta”. También explica que la restauración es necesaria, porque la vida útil del concreto es de unos 50 años, y las estructuras de la Universidad ya pasan los 60. Por eso los cuidados deben ser constantes.  

V

A finales de la década de los sesenta, la salud de Carlos Raúl Villanueva se deterioró y en 1971 delegó el diseño de los edificios faltantes de la Ciudad Universitaria. La expansión del proyecto había continuado durante la democracia, aunque, en 1969 el Jardín Botánico y la Zona Rental fueron desprendidas del complejo —el primero fue convertido en un parque nacional—. Otros de los cambios del proyecto fue el reemplazo de las residencias estudiantiles por algunas escuelas, como las de Estadística y Ciencias Actuariales, Antropología y Trabajo Social. La UCV era un foco de la guerrilla venezolana y las residencias sus búnkeres; entre otras cosas, esa fue la razón para terminar con ellas.

Pero todos los gobiernos civiles también unieron sus esfuerzos para el desarrollo interno de la institución, a pesar de los grupos subversivos. Los setenta fueron la época dorada de la UCV: profesores y estudiantes iban y venían del exterior con becas completas y clases de profesores invitados. Los pensa se actualizaron con la renovación universitaria y la casa de estudios adquirió mucho prestigio. El 16 de agosto de 1975, Villanueva murió y con él se fueron las grandes construcciones. Los últimos edificios los hizo el Ministerio de Obras Públicas y si se los mira con cuidado, contrastan con el diseño arquitectónico original.

El crecimiento de la Ciudad Universitaria en democracia fue más cualitativo que cuantitativo. El reconocimiento de la mujer fue uno de esos importantes logros, al punto de que a finales de la década de los años noventa, Ocarina Castillo D’Imperio se convirtió en la primera candidata al rectorado, pero la hazaña la logró Cecilia García Arocha en 2008. “Entre 1957 y 1958, la UCV tenía alrededor de 6.000 estudiantes, de los cuales 4.500 eran varones. Cuarenta años después, en 1998, la Universidad tenía cerca de 57.000 estudiantes, más o menos equilibrados entre los sexos, es decir, casi diez veces la matrícula”, afirma el historiador Mario Buffone, quien también contrapone la visión que evoca a Marcos Pérez Jiménez como constructor del complejo universitario, solo por inaugurar un área en 1953.

VI

—Me da mucho gusto venir aquí para hacer justicia. Al César lo que es del César y a la UCV lo que es de la UCV.

Con esas palabras, el expresidente Hugo Chávez le restituyó el Jardín Botánico de Caracas y los terrenos de la Zona Rental a la administración universitaria, entonces presidida por el rector Giuseppe Giannetto. “La Universidad está obligada a revisarse por dentro. La autonomía es sagrada, pero no puede tomarse como una máscara o como un búnker que impida el cambio”, continuó Chávez. Pero la UCV se opuso a la transformación que imponía el mandatario y, desde entonces, en todas las elecciones llevadas a cabo dentro del campus, el chavismo salió perdiendo. Ante el rechazo, la asfixia de un presupuesto cada vez menor comenzó a hacer estragos.

El deterioro empezó a notarse. El comedor comenzó a fallar, las unidades de transportes se convirtieron en cáscaras vacías, mientras los precios del petróleo alcanzaban números históricos. Con la segunda década del siglo XXI, los problemas terminaron de agravarse.

La falta de renovación de las autoridades, la asfixia presupuestaria y la amenaza de intervención todavía acechan. Los paros, las protestas, la inseguridad y la deserción son las consecuencias de una política destinada a asfixiar esa casa de estudios; pero, contra toda adversidad, la UCV no se cansa de pelear contra la sombra, esa misma que —según su himno— se propuso vencer.

La joya de la arquitectura contemporánea diseñada por Villanueva durante 25 años, hoy se cae a pedazos por la negligencia, como una pequeña muestra del país en el que se encuentra.