México, la frontera por encargo

Crecen las denuncias de venezolanos maltratados y deportados desde ese país. La razón: el gobierno de AMLO le está haciendo el favor a Donald Trump de detenerle los migrantes desde mucho antes del río Grande

Quién diría que el mandatario más izquierdista que ha tenido México desde Lázaro Cárdenas sería el guardia de fronteras de alguien como Trump

Foto: Sofía Jaimes Barreto

“Mexico is doing a great job”, anuncia el grandulón del norte y los vecinos aplauden. Al gran indeseable del sur, el exportador de los bad hombres, lo han convertido, de pronto, en la agencia de favores migratorios de Trump. El México de Andŕes Manuel López Obrador ha regalado a Estados Unidos lo que ningún otro gobierno en el mundo: una frontera por encargo. Su misión es expulsar indocumentados, mantener “la integridad” de la frontera más desigual del mundo y proteger “la prosperidad” de los pueblos del Tratado de Libre Comercio. 

Ay México, tan lejos de Dios y tan border patrol de los Estados Unidos. 

Build the wall!

Todo empezó con la declaración de guerra arancelaria de Donald Trump: o detienen y deportan a los migrantes que cruzan por el territorio mexicano o lo que viene es la debacle comercial. Otras envalentonadas neuróticas, como el anuncio de suspensión de fondos de ayuda a Honduras y El Salvador, o la amenaza a Guatemala de prohibiciones y comisiones a las remesas, han sido las estrategias de Trump para resolver el conflicto migratorio por las malas. No de igual a igual con los involucrados, no con propuestas estructurales, sino con la diplomacia del amedrentamiento y la coñaza. 

La frontera sur de Estados Unidos ya no está en Estados Unidos. El río Grande, por esas magias de la geopolítica y el supremacismo, ahora tiene el mismo cauce que el Suchiate. El muro no está en California, sino en Chiapas, en Ciudad de México, en Cancún. Y poco a poco va creciendo hacia Ciudad de Guatemala y quién quita si hasta Tegucigalpa y San Salvador. El Triángulo Norte de Centroamérica seguirá siendo un hervidero, pero con la medalla de buen policía de frontera ajena.

“You are doing a great job”, repite Trump al ver cómo ha funcionado de bien el filtro de los hombres malos en su frontera sur.

Migrante centroamericano, africano, suramericano, da lo mismo ante los ojos del Gran Deportador.

 

Lo importante es detenerlos, expulsarlos y disuadirlos hasta del intento del sueño americano.

Y México, que no es precisamente un santuario de Derechos Humanos de migrantes, se ha comportado a la altura. 

“El muro lo va a pagar México”, prometió Trump en campaña. Solo que no aclaró cómo. 

Una voz carrasposa

“Así sean de Marte los vamos a deportar”, dijo el titular del Instituto Nacional de Migración de México en la inauguración de una exposición fotográfica de migrantes (la ironía es de regalo), en lo que pudo parecer una pequeña ligereza de un hombre recién investido de autoridad. Hacía mención a inmigrantes de la India, Camerún y África (sic), aunque el mensaje a todos los indeseables para México y su socio mayoritario era legible entre líneas. 

La voz del comisionado —que antes de ser del INM era el comisionado de las prisiones federales del país— es la voz de una política que acaba de ponerse más dura, más árida, más hardcore. Y su tono no era humanista y “promigrante”, como podrían dictar los manuales retóricos de la Cuarta Transformación —título que el mismo AMLO ha dado a su sexenio—, sino el de un capataz que tiene una encomienda: devolver gente a cambio de mantener la estabilidad económica de su conuco. 

Así es la fórmula del capital: USMCA mata DDHH.

Aeropuerto, retén seguro

El video del joven venezolano detenido y vejado en el aeropuerto de Cancún no fue el primero pero sí el más sonado de los casos de violaciones de derechos de migrantes (y viajeros) venezolanos en los aeropuertos de México. ¿Iban a vacacionar? ¿Iban a pasarse sin papeles al “Gabacho”? ¿Iban a quedarse en México, también “de ilegales”? ¿O iban a solicitar refugio? Nadie supo. Si el visitante no cumple “el perfil” de entrada al país, será devuelto al último lugar de donde vino. Sin preguntas, sin procedimientos, sin apelaciones inmediatas: retiro de pertenencias, cuarto oscuro, horas de incomunicación y vuelo de regreso. Y se acabó. Un dolor de cabeza (y de papeles) menos para un país saturado con más de 30 mil solicitudes de asilo pendientes en lo que va de año, ya no solo de venezolanos, sino de miles de centroamericanos devueltos en las oleadas del Remain In Mexico Program, una política reciente que obliga a los solicitantes de asilo que lleguen a la frontera de Estados Unidos a permanecer en territorio mexicano mientras duren sus procedimientos de inmigración. 

Hasta el momento no hay una estadística confirmada de casos de maltratos a venezolanos en las puertas de entrada a México, pero sí hay un número que alarma: a más de 500 venezolanos se les ha negado la entrada al país en los últimos dos meses, según datos de la Organización Sumando Venezuela. Esto, sin embargo, no viene de una amenaza a boca suelta como, ya vimos, sí tuvieron otras nacionalidades. En la fila del imaginario de inmigración en México, primero están los centroamericanos, luego los colombianos, luego los cubanos.

Tras cuatro años de emigración sostenida los venezolanos apenas comenzamos a mudar el rostro de turistas a refugiados.

Y el problema es que estamos llegando a un país donde los migrantes cada vez son menos bienvenidos. Y lo estamos haciendo más pobres y en más número.

Sí, entramos en el gran saco de los indeseables. 

Y sí, ante la cara blanqueada del oficial/muro, todos los migrantes son pardos. 

México lindo, truculento y querido

En las filas matutinas del Instituto Nacional de Migración en la Ciudad de México, el desfile de pasaportes azules y vinotintos es cada vez más largo. El acento caribe, las voces altaneras, las cinturas, las barbas, las formas de vestir: las muchas cosas que hacen que un venezolano identifique a otro a leguas. La comunidad ha crecido. Ha crecido mucho. Aunque México es un destino costoso para el migrante venezolano, la posibilidad de encontrar un pasadizo relativamente corto hacia la estabilidad migratoria por medio del refugio lo hizo mucho más atractivo estos últimos dos años. La tasa de aceptación de solicitudes de protección internacional de venezolanos en México alcanzaba el 98 % gracias a la aplicación de la Declaración de Cartagena, que reconoce como refugiados a quienes provengan de Estados fallidos. Pero eso ha cambiado. Los oficiales tienen más carga y menos paciencia, y la COMAR (Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados) está al borde del colapso. Por eso, quizá, hay más venezolanos llegando a la frontera con Estados Unidos.

Lo que parece evidente es que las devoluciones en los aeropuertos —casualmente en los terminales con vuelos provenientes de Suramérica— son, primero, la forma más rápida de evitar que el cuarto se llene de agua con solicitantes de asilo, migrantes pobres e irregulares en potencia; y segundo, son parte del gran trabajo de protección de la frontera de Estados Unidos. Los venezolanos, para muchos países ahora, encarnan el temor ancestral de toda nación con libre tránsito: un migrante que quiere quedarse. Que necesita quedarse. Adiós venezolano turista, siempre bienvenido a este México lindo, truculento y querido: ahora eres un peligro y hay que mantenerte a raya. 

Es la ley del monte, cabrón.   

Las denuncias de (¿turistas, migrantes?) venezolanos han sido graves y todas parecidas: amenazas de oficiales no identificados, robos de dinero, horas de espera en el aeropuerto en un cuarto oscuro con hambre, frío y colchonetas sucias, hacinamiento, humillación, insultos. No es solo el rechazo, sino el ensañamiento. En los conflictos migratorios, la violencia es un elemento poderoso de disuasión: al hacerte saber que no perteneces aquí, que no eres bienvenido, te hago emisario del mensaje para que otros, como tú, lo piensen dos veces antes de intentar entrar. Es la idea del sufrimiento como frontera permanente. La vejación como control migratorio a futuro. La humillación “institucional” es otra de las nuevas arquitecturas de los muros: un método más barato de mantener a otros a raya.

Una coda de bolsillo

No todo es blanco o negro. No molestan los extranjeros, sino los inmigrantes sin capacidad de consumo, hay que señalar siempre. Si tienes estampada la visa estadounidense, entras al país con menos preguntas. Si vienes de un vuelo desde Estados Unidos, les das más confianza a los oficiales.  

Si toda esta mezcolanza de fronteras hubiera ocurrido hace cinco, diez, quince años, los venezolanos entraríamos sin temor a México. Lo haríamos con las mismas garantías que un europeo, un asiático, un estadounidense.

Pero nos cogió un tiempo raro sin millas de protección en las tarjetas. 

Nos cogió mal y con un Estado forajido.  

Nos cogió con cara de refugiados, con olor de refugiados, con disfraz de indeseables. 

Y esa pinta, hoy, la llevamos en el pasaporte.