Los obreros merideños del videojuego

Los e-sports son una ilusión para una generación en medio de la crisis. En los Andes muchos viven de jugar videojuegos para otros, de acumular premios y de revender cuentas

Un oficinista aburrido del mundo en desarrollo puede estar usando los servicios de un merideño para que lo haga avanzar en su videojuego favorito

Foto: Composición de Sofía Jaimes Barreto

Sofía Peña (no es su nombre real) tiene dieciséis años y estudia quinto año de bachillerato en la ciudad de Mérida. Una tarde en que debe entregar un trabajo de Biología, toma el pendrive de su mamá y sale corriendo a imprimirlo en un cibercafé cerca de su casa. Al entrar, un grupo de chamos la invitan a jugar World of Warcraft, un juego de rol y fantasía en línea. Le explican que están reclutando jugadores novatos para hacer dinero. Sofía espera a que terminen de imprimir su tarea y les pide a los muchachos más detalles, que le cuenten mejor cómo funciona el negocio. “El truco está en farmear”, le dicen. La palabra viene de farming y significa conseguir, recolectar y revender fichas virtuales de ese juego. En la práctica, participar en un mercado negro de oro en píxeles.

Desde entonces, Sofía trabaja en la sala de su casa todas las tardes después del colegio, en ese mismo videojuego, junto a un amigo. Eso sí, sin descuidar la tareas de la casa. Entrenó y se volvió buena en ello. Su labor principal es recolectar objetos durante cada partida, sobre todo plantas, que luego ofrece en un mercado dentro del juego, a cambio de oro, con las que compra una ficha especial denominada token que después vende a otra persona por fuera del juego.

“Así genero plata. Debo recoger más de 10 mil piezas de oro”. Sofía cobra en su cuenta personal, siempre en bolívares al cambio del día en lo que esté el dólar. Ha convencido a su familia de que esto es un nuevo modelo de negocio. En la noche cambia turno con su papá y mamá, quienes como ella se han dedicado al farmeo. Su madre, empleada del Ministerio Público, y su padre quien renunció a él, dependían de ese salario, así como también de la pensión de su abuela.

Ahora para ellos el farmeo ya no es solo un entretenimiento de muchachos, sino parte de su sustento.

En Mérida, a pesar de ser una ciudad que se encuentra aislada por la falta de transporte y la ausencia del gobierno central, con fallas en los servicios y sin gasolina, los videojuegos son una esperanza de supervivencia para muchos jóvenes. Esto ha crecido tanto como fuente de ingresos que, en vez de invertir en un negocio, algunas familias están migrando a los planes de internet empresariales, a mejorar sus computadores y a comprar plantas eléctricas, todo para poder continuar la partida.

Los reyes del farmeo

La mayoría de los videojuegos hoy en día son por suscripción, es decir, cada mes compras una “ficha” para poder seguir jugando. Muchos jugadores casuales encuentran poco divertida la idea de comenzar desde cero y tener que pasar dos o tres meses subiendo de niveles y recolectando ítems que los hagan más fuertes. No quieren esperar a tener suficientes tokens o nivel para poder modificar sus personajes. Así que el mundo del videojuego ha generado un negocio “ilegal”, de alcance global, donde hay gente que paga para saltarse todos esos pasos y poder avanzar lo más rápido posible, y gente que se encarga de hacer el trabajo sucio, obreros que cobran por el tiempo que invierten en recolectar todos estos ítems y acumular experiencia, haciendo una y otra vez tareas repetitivas dentro de los videojuegos. Esos son los farmers. O como les dicen en Mérida: los farmeadores.

Ángel Rosales es uno de ellos. Con 18 años, sabe cuáles son los instrumentos correctos para crear armaduras en World of Warcraft o cómo hacer “ebanistería”: gemas, accesorios, pociones. Lo que recolecta o fabrica lo puede ir vendiendo, de cinco dólares en adelante por objeto. “Es un mundo abierto”, dice sobre este videojuego de la empresa Blizzard Entertainment, que cuenta con más de cien millones de jugadores en el mundo. “Vas a encontrar muchas maneras de hacer oro. Solo se necesita constancia y paciencia. El farmeador no disfruta de la historia pero genera plata”.

Si reúnes suficiente oro dentro del juego, puedes convertirlo a fichas que tienen un valor de 15 dólares de saldo Blizzard (un saldo electrónico que permite a los usuarios comprar juegos y servicios de la empresa) y que sirven para pagar la membresía, adquirir actualizaciones o comprar otros juegos. Por ejemplo, si un farmeador logra reunir 80 dólares de saldo, puede pedir el nuevo Call Of Duty (otro juego de la misma compañía) para luego “regalarlo” a otro jugador dentro de la plataforma, al que se lo vendió por debajo de la mesa en 40 dólares reales que el cliente deposita en una cuenta de PayPal. “La venta de los juegos sucede en una aplicación llamada Battle.net. En Facebook existen grupos donde hay gente que te compra juegos hasta en bolívares. El precio del oro cambia constantemente, así como el dólar”.

Explica Ángel que él puede comprar una cuenta en 60 dólares y en dos meses de juego prepararla para que valga unos 350 dólares y hasta más.

Con otros juegos la dinámica es similar. Hanna Moncada, también de 18 años, empezó a generar dinero compitiendo en Fortnite, el juego de multijugador en línea, participando en el género Battle Royal, uno de los más populares del momento, el cual consiste en la competencia y batalla de todos los personajes entre sí hasta que queda uno solo en pie. “Hace poco vendí una cuenta vieja en 120 dólares y me la pagaron en efectivo. Mi mamá fue a buscar el dinero en un Western Union en Cúcuta”.

La mafia de los cybers

Al igual que cualquier otro trabajo, farmear requiere a veces un sitio de empleo con horarios establecidos. Marco (no es su nombre real) juega en un cibercafé cercano a la Plaza Bolívar. Todos los días se levanta, prepara una arepa, se despide de su madre quien le dice debe comprar algo de alimento cuando vuelva y sale a jugar. Desde hace unos meses dejó de estar buscando trabajos temporales e invierte su tiempo jugando a lo largo del día junto con dos compañeros. Aunque la noche en el centro de Mérida es peligrosa y él vive algo lejos, al terminar su turno va caminando hacia otro lugar para jugar Runescape, un viejo videojuego que corre hasta en una computadora Canaima y es un poco más sencillo. Esto lo hace para generar ingresos extras fuera del cibercafé. “En World Of Warcraft puedo generar a la semana mínimo 15 dólares y en Runescape quizás 10 dólares. Todo lo manejo por la cuenta en Bank of America de un amigo. A pesar de que pierdo plata por la comisión del cyber, sigue siendo más que lo que pagan en bolívares por ser mesonero”.

El mundo de los cibercafés es mucho más cerrado que el de los que juegan desde sus casas. Los players protegen sus identidades porque es un terreno donde abundan las estafas y los robos. En Runescape, si alguien sabe el nombre de tu usuario o qué juegas y dónde, puede emboscarte dentro de la partida para robarte el oro que hayas recolectado. También pueden engañarte, fingiendo ser jugadores de niveles menores, para timarte durante un combate. Hay torneos clandestinos con apuestas, bachaqueo de oro de cuenta en cuenta (para evitar el bloqueo de sus cuentas al sobrepasar el límite de transacciones con el oro) y foros cerrados donde algunos malintencionados preparan tácticas para engañar a los novatos.

Casi todos los cibercafés pagan sus rentas administrando el negocio del farmeo, cuentan con plantas eléctricas y un internet más o menos bueno. Los jugadores cuidan sus puestos y son competitivos dentro de su negocio.

Muchos no tienen los recursos para comprar una buena computadora, así que para jugar intervienen las canaimitas que regaló el chavismo hace unos años.

Los cibercafés en Mérida parecen cápsulas del tiempo atrapadas en los 2000, con equipos desactualizados; son solo para jugar, fotocopiar y comprar refrescos.

El sueño de un gamer

Para otros, la meta es convertirse en jugador profesional. Conocen historias como las de Sukitron o Scarx (nombres de usuarios dentro del videojuego Counter Strike), dos jóvenes venezolanos que se destacaron hasta obtener reconocimiento internacional y emigrar.

Para Jorseeph Rondón, de 18 años y jugador en la escena de competición desde que era niño, el saber jugar requiere también de integridad. “La imagen venezolana no está muy bien representada en la actualidad dentro de los equipos profesionales, porque muchos de quienes lo lograron metieron la pata haciendo trampa. Siempre estamos tratando de limpiarla”.

Counter Strike es un videojuego del tipo first person shooter, en el que dos equipos se enfrentan a tiros por controlar una zona. Con él puedes conseguir dinero haciendo streaming en Twich, una plataforma mundial de transmisión en vivo de videojuegos perteneciente a Amazon. Dentro de ella, fanáticos y aficionados pueden observar la partida de sus jugadores. Mientras más popularidad se gane en las pantallas, más ingreso se genera a través de donaciones.

La venta de cuentas Steam es otra forma de generar dinero. Steam es una plataforma con un amplio catálogo de videojuegos que adquieres con tu cuenta personal. Generalmente, al obtener una cantidad de juegos puedes revenderla a un precio mayor. En Counter Strike hay plataformas de competencia como Faceit, ESEA y Gamers Club. En Faceit, los muchachos compiten contra personas de Europa y de Oceanía. Dentro sus ligas puedes ganar desde 50 dólares o hasta 10.000 dólares por campeonato. ESEA funciona de la misma manera, aunque ahí entran los 200 mejores del mundo. La expectativa de los jugadores está en conseguir patrocinadores como RedBull o Microsoft.

“Si uno vive en un país problemático como este y los equipos te ponen el ojo, ellos te pueden apoyar ayudándote a pagar el pasaporte o firmando un contrato de trabajo que te ayude a conseguir un visa”, dice Rondón. “Yo le dedico al juego como cuatro horas o más, incluyendo al menos hora y media de calentamiento. Esto es un trabajo que ayuda a la casa, no es malo, no le robamos a nadie, obtenemos el dinero de forma más honrada que muchos que andan por ahí”.