Los niños perdidos de Vargas

Veinte años después, siguen abiertos veinte casos de menores de Vargas desaparecidos durante las operaciones de rescate en el deslave. Se sospecha que siguen con vida

De mano en mano, de helicóptero en helicóptero, de refugio en refugio, al menos 20 chamos fueron separados de sus familias

Foto: El Nacional

Mujeres y niños primero. 

Durante las primeras 48 horas del deslave de Vargas, en diciembre de 1999, “buscamos a las personas que, aunque heridas, estuvieran vivas”, recuerda Ángel Rangel, entonces director de Defensa Civil. “Se siguió un procedimiento en el que primero sacábamos ancianos, niños y discapacitados, luego mujeres y por último hombres. Se atendió a los más indefensos. Y sí, viajaron niños incluso solos por acción de los padres. Ellos los entregaban, y uno, como oficial, los recibía como propia acción del rescate, también por humanidad”.

Esas palabras, publicadas en la tesis de grado Tras el eco de un río de voces, los niños que el deslave de Vargas se llevó, de Daniella Valeriano Marrero, hablan del desordenado proceso de evacuación de poblados que estaban siendo devastados por el agua, pero también sostienen el mito colectivo de los niños desaparecidos, esos chamos extraviados durante el rescate de los que se sospechaba que seguían vivos cinco, diez y veinte años después.

Eso mientras hubo investigación sobre el tema. El 8 de julio de 2000, la extinta Policía Técnica Judicial comenzó a trabajar los casos. El departamento para la búsqueda de personas extraviadas estuvo activo por un año. Las huellas de sus historias quedaron en registros, en fotos borrosas, en las mentes de quienes los vieron por última vez y en los corazones de sus familiares.

La esperanza rota

En Vargas estaba lloviendo de una manera inusual desde octubre. Pero en diciembre, fueron 15 días continuos. Las montañas se ablandaron y se partieron como polvorosas, vertiendo sobre los poblados unos veinte millones de metros cúbicos de sedimentos. Carlos Genatios, quien fue nombrado autoridad única para Vargas en 2000, hablaba del 70 % de la población de Vargas afectada, de cien mil personas evacuadas, de la destrucción del 10 % de las viviendas.

Muy poco se sabe de esos pequeños separados de sus padres durante el frenesí del rescate en las zonas siniestradas y la improvisación de los refugios.

La Asociación de Familiares Extraviados (hoy en día inactiva) contaba 49 niños y 70 niñas. En 2006 todavía 81 familias los buscaban. 

Entre la incertidumbre, prosperaron los rumores. Por ejemplo, que habían sido víctimas del tráfico. En 2000, con el apoyo de Venezuela sin Límites, se hizo una campaña para encontrarlos. “¡Vamos a encontrarlos!”, “Prohibido olvidar” decía el afiche distribuido por todo el país y en las fronteras. Willmary Comus, sobreviviente de Vargas, cuenta que ya antes de la tragedia “había gente mirando niños. Luego con la desesperación de muchos padres que los entregaban para que los salvaran, es probable que cayeran en manos extrañas”. Los cuentos sobran. Muchos papás recorrieron todo el país, decían que los habían visto en videos, en los noticieros en los conteos de refugiados. Los calificaban como “aparecidos” o “damnificados”. Y para todos eso significaba una sola cosa: están vivos. 

Pero las búsquedas fueron infructuosas, como la de Rocío Vargas, quien declaró en septiembre pasado desde Colombia a Noticias 24-Carabobo que todavía tenía esperanzas de encontrar a su hija Cindy Yesenia Buitriago, quien hoy debería tener 29 años. La última vez que la vio fue el 9 de diciembre de 1999 en el terminal de pasajeros de Cúcuta, cuando Cindy se disponía a viajar a Caracas junto con su abuela. El 11 de enero de 2000, Rocío llegó a Caracas a buscarla y no la encontró. En agosto de ese año, vio un video de la niña con su abuela en un refugio. Durante cuatro años la buscó en Carabobo, Bolívar, Lara y Zulia. 

“Es duro decirlo, pero en la gente persiste esa vaga idea de haberlos visto”, confiesa Manuel Guacarán, jefe civil de La Guaira en el momento de la tragedia. “Con el tiempo esas historias se desvanecieron”. Él mismo, la noche del deslave en La Guaira, recuerda haberle rogado a un hombre con tres niños que dejara su casa y corriera con ellos, porque el río seguía creciendo. “Lo dejé con tres niños en ese lugar. Al día siguiente regresé, para ayudar a la gente, y lo encontré solo. Los pequeños no estaban. Con el tiempo él seguía buscando, repartió fotos, decía que estaban en las listas de refugiados, la gente le comentaba que los habían visto. Pero en su caso no hubo otra respuesta: el agua se los arrebató de las manos”.

A Julián Chacón, el esposo de Carmen López, pudo haberle pasado lo mismo. Él estaba en Los Corales con Celita (de once años), Celimar (de cinco) y Jesús (de cuatro). El río San Julián estaba hecho una furia. Cuando quince horas después ella llegó caminando a Los Corales todo estaba destruido. Algunos le comentaban que su familia pudo salir, otros no. Luego Celita, Celimar y Jesús aparecían en las listas de los refugios como “rescatadas”, “aparecidos”, “damnificadas”. De Jesús también se dijo que estaba en La Casona. Pero nada era cierto en toda esta historia. Carmen nunca los encontró. 

Los misterios de La Casona

El Fondo Único Social (FUS), debía ocuparse de la atención a todos los problemas sociales relativos a la tragedia: atención de refugiados y desplazados, cuidado de refugios, atención de situaciones de emergencia, búsqueda de personas extraviadas, especialmente de niños. Pero también cayó en el descontrol. 

Ignacio Laya, hermano de Alfredo Laya —quien para el momento era el gobernador de Vargas—, dijo que la primera dama Marisabel Rodríguez de Chávez, quizás actuando de buena fe y como presidenta de la Fundación del Niño, llevó a muchos infantes a la residencia presidencial de La Casona, donde se instaló un tribunal de menores ad hoc. Algunos estaban solos y habían sido evacuados desde los puntos de rescate en el aeropuerto de Maiquetía y el puerto de La Guaira, desde los que salían helicópteros, motos, vehículos rústicos y hasta barcos de la Armada para llevarse a los sobrevivientes.  

Esa pista hacia La Casona atrajo a varios familiares. El 18 de diciembre de 1999, varios niños de la familia Paz Lugo fueron separados de su padre, en Naiguatá. Este los buscó en refugios y en los puntos de rescate. Nadie los reportaba como muertos, así que él seguía buscando. Le informaron que los trasladaron a Caracas, y que luego se los había llevado la esposa de Francisco Arias Cárdenas a Maracaibo. Hasta allá fue a parar el padre, para que entonces le dijeran que sus chamos estaban en Caracas con Marisabel de Chávez. Llegó hasta La Casona. A él y a otros papás no los dejaron pasar. Tampoco les daban información. Según un vecino que transmitió su historia, mientras esperaban veían salir buses con parejas y niños, sin que pudieran distinguir a quiénes llevaban en esas unidades.

Con el trabajo de la Asociación de Familiares Extraviados hallaron a siete adultos y a la niña Nehynalit, pero no estaban seguros de su identidad. Los niños que se decían estaban en La Casona no coincidían con la lista de la asociación, según información recabada entre las víctimas.

“De todo pasó esos días. La gente se desorientó y perdió la cordura. Muchos caminaban llenos de lodo, sin ropa y hasta les costaba pronunciar sus nombres. Entregaban a los niños con la esperanza de que los salvaran”, contó Willmary Comus. Todo el mundo veía cómo militares y voluntarios se llevaban a los niños a lugares seguros. Fernando Martínez entregó a su hijo de un año y medio a una vecina que se subía a un helicóptero. Luego de unas horas “de angustia indescriptible”, los recuperó, “pero sé que otros papás se quedaron con los brazos vacíos”.

Con la evacuación, dice Ignacio Laya, repartieron a docenas de supervivientes en otras regiones.

Los barcos de la Armada se los llevaban para Puerto Cabello, y por allá deambulaban con la memoria perdida.

“Estaban sin trabajo y comenzaron a delinquir y a prostituirse, y luego llegó la xenofobia y los asesinatos de los escuadrones de la muerte”.

Hoy en día, las cifras de muertos y desaparecidos siguen siendo un enigma. “Con un desastre de esa magnitud, cuando el caos y la falta de preparación toman la escena, estas cosas acaban siendo comunes”, dijo el investigador Rogelio Altez. “Lo fue en Haití en el terremoto de 2010, en los conflictos bélicos”. Su lista de los niños que podrían seguir con vida es corta, solo veinte menores de edad, de casos que recogió entre 2002 y 2004. Entre esos se encuentran Cindy y los hermanitos Paz Lugo.

Nunca ni Defensa Civil ni el Ministerio de Interiores y Justicia ni ningún otro organismo, presentaron cifras confirmadas sobre desaparecidos. Tampoco sobre los asaltos, saqueos y violaciones durante el toque de queda.

Detrás de todas esas historias, de esos números que faltan, hay nombres y rostros que no deben desaparecer.