La vida después de Geraldin Moreno

Hoy se cumplen ocho años del asesinato de Geraldin Moreno en Valencia durante las protestas del 2014. Rosa Orozco, su madre, cuenta cómo ha sido el largo y solitario proceso de cerrar las heridas

Geraldin tenía 23 años cuando murió durante las protestas de 2014, de un disparo de perdigones que hizo que perdiera el noventa por ciento de la masa encefálica y el ojo derecho

Foto: Armando Díaz

Geraldin Moreno llegó al mundo de forma planificada. No fue solo su concepción, también su nacimiento y sus primeros años de vida. Rosa Orozco, su madre, había planeado cada aspecto de su vida: su carrera, sus pasatiempos, su deporte de preferencia. Pero Geraldin tuvo, desde niña, sus propias aventuras en mente: “Tomaba sus propias decisiones. Tenía carácter y sabía poner límites. Yo quería que jugara tenis e hiciera gimnasia. Pero a ella nunca le gustó el tenis, y en cambio se enamoró del fútbol. Y lo hizo tan bien que llegó a jugar para la selección de Carabobo”. 

Geraldin tenía 23 años cuando murió durante las protestas de 2014, de un disparo de perdigones que hizo que perdiera el noventa por ciento de la masa encefálica y el ojo derecho. A pesar de recibir atención médica inmediata falleció el 22 de febrero de 2014.

Para el momento de su muerte, Geraldin estudiaba quinto semestre de citotecnología en la Universidad Arturo Michelena, donde hay una placa en su honor en el centro del comedor. Pero su primera carrera fue veterinaria, en Coro, carrera que no terminó porque estar lejos de su familia resultó ser más difícil de lo que esperaba: “No fue fácil para ella estar sola en una ciudad que no conocía. No tenía tiempo para cocinar y llegó a tener desnutrición. No encontraba la manera de decirme que quería volver a casa, porque ya estaba en el séptimo semestre”, cuenta Rosa desde la habitación de su hija. “La llevé al médico y me dijo que tenía desnutrición y depresión. Ahí fue cuando le pedí que me explicara qué quería hacer. Yo soy muy recta con ciertas cosas, y la educación y la disciplina son muy importantes para mí. Para Geraldin también lo eran. Le traje a casa y le di quince días para que buscara otra carrera. A pesar de que se sentía triste y débil hizo lo que tenía que hacer, y en menos de dos semanas encontró cupo en la UAM”. 

Pero la disciplina que le habían inculcado Rosa y Saul Moreno, su padre, nunca se tradujo en obediencia. A Geraldin no le gustaban las imposiciones ni la falta de solidaridad, y no era de callarse ni contenerse cuando se enfrentaba a injusticias: “Podría contar mil historias acerca de cómo Geraldin enfrentaba las situaciones en las que no se sentía a gusto. Se molestaba cuando iba al mercado y veía a personas de la tercera edad haciendo cola. Protestaba cada vez que algo no funcionaba cómo debía. Una vez, Chávez visitó su equipo de fútbol en Coro para regalar equipos, uniformes, pelotas y mallas. Todo el equipo estaba parado en una fila dándole la mano y las gracias por su aporte. Geraldin no quiso y le dijo que no había nada que agradecer, esa era su obligación por ser el Presidente de la República”. 

Un proceso solitario

Desde el primer día de las protestas de 2014, el 12 de febrero, Rosa sentía una angustia inusual. Tenía razones, las protestas habían empezado con víctimas que todavía recordamos: ese mismo día, en Caracas, fueron asesinados —todos con disparos en la cabeza— los manifestantes Bassil Dacosta y Robert Redman, así como un paramilitar, Juan Montoya.

Las protestas se caracterizaron por la fuerza de la represión de los cuerpos de seguridad policiales, militares y paramilitares; y también por el caos y la magnitud de las barricadas. Fue un espasmo de violencia que dio inicio a una nueva etapa de represión en el país, no vista desde 1989. Caracas, Valencia, Mérida y San Cristóbal se convirtieron en puntos de violencia sistemática y múltiples violaciones de derechos humanos. “Carabobo parecía un campo de guerra, y había mucha tensión en el ambiente. El 18 de febrero, un día antes de que le dispararan a Geraldin, fuimos a protestar todos en familia y con amigos. Nos fuimos poco antes de que le dispararan a Génesis. El colectivo que le disparó estuvo a mi lado justo cuando decidimos irnos”. Rosa se refiere a Génesis Carmona, Miss Turismo en 2013 y la quinta víctima de la represión, asesinada por un disparo en la cabeza. En esa manifestación en la Avenida Cedeño, otras seis personas resultaron heridas de bala, entre ellas el estudiante Enverson Ramos, quien sufrió perforación de uno de sus pulmones.

Es por eso que el 19 de febrero, Rosa le pidió a su hija que no saliera a manifestar mientras ella estaba en su trabajo en Morón. Hoy en día, ocho años después, Rosa todavía puede explicar la cronología exacta de la muerte de su hija: a las ocho en punto todos los vecinos salían a tocar las cacerolas en las puertas de sus casas. Era un ritual que se había instaurado desde el inicio de las protestas, ya que muchas personas tenían miedo de salir a la calle y alejarse de sus hogares. El 19 de febrero a las ocho, Geraldin estaba con sus amigos en una barricada de uno de los portones de la urbanización, a unos 800 metros de la puerta de su casa. Rosa estaba en la sala, en pijama, escuchando cómo Ismael Cala narraba en CNN la represión de los últimos días.

Diecinueve miembros del destacamento 24 de la GNB reprimieron la manifestación, y a las 8:05, Rosa escuchó cinco detonaciones y salió corriendo. No había pasado un minuto cuando uno de los amigos de Geraldin llegó a su puerta bañado en sangre: “Le dispararon a Geraldin, está en el piso”. 

“Todo ocurrió en segundos: entraron trece motos disparando, los chicos salieron corriendo. Pero a Geraldin, que corría mucho y muy bien, le dispararon a las piernas y un guardia nacional le disparó a lo lejos, directo a la cara. No bastó eso, el guardia se baja de la moto y le dispara nuevamente, y le incrusta un cartucho en el ojo derecho”. Esta versión de los hechos ya está certificada por el Cicpc, que agregó en el informe que las heridas de Geraldin demuestran que pidió clemencia con las manos levantadas antes del segundo disparo. 

Rosa convirtió el duelo en activismo por la memoria de su hija y otras víctimas de la represión

Foto: Armando Díaz

Geraldin fue una de las muchas víctimas de ese año. En los días anteriores solía manifestar con un grupo de amigos, entre ellos, la hermana menor de Génesis Carmona. Las protestas de 2014 terminaron con 43 personas asesinadas: 11 ejecuciones extraoficiales y 32 muertes en el contexto de las manifestaciones; 8 mujeres y 35 hombres; 33 de los fallecidos pertenecían a la sociedad civil, 10 de ellos eran estudiantes; 67,4 por ciento de las muertes fueron causadas por armas de fuego. Al día de hoy, solo 8 casos han recibido una condena.

Después del asesinato de Geraldin, Rosa evitó el duelo por meses. En cambio, hizo gira de medios y organizaciones, que empezó con su asistencia a la sesión de la OEA el 1 de marzo de 2014, y se encargó de documentar y recopilar toda la información posible en torno al asesinato de su hija. Hizo una gira por Italia, España y el Parlamento Vasco para hablar del caso de Geraldin. No tuvo descanso hasta diciembre de ese año. “Esto ha sido un proceso solitario. Siento que mi casa es una tumba. Acá en el cuarto de Geraldin había una bandera, pero tuve que sacar las cosas de la protesta porque, además, con el encierro de la pandemia me he visto más afectada. A veces me pregunto cuándo voy a reír otra vez. Cosa que empeora porque veo nuestras fotos familiares: todos en la playa riendo, viajando, celebrando juntos. Eso lo perdí, y he tenido que aprender a valorar mi soledad”. 

Sin embargo, Rosa ha aprendido más que eso: “Soy una persona de mucha fe, y me tomó muchos años poder hablar nuevamente con dios. Pero eventualmente, en el 2016 aprendí cuál debía ser mi camino para poder hacer que esto que nos pasó tenga sentido”. 

Mapeando las muertes por represión

En 2017 Rosa funda la organización Justicia, Encuentro Y Perdón, junto a un equipo de doce personas. Su propósito es monitorear, documentar y analizar las violaciones de derechos humanos en el marco de las manifestaciones en Venezuela, con el fin de llamar la atención de instancias nacionales e internacionales y de garantizar la justicia, protección y reparación de las víctimas. La organización presentó documentos fundamentales a la Corte Penal Internacional, e influyó en la decisión del fiscal Karim Khan de avanzar la investigación sobre crímenes de lesa humanidad en Venezuela. 

Rosa debió reorientar su vida y su mundo interior alrededor del vacío creado por el guardia nacional que decidió matar a una muchacha por protestar

Foto: Armando Díaz

Desde las protestas del 2014 hay un total de 333 víctimas de muertes violentas debido a la represión.

Solo en el año de la fundación de la organización, cuando hubo las protestas con más represión de la última década, hubo 164 asesinatos de personas que ejercían su derecho a la protesta; 68 casos son considerados ejecuciones extraoficiales y solo 6 casos del 2017 tienen una condena.

Así que Rosa empezó a llamar a otros familiares, principalmente de los estados más afectados: Táchira, Carabobo, Mérida y Miranda. 

Rosa tenía muchas razones para llevar a cabo su proyecto: quería hacer un museo de la memoria que visibiliza la violencia a la que se enfrentan los manifestantes en Venezuela, quería promover una cultura alejada del rencor y la venganza y quería poder acompañar a otros familiares de víctimas que habían sufrido lo mismo que ella: una muerte violenta a manos del Estado, sin apoyo ni compañía durante el duelo. El acompañamiento lo lleva a cabo junto a Psicólogos sin Fronteras, con quienes ha analizado los patrones del daño psicológico que suponen estos casos, entre ellos la depresión y ansiedad severa producto de la muerte violenta, la persecución e intimidación a quienes deciden llevar el caso a tribunales y la politización de los casos: “El apoyo con el duelo es fundamental, porque en la organización buscamos que las víctimas se empapen de todo el proceso: la documentación, la denuncia, la visibilización, el juicio y la recuperación. Queremos que la gente sea productiva para sí misma y para los casos que quieren llevar a cabo para la memoria de sus hijos e hijas”. 

Todos estos elementos fueron también parte de la experiencia de Rosa, quien además fue víctima de vigilancia policial constante durante el proceso judicial del caso de Geraldin: “Todos los días, antes de cada audiencia, tenía oficiales del Sebin frente a mi casa. Llegó un punto en el que yo les hablaba, y ellos me decían que estaban ahí para cuidarme. ¿Para cuidarme de quién? ¿De ellos mismos?”. 

Sin embargo, un momento determinante para la creación de la organización fue la condena de dos de los responsables de la muerte de Geraldin: “Tenemos que organizarnos y trabajar muy duro si queremos ver justicia”.

Por el crimen de Geraldin, el Ministerio Público condenó a treinta años de prisión a Albin Bonilla Rojas, sargento de la GNB; y a dieciséis años y seis meses a Francisco Caridad Barroso, también militar.

A Bonilla, quien Rosa describe como una persona con una expresión totalmente impersonal y hermética, lo culparon por el delito de homicidio calificado con alevosía por motivos fútiles y trato cruel en grado de complicidad. A Barroso lo acusaron de complicidad no necesaria y uso indebido del arma orgánica, quebrantamiento de pactos y convenios internacionales, y trato cruel a la víctima. Fueron 33 meses de proceso legal, 55 audiencias, 67 órganos de prueba, 13 audiencias diferidas y más de 20 testigos. Y aunque esto es un triunfo para Rosa y todo su equipo legal, solo dos de los 24 militares involucrados en el caso han sido juzgados por el asesinato de Geraldin. A finales de 2021, el fiscal de la CPI confirmó que los funcionarios actuaron en nombre del Estado, y pidieron imputar a los 19 guardias nacionales restantes como parte del proceso. 

Para Rosa, la venganza no puede ser el camino, sino la memoria y la justicia

Foto: Armando Díaz

Además de apoyar a los familiares, Justicia, Encuentro y Perdón hace informes y boletines semestrales, un podcast con la historia de los casos más emblemáticos, el museo digital de la memoria y un mapa interactivo con información de cada persona asesinada en el contexto de una manifestación. 

“No queremos que esto se convierta en el origen de más violencia o retaliación. No queremos a otros Jorge o Delcy. Queremos poder perdonar, cosa que no es fácil. También queremos ayudar a recordar a las personas que queremos. Yo quiero por ejemplo que la gente recuerde a Geraldin como una persona humanitaria, sin miedo. Quiero recordarla yo también como cuando era niña: escapándose para ir a los toros coleados, montando caballo, en la plaza, esforzándose en sus estudios, entrenando para ser mejor en los deportes, o defendiendo a los viejitos en la cola del mercado. Yo ya no soy una víctima de lo ocurrido. Soy una sobreviviente”.