La práctica médica en una sociedad enferma

Esta es una bitácora parcial de una pasantía en el Hospital Universitario de los Andes, en Mérida, en la Venezuela de hoy, con emergencia humanitaria más pandemia

"Actualmente los científicos se asemejan al gran Atlas sosteniendo el mundo. Sin embargo, ante la ignorancia voluntaria, a veces parecen más bien un exhausto Sísifo"

Foto: Composición por Sofía Jaimes Barreto

Y aunque se pasen veinte vidas estudiando medicina, llegará a ustedes gente con enfermedades misteriosas, pues la angustia a la que se refieren es parte de la profesión de curar y tendrán que vivir con ella.  

Noah Gordon, El médico

Luego de la espera habitual, por fin llega uno de los ascensores que funciona. Personal de salud, familiares y pacientes luchan cual horda desesperada para asegurarse un puesto. Gracias a esta dinámica, he desarrollado un sentido de liderazgo para vociferar a los negligentes “¡paciente en ascensor es prioridad, por favor bajen!”. Con esos pequeños detalles, el científico logra, así sea por mandatos de salud, un cambio en la consciencia colectiva. 

Al cabo de tres meses trabajando como pasante en este hospital ya me siento en casa. Pero hoy por primera vez me toca vivir lo que muchos me advirtieron. La electricidad falla y pasamos diez minutos encerrados en el ascensor. Ni siquiera siento la claustrofobia que hubiera esperado en estas circunstancias; debe ser que cuando la emergencia es la norma, termina el miedo. ¡Vaya forma de comenzar el día!

Al llegar al piso nueve, pasamos revista de todos los pacientes. Ale —un talentoso cantante— tiene metástasis, con punto de partida óseo. Cada día está en peores condiciones. Su madre me entrega los resultados de la biopsia.

—Aquí tiene, doctora —sonrío ante el doctora, pues aún no soy médico. La semántica siempre tan sutil. 

Neurocirugía improvisada

Una sola intervención de neurocirugía demanda tanto tiempo como tres cirugías generales. Una de las más requeridas, una discectomía, que consiste en liberar algún síndrome compresivo en la médula espinal o en la columna vertebral, puede llevarse más de seis horas. Hoy ocurre precisamente eso: una operación planeada para dos horas se está llevando seis. Lo que planificamos nunca, o casi nunca, sale como queremos, por los eternos problemas logísticos a los que los venezolanos ya nos venimos forzosa y hasta avergonzadamente acostumbrando.

En este caso, no contamos con todos los instrumentos necesarios. De hecho, una de las zonas anatómicas vasculares más pequeñas es precisamente la columna vertebral y para ello necesitamos instrumentos especializados. Pero como noté desde el inicio de mi internado, a los cirujanos merideños les toca improvisar ante todo, lo que dificulta el trabajo y hace que se torne más tedioso. 

Me resulta impresionante la manera en que un paciente, a pesar de la creciente tensión, puede permanecer en decúbito ventral por más de cinco horas seguidas, para que la irrigación sanguínea sea mucho más lenta. Parte de la hazaña se debe a una especie de almohada artesanal que los mismos médicos elaboraron con foamy, vendas y gasas para evitar la contaminación; con un algodón se tapan los orificios auditivos externos y con una especie de gel se cubren ambos globos oculares. Es la primera vez que observo esa posición bastante atípica, pero tiene mucho sentido, ya que el abordaje quirúrgico es por la parte posterior del paciente. 

Los enfermeros

No puedo ser indiferente al tema de la asepsia y la antisepsia magistralmente supervisadas por el personal de enfermería, capaz de regañar a los mismos cirujanos para rematar con un piropo:

一Mire, doctor, yo ya cumplí mi horario de guardia quirúrgica, pero como se trata de usted voy a hacer una excepción y me voy a quedar a instrumentar esta operación, porque me da lástima con esta señora que al fin logró conseguir todos los materiales.

一Este país necesita es de gente así, “licen”. Y si falta algún material, vamos a ver cómo conseguimos resolver. Por favor, un Crile y Metzenbaum.

La enfermera pasa los instrumentos mientras nos mira a mi compañero de pasantía y a mí con autoridad, para que nos alejemos aún más de la mesa de instrumentación.

一Esta operación parece más bien un velorio. Pongan una música alegre.

一Ay, doctor, usted además de buen mozo tiene un sentido del humor envidiable. Una pasa todo el día aquí en estos quirófanos. Deberíamos planear para salir todo el equipo a bailar, si no vamos a terminar deprimidos con el hospital y sus cosas.

Néstor

Llego temprano al hospital, como de costumbre. Recuerdo que el día anterior la hija del señor Néstor me pidió ayudar a vigilarlo, así ella podía salir a buscar un lugar del hospital donde hubiera señal telefónica. En ese instante, Néstor, consciente pero desorientado, balbuceó que era médico. 

Hoy decido, como primera actividad del día, ir a verlo. Camino por los pasillos y escucho personas celebrar el hecho de que no quitaron la electricidad por más de dos horas. Al llegar a la habitación, percibo el llanto de la hija cubriendo a su padre recién fallecido. Al ver la escena, no puedo evitar sentirme confundida. Reviso su historia clínica y me detengo en la última anotación: “9:15 am, paciente broncoaspira. Diagnóstico: neumonitis química por broncoaspiración”. Este tipo de patología se da cuando alguien muere, literalmente, por tragar su propio vómito, que es un contenido irritante para los pulmones. 

Pienso en el contraste entre la bulla del pasillo y el silencio consecuencia de la muerte. El absurdo en su más puro estado. Me hace pensar en La peste, de Albert Camus. Su protagonista, el doctor Rieux, también vive como nosotros los infortunios de la práctica médica en una sociedad enferma.

Un traumatismo raquimedular

Comenzamos el día bien temprano, como es normal desde que empezamos el internado. Ya no me cuesta casi nada despertarme sin ayuda de la alarma digital. ¡Gracias, ritmo circadiano! 

Llego al piso nueve por las escaleras, para hacer el ejercicio que voluntariamente no practicaría. Me recibe el característico silbido coqueto de un joven paciente que se entusiasma mucho al ver a cualquier chica. Después de más de seis meses hospitalizados, se agudizan los trastornos mentales preexistentes o se crean de base.

Nos disponemos a hacer limpieza y cura de las escaras de los pacientes que han pasado mucho tiempo acostados. El traumatismo raquimedular, una lesión en cualquier segmento de la columna vertebral, condena a las personas a la inmovilidad absoluta, o por lo menos a una gran inmovilidad. La escara, su primera gran enemiga aunque nada tiene que ver con el traumatismo en sí, pronto se manifiesta. Noto que la mayoría está en muy mal estado debido a la falta de higiene. No los culpo; en este país, para obtener un producto de higiene básico tendrías que sacrificar una ración de comida. 

En Cirugía General

Entrar a un quirófano es una experiencia que muchos de los pasantes ya hemos vivido. En la Facultad de Medicina desde muy temprano te acercan, por medio de la observación y luego de la práctica, a estos metros cuadrados de medicina en todo su esplendor. Aún temblamos ante la mirada de ese equipo experto que algunas veces nos tiene consideración por nuestra inexperiencia y otras nos somete a preguntas y “misiones”. He experimentado los extremos: quedarme callada aun sabiendo la respuesta, o simplemente hacer un discurso que parece una clase magistral de seguridad en mí misma.

En el hospital toca ser una mezcla constante de prudente pasante o de valiente quasi médico, dependiendo de la circunstancia.

Después de vestir mi traje quirúrgico me dirijo al Quirófano 1. Observo una cartelera, que antes mostraba los nombres, diagnósticos y fechas de las intervenciones de los pacientes. Ahora solo dice en letra cansada: Quirófano cerrado por seis semanas

Persiste el problema del aire acondicionado y con el calor proliferan los gérmenes. Lo segundo que encuentro es otro cartel, cual película de bioterror, en alemán. Aprovecho para practicar mi pronunciación de Vernichtungsbeutel (bolsa de riesgo biológico). 

De los tres únicos quirófanos que suelen servir, solo funciona uno en el que se llevará a cabo la extracción de un apéndice, y ya encuentro un par de moscas rondando.

En emergencias

Recibimos la guardia de la noche anterior. Hoy será un día largo y activo. El calor es sofocante. Logro ver a uno de los pocos pacientes de Trauma Shock que está consciente usando una hoja blanca para abanicarse. A su alrededor persiste el escándalo de médicos, pacientes y sonidos incesantes de aparatos médicos que miden los signos vitales. Aún así nuestras miradas se cruzan un momento y me sonríe. A eso es lo que yo llamo optimismo innato. 

Busco a mi compañero de pasantías y nos acercamos a la revista con los cirujanos. Nos dicen lo que todo pasante quiere escuchar: “Hagan un sorteo, a uno le tocará poner una sonda vesical y al otro una nasofaríngea”. Tras un confidencial juego de piedra, papel y tijera, el resultado apunta a que yo me encargo de la sonda vesical. Con creciente nerviosismo y entusiasmo me dispongo a improvisar debido a la falta de insumos médicos. 

Así es como se hace todo aquí, pero debe parecer que ya lo has hecho antes. La regla de oro es que, aún ante un paciente inconsciente, debemos respetar su pudor. “Con su permiso, le voy abrir las piernas para introducirle un aparatico que le va a ayudar a orinar”. Generalmente las mujeres, sobre todo las mayores, tienden a estar rígidas y en postura púdica, por lo que me cuesta hacerla ceder al principio. Veo los genitales externos. Pienso que debe ser fácil, pues a fin de cuentas soy mujer. Pero la verdad es que mi saber era extremadamente abstracto, como todo lo que aparece en los libros de Medicina, comparado con la realidad. Por lógica, pongo la sonda en dirección ascendente y veo salir el líquido amarillo. Inflo el balón y lo aseguro. Mi primera sonda vesical sin anestesia local no resulta tan difícil de realizar.

La paciente es candidata a quirófano de emergencia. Llegamos al área desértica y contaminada.

El personal de salud parece asfixiado por el calor y el tedio de tener que trabajar en un ambiente tan hostil.

Los cirujanos hacen la laparotomía exploradora, y todos advertimos una distensión exagerada de las asas intestinales, que parecen estar a punto de —literalmente— explotar. Siempre resultan impresionantes las magnitudes a las que el cuerpo humano puede llegar cuando se ve sometido a una injuria. Siguen explorando. La causa de la obstrucción intestinal está clara: exponen una masa tumoral gigante en el colon derecho.

Los antiguos enemigos de la humanidad 

Cuando me introduje en el vasto mundo de la medicina, siempre pensé que los virus dominarían al mundo. Pero con eso ni siquiera me refería a la oscura fama del Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) como pandemia. En realidad, fueron otros los protagonistas de mi hipótesis juvenil. El primero fue el Virus de la Hepatitis B (VHB), ya que resulta cien veces más infeccioso que el propio VIH y es capaz de sobrevivir hasta siete días in vitro. El VHB es la razón de una de mis numerosas críticas contra del sistema sanitario nacional, pues los hospitales no exigen una prueba serológica de rutina como requisito para descartar la infección en pacientes que sean candidatos a intervenciones quirúrgicas. El segundo fue el Virus del Papiloma Humano (VPH), que afecta a más del 70 % de la población sexualmente activa (así es, de 100 personas, 70 lo han tenido o han estado en contacto con el virus). Tales datos abrumadores me dejaron claro que, en efecto, los virus son temibles. ¿Pero, por qué estos microorganismos son tan ignorados y hasta subestimados?, me pregunté. 

Los virus son organismos misteriosos al borde de la vida y la muerte, del ser o no ser, cual Hamlet de la biología. Necesitan de un huésped para poder vivir (en ello se parecen a los parásitos) y no son susceptibles a los antibióticos (en ello se diferencian de las bacterias). Eso es todo lo que una persona promedio podría conocer sobre ellos. 

Por otra parte, el extenso debate en torno a si los virus están vivos o no se debe, al hecho de que por sí solos no pueden subsistir. Además, cumplen su papel de una manera increíblemente mórbida: tienen predilección por el núcleo celular, cuna de la información genética de cada célula, o la esencia misma de la vida. Una vez que encuentran un huésped, pueden replicarse cualquier cantidad de veces y así afectar de manera integral nuestro sistema inmune. Vivos o no, lo cierto es que pueden matarnos.  

Estos microorganismos son capaces de crear estragos sistémicos importantes sin que haya un tratamiento en su contra, salvo el sintomático, que nos limita a hidratar y controlar la fiebre. Precisamente esa tormenta implica que las células nos lleva a un concepto difícil de comprender, pues resulta incómodo pensar que realmente es nuestro sistema inmune la causa del deterioro de nuestras patologías, más que la noxa en sí misma. Lo que se traduce como un permanente círculo vicioso.

Hay un tipo de relación antagónica donde el virus no solo se conforma con producir daño a nuestra especie susceptible, sino que apuesta a infectar a las bacterias mismas, a través de los bacteriófagos, especie de monstruos microscópicos con una apariencia que parece sacada de una ilustración de ciencia ficción. A fin de cuentas, ni siquiera sus aguerridas colegas se salvan.  

El covid-19

Durante los últimos dos años, marzo se ha convertido en un mes funesto y también,  en el mes más cruel. El año pasado nos sumió en prácticamente una semana de completa oscuridad. No hubo electricidad en la mayoría de las ciudades del país. Las señales se apagaron y la comida empezó a escasear. Especialmente en los Andes. 

Ahora, el virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad covid-19, ha sido capaz, en menos de un mes de cuarentena, de ponernos en un suspenso de espacio y tiempo. Nada que envidiar a la gente de las plagas pasadas, todos con la misma sensación nietzscheana del eterno retorno de lo inevitable. Nos ha demostrado, además, que aún queda un largo camino para la divulgación científica. 

Actualmente los científicos se asemejan al gran Atlas sosteniendo el mundo. Sin embargo, ante la ignorancia voluntaria, a veces parecen más bien un exhausto Sísifo. La población vive en la incertidumbre por no creer en la ciencia, pero es presa de admiración de los valientes galenos que exponen su vida para salvarnos. Muchos gobiernos aprovechan la pandemia para vigilar y castigar en visión panóptica, lo que Foucault siempre concibió como su oportunidad perfecta. 

En el caso de Venezuela, una pandemia resulta la excusa perfecta para mantenernos apartados y ocultar la crisis social, económica y hasta existencial en la que estamos sumergidos. Antes de la pandemia, muchos no lograron salir de las fronteras por distintas razones. Ahora quiere regresar la inmensa mayoría de quienes lo lograron. Pandemia y exilio son las nuevas marcas del venezolano.