Güiria: el día después

La gente del pueblo sucrense que encarna el drama migratorio de nuestra frontera oriental cuenta cómo procesa la tragedia de diciembre y por qué siguen viajando, como sea, a Trinidad

La escasez de gasolina, la falta de empleo, la sumisión a las bandas y la inflación obligan a los sucrenses a lanzarse al mar

Foto: Composición de Sofía Jaimes Barreto

Si la preguntas a la gente de Güiria cómo es su vida, te dicen que es “dramática”, que es “una verdadera tragedia”. Pero no siempre fue así. La población maś grande de Paria era un pueblo alegre, tranquilo, pujante. Se le asociaba con gente amable, carnavales y atractivos turísticos como el lugar donde Colón pisó tierra firme americana y que describió como un paraíso.

Las principales actividades eran la pesca y la producción de café y cacao. Por esto, en 1968, se inició la construcción del Puerto Pesquero Internacional de Güiria, el primero en su género en toda América Latina, que hizo que los pobladores del pueblo despegaran hacia el futuro cuando el puerto comenzó a operar, en 1970. Había procesadoras de pescado y plantas de hielo, y era la base de una gran flota atunera. Años después llegó Pdvsa para explotar las inmensas reservas de gas natural de la región y con ella empresas extranjeras, hoteles, empleos. “Teníamos una economía diversificada y un pueblo con gran potencial”, aseguró Carlos (nombre falso para proteger su identidad).

Cuando el puerto pasó a manos del Estado, en el 2006, comenzó la decadencia: “Cuando Pdvsa llegó al municipio tomó algunas áreas del puerto, no invirtió en él. Lo que queda está en la ruina. Ya no tiene la planta de hielo, no tiene el sistema para levantar embarcaciones fuera del agua para tareas de mantenimiento, ya no tiene las áreas donde atracaban las embarcaciones”, contó Carlos.

Mientras este deterioro ocurría paulatinamente, el boom petrolero hizo que se descuidara la pesca y la agricultura. Luego, tras algunas expropiaciones y la caída del funcionamiento de Pdvsa, el pueblo entró en una parálisis que acabó con los años de crecimiento y con un futuro prometedor.

El gobierno de la mafia

“No hay ningún futuro aquí, no hay oportunidades. ¿Usted vio la lista de las personas que recogieron en el mar? Todos son jóvenes”, comentó Claudia (nombre falso para proteger su identidad).

Claudia cuenta que la mayoría vive del comercio informal: “Toda la calle troncal de Güiria está llena de buhoneros desde que empieza el día, vendiendo cualquier cosa. No da para mucho, pero al menos una comida al día puedes hacer”. Sin embargo, este no es el único camino que los jóvenes toman, algunos buscan escalar a través de la delincuencia: “Lo que les brinda estatus social es ingresar a las bandas”, dijo Carlos.

Son las bandas las que imponen el orden en las parroquias. Carlos explica que en cada parroquia los mafiosos establecieron bases. “Ahí una mujer puede acusar a su esposo si la maltrata, lo cual es irónico porque si una mujer habla mal de ellos la pueden matar. También se denuncia a delincuentes que no sean pertenecientes a la banda dominante”. La comunidad en estos casos convive y colabora con ellos, porque entiende que ellos brindan algo que las autoridades gubernamentales no controlan.

Andrés (nombre falso para proteger su identidad), un joven güireño, vio cómo algunos de sus compañeros de clase entraban en las bandas. Esto no solo ocurría con los varones, también muchas de sus amigas y compañeras buscaban la manera de subir de estatus acercándose a los mafiosos.

Según la Encovi, el 75 por ciento de los hogares en Sucre sufre de inseguridad alimentaria severa. Frente a eso emerge el negocio de la droga, con Paria como una costa ideal para exportarla desde Venezuela. Pero las bandas que mueven droga también mueven gente

Un mar de dificultades

Desde 2016 comenzó a hacerse más frecuente el viaje a Trinidad, para buscar allá comida y medicinas. Las bandas han dificultado la producción de alimentos en Oriente, cobrando vacuna a las haciendas que quedan y a los transportistas en las carreteras.

En 2017 la gente empezó a quedarse más tiempo en Trinidad, para trabajar por unos meses. Pronto la mejor opción se convirtió en establecerse en la isla, a pesar de los malos tratos y de los peligros del mar.

El pasaje puede costar entre 300 y 400 dólares por persona y en un peñero, con buenos motores, llegas en tres o tres horas y media. Luis (nombre falso para proteger su identidad), un güireño establecido en Trinidad, contó que estos viajes son casi legales: “El gobierno siempre ha sabido de estas embarcaciones. Había personas del gobierno que se lucraban con esta situación, hasta que se perdieron los primeros botes. Luego de eso persiguieron a una gente y los metieron presos. Pero como ya ves, la situación continúa igual”.

El primer peñero registrado que naufragó, zarpó el 27 de febrero de 2017. Seis sucrenses iban a comprar alimentos en Trinidad para luego venderlos en el pueblo. Al volver a Venezuela, los motores se llenaron de petróleo por un derrame en la zona y dejaron de funcionar. Estuvieron a la deriva por 43 horas y, en espera de su rescate, tres de ellos fueron arrastrados por la corriente. Ni la Guardia Nacional ni la Guardia Costera de Venezuela salieron en su búsqueda. Los sobrevivientes se mantuvieron a flote casi dos días, cubiertos de petróleo.

Al año siguiente, la migración seguía en aumento y cada vez eran más los que se establecían de manera ilegal. “No hay acceso para renovar y sacar nuestros pasaportes, la mayoría de nosotros no tiene cédula de identidad”, explicó Claudia.

Cuando una embarcación de viajeros llega a algún puerto de Trinidad y Tobago, los funcionarios de migración sellan el pasaporte y establecen la cantidad de tiempo que debes permanecer en la isla. Pero la falta de este documento hizo que muchas personas comenzaran a “alquilar” el pasaporte de otra persona con características similares. Muchos hacen el viaje sin identificación de ningún tipo y llegan a Trinidad sin nada, rezando para que la policía costera o la policía en Trinidad no los vea porque, de ser así, serían deportados o detenidos en las cárceles. 

“Allá en Güiria no hay casi jóvenes, los que quedan son pocos y con ganas de irse; las personas que aún permanecen ahí son las que tienen ya toda una vida ahí en el pueblo”, aseguró Andrés. 

Según el censo de 2011 ahí habitaban 40.000 personas. Hoy, según autoridades del municipio, no deben quedar más de 25.000 habitantes y, según la Organización Internacional para los Migrantes (OIM), en Trinidad hay alrededor de 20.000 migrantes provenientes de Güiria y el Golfo de Paria.

Entre ellos, Luis (nombre falso para proteger su identidad), quien vive en la isla desde 2019.

La vida en la otra orilla

“Soy profesor de educación física, me gradué de motorista en la Universidad Marítima del Caribe y tenía una carpintería, pero aún así no me daba para sustentar a mis dos hijas. Tenía unos conocidos acá en Trinidad, así que decidí venirme”, explicó. “El día que me vine estaba otro profesor, era Semana Santa, al llegar, luego de una semana conseguí trabajo en una carpintería y he mantenido mi trabajo desde ese momento”.

Tras un año en Trinidad, Luis no ha tenido malas experiencias. Dice que, como en cualquier lado, hay personas buenas y malas. Asegura que quien crea la xenofobia allí es el gobierno.

Luis piensa que ha logrado mantenerse bien en la isla porque trata de no llamar la atención de nadie: “No voy a bares, no salgo a ningún sitio público para evitar problemas, porque sé que como migrante no tengo ningún derecho acá”.

La ley migratoria de Trinidad y Tobago establece que los migrantes con pocos o nulos recursos, que representen una carga para los fondos públicos, tienen prohibida la entrada a la isla. Tampoco las personas que el Estado considere “idiotas, imbéciles, débiles mentales, personas que sufren demencia y personas psicópatas” podrán entrar al país caribeño; ni los homosexuales o personas con “conductas inmorales”.

Luis asegura que las autoridades no respetan ni el carnet de refugio que da el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur): “A la gente que tiene su carnet, la paran en la calle le rompen el carnet y los deportan o los meten presos. Hay gente que conocí acá que los han deportado así”.

Aunque hay ese riesgo, Luis no siente miedo, y si tiene que ayudar a algún venezolano en una mala situación lo hará y está dispuesto a correr los riesgos: “Si es venezolano, cómo no lo voy a ayudar”.  

Pese a todo, Luis ha logrado mejorar su calidad de vida: “Llegar a cualquier otro país de la región, sin tener que hacer colas, con agua potable todos los días, conexión a internet, sin cortes de luz, te cambia la vida; y en lo económico también he mejorado, pero en lo sentimental sí afecta. No he visto a mis hijas desde que me vine”.

A muchos otros venezolanos los han encarcelado en el Centro de Detención de Inmigración de Trinidad y Tobago. Las denuncias sobre los malos tratos que reciben allí los inmigrantes son múltiples, desde intercambio de favores sexuales por comodidades hasta hambre. Andrés comentó que a finales del 2019 se filtró un video de una de sus compañeras de clase que se había ido a Trinidad: “Por lo que se veía la estaban obligando a estar en eso. Estaba ella con otra muchacha y varios tipos. Luego, al final, los hombres comenzaron a burlarse diciendo que no les iban a pagar”. Se estima que unas 4.000 personas han sido víctimas de trata en Trinidad, según David Smolansky, comisionado de la Organización de Estados Americanos para la crisis de los migrantes venezolanos.

34 velas en la noche

A las 10:38 de la noche del sábado 12 de diciembre, Rocío San Miguel, presidenta de la ONG Control Ciudadano y experta en asuntos militares, informó al país por Twitter que en las costas de Sucre había 19 cuerpos de venezolanos ahogados; cifra que ha aumentado. Desde entonces se han encontrado 34 cadáveres.

Ninguna autoridad ha esclarecido los hechos: el régimen venezolano acusó a las bandas criminales que operan en la zona y, supuestamente, tienen “vinculación con las mafias del extremismo venezolano”. El gobierno trinitario aseguró que la Guardia Costera no ha interceptado ninguna embarcación proveniente de Güiria. Pero  familiares de las víctimas y el diputado Carlos Valero afirmaron que las autoridades devolvieron a las embarcaciones de la isla.

Un capitán de un bote pesquero explicó que los peñeros, en los últimos meses, salen sin la gasolina necesaria para regresar a Venezuela. Varios habitantes de Güiria comentaron que el litro de gasolina puede costar de 3 a 5 dólares y en ocasiones es mejor comprarla en la isla, algo que muchos botes hacen para poder volver a Venezuela.

Luego del hallazgo de los cuerpos, el fiscal designado por la ANC, Tarek William Saab, informó que detuvieron a Luis Alí Martínez, dueño de la embarcación que naufragó, acusándolo de tráfico ilegal de personas. Sin embargo, para los habitantes de Güiria y los familiares del señor Martinez esta acusación responde a que quieren un culpable para demostrar que el hecho no se debió a que las personas huyen del pueblo. Vecinos del lugar contaron que varios familiares del señor murieron en la embarcación. Luis, desde Trinidad, comentó que entre ellos estaban tres hijos y una nieta de González: “es una cacería de brujas, esto es horrible. Un amigo que lleva comida de Trinidad a Güiria me dijo que se quedaría acá hasta que todo se calme, por miedo a que lo juzguen por tener un bote y viajar”. 

Estos acontecimientos conmovieron al país y a los güireños. Claudia contó lo afectada que está. El 6 de diciembre un amigo cercano de ella y su familia fue a su casa a despedirse: “Me abrazó antes de salir. Él tenía dos años en Trinidad y había vuelto para llevarse a sus hijas y a su esposa a la isla, iban a pasar la Navidad juntos. Luego pasaron los días y no sabía nada, su última conexión en Whatsapp fue ese día a las 4:25 de la tarde. Estuve esperando que me escribiera para saber si estaba bien”.

El día sábado comenzaron a llegar los cuerpos. Le dijeron a Claudia que esos no eran del bote donde se había ido él, que el peñero donde había viajado estaba retenido en Trinidad. Pero el 18 de diciembre apareció un cadáver: “el cuerpo de mi amigo, estaba sin cabeza, lo reconocimos por un tatuaje”.

Andrés cuenta que entre los fallecidos había amigos del colegio, como una de sus amigas más queridas: “Yo siempre he sido el payaso del salón y esa compañera se la pasaba conmigo, se reía de mis chistes, me escuchaba, la quería mucho. Cuando me enteré de que se había ido con su pareja y su hija me preocupé mucho. Los tres murieron y a la niña la encontraron en descomposición”.

Algunos habitantes del pueblo se movilizaron durante esos días. Iban al muelle a recoger los cuerpos y los pescadores salían a buscar a las víctimas.

Cuando el pueblo se congregó en la iglesia de la Inmaculada Concepción el 14 de diciembre, había más gente que en los antes famosos carnavales de Güiria.

Todos lloraron y honraron a sus muertos, escribieron en hojas blancas los nombres de los cuerpos que se habían identificado hasta ese momento y, al culminar, salió en procesión la imagen de la Inmaculada Concepción. Cada güireño colocó en el piso una vela, en memoria de sus paisanos, dándoles un último adiós a quienes fueron víctimas de la crisis que ha expulsado a más de 5,6 millones de venezolanos.