El cáncer no entiende de esperas

El caso de la docente Micarmen Rojas es un indignante ejemplo de lo que viven los enfermos de cáncer en Venezuela con la precariedad económica y sanitaria, y expuestos al covid

En la historia de Micarmen se ve cómo operan las capas de vulnerabilidad de la población cuando se superponen

Foto: Gleybert Asencio

En octubre de 2018, Micarmen Rojas fue diagnosticada con un carcinoma ductal infiltrante en el seno izquierdo (etapa III). Ella y su familia dejaron su hogar y sus trabajos para mudarse de Zaraza, estado Guárico, a Caracas, para buscar opciones para tratar la enfermedad. 

Como no contaba con el dinero necesario para los exámenes cuando supo que tenía cáncer de mama, tuvo que esperar para hacer su tratamiento. En el camino, su diagnóstico empeoró. Logró superar el cáncer de mama, pero unos chequeos posteriores revelaron que el cáncer se estaba reproduciendo en un pulmón. 

—Tengo dos nódulos en el pulmón izquierdo, y es porque tuve que esperar mucho para atender el cáncer primario —dice Micarmen— . Empecé unos cuatro, cinco meses después de diagnosticada porque tenía que hacerme muchos exámenes y no había dinero. Me atendí muy tarde. La consecuencia de eso fue la metástasis que tengo ahora, los dos nódulos en el pulmón donde estaba el cáncer.

Para detener el cáncer de mama Micarmen se sometió a trece sesiones de quimioterapia y a una mastectomía radical. En un hospital público querían dejarla en espera para el año siguiente, porque 252 mujeres ya estaban en lista. Su hijo, un amante del fútbol, llegó desesperado a casa, sin saber cómo ayudar a su madre y fue entonces cuando le escribió a todos los jugadores de la selección venezolana. Fernando Aristiguieta fue el único en contestar y sin pensarlo pagó por su operación de mastectomía. “Pensaba que iba a morir. Después de Dios le debo la vida a Fernando Aristeguieta”, recuerda Micarmen. 

Hasta el momento la profesora no ha podido hacerse un gammagrama óseo, primero porque es difícil de conseguir ante la falta de reactivos y segundo porque oscila entre los 250 y 300 dólares. Antes de la pandemia se podía hacer, con algo de suerte, en el Hospital Clínico Universitario, pero ahora solo atienden emergencias que tengan relación con el covid-19.

—La quimioterapia afecta mis huesos y no sé en qué condiciones están. El día que pueda hacerme el examen, tal vez me digan que ya es muy tarde. Yo lo que hago es colocarme una ampolla en vena para los huesos y le pido a Dios que no me pase nada.

Afortunadamente hoy el tratamiento no causa pérdida del cabello. Pero los efectos secundarios han dejado a Micarmen paralizada con las piernas entumecidas, la han hecho sangrar a chorros por la nariz y hasta perder la respiración. 

—Se me han llegado a secar los ojos y eso hace que me duele la cabeza, a veces me duelen las encías como si se me fueran a caer los dientes, me salen llagas. 

En la cabecera de su cama tiene una imagen del doctor José Gregorio Hernández, al que no deja de pedirle que le dé las fuerzas necesarias para salir adelante. Unos días son buenos y la determinación no deja que Micarmen se rinda, pero otros, los miedos no la dejan poner un pie fuera de su habitación. 

No rendirse, continuar en medio de la desidia, es su lema y también la razón por la que ha seguido durante veinte años ejerciendo como docente, una profesión tan golpeada por la crisis venezolana, que no hace más sencilla su condición. 

Micarmen da clases de inglés para costear su tratamiento y a su vez tiene una campaña de GoFundMe en la que pide ayuda para enfrentar su situación. Una constante que se ha convertido en el rostro común de los pacientes con enfermedades crónicas en el país.

—Yo tengo una computadora, que es muy vieja y además prestada. Esta que está aquí se dañó, se quemó —dice señalando una máquina de escritorio ubicada en un estante de la sala de su casa, de paredes blancas, donde vive con sus tres hijos, su esposo y un pequeño pincher—. Un día se apagó sola y no prendió más. Ahora tengo una laptop que me prestó el papá de mis hijos, pero está vieja y a veces se apaga sola y digo: Que sea lo que Dios quiera, porque tanto repararla como comprar una nueva es muy costoso.

Hace dos meses atrás la profesora se contagió de covid-19 y sus defensas, vapuleadas por el cáncer, no la ayudaron.

Tuvo todos los síntomas de la enfermedad provocada por el coronavirus. Debió gastar de pronto parte del dinero que había hecho para atender su cáncer y parar el tratamiento, además de que perdió la oportunidad de ganar algo más dando unas clases en línea a personas fuera del país. 

—Estuvieron a punto de hospitalizarme en el Clínico Universitario, pero me dijeron que no había cupo, que había gente hasta en los pasillos y tendría que hospitalizarme en mi casa. Eso fue buscar los recursos, primero para alquilar un concentrador de oxigeno que no baja de cien dólares, cuando yo siendo maestra del Ministerio de Educación solo gano seis millones de bolívares al mes y cobro cinco dólares por cada hora de clases de inglés en línea. 

Sobre la salud pública en Venezuela tiene el asunto muy claro.

—Si se cumpliera el derecho a la salud, tener la certeza de que uno llega al hospital y se puede hacer ese examen, o tomografías para ver cómo evoluciona el tratamiento, ningún paciente estaría en esta situación. Ya la enfermedad es un suplicio, imagina añadirle este trato tan inhumano que estamos sufriendo. No hay nadie que te garantice nada. Lo vivo con el cáncer y lo viví con el covid-19. Toqué la puertas en entes públicos y no había un lugar para mí.

La docente pudo vacunarse con la primera dosis de Sputnik V. Tiene tres meses esperando por la segunda y donde le corresponde la inmunización le pidieron esperar por otro mes más.

Le ha dado clases de inglés a niños, niñas y adolescentes, pero también a personas de la tercera edad. Su trabajo le apasiona y espera poder seguir enseñando por más tiempo, por el periodo que la vida le permita.

—Trabajo en todas partes. Yo debería estar descansando y no puedo porque debo trabajar en todos lados. La gente piensa que es solo la quimioterapia, y no. Yo necesito unas medicinas porque la quimioterapia me da dolor en los huesos, necesito otras para la tensión, a veces me deprimo y necesito antidepresivos. Todas esas cosas son costosas. La alimentación que debo tener también es muy costosa y todo eso es terrible porque hay que sumar lo del día a día: hay que pagar el agua, la electricidad, el teléfono.

Por decreto de Nicolás Maduro los docentes regresaron a la presencialidad el pasado 16 de septiembre. Micarmen también, aunque teme volver a contagiarse de covid-19 ahora que los alumnos regresarán a las aulas. 

Micarmen debe pagar sus tratamientos cada lunes. Solo descansa de ellos una semana al mes, y tiene que ponerse cada día en el abdomen unas vacunas que suben sus defensas. 

—Tengo que comprar inyectadoras de insulina todas las semanas, dexametasona que me la colocan en vena para evitar cualquier reacción alérgica. Quiero recalcar que hasta ahora no me ha fallado la medicina de alto costo del Seguro Social. Todos los meses mi esposo retira mi medicina de allí. Han sido constantes. 

Al menos eso no forma parte de la incertidumbre que constantemente siente al no tener la certeza de si podrá pagar su próxima visita al médico.

Le ha preguntado a su oncólogo hasta cuándo recibirá tratamiento, con la esperanza de una fecha cercana, pero la respuesta siempre es la misma, un “no se sabe” porque en realidad Micarmen debe continuar hasta que ya no resista más o desaparezcan los nódulos. 

Para el 13 de septiembre el panorama para esta venezolana dedicada a la docencia empeoró. Al acudir con su doctor le informaron que su enfermedad progresó. Ahora debe hacerse una tomografía de los pulmones y el hígado.

–Mi enfermedad se ha vuelto más crítica. Esto va para largo y como todo aquel en este país con un sueldo mínimo pariendo para asumir los gastos (exámenes, estudios especializados, medicinas y alimentos).

Ver a sus hijos, estudiantes de la Universidad Central de Venezuela (UCV), graduarse en el Aula Magna, es uno de sus más grandes sueños, además de curarse para seguir educando. 

Como tuvo problemas de salud al nacer, sus familiares la encomendaron a los santos que les tenían devoción y fue así como la profesora de inglés terminó siendo: Micarmen Esthela Elena de la Santísima Trinidad Rojas de Flores. Hace poco, a todo este dolor se sumó el de la muerte de su padre.

—Creo que esta enfermedad me ha hecho más fuerte. Mi pasión es la docencia y creo que esa es una de las cosas que me tiene viva. Esta crisis me ha enseñado lo fuerte que soy, el cáncer me ha enseñado que soy más fuerte de lo que yo pensaba. 

La Sociedad Anticancerosa de Venezuela señala que el cáncer es la segunda causa de muerte en el país. Según datos de la organización recopilados hasta el 2019, mueren más de 28.000 pacientes al año. Es decir, cada hora mueren tres personas que padecen distintas formas de esta enfermedad. 

—Lo malo no dura para toda la vida —dice Micarmen—. A lo mejor yo me muero y no lo logro ver, pero espero que mis hijos sí vean un cambio en el país y por eso sigo luchando, para enviar un mensaje de esperanza, de que sí se puede a pesar de las circunstancias adversas.