Una palabra que empieza por V

Hay otras perspectivas y convicciones para hablar del aborto, que siguen considerando los derechos humanos y siguen basadas en una experiencia que pone todo a prueba. Como la que se cuenta en estas líneas

"Tus derechos terminan donde empiezan los del otro, y ese otro es un ser humano genéticamente independiente"

Foto: Composición por Sofía Jaimes Barreto

Creo firmemente en que las personas tienen derecho a decidir sobre su cuerpo. Para muestra un botón: tengo tres tatuajes y en el futuro vendrán más. 

Sin embargo, este argumento tan básico en muchas ocasiones se pretende enfrentar a uno incluso más fundamental: tus derechos terminan donde comienzan los del otro.

¿Quién es ese otro? Creo que la definición más magra y objetiva es que ese “otro” es un ser humano genéticamente independiente, que debería desarrollarse de forma ininterrumpida siempre y cuando no exista una intervención externa.

Ese “otro” es cada uno de los integrantes de tu familia, tus vecinos, amigos, conocidos y desconocidos. Ese otro somos todos; y ese “otro” debería ser protegido por el simple hecho de ser un ser humano. He ahí la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Ni el género, ni la etnicidad, ni la religión ni mucho menos la edad deben ser determinantes de esos derechos humanos. El determinante debería ser el momento en que te conviertes en ese ser humano genéticamente independiente, y eso ocurre en el momento de la concepción. Vale decir: que se llegue a concebir un ser humano no es para nada sencillo.  

Es por esto que hablar del aborto como si fuera un simple procedimiento médico me parece superficial y deshumanizante. Quizás tan deshumanizante como referirse a ejecuciones extrajudiciales como simples procedimientos policiales o hablar de las víctimas de los procedimientos militares como simples “bajas”.

Aborto es una palabra que no me da miedo pronunciar, si bien no me encanta. Creo que lo que más me molesta es la manera en que se deshumaniza su significado. La definición de Wikipedia se limita a “la interrupción y finalización prematura del embarazo de forma natural o voluntaria, hecha antes que el feto pueda sobrevivir fuera del útero”. Es innegable que la página de “aborto” de Wikipedia es referencia, ha sido vista 173.428 veces en los últimos 30 días (al 14 de noviembre).

Con cambiar unas cuantas palabras, me atrevo a decir que el concepto cambia de manera radical: “la interrupción y finalización prematura de la vida de forma natural o voluntaria, hecha antes que el ser humano pueda sobrevivir fuera de su contexto natural”. Comienza a sonar a algo que comienza con “A”, pero no es aborto.

Más aún, si el aborto es —en esencia— terminar de forma prematura con un embarazo y, por tanto, terminar con las posibilidades de sobrevivencia de un feto, ¿por qué siempre la discusión se plantea en términos de los derechos de la mujer? ¿Dónde quedan entonces los derechos del feto y la defensa del inocente?

Si de lo que se está hablando es de quitar la vida a otro de forma premeditada, entonces el miedo a usar la palabra “aborto” es por el significado que esconde.

En esta era de posverdad, no pretendo convencer a nadie de pensar diferente. Simplemente quiero que hablemos del aborto con seriedad y respeto. El aborto no es un simple “procedimiento médico” que es rechazado por ultraconservadores, ignorantes, mojigatos y prejuiciosos (pues, debo decir, considero que no entro en esas categorías). Hablemos del aborto como lo que es: terminar la vida de un ser humano. 

Un clásico de discusiones controversiales como esta es “quiero ver qué decides cuando te toque”.

Solo quiero aclarar: mientras escribo esta pieza estoy viviendo una situación que me enfrenta precisamente con esa decisión día a día.

A las 24 semanas de mi segundo embarazo, el médico nos dijo que nuestro bebé tiene una lesión y que no hay nada que hacer. Nuestro bebé tiene prácticamente cero oportunidades de nacer. Incluso con 24 semanas, a cuatro de que su cerebro comenzara sus procesos sinápticos, nunca sentimos que fuera menos humano que yo, que estuviera menos vivo que yo o que mereciera menos respeto que yo.

¿Hubiera sido más fácil y conveniente terminar con mi embarazo ese mismo día? Sí. ¿Estábamos dispuestos a quitarle la vida a mi bebé? No.

Hoy, en la semana 34 de mi embarazo, sigo siendo firme creyente en que el respeto a la vida comienza por el respeto al otro; y nuestro “otro” tiene derecho a vivir hasta que su corazón así lo decida.