Una clase (Guillermo Sucre, in memoriam)

El 22 de julio falleció el poeta guayanés Guillermo Sucre. Este texto es un homenaje a la experiencia de ver clases con él, escrito por otro gran profesor de las humanidades en Venezuela, Luis Miguel Isava

Guillermo Sucre (1933-2021), en Caracas

Foto: Vasco Szinetar

Un don que sirva

para borrar la mano

y conservar la entrega.

R. Juarroz

 

El hombre está vestido un tanto formalmente: con saco, pero sin corbata. Sus movimientos son pausados y su ademán es gentil, incluso distinguido. Conversa con las personas más cercanas, acerca de temas de actualidad o en general sobre literatura. El círculo se va ampliando a medida que más personas llegan. Es casi la hora, pero nadie repara en ello. De pronto, el hombre mira fijamente a una de las personas y dice: “la fijeza de un estío/ reclinado sobre la hoja breve y difícil, ¿ah?” Ahora, silencio. ¿Es eso una pregunta? Es más bien una pauta: de la conversación casual, aunque siempre interesante, el grupo se desliza inadvertidamente en la clase. ¿Clase? 

Quizá habría que dar otro nombre a estas sesiones que no se sabe bien cuándo comienzan, pero en las que cada uno se ve absorbido de inmediato. El verso sirve, en este caso, de hilo conductor; la clase consistirá en deshilvanar las implicaciones de ese verso: no sólo quién lo escribe y qué se supone que dice sino las operaciones verbales y reflexivas –las unas por y en las otras, insistirá el hombre, sin ningún énfasis– que se disparan al enfrentarnos con ese extraño enunciado. ¿Por qué extraño? Se trata de dar cuenta de posibles significaciones precisamente en su carencia semántica: no hay verbo en la frase, es parte de un texto más amplio, no tenemos contexto… circunstancias que impiden de antemano asignarle sentido, esto es, sumergirlo en el archivo de lo que entendemos como decible e inteligible. Pero, ¿no reside precisamente allí el desafío? “¿Quién no sabe –nos recuerda que dijo Martí– que la lengua es el jinete del pensamiento y no su caballo?” La propuesta, mejor, la indicación es dejarnos llevar entonces por las operaciones del lenguaje y avanzar por los múltiples senderos a los que nos invitan las palabras. Primero, “fijeza” y “estío”: el verano, lo solar, la “estación violenta” de Apollinaire y de Paz; luego, la expresión que resuena a siglo de oro “la hoja breve”; después, la delicadeza del “reclinado” y, por último, ese enigmático “difícil” de la hoja –que inmediatamente la disocia del reino vegetal, para remitirla al ámbito de lo escrito. Lo estático –también lo extático– “otro”, “exterior”, que no obstante no se fija, sino que se bifurca (una y otra vez tercamente se bifurca) en otros sentidos que suplementan y enrarecen aquella cualidad abstracta del estío. El grupo se encuentra ahora en medio de un proceso: la reflexión. ¿Clase? 

Lo que parecería ocurrir ahora, aquí (allá, entonces) es el tener lugar del pensamiento. El grupo asiste participando en un meditar colectivo –a pesar de que el hombre al comentar orienta el proceso, mientras discurre entre los presentes o se sienta fumando en un pupitre– que es simultáneamente un pensar. Pensamos esas palabras, pensamos con esas palabras: palabras que –habría apuntado– “no expresan el mundo, sino que aluden (interrogan, ordenan) una experiencia del mundo.” Y ¿qué está pasando en el aquí y ahora (en el entonces y allá) de este encuentro? Como en una cámara de ecos, las palabras sobre las que se discute y las palabras con las que se enuncia la discusión comienzan a reflejarse. El ejercicio de pensar el verso, nos lleva a pensar las palabras con las que interrogamos la experiencia y de pronto las palabras se dan vuelta y comenzamos a interrogar la experiencia de esta… ¿clase? 

Ahora la frase alude a todo y todo es pensar(se) en y a través de las vicisitudes del lenguaje. Esta reunión, este encuentro de intereses en la literatura, de pronto se ha transformado en un laboratorio de pensamiento en el que nos damos cuenta de que las “fijezas” de la realidad considerada como dada, “en realidad” parecen constituirse gracias a contenidos, ideas, teorías, historias que les hemos infundido. Y el simple hablar, intercambiar ideas, preguntar y responder, se tornan en otros tantos procesos en los que exploramos no sólo lo pensado, sino el acto –y el acto de enunciación– del pensar. “En última instancia –comenta en otra indicación–, la realidad en que participamos reside en la mirada, en el lenguaje.” El grupo ahora está completamente absorbido en el proceso. Difícil anotar ideas, frases, conceptos. ¿Tomar apuntes? Se entiende que aquí se trata de (hacer) otra cosa.

La frase de apertura fue una puerta de acceso que, a través de una atenta lectura de sus especificidades, nos ha llevado o nos ha traído a la reflexión como reflejo: en este punto, lo que hacen esas palabras es estimular a los inter-locutores a verse y pensarse en su propia inserción en el lenguaje.

Las ideas que aporta el grupo se vuelven nuevas interpelaciones, nuevas interrogantes. Y entonces la realidad se nos muestra en su carácter de construcción colectiva; constatación que, mirada así, puede convertirse también en liberación, pues, al fin y al cabo –habría sugerido en otra parte– ¿no estamos “condenados a la realidad por la realidad que inventamos”? Poesía, literatura, lenguaje, realidad, cultura… ¿no constituyen todos ellos la trama del tejido (textum) que habitamos? El grupo poco a poco se da cuenta: en estas sesiones no se trata (sólo) de (hablar de) literatura, de poesía, si se entienden estas actividades apenas como expresiones, descripciones, explicaciones de lo vivido, de lo sentido, de lo pensado. Se trata, antes bien, de alcanzar la comprensión de que literatura y poesía son, mirados desde esta perspectiva, la materia misma de la que se compone la vida –en su singularidad local e histórica (lo que invierte sólo en apariencia el sentido de aquella frase de Montaigne que también cita, un tanto sentenciosamente, con frecuencia: “yo soy la materia misma de mi libro”.) ¿Clase? 

No, acción de pensar, pensamiento en escena, reflexión colectiva puesta en movimiento a partir de unas palabras; un plazo y una plaza en los que comenzamos a ver cómo las palabras que algunos modelan, modulan, nos informan de cómo también estamos modelados, modulados por las palabras; lo que confiere a la literatura en general y a la poesía en particular la capacidad de hacer que (nos) pensemos de manera más compleja, más profunda, menos dogmática, menos apegada a verdades y más consciente de la propia contingencia. ¿Clase? No: un ejercicio de responsabilidad intelectual in situ, in actu. ¿Cómo volver a pensar la literatura de manera convencional? Ya no se trata de dibujar el mundo, sino de pensarlo y pensar cómo lo y nos pensamos. Concluimos la sesión de hoy (de entonces) regresando a la expresión del comienzo que como resultado del (trans)curso se ha tornado en una especie de revelación verbal con su consiguiente expansión conceptual y vital: “la fijeza de un estío, reclinado sobre la hoja breve y difícil”. (Alguien piensa entonces: “nunca había tenido una clase como ésta”; alguien pensará quizá años después: “no volví a tener una clase como aquella”.) El hombre apaga su cigarrillo, recoge sus libros y los introduce en su maletín mientras habla aún con algunos de los presentes –intercambios que son estelas de la sesión. Uno a uno, los participantes abandonan el salón. Y de pronto, la sorpresa: para ellos ya el mundo no es el mismo. 

Luis Miguel Isava

Berlín, Julio y 2021