De cómo Norberto José Olivar invitó a comer en París al general Urdaneta

En su nueva novela, El oscuro señor V, publicada por Monroy Editor, el historiador y narrador zuliano vuelve a valerse de hechos reales para hacerlos más increíbles y divertidos

Norberto José Olivar hace ficción para cuestionar una historia regionalista obsesionada por competir con Caracas y por ignorar a los civiles

Foto: Lisbeth Salas

Lo bueno de la historia oficial es que deja mucho espacio para introducir la imaginación. Se ocupa de muy pocas cosas y de manera siempre superficial, artificiosa. También es frecuente que cuente cosas tan inverosímiles que es fácil reemplazarlas con la realidad para plantear una alternativa. Por eso la historia oficial es una fuente de grandes oportunidades para los buenos narradores.

Norberto José Olivar no iba a desaprovechar la que le ofrecía la historia oficial de Rafael Urdaneta. Autor de Un vampiro en Maracaibo (adaptada al cine por Carl Zitelman), Cadáver exquisito, El hombre de la Atlántida, Un cuento de piratas, El hombre de los seis espíritus, El polvo de los muertos y El príncipe negro, este escritor zuliano ha sabido aprovechar su formación como historiador para pelearse con el sanedrín patriótico de su región y para darnos diversión a sus lectores. Ahora, en El oscuro señor V, el prócer zuliano ya no puede caminar ni ver, pero sí recordar y tratar de ordenar sus asuntos, lejos tanto en el espacio como en el tiempo del mundo en el que ejecutó sus hazañas.

Es 1845 y en París el general Rafael Urdaneta espera la muerte, junto con su esposa Dolores, su asistente venezolano y un par de visitantes ilustres: nada menos que los sabios Simón Rodríguez y Rafael María Baralt. Urdaneta y su esposa miran atrás y cuentan sus historias a quienes los rodean. Detrás de Baralt, quien narra todo el encuentro, se esconde el propio Olivar, quien se identifica con el intelectual zuliano que escribió su resumen de la historia de Venezuela pero prefirió hacer carrera en Europa.

No es la primera vez que se usa este dispositivo de la agonía del caudillo en la literatura latinoamericana; El general en su laberinto y La muerte de Artemio Cruz son solo dos entre muchos ejemplos. Olivar acude a él desde su ya consolidado estilo de novelas breves e ingeniosas, y porque es ideal para sus propósitos: desnudar la crueldad de la guerra y de los extremos a los que había que llegar para sobrevivir, de la corrupción moral del bando patriota a partir del decreto de guerra a muerte, y en particular de la vida de Urdaneta, un hombre que tuvo que matar mucho pero que no era un sanguinario y lamentaba tantas muertes; un ludópata; y algo aún peor para el relato patriótico: un nómada que no se sentía ni colombiano ni venezolano.

Olivar no solo se sale del dogma de la religión bolivariana o del peso del regionalismo, sino que se divierte con la época.

Valiéndose de que su historia transcurre en París, mete al conde de Chateaubriand, a los duelistas de Conrad y de Ridley Scott, a las furias de la tragedia griega. Y se lleva al general a hacer su última comida en un bistro pegado a la basílica de Notre-Dame, donde Urdaneta dice que preparan el pollo como en Maracaibo.

Una historia paralela

Desde allá —Maracaibo, no París—, Norberto José Olivar cuenta que los hechos son lo que son, pero el contexto está hecho de ficción: “La novela comienza con ese pacto ficcional, pero su credibilidad depende, en mi criterio, de no alterar los hechos entendidos como históricos que los lectores manejan, más o menos, porque son parte de nuestros manuales de historia de Venezuela. Cuando se produce esta contextualización, el lector camina muy tranquilo por la delgada línea de fuego entre ‘verdad’ y ‘ficción’. Por esto, al comenzar a escribir la novela, me propuse no usar documentos ni fuentes de difícil acceso. Simplemente recurrí a los textos escolares y a crónicas locales —bastante superficiales, por cierto— que dan cuenta de algunos de estos episodios”. 

La ficción le permitía atar cabos sueltos. Pero lo que Olivar quería no era completar una crónica histórica, sino reunir mediante la ficción las ideas que no suelen estar en la historia oficial, donde los héroes son impecables y encarnan las virtudes que la élite de un momento específico quiere vender a la nación.  

“La historia del Zulia se ha escrito, lamentablemente, tratando de construir una narrativa paralela a los episodios considerados nacionales”, dice Olivar, quien es también profesor de Historia en universidades públicas y privadas de Maracaibo. “Por ejemplo, hace unos años, una investigadora concluyó que Maracaibo contaba con una Generación del 28 similar a la que encontramos en la historiografía nacional, o central, como quieran llamarla, y esto es absolutamente falso, el Zulia nunca tuvo una generación de ese perfil e importancia. En lugar de estudiar un desarrollo social y político diferenciado y sus reales causas, se han dado a la tarea de buscar equivalentes, iguales o superiores a lo que pasó en Caracas o el resto de Venezuela. Y mejor si es esto último, para el orgullo y la identidad local”.

El vínculo con un individuo como vínculo con un país

Según el escritor, la figura de Rafael Urdaneta es el clásico ejemplo de esta tradición histórica de su región. Urdaneta perdió su conexión natal con Maracaibo. Se hizo de una nueva vida en Santafé de Bogotá al casarse con una colombiana como Dolores Vargas París. Fue la guerra la que lo hizo volver a su ciudad y para los intereses del Libertador. “Mediante su cercanía con Bolívar, Urdaneta ha servido para conectar al Zulia al curso de la historia venezolana, cuando lo cierto fue la indiferencia del Zulia ante la idea de formar parte de esa perspectiva nacional. Un aspecto interesante de esto es el comportamiento de la región durante los golpes de estado. Recuerdo una conversación de mi padre con el coronel Hugo Trejo en nuestra casa de Maracaibo. Mi padre le preguntó a quiénes había contactado, en el Zulia, para el movimiento militar del 1 de enero contra Marcos Pérez Jiménez. Trejo le dijo que a nadie: ‘No hacía falta, el Zulia se sumaría apaciblemente una vez que terminara todo’. Es decir, para Trejo el Zulia no tenía un peso específico en la realidad nacional. ¿Exageración? No lo creo. El 4 de febrero de 1992 el teniente coronel Francisco Arias Cárdenas alcanzó todos los objetivos militares y políticos de la asonada en el Zulia, pero esto no sirvió para evitar que fallara el golpe bolivariano”.

Hoy tenemos a un chavismo siempre dispuesto a acusar de traidor a la patria a quien no participe de la religión bolivariana y militarista de la que Chávez se empeñó en ser sumo sacerdote, hasta el punto de abrir la tumba de Bolívar. Pero esto comenzó hace mucho tiempo.

En el Zulia la manipulación de la figura de Urdaneta ayudó a abonar a la mentalidad militarista. No sin resistencia.

Cuenta Norberto José Olivar: “En el Bicentenario del natalicio de Urdaneta, en 1988, los historiadores y cronistas locales se prestaron a la comparsa del caudillo local. En cambio, cien años antes, en 1888, durante la celebración de su centenario, una parte de la sociedad civil nos dio una lección interesante de la que nadie habla. Mientras los maracaiberos repetían letanías a Urdaneta, un grupo de intelectuales, empresarios y comerciantes decidió con coraje pero también con discreción y visión de futuro, casi un mensaje en una botella, celebrar en mismos días la figura de un civil, el intelectual más importante hasta ese momento en la región, el historiador Rafael María Baralt. Instalaron su estatua frente al Convento, en medio de la calle que servía de entrada desde el lago a la ciudad, en una especie de bienvenida a los visitantes y de representación de lo que queremos ser. Es la mejor estatua que se haya puesto jamás en el Zulia y sigue en su sitio, convertida en un ícono de identidad de Maracaibo. El oscuro señor V es, también, un homenaje a Rafael María Baralt. Urdaneta no solo le dio su primer trabajo a Baralt sino que, además, se reencontraron en el centenario de 1888. Y por gracia de la ficción, vuelven a verse las caras en mi novela de 2021. Son destinos ligados más allá de la historia”.