Parte del mundo

Cierta tendencia al ensimismamiento nos hace ignorar el resto del planeta y sus problemas, que son también nuestros y se expresan en Venezuela

Marcos Temoche, de su serie Píxeles

Foto: Daniel Benaim, GBG ARTS

Hemos estado tan absorbidos por nuestra crisis —y con razón— que se nos tiende a olvidar que los grandes eventos planetarios también nos incluyen. Un ejemplo clarito de cómo ciertos asuntos globales se expresan también dentro del territorio venezolano es el tema ambiental, que es de una complejidad enorme. Hemos hablado en este medio de lo que está pasando con los anfibios de Venezuela, amenazados por una enfermedad que se extendió por el mundo desde Asia, pero hay varios fenómenos más, porque los factores naturales no le paran a las líneas fronterizas. Empezando por el calentamiento global, que no es una moda del primer mundo, sino un paquete en el que estamos metidos todos. Venezuela no es una roca con verde encima que anda flotando en el espacio, un Asteroide Manoa 58 sin atmósfera que no tiene que ver con más nadie, así que lo que le pasa a la Tierra le pasa a Venezuela también. 

Esto es tan obvio que uno no debería ni tener que decirlo, pero tristemente no es así. También hay entre nosotros quien se cree los cuentos conspiranoicos de que la campaña de Greta Thunberg y las crecientes denuncias sobre los peligros del calentamiento global son parte de una estrategia del “socialismo mundial” para destruir el bienestar de Occidente o un inmenso negocio de las corporaciones de la economía verde, como si el calentamiento global fuera un concepto mercadotécnico. Pero por más que hayan decidido tragarse ese mito, propalado por negacionistas como Donald Trump y sus amigotes del petróleo y el carbón, el cambio climático los afecta igualito, porque es real, ha sido provocado por más de siglo y medio de uso de combustibles fósiles —por parte del capitalismo y del socialismo, Estados Unidos y China son los principales emisores de gases de efecto invernadero— y te afecta, vivas donde vivas, incluso en Venezuela. 

Ese problema es, literalmente, planetario: es una modificación, producida por la actividad humana, de la capacidad de la atmósfera para regular la temperatura del planeta entero. Esto no es una opinión mía, es un hecho, sustentado por evidencia científica sólida durante décadas. 

Puede que en Venezuela casi no se hable de esto, o que haya millones de preocupaciones más urgentes, más agobiantes; pero este problema también es venezolano y también afecta al país. Los patrones tradicionales de lluvia y sequía se han alterado, porque los fenómenos El Niño y La Niña se han hecho más frecuentes, y eso se debe al calentamiento global. Es cierto que quienes viven en Venezuela están sometidos a racionamiento de agua por culpa del chavismo y de las rémoras históricas en servicios públicos, pero esto sería menos grave si el cambio climático no hubiera alterado la estacionalidad de las precipitaciones. 

La costumbre venezolana de ignorar al resto del mundo muestra otro síntoma, al menos en las redes sociales, en estos días en que coincidieron varias sacudidas sociales y políticas en la región: es la idea de que lo que pasa en otros lugares está relacionado con nosotros o hasta que es un producto del contexto venezolano, específicamente una fabricación del chavismo. 

América Latina en particular abunda en conflictos, a causa de la desigualdad, la fragilidad económica, la violencia endémica y la debilidad institucional que caracterizan a la región desde siempre. No deberíamos sorprendernos cuando nos topamos con ellos en las noticias o de primera mano, si ocurren en el país donde emigramos. Mucho menos exagerar con la relación que puedan tener con Venezuela.

A diferencia del asunto climático, no es una teoría descabellada que la ultraizquierda y que el régimen de Maduro estén involucrados al menos en parte de los desórdenes que ha habido en estos días en Ecuador y Chile. Pero esos países están enfrentando esas situaciones a causa de sus propios contextos. La caída de los precios internacionales en varios productos de exportación de América Latina, como el petróleo y otros minerales, obliga a tomar medidas de reducción de gasto público que llevan por ejemplo a bajar los subsidios a la gasolina en Ecuador y al Metro en Santiago de Chile. Más que en Caracas, el origen de esos desastres está en Beijing, donde mandaron a desacelerar la economía china porque se estaba recalentando, y por tanto bajó la demanda de materias primas. 

Y bueno, sí, el mundo está bien tembloroso. Hay una serie de grandes cambios que explican toda esta inestabilidad. La estabilidad del trabajo es una; es poca la gente en el mundo que puede sentirse segura en su trabajo y en su profesión, confiar en que estará haciendo eso mismo durante mucho tiempo hasta que se jubile. La desigualdad, algo directamente relacionado con los cambios en el mundo del trabajo, es otra; la distancia entre los que más tienen y los que menos tienen ha ido ampliándose, y eso siempre es fuente de conflictos. También es un mundo más móvil, en el que más gente está migrando, como nunca antes, lo cual genera ansiedades identitarias, nacionalismos defensivos y episodios de xenofobia como los que han sufrido venezolanos en los Andes, latinos y musulmanes en Estados Unidos, musulmanes y africanos en Europa. 

Todas estas fuentes de malestar social intensifican la desconfianza en los gobiernos, de todo tipo. La decepción por los resultados económicos y sociales de las democracias, en América Latina, o la ira por la reducción del bienestar económico de la segunda mitad del siglo XX, en América del Norte y Europa Occidental, ha ido llevando a las mayorías a abandonar a los políticos de siempre para lanzarse en brazos de demagogos como Trump o ladrones como Lula, que son peores remedios que la enfermedad: se dedican a derribar lo que queda la democracia y crean más desigualdad e inseguridad de la que ya había. Ajá: como hizo Chávez. Es un círculo vicioso; como estamos arrechos con los políticos demócratas, votamos por caudillos, que son aún más corruptos e incapaces que aquellos políticos que reemplazamos, y entonces surgen más razones para protestar y más brutalidad para reprimir esas protestas.

Entonces, no es que esos otros países están copiando a Venezuela, o que el presidente de México esté imitando a Chávez: es que varios países han ido transitando esas rutas a la conflictividad que se parecen tanto a la que ya transitamos nosotros porque el regreso de los populismos en esos otros lugares responde a los mismos grandes eventos globales que contribuyeron al surgimiento del chavismo en Venezuela.

El hecho es que, sí, hay rollos en todos lados, y son muy difíciles de resolver. Es un  mundo inestable, difícil de entender, imprevisible. El siglo XXI ha sido hasta ahora así y tiene pinta de que seguirá siéndolo. No parece una buena noticia si uno ha concentrado toda su esperanza de tener una vida estable en el mero hecho de irse de Venezuela. Pero ayuda a matizar las cosas, porque debe ser útil dejar atrás la idea de que nuestro país de origen es un infierno absoluto y que fuera de él todo es muchísimo más fácil.

Y es buen recordatorio de que lo pasa afuera se refleja adentro, más que al revés. Porque Venezuela, con todas sus peculiaridades y a pesar del creciente aislamiento económico y tecnológico, sigue siendo parte del mundo.