Una sociedad en conflicto también pelea ante la comedia

Distintas voces desde el público y desde el escenario discuten sobre lo que se ha vuelto inseparable del auge de los nuevos comediantes venezolanos: las polémicas

Con George Harris, por ejemplo, vale hacerse la pregunta: ¿qué pesa más con los chistes que pueden resultar ofensivos, la crítica o el aplauso de su audiencia?

Foto: elgeorgeharris.com

¿Cuál es el límite de la comedia? Ejercer el humorismo, antes y ahora, pasa por someterse a esa pregunta cuando surgen críticas o censura por parte de los gobiernos o del público.

En Venezuela, los comediantes pueden escudarse en el cliché “el venezolano hace un chiste de sus desgracias” o en el simple hecho de estar haciendo comedia. Unos dicen que hay temas que no tratan porque no dominan, que las formas influyen en la recepción del público, o que simplemente la comedia no tiene límite. 

Led Valera, comediante venezolano actualmente residenciado en Miami, en el episodio “La cultura del cancelamiento” de su podcast Bla Bla Bla, expresó que para él: “La línea es la ley. Si alguien dice un comentario que incita al odio, ahí está la raya”. Este mismo comediante trabajó en el programa Chataing TV, transmitido durante dos años por Televen, y que fue sacado del aire en 2014 por presiones políticas. 

“A veces me da miedo como se defienden entre comediantes. José Rafael Guzmán dice ‘sí podemos hacer chistes de gays, negros y cualquier minoría’ pero si alguien le hace un chiste de la cárcel, dice ‘la cárcel no es un juego ni un chiste’, lo cual es un poco hipócrita porque realmente es un tema igual de delicado que el resto” (Diego, 23 años) 

Twitter reemplaza el ambiente de un auditorio por el de una arena entre comediantes y público. Las minorías suelen ser las primeras en sentirse atacadas y en denunciar un chiste cuando lo consideran denigrante. Una crítica que suelen hacer es que el comediante no entiende cuán nocivo puede ser el impacto de lo que dice como una broma. Pero el cómico también puede alegar que dice lo que sabe que hace reír al público. 

Hace tres meses, George Harris hizo pública la grabación de una de sus rutinas en la que hace un chiste sobre la infancia transgénero, dando a entender que un niño o niña de diez años no está en la capacidad de decidir su identidad, y simplifica la situación a un cambio de nombre: “no quiero ser varón, me llamo Yolanda”, para luego agregar la respuesta de los padres “Te lo hemos dado todo, ¿en qué fallamos?”. Esto desató una discusión a la que se unieron muchos más humoristas, entre ellos José Rafael Guzmán, quien días después debatió el caso en su podcast El humano es un animal con la activista trans Valentina Rangel. Ella accedió luego de haber discutido con él a través de redes sociales. Guzmán comentaba “yo quiero la libertad. Hablar de lo que yo quiera”. 

Este caso ha sido uno de los que ha generado un debate mucho más interesante, que permite discutir aspectos como el valor de la polémica, tanto para los que se sienten aludidos como para los comediantes: cuando se encienden el debate (y se alborotan los algoritmos de las redes sociales, que premian la interacción) ambos lados llaman la atención y consiguen seguidores que piensan igual que ellos. 

“Una de las estrategias más viejas en el entretenimiento es crear polémica, por aquello de que hablen mal de mí pero que hablen”, opina José Rafael Briceño. “Yo me he metido con temas controversiales, pero me cuido de la polémica barata”. Para “el Profesor” Briceño, “mucha gente cae en el error de caerle a golpes al débil. Una regla de la comedia no es el contenido sino cómo se aborda. No se le puede pegar al débil; la comedia encuentra sus mejores ángulos humorísticos tirándole piedra al poderoso, al prepotente. Cuando se ataca al homosexual se está violando la regla de no hacerse cómplice de una injusticia, y no es que el comediante tenga que ser justo, pero debe saber que le habla a un público que aspira justicia”. 

Pero ¿realmente la aspiración de justicia es común en el público? Si unos rechazan a algunos comediantes por su contenido, otros son seguidores comprometidos.

A las críticas que puedan tener ciertos comediantes se le suma que hoy en día, por las redes sociales, los influencers se han empezado a catalogar como humoristas, y su público los ve como parte de un grupo de profesionales al que no pertenecen y que en ese caso se quejan de que no logran el tratamiento debido. 

“La mayoría de los comediantes son básicos, no hay nada trabajado, no hay una esencia, simplemente es vamos a hacer comentarios a ver si generan risa y partiendo de ahí aumento o no esos argumentos sin sentido” (Carlos, 23 años) 

Que exista un público al que le siga dando risa ciertos comentarios tiene mucho que ver con una cultura machista y homofóbica, que viene de trabajos pasados, los cuales seguirán estando como ejemplo de ese momento histórico y que es imposible ignorar o eliminar. 

Laureano Márquez, uno de los comediantes más respetados en el país, pone como ejemplo La gaita de las locas de Joselo: “En el siglo pasado existía todo un género de chistes con la homosexualidad, chistes de contenido homofóbico, pero no se puede ver un tiempo con los ojos de otro. Uno de los logros de la humanidad es el respeto a la diversidad sexual, y parte del logro es evitar material con contenido despectivo que en otro tiempo existía”.

“Me gusta que me puedo identificar con lo que hablan. De Escuela de Nada me gusta que no hablen de temas comunes sino que les dan otros enfoques, tocan temas controversiales y a partir de su opinión sacan chistes. No me he sentido ofendida por el discurso. Enfatizan que todo el mundo piensa distinto y que están hablando desde su opinión y se entiende cuando están echando broma y cuando hablan serio” (Aldeide, 25 años) 

Escuela de Nada, conducido por Leo Rojas, Nacho Redondo y Christopher Andrade, dedica un episodio a discutir que el humor político no es el mismo que antes, porque lo absurdo de los gobiernos actuales, en todo el mundo, hace que las risas se den solas. Sin embargo, en Venezuela el que hace humor político suele ser censurado bajo la acusación de incitación al odio. Son varios los programas de radio, programas televisivos o comediantes que han sido sancionados por parte de los entes reguladores del régimen, como pasó con  Calma pueblo o Galanes de radio de La Mega. 

Chucho Roldán, quien fue redactor y editor de El Chigüire Bipolar (portal web de periodismo satírico) y actualmente es parte del podcast El cuartico, cuenta: “Solo me ha dado miedo en Venezuela por temas políticos, pero por ejemplo escribiendo en El Chigüire y al hacerlo anónimo, hay un poco de más libertad”. Él nunca ha sido parte de grandes polémicas y nunca se ha sentido censurado por sus seguidores. “Hay chistes buenos que ofenden y normalmente ofenden porque son verdades. Si es una verdad universal, no hay nada que hacer, todos se van a reír, el que ofende y el ofendido. Si solo se está riendo un lado, creo que es más un ataque disfrazado de chiste”. 

Víctor Medina, Nanutria, es una de los comediantes que afirma que el límite no existe pero que en lo personal no habla de lo que no está completamente seguro, de lo que no podría defenderse. Él también fue parte del equipo de El Chigüire Bipolar y uno de los ejemplos que da, entre temas de los que no hablaría, está el de la política de otros países. “Evalúo si el chiste vale el lío que podría generar o no”, explica Nanutria, quien actualmente está residenciado en Buenos Aires. “Yo no me filtro por temas, sino por la confianza que le tenga a la opinión o al chiste. Me ha pasado mucho con el aborto. Soy proaborto, hago chistes proaborto y mucha gente me cae encima, entonces mi razonamiento es: si yo creo en que la gente sí tiene derecho a decidir si abortar o no, sé que si eso trae comentarios muy fuertes yo me puedo defender bien. Pero no me metería con el conflicto armado en Siria, porque no tengo argumentos en absoluto, por más que se me ocurra un chiste”. 

“Lo que más me gusta del contenido que consumo —De a toque, Escuela de Nada o Entregrados— es que es muy natural y auténtico. Siento que son ellos de verdad frente a las cámaras y no un personaje tan montado. A veces hay chistes chimbos pero no he llegado a sentirme ofendida porque entiendo que puede ser chistoso para otra persona. Y lo que no consumo es porque no me atrae, no porque los considere inapropiados” (Mariana, 25 años) 

La conclusión a este dilema no llegará mañana, en todo caso; pero estas peleas eventualmente cesarán, se harán historia de las sensibilidades de un periodo, o serán reemplazadas por otras. Tal vez lo que quede es esperar que en el futuro siga siendo posible reírse, tanto para unos como para otros.