Para proteger Canaima, profesionales en turismo sostenible

Entre expertos turísticos, autoridades indígenas y la Universidad Católica Andrés Bello, surgió un diplomado para dotar a los guías del parque nacional para proveer la mejor experiencia posible a los visitantes, y reforzar la protección del entorno frente al peligro minero

La idea detrás del diplomado es brindar a la comunidad indígena todas las herramientas posibles para que protagonicen un mejor uso del lugar

Mucho orgullo por las playas, mucha foto en Instagram, pero certificarse en turismo sostenible, en este país megadiverso y de paisajes que es Venezuela, no es fácil. Ni siquiera existía la posibilidad en uno de los destinos más celebrados: fue solo tras años de experiencia intentando formar guías, que Rossana Rodríguez logró conseguir aliados para organizar una certificación de los profesionales del turismo en el parque nacional Canaima, en Bolívar. 

Rodríguez es guía certificada por el Instituto Municipal de Ambiente y Turismo, pero en Caracas. Desde hace diez años trabaja con su operadora de turismo Comisión Sostenible Ecotur Aventura, lleva seis formando más guías y cuatro en la Red de Turismo Sostenible Ahete, que hoy preside. Ahora Rodríguez y el equipo trabajan en conjunto con una red de apoyo: Ahete y la Universidad Católica Andres Bello iniciaron un Diplomado en Turismo Sostenible para certificar a los guías.

Rodríguez explica: “Nuestros objetivos son básicamente profesionalizar en todo lo referente a la actividad turística mediante capacitación y lograr las certificaciones nacionales e internacionales de todas las aristas que impulsarían al turismo”. 

El 11 de septiembre empezó la tercera edición del diplomado de cuarenta días, por primera vez con clases presenciales en Canaima. La idea no es solo certificar a los guías, también se quiere generar nuevas rutas sostenibles para conocer Canaima con diversas ópticas y mejores planes de alojamiento. Además, perfeccionar las técnicas de guiatura, lo cual mejorará las oportunidades de promover Canaima como destino en Venezuela y en el mundo.

Valentina Quintero es una de los expertos que participan como instructores

Rodríguez sabe que hay un tema álgido y delicado relacionado con Canaima, el Arco Minero, pero la creadora del programa insiste en que su objetivo es transformar la realidad con la formación y educación. “Queremos que mediante nuestras herramientas los pobladores desarrollen prácticas más sostenibles en su entorno, que contribuyan a la preservación de sus tradiciones y de sus paisajes únicos. Sí, tenemos llanos, playas, médanos, pero eso lo tienen otros países. Los tepuyes son únicos y nosotros tenemos el 80 por ciento de estos”.

La experta dice que este destino tiene una “combinación perfecta” con sus atractivos culturales y naturales. Añade que en vez de responder con señalamientos, hay que entender la dinámica de la comunidad para saber cómo aportar soluciones. Canaima se transformó en un lugar turístico entre los años sesenta y setenta, luego de que en junio de 1962 fue decretada Parque Nacional. Esta transformación fue un cambio total para la vida de las comunidades pemonas, específicamente la Kamarakoto. En los últimos años, los obstáculos para el turismo interno y la realidad del sur de Venezuela favoreció que muchos pobladores se abocaran a otras prácticas. “Muchos de ellos caen en la minería, pero eso no quiere decir que es lo que ellos quieren, porque saben cómo afecta al ambiente y aman sus espacios, pero es que no ven oportunidades”, explica Rossana.

Todas las decisiones se tomaron junto con la Capitanía General de Canaima (la estructura local de autogobierno indígena), que se encargó de elegir a las cuarenta personas para el Diplomado: todos con entre quince y veinte años de experiencia en el turismo en la zona. Muchos de estos guías habían intentado obtener la certificación mediante el Ministerio de Turismo y el Instituto Municipal Autónomo de Turismo (Imatur), pero en la última década el proceso se volvió engorroso. 

El programa del Diplomado entrena en liderazgo y gestión del tiempo, marco legal del turismo sostenible en Venezuela, modelo de negocios, estrategia comunicacional, cartografía, atención de emergencias (con Rescate Caracas) y senderismo. Todos estos módulos tienen como finalidad no solo que las guías reconozcan su identidad como habitantes de Canaima, sino comprender el sitio, expresarlo, cuidarlo y proyectarlo. Al final, las guías en formación tienen que proponer diez proyectos de nuevas rutas, actividades deportivas o posadas con características sostenibles. 

Para Rossana la certificación es vital y no se trata solo de un papel. “Cuando te presentas en un organismo internacional y quieres presentar un sitio en otras instancias tienes que demostrar que las personas que brindan servicio están en capacidad de hacerlo”. Este proyecto cuenta con una directiva compuesta por Valentina Quntero (vicepresidente) y por Juan Carlos Guinand (secretario general) como padre del proyecto, quien de acuerdo con Rossana encuentra los recursos y las alianzas. Entre los once profesores destacan Alejandro Luy, fundador de Tierra Viva; Marisela Ascanio, experta en sostenibilidad; Maryely Martín, coordinadora de Ecotur; Isabela Bermúdez, experta en comunicaciones digitales; y Alejandro Prieto, en liderazgo.

Se trata también de sintonizar el conocimiento local ancestral con las técnicas de nivel internacional que ayudan a valorizar los lugares turísticos de manera responsable

Pero el proyecto está lleno de retos, como la conectividad a internet y la calidad del hardware de que disponen los guías, o la barrera idiomática de la lengua pemón a la hora de transmitir tecnicismos. “Son personas que llevan quince o veinte años haciendo su trabajo, quizás no tienen conocimientos técnicos pero sí tienen la práctica”.

Y Rossana Rodríguez tiene práctica en algo que muchos quisieran tener y es ir a Canaima. Ya ha perdido la cantidad de veces que lo ha hecho, pero su primera vez es el origen de su vínculo con la región. Cuando estatizaron Conviasa y los precios de los boletos aéreos bajaron, encontró la oportunidad de cumplir el viaje de sus sueños. Pagó un paquete especial para ver el Salto Angel e ir a un pozo, pero para su sorpresa al llegar al pozo le dijeron que no había tiempo para que se bañara. Ella sabía que eso era una mentira y empezó a llorar de un modo incontrolable que conmovió a los pemones. “Me sentí engañada, porque me habían dicho que sí, y además me dijeron que para meterse había que pernoctar. Entonces fue cuando me di cuenta que no se podía tratar a los turistas de esa forma”. Esa no era una manera adecuada de promover el turismo. Recuerda que el guía le pidió disculpas y le confesó que había perdido la ilusión por su trabajo y que lo sentía monótono. “Cuando vuelvas te voy a llevar al pozo”, le dijo, y así fue.

Desde entonces Rossana ha luchado sin cesar por transformar el turismo en Canaima. A ella le basta saber que es un lugar único en el mundo para buscar los medios para educar. Y cuando le preguntan cómo debería ser el turismo en esta área, responde sin dudar: “Amable con el medio ambiente, capaz de promover las tradiciones y preservarlas, alejado de los vicios más comunes de la actividad y dispuesto a promover todo rincón de la zona que pueda servir para dar una nueva perspectiva de Canaima. Además, siempre en positivo”.

El periodista y guía turístico Eduardo Monzón cumplió también su sueño de conocer Canaima el 9 de octubre, cuando voló junto con todo el equipo del diplomado para documentar el programa y apoyar en la logística. Lo que ha visto es un grupo de guías que trata de empoderarse para tomar más protagonismo en la actividad turística local, desde los campamentos pero con mayor respeto a la cultura de la nación pemón. Para él, Canaima va rumbo a una transición. “Ojalá sea lo más productiva y ordenada posible”. Su experiencia en turismo le dice que frente a los retos de conectividad y de impacto ambiental y cultural, hay proyectos interesantes que pueden desatar otras posibilidades, como el de convertir una antigua mina en un lugar turístico, “una idea que habla del potencial de los participantes y de la capacidad de transformar algo que hizo daño en algo productivo”.