El hombre que (literalmente) forjó su destino

En 2017 Ricardo Padin tuvo que cerrar su empresa de encomiendas. Pero tuvo una idea luminosa: convertirse en un forjador de cuchillos. He aquí su historia

Esta es una historia de reinvención ante el colapso de la economía y la seguridad en Venezuela, guiada por una pasión

Foto: @ricardopadin01 en Instagram

Ricardo Padin nació en Maracay hace 38 años y vive en Cagua, estado Aragua. Su familia paterna proviene de un pueblito llamado San Nicolás (estado Portuguesa) y la materna de España. Se graduó en Producción y Supervisión Industrial. Tuvo una empresa de encomiendas que se vino abajo. Por un tiempo pudo lidiar con las alcabalas y puntos de control a lo largo y ancho del país, pero el terror que sembraban los piratas de carretera se iba agudizando. En dos oportunidades salió a despachar la ruta de Carora y a la altura de Morón, de regreso a Cagua, presenció dos robos. Llegó sano y salvo pero con gran angustia. “Salía a la calle predispuesto a que nos podían robar el carro, robar la mercancía, matar. Se unieron muchos factores y, en 2017, claudiqué”.

Entonces quedó en un limbo económico, pensando qué hacer. En esa angustia comenzó a interesarse en la forja artesanal, que veía en la televisión. Se inscribió en cursos de cuchillería online y montó su taller para dedicarse a ese oficio. Al principio, no faltó quien lo desalentara. Padin sabía que iba a contracorriente. Pero su tenacidad le obligó a seguir adelante. 

Los productos de Padin son una negociación entre las condiciones venezolanas, el antiguo conocimiento global de cuchillería, y su propia tenacidad

Foto: @ricardopadin01 en Instagram

Los productos de cuchillería al carbono de Ricardo Padin son para parrilleros, asadores, maestros de las brasas, no son para carnicería sino para cortar carnes procesadas. Un cuchillo para despostar o de carnicero, tipo Skinner, tiene características específicas, y aunque no es su especialidad, si se lo encargan, lo fabrica. Trabaja por pedidos y adapta su trabajo a las características del cuchillo que le soliciten, pero a todo le pone su sello personal. 

También hace cuchillos para coleccionistas y cuchillos tácticos, para la defensa personal y la cacería. Y quiere construir navajas, pero necesita tiempo para dedicarse a los mecanismos para abrirlas y cerrarlas. Cuando termine un encargo de cien cuchillos que está haciendo en este momento, abrirá un espacio para su creatividad. 

Los diseños de cada pieza son personalísimos. “Cuando hago cuchillos sin presión por las exigencias del cliente, me salen mucho mejor porque les pongo mis propios ingredientes”, dice.

El orden y la pulcritud del Taller de Forja RP contrasta con el estado de la ciudad de Cagua. Pero también es un caso de adaptación a las condiciones locales. Padin se vale de mandarrias y martillos de herrería de mangos cortos, los que se utilizan en carpintería y albañilería, en vez de los que debería usar, de mango largo, para que el calor de la pieza recién sacada del horno no llegue a las manos. Pero es muy difícil conseguir estos en el país. Otros de los instrumentos que usa son las prensas para metal, el equipo de soldadura y el de oxicorte.

Tiene yunques, esmeril, afiladora, pinzas para forjar y pinzas de herrero, una máquina para pulir el acero, un dremel para construir empuñaduras y el horno de fundición. Padin compró una lijadora de carpintería y la adaptó para cuchillería, ya que en este oficio se usa una máquina de 2″ x 72″. Y usa una bombona de gas vehicular para crear el fuego con el cual se fabrican los cuchillos de Damasco. 

Un kilo de acero, que rinde muchísimo, cuesta un dólar.

Como Padin no puede conseguir acero inoxidable, recurre a las chatarreras para comprar acero al carbono, que es el indispensable en la cuchillería.

Específicamente, busca el acero 51-60 que proviene de las ballestas y de los resortes, y el 52-100 de las rolineras. Para verificar que sea acero al carbono, hace una prueba de chispa. “Es un proceso de transformación, donde le das una segunda oportunidad a un material arrojado a la basura. Lo sacas de allí y lo conviertes en una pieza bella y funcional que va a tener vida por mucho tiempo”.

Cuando tiene que comprar lijas y discos de esmeril para su máquinas puede invertir hasta 150 dólares. Lo más difícil de conseguir es el gas doméstico. Una bombona de gas de cinco kilos cuesta en el mercado negro entre cinco y diez dólares, y en efectivo. Las tablillas de madera cuestan un dólar; las manda a cortar a 1 x 60 x 5 centímetros, para hacer las empuñaduras, las cachas, de madera dura. 

Padin no encontraba tiendas donde comprar maderas estabilizadas que sirvieran a su propósito. Después de mucho andar dio con un proveedor en Barcelona que le envía madera de puy, cartán, roble, nazareno o zapatero, palo santo y algarrobo, nativas y de alta calidad. Ahora, con los suministros restringidos por la difícil situación del transporte y la pandemia, está experimentando con un material sintético que se consigue en el mercado, llamado micarta, una combinación de tela y resina de poliéster. Se coloca en capas y puede ser muy sólido, resistente a la humedad, a golpes y maltratos, lo que garantiza una larga vida para el cuchillo.

En cada entrega, Padin incluye un tríptico donde explica los cuidados que necesita la pieza. El acero al carbono se ennegrece al usarlo y si se deja expuesto a la humedad tiende a oxidarse, por lo que el cliente tiene que ocuparse de los cuidados especiales que requiere la pieza para que sea eterna.

El proceso comienza una vez que funde el acero y lo convierte en láminas que se disponen una sobre otra, se sueldan y se llevan al horno nuevamente. Cuando esas láminas de acero se han fundido entre sí al grado correcto, viene la forja: se toma la pieza con la pinza de herrería, se coloca en el yunque y se modela el acero caliente a punta de golpes de mandarria y martillo. Se templa, se encacha, se le da el acabado que requiere con el esmeril y la lija y cuando está listo se lleva a la afiladora. De allí va al forro de cuero y luego a la mano del cliente.

Los forros de cuero de sus cuchillos vienen de Villa de Cura, de las manos de un joven talabartero, un oficio con larga historia en ese pueblo. Allí se hacían las sillas de montar que usaba el Libertador en sus campañas, por ejemplo. 

Como encrucijada entre los valles de Aragua y el llano, en Villa de Cura se juntaban las reses para ser pesadas en las romanas antes de ser vendidas a los mataderos. De estos mataderos salían las pieles que iban a las tenerías de Villa de Cura y Cagua para convertirse en el cuero que los talabarteros convertían en sillas de montar, cinturones o vainas para espadas y cuchillos. 

Padin produce piezas muy específicas, para coleccionistas, como este cuchillo de estilo nórdico

Foto: @ricardopadin01 en Instagram

Padin ganó un concurso latinoamericano de cuchillería organizado por Igarza Almacén de Insumos de Argentina, una de las mayores distribuidoras de insumos para cuchillería. Para Padin, aunque Venezuela no tiene la cultura de cuchillería que hay en Brasil, Argentina o México, en ese oficio ve una industria por desarrollar, que al relacionarse con otros oficios puede alentar pequeñas empresas a producir lijas, acero para cuchillería, materiales para empuñaduras y talabartería. Los venezolanos siguen usando cuchillos en su gran mayoría importados, pero crece una pequeña comunidad que se está dedicando a la forja artesanal.

En el país hay todavía un mercado para las cosas artesanales, de hecho este ha aumentado con la crisis. Padin dice que, antiguamente, los cuchilleros eran muy respetados en su entorno social. Sabe que en Mérida hay una persona que se fue a Argentina y al regresar se ha dedicado a dictar cursos de forja gratuitos a los campesinos, para traer de vuelta este oficio tan querido, necesario y valorado en las faenas del campo. El mismo Padin ha adiestrado a otras personas que ya están haciendo cuchillos.