Caracas en la víspera de las elecciones legislativas

Varios caraqueños comparten sus preocupaciones más agobiantes y todas tienen que ver con la economía, no con la política. Sin embargo, el reflejo democrático de votar sigue vivo

Esto no es Twitter, es la Caracas verdadera, y aquí la realidad de la supervivencia se lleva todo slogan o hashtag por delante

Foto: Cristian Hernández

Zulay quiere darles “un gustico” a sus nietos. Cobró los aguinaldos y decidió pasar por un supermercado en Chacao luego de salir del trabajo. Parada frente al anaquel, elige llevarles una lata de leche condensada y un paquete de galletas de soda. En las manos también lleva dos kilos de harina de maíz. Cada artículo cuesta un millón de bolívares, y un poquito más, al cambio en dólares (para la tasa de comienzos de diciembre) son casi cinco dólares. Su aguinaldo por un año de trabajo fueron trece millones de bolívares, casi trece dólares.

Zulay es hipertensa. Ahora mismo le preocupan muchas cosas. “¡Qué no nos preocupa a los venezolanos ahorita!”, dice, pero, específicamente, menciona el costo de las medicinas. “Yo tomo Losartán potásico para la hipertensión, hace días caminé bastante buscándolo y donde la encontré costaba casi quince millones de bolívares y no lo pude comprar porque no cargaba la plata”.

Mientras hace la cola para pagar los productos, Zulay recuerda que este domingo habrá elecciones legislativas en el país. Sin embargo, para ella ya están más que cantados los resultados. “Después de las elecciones todo va a seguir siendo igual y hasta peor. Las elecciones aún no han sucedido y ya se sabe el resultado. Ellos [el gobierno] van a ganar. Y lo peor es que no hacen nada. Aquí ya todo está dolarizado y todo aumenta, lo único que no aumenta es el sueldo que sigue siendo en bolívares”. Zulay no mencionó la consulta popular que organiza la oposición.

A pocos días de las elecciones, el dólar en Venezuela llegó a un millón de bolívares, luego de varias semanas subiendo continuamente. A principios del mes de noviembre estaba en 514.000 bolívares, lo que representa una depreciación del 50,26 por ciento del bolívar ante el dólar.

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Diciembre es un mes que se caracteriza, entre otras cosas, por las compras. Mayberling salió desde Petare con sus hermanas y su mamá a ver tiendas en el centro de Caracas, pero solo a ver. En casa no alcanza la plata para regalos. Sentada en una banqueta junto a sus hermanas, espera a que su mamá termine de hacer la cola para comprar unas hallacas para almorzar. Cada una cuesta un dólar. Ese será el almuerzo. Un pequeño lujo que se darán tras el paseo.

Desde allí tarda unos segundos en pensar cuál es su preocupación. Finalmente concluye que es la economía. “En Venezuela, (un país con hiperinflación desde 2018) el dinero no rinde”, dice la joven de 20 años, estudiante de Medicina Integral Comunitaria de la Universidad Bolivariana.

“En casa solo trabaja mi papá y veo cómo el dinero apenas alcanza para comer. Yo no trabajo por el horario de la universidad, y todavía me faltan dos años para terminar. Yo quiero terminar, pero toda esta situación me frustra, ya a esta edad me imaginaba generando ingresos y ayudando a mi familia”.

Mayberling no duda en afirmar que el domingo irá a votar y hasta se baja el tapabocas para decirlo.

Su motivación es que, para ella, “el voto es un derecho” que no puede dejar de ejercer. Pero esa misma seguridad con la que expresa su opinión sobre el voto se borra de su rostro al tiempo que asegura que esas elecciones “solo serán otra más que no traerá cambios positivos”. No dijo si lo haría en la consulta popular.

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“Yo aún soy chavista y madurista y pienso ir a votar”, es la afirmación de José, un vendedor de Cotufas en Catia, una zona popular al oeste de Caracas. Sin embargo, esa aseveración viene acompañada de un: “aunque yo no creo que la situación cambie para bien. El Gobierno habla y habla pero no habla nada de la economía. Que le den un parado al dólar o que terminen de dolarizar”, es la petición que hace, mientras sigue removiendo las cotufas.

“Como a todos” a él también le preocupa la economía del país. Vive de la venta de cotufas: 200.000 bolívares la bolsa pequeña y 300.000 bolívares la grande. Hace una semana no costaban eso (100.000 y 150.000 bolívares respectivamente). Tuvo que aumentar por la continua alza del dólar. Además, la falta de efectivo en bolívares también le perjudica el negocio.

“El dólar sube y pareciera que alguien estuviera jugando con eso. Juegan con la comida del pueblo. Si no vendo, ¿cómo llevo el sustento a mi casa? Tengo un hijo de 10 años que cada vez que llego a casa me abraza y me pregunta ‘¿qué me trajiste?’, y llegar con las manos vacías es algo cruel”, cuenta José, un flaco trigueño y padre soltero que vive con su hijo en un apartamento de la Misión Vivienda, que le dieron cuando Hugo Chávez aún estaba vivo.

Su expareja y madre de su hijo emigró a Ecuador. Él decidió quedarse por miedo a que le invadan el apartamento.

El carrito de las cotufas no es de José, es de una amiga que lo puso a trabajar allí. Ella le paga un sueldo mínimo, y a veces le da “alguito más”. Todo lo que se necesita para la venta de las cotufas hace rato que se paga en dólares; maíz, aceite, sal, las bolsas y hasta el llenado de la bombona de gas por la que, cuenta José, la dueña del carrito paga cinco dólares cada quince días.

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El bululú de gente que se forma alrededor de Coromoto y Deivy capta la atención de un abarrotado bulevar de Catia, donde el distanciamiento social y el uso correcto del tapaboca parece ya cosa del pasado. Lo que atrae a la gente son los platos de arroz chino con lumpias que venden Coromoto y Deivy por apenas un dólar.

“La situación económica”, expresan al unísono Coromoto y Deivy, esa es la preocupación de ambos, “porque todo está caro”. Ponen como ejemplo que, hace cuatro meses, cuando comenzaron a preparar y vender arroz chino, el kilo de carne lo compraban a dos dólares. Ahora lo compran a cuatro dólares, y así sucedió con todos los productos que deben comprar para la preparación de su producto.

Coromoto es la suegra de Deivy. Se mudó a su casa cuando este empezó a salir con su hija mayor. Ella tiene dos hijos de los que ahora Deivy se hace cargo. Allí también viven las otras dos hijas de Coromoto. Todos en casa se mantienen con la venta del arroz chino.

Antes de la cuarentena decretada por el covid-19, Coromoto y Deivy ganaban sueldo mínimo en sus respectivos trabajos. Para ese momento, el salario mínimo en Venezuela era de 400.000 bolívares (0,4 dólares). Al ver que cada día les alcanzaba para menos alimentos, decidieron comenzar con un negocio propio que, aunque no genera mucha ganancia, al menos les da para la comida. El pasado 11 de noviembre, la ONG Acceso a la Justicia denunció que el régimen aumentó el salario mínimo sin anuncio oficial a 1.200.000 (que en la actualidad son 1,2 dólares).

“De verdad, no sé qué pensar sobre las elecciones. Yo no le he parado a eso —dice Coromoto, con su acento andino a pesar de que lleva 35 años en Caracas—. Ellos prometen y prometen y uno está decepcionado de eso. Tengo hijos a quienes tengo que darles de comer y por eso salgo a ganar algo de dinero. Para diciembre quiero comprarles aunque sea un par de zapatos, esa es mi preocupación”.

Algunas de las promesas de los candidatos a diputados de la AN han ido por la línea económica. El candidato por el partido del régimen, Jorge Rodríguez, habló de una ley para “ciudades autosustentables”. Pedro Infante, exministro de Maduro, propuso la creación de un llamado “distrito motor” para potenciar el turismo y la económica. Sin embargo, en sus discursos mantienen que la situación económica del país es producto de las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea.

El candidato Lauren Caballero, quien compite contra el hijo de Nicolás Maduro por un curul en la AN, ofreció la dolarización del salario y la creación de un mecanismo de paridad cambiaria. Esa misma promesa la hizo Javier Bertucci, el pastor evangélico que busca convertirse en diputado.

Deivy, en cambio, dice que le gustaría votar. Cree que “el voto es una manera de expresarse”. Lo que lo hace dudar de si hacerlo o no, son los dos dólares que cuesta el pasaje hasta Maracay, ciudad que está a una hora de Caracas, donde está su centro de votación. Aunque Deivy es de Valencia, otra ciudad del occidente de Venezuela. La última vez llegó a su casa pidiendo cola porque no tenía para el pasaje. “No sé si valga la pena gastar cuatro dólares por ir a votar, de qué va a servir”, se pregunta mientras se monta una de las cavas al hombro. El trabajo terminó por hoy.