La gaita zuliana es una de las cosas realmente originales del Occidente de Venezuela. Como zuliano, mis primeros recuerdos con la gaita son divertidos. Cuando era pequeño disfrutaba muchísimo escuchar “El barbero”, de los Gaiteros de Pillopo. Me hacía reír casi tanto como “El Conejo de Sevilla”, con Bugs Bunny y Elmer Fudd, las dos piezas de cultura relacionadas con cortes de pelo que fueron integrales en mi infancia. Siempre me impresionaba que mi abuelo se cortaba el pelo en Santa Lucía con “El Maneto”, uno de los personajes de la canción.
La familiaridad que yo sentía con la gaita es común en cualquier persona nacida en el Zulia. Bien seas un gran fanático, o un oyente casual, los zulianos llevamos la gaita en el ADN. Por eso me sentí calificado para averiguar si la gaita se quedó en un mejor lugar del pasado, o si este género tiene presente y futuro, porque, como todo en Venezuela, las gaitas también han mutado debido a la coyuntura en la que nos encontramos.
El escarmiento de 2007
Moraima Gutiérrez es una promotora cultural que me ha dado una perspectiva invaluable para escribir sobre el tema, ayudándome a entender en qué lugar está la gaita hoy y por qué. Yo estaba particularmente interesado en la gaita como medio de protesta, una de las marcas registradas de esta rica expresión musical. Específicamente me preguntaba por qué ya no escucho gaitas de ese tipo.
Gutiérrez sostiene que ha habido una sistemática desaparición de la gaita protesta, de la mano con el cierre de estaciones de televisión y emisoras de radio, que empezó en la segunda mitad de la primera década de este siglo. El caso más emblemático fue por supuesto el cierre de RCTV en mayo de 2007, hecho que devino en la expansión de la auto censura, creando una mentalidad en los medios de “si cerraron RCTV, el canal más grande y longevo del país, qué podemos esperar nosotros”. La disqueras fueron también otra víctima del deterioro progresivo de Venezuela que contribuyó con el ahorcamiento de la gaita tal cual la conocíamos. Sin contar con el hecho de que la fragmentación de la industria de grabación por los nuevos medios fue difícil (y para muchos imposible) de digerir, más allá de la situación del país.
Hace quince años, los directores musicales, quienes usualmente son los dueños de los grupos de gaita, grababan un disco por año. Ese número se ha desplomado a uno o dos temas en el mismo período de tiempo. Los costos de un grupo, con todo lo que conlleva (proceso de grabación, promoción, salarios de grupos de quince miembros aproximadamente, etc.) son sencillamente demasiado altos para que la mayoría sobreviva. Esto tiene un impacto directo en el tipo de contenido que se elige para grabar canciones en la actualidad.
La mayoría de los grupos elige temas positivos a la hora de seleccionar material nuevo, ya que las canciones alegres aumentan las posibilidades de promoverlas en medios tradicionales, considerando que mientras mayor sea el éxito, las chances de trabajos sucesivos en formas de apariciones públicas aumentan. Hoy, como en cualquier género musical en el mundo, son los recitales en vivo los que producen ingresos para los músicos, y no la reproducción de su material, salvo muy contadas excepciones. Así que un conjunto gaitero necesita grabar canciones que puedan tocar en vivo sin represalias para ellos ni para el local donde las tocan.
El sueño del retorno
Nano Silva puede ser considerado parte de la “realeza gaitera”. Su padre es uno de los hermanos fundadores (Héctor y Alberto Silva) de Barrio Obrero de Cabimas, fundado en 1955, sin dudas uno de los grandes grupos de gaita junto los históricos Rincón Morales, Gaiteros de Pillopo, Gran Coquivacoa y Cardenales del Éxito, seguramente los principales referentes del género. Actualmente Nano es el director musical de Barrio Obrero, y vive en Houston, a donde ha mudado sus operaciones. Cuando le pregunto por la ausencia de la gaita protesta, Nano me dice “sí, los gaiteros están en otra cosa. Más bien haciendo temas para llevar alegría al pueblo y menos protesta”. Esta postura es comprensible no sólo desde el punto de vista comercial, sino que además tiene sentido por la fatiga psicológica que todos sentimos.
Barrio Obrero de Cabimas es responsable de una de las gaitas de protesta más emblemáticas de la historia, “Un ojo dimos”, gran gaita dedicada a Carlos Andrés Pérez en 1989. El propio Nano no es extraño a la gaita protesta, ya que en 2008 Barrio Obrero grabó “¿Dónde queda eso?”, un tema de su autoría que de manera satírica reta la realidad que Chávez decía que vivía Venezuela: “¿Dónde queda eso donde hay alimentos? ¿Dónde queda eso donde no hay desabastecimiento?”. Inmediatamente noté una diferencia entre “Un ojo dimos” y “¿Dónde queda eso?”: una fue muchísimo más difundida que la otra. Ya en el 2008 era muy difícil difundir cualquier velo de crítica al régimen.
Sencillamente no hay posibilidad de entrar en la rotación radial con un tema de protesta… aunque sin dudas no es difícil encontrar retórica “anti imperialista”.
La mayoría de las estaciones de radio se autocensuran por miedo a las repercusiones en forma de “normas administrativas” de CONATEL, que van desde multas hasta la propia confiscación y/o cierre de la estación. Incluso si alguna estación es lo suficientemente valiente para darle algo de exposición a uno de esos temas, esas “repercusiones” de CONATEL llegarán más rápido que una recta de Wilson Álvarez, y pueden estar seguros de que ni siquiera habrá suficiente publicidad del “incidente” como para darle a la canción una especie de status de culto que le dé algo de fama. En otras palabras, es una situación imposible.
Otro aspecto que le da forma al contenido de las gaitas actualmente son los festivales musicales. Los festivales son parte importante de la temporada de gaitas y se celebran usualmente entre noviembre y diciembre. Allí las canciones entran en una competencia de popularidad que viene con algún premio en metálico, además del derecho de jactarse como el ganador. Hubo un par de festivales reconocidos que han desaparecido: el Festival Virgilio Carruyo y el Festival Una Gaita Para El Zulia. Los que quedan son siempre organizados por entidades gubernamentales, como el IMGRA en el caso de la Alcaldía de Maracaibo, FUNGANER en el caso de la Alcaldía de San Francisco y la Secretaría de la Gaita en el caso de la Gobernación del Zulia. Pero en Venezuela sólo hay “un gobierno”, así que la posibilidad de triunfo de una canción con el más exiguo aroma a descontento en su letra en una competencia organizada por el régimen es exactamente la que se imaginan: menor a cero.
Sí hay esfuerzos loables en grabación de gaitas actualmente. Incluso cualquiera pudiera defender con legitimidad que cualquier tipo de producción musical que se logre concretar en un país que está como está es un esfuerzo más que loable. Un ejemplo de este mismo año que termina en “Yo volveré y cantaré” de Barrio Obrero, una canción que atrae a la masa de venezolanos en el exterior hablando del anhelo del retorno, usando ese gancho nostálgico que parece ser tan popular en cualquier actividad que realizan los venezolanos migrantes, desde cocina, a béisbol, a comedia e incluso periodismo. La gaita también está en el tren de “todos extrañamos a Venezuela”.
La grey silenciosa
Así que las gaitas de protesta hechas y tocadas en Venezuela son, esperemos que sólo por el momento, prácticamente una cosa del pasado. No se encontrarán en ningún lado, irónicamente en el momento que más las necesitamos.
“Anti Zuliano”, dedicada en 1971 al Ministro de Comunicación Amable Espina, quien prohibiera la difusión de gaitas protestas, “Aló Presidente” y “Corona de tunas”, son parte del gran pozo de gaitas de protesta al que podemos acudir, con Cardenales del Éxito, Gran Coquivacoa y Barrio Obrero de Cabimas, entre otros.
Moraima Gutiérrez lo dijo mejor: “Los compositores de vieja data hacían gaitas reclamo o gaitas protestas inspirados en cualquier motivo cotidiano. Eran bandera de defensa o representación de una mayoría que exigía mejor calidad de vida, educación y hospitales; alzaban sus voces pidiendo respeto a gobernantes de países vecinos por las fronteras; se hacían llamados de atención en defensa del Lago; se reclamaba a los gobernantes de turno por sus promesas incumplidas y medidas económicas erráticas en contra de la gente humilde; hasta por el tema religioso se protestaba”.
La tradición está casi perdida. Cuando veo a Maracaibo me siento a veces como si estuviera en una ciudad con calles demasiado muertas para soñar, una ciudad que necesita “La grey zuliana” de Ricardo Aguirre así como el mundo necesitó “This Land Is Your Land” de Woody Guthrie, “Soweto Blues” de Miriam Makeba o “Fight The Power” de Public Enemy. Porque “La grey zuliana” en particular, y las gaitas protesta en general, son parte del emblema de la sociedad. Sin eso, estamos condenados a perdernos en un remolino de crisis de personalidad. Necesitamos una identidad para saber dónde pisamos y a dónde queremos ir. Necesitamos esa cualidad aspiracional de “La grey zuliana” para sobrevivir.