Después de ventidós años, Solveig Hoogesteijn decidió dejar la dirección del Trasnocho Cultural. Adalid de las gestiones democráticas, del arte y de la libertad individual a partes iguales —son esas acaso las razones de su éxito—, comenta que la decisión pasa por un deseo personal: quiere volver a escribir guiones de cine. Lo dice, además, con la seguridad de quien supo construir uno de los espacios culturales más importantes de Venezuela sin el tutelaje del Estado. Es reflejo de una sociedad civil que, advierte, está descubriendo su propia fuerza para hacer cultura en medio de las dificultades.
Superar escollos forma ya también parte de su andar en tierras venezolanas. Sueca de nacimiento (1946), y con estudios en Alemania, fue en Venezuela en donde echó sus raíces y construyó sus olimpos. Entre sus películas más importantes están Manoa (1980), Alemania puede ser muy bella a veces (1982); Macu: La Mujer del Policía (1987), uno de los mayores éxitos del cine nacional; Santera (1994); y Maroa (2006).
En 2001 hizo una pausa en su carrera como cineasta para gerenciar el nuevo Trasnocho Cultural, el complejo de cines, teatros, galerías y restaurantes que entonces se abrió en el sótano del centro comercial Paseo Las Mercedes, en el sureste de Caracas. Con una alianza perfecta de expertos —el trabajo en equipo fue la cualidad de su administración, comenta— lo convirtió, resistiendo a la falta de servicios públicos, en un centro de cine, teatro, artes plásticas y gastronomía. Veintidós años después, su relevo será el gestor cultural José Pisano. Entretanto, asegura que seguirá haciendo lo que ha sido su vida: transmitir el arte y la cultura. A Hoogesteijn la seguirán viendo en esos pasillos.
Deja usted la dirección del Trasnocho Cultural justo en medio de la pandemia. ¿Es solo una coincidencia y tenía tiempo meditándolo, o la situación por el covid-19 la impulsó a tomar esta decisión?
Fue bastante complejo tomar esta decisión. Esta pandemia nos obliga a dialogar más con nosotros mismos. Es tiempo de darle paso a una generación más joven que domina mucho mejor el tema digital, por un lado. Y, por el otro lado, aunque me fascinó la gerencia y me sigue fascinando, porque es un campo muy vasto, lleno de retos, siento la necesidad personal de volver a mi profesión de cineasta, de contar historias que me dan vuelta en la cabeza desde hace años, y a las cuales yo dedicaba las noches, los fines de semana. Eso amerita tiempo, pensamiento, dedicación.
¿De qué manera sus dos profesiones lograron una sinergia en Trasnocho?
Yo siempre fui productora ejecutiva de mis películas, y la producción de cine es algo tan amplio que lo prepara a uno en realidad para la producción de cualquier evento y también para gerenciar algo tan complejo como lo es un centro cultural. También me dediqué mucho a lo que es la política de nuestra profesión. Cuando se introdujo por primera vez la Ley de Cinematografía en la Cámara de Diputados en el año 1991, casualmente yo era la presidente de la Asociación Nacional de Autores Cinematográficos y me tocó el honor de introducirla y acompañar durante dos años todo el proceso de discusión de la ley hasta que fue aprobada, con todas sus limitaciones, pero sirvió para crear el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía. Toda esa actividad previa me preparó para algo que no estudié, que es la gerencia cultural.
En otras entrevistas ha dicho que el éxito del Trasnocho Cultural radica en su gerencia democrática. Hay quienes quizás no puedan conciliar esta idea con que estuvo usted al frente durante tantos años. ¿Cómo funcionó esa administración?
Mi generación soñó mucho con romper con las estructuras verticales en las que una figura toma las decisiones y da órdenes hacia abajo. A mí siempre me ha gustado mucho, y fue también mi escuela en Alemania, trabajar en equipo. Creo que cuando integras a las personas con las que trabajas en los procesos de decisión, llegas a resultados mucho más creativos, más productivos y más exitosos que cuando alguien cree que tiene todo el conocimiento y la verdad en la mano. Esa manera de trabajar produce un equipo de expertos, que ahora queda para José Pisano, quien toma el timón de Trasnocho. Él conoce ese equipo, ya sabe con quién va a trabajar, porque nos acompaña desde el inicio como programador de cine.
¿Cómo ha evolucionado la participación de la empresa privada en la promoción de la cultura en el país y qué futuro cree que pueda tener?
Con los problemas económicos que tenemos y el cierre de las instituciones culturales alimentadas por el Estado, empezaron a surgir más iniciativas culturales privadas. No todas como el Trasnocho, que está basada en los ingresos por taquilla; muchas de ellas nacieron con el respaldo de bancos, organizaciones, etcétera.
Ahora estamos descubriendo qué pasa si la sociedad civil se hace más activa. Eso está surgiendo en la mentalidad de nuestro país, y eso es importantísimo para nuestro progreso.
No esperar la iniciativa del Estado, ni mendigarle, sino descubrir el propio potencial y buscar respuestas en la sociedad misma. Es decir, en el consumidor. Eso marca una estructura muy distinta tanto en los valores como en el pensamiento, en la acción, en el conocimiento.
El cine, teatro o las pequeñas editoriales privadas parecen tener una ventana de libertad que no tienen otros sectores. Y eso, en un contexto político tan férreo como el venezolano, es raro. ¿Es que el Estado no cree en la cultura como agente de cambio en la sociedad?
Yo creo que no le da la importancia que tiene, lo cual en la situación actual tiene una ventaja, porque el control es el gran enemigo del pensamiento libre y de la creatividad. Entonces, si sabemos trabajar con estas carencias, nos vamos a ver propulsados. Con enormes dificultades, por supuesto, porque hay un empobrecimiento general de nuestra sociedad. La clase media ya no tiene el poder adquisitivo más o menos aceptable que le permitía consumir cultura. La crisis de servicios públicos nos hace perder tiempo y energías en lo que debería ser normal en el siglo XXI. Pero más allá de esas dificultades, la sociedad civil está descubriendo su fuerza propia, la fuerza del ciudadano. Si el Estado solo ayuda a la cultura para usarla como vehículo de propaganda, pues tenemos que financiarnos mediante el público y darle conocimiento. Porque tener una sociedad civil educada es un activo mucho más importante que el petróleo o el oro.
Usted siempre ha resaltado el papel protagónico de las mujeres en espacios culturales en Venezuela. Pone como ejemplo a Sofía Ímber, María Teresa Castillo o Margot Benacerraf. ¿Debió encarar alguna vez actitudes machistas al frente del Trasnocho Cultural?
Sí, claro que sí. Lo interesante del Trasnocho, sin embargo, es que frente a muchos proyectos están mujeres. Pero no por feminismo, sino porque esas son mujeres son expertas y entusiastas en lo que hacen. Yo he tenido discusiones con mujeres más jóvenes que, por ejemplo, exigen una cuota de participación por el mero hecho de ser mujeres, algo que a mí me sorprende, porque yo escojo a mis colaboradores no porque sean hombres o mujeres, sino por su grado de experticia. Más me interesa diferenciar a las personas por si su pensamiento es totalitario o democrático. Yo no he tenido mayores dificultades en trabajar con hombres. Empecé a hacer cine en Alemania, donde la competencia profesional entre hombres y mujeres fue mucho más ardua de lo que lo fue jamás en Venezuela, y tenía que demostrar los primeros días la capacidades ante equipos masculinos, pero en el momento en que se dan cuenta de que uno conoce su oficio, hay respeto y entusiasmo, que es lo que determina el éxito de las empresas.
¿Ya ha desistido de la idea de crear un centro cultural en el oeste de Caracas o es algo que todavía está en sus planes futuros?
Tenía concebido un muy hermoso proyecto de entretenimiento y educación, pero lamentablemente el lugar en el que lo íbamos a realizar fue expropiado y ese proyecto se truncó. A mí me parece muy importante que cada ciudadano de Venezuela logre comprometerse, de alguna manera, con esa inmensa cantidad de coterráneos que no tienen esa posibilidad de acceder a la educación y a formarse en un oficio. Esa es una tarea pendiente que tenemos todos los venezolanos que hemos tenido el privilegio de una buena educación.
Hemos hablado de lo que usted ha hecho por este espacio tan importante para la cultura venezolana, pero ¿qué le ha dado el Trasnocho Cultural a Solveig Hoogesteijn?
Muchísimo. Me dio la enorme emoción de poder darle al público productos culturales que no solo consumen, sino que agradecen. ¿Por qué? Porque la cultura alimenta el espíritu, nuestra mente. Otra ha sido conocer gente muy interesante, creadores, escritores, pintores, cultores de música, gastrónomos, cocineros, artífices del chocolate… En el Trasnocho se han dado discusiones interesantísimas en todos los campos, y ser parte de eso me ha dado enormes satisfacciones. El poder entusiasmar a la gente, apoyarlas para que desarrollen proyectos en el marco del Trasnocho, poder invitar a través de la web a escritores y dramaturgos que viven afuera. Me voy con una emoción enorme por la experiencia vivida. Y, en realidad, no me estoy yendo del todo, porque quiero seguir asesorando al Trasnocho donde haga falta. Son retos muy grandes y muy hermosos, porque nosotros estamos dedicados a transmitir el arte y la cultura, que han sido mi vida siempre.