Leer poesía para impugnar la realidad

La apreciación, el estudio y la escritura de la poesía son la esencia de dos diplomados que ofrecen Arturo Gutiérrez Plaza, Luis Miguel Isava y Olga Muñoz Carrasco desde La Poeteca. Hay chance de inscribirse hasta el 17 de septiembre

Es un lujo tener como profesores a poetas, traductores y académicos como Luis Miguel Isava, Arturo Gutiérrez Plaza y Olga Muñoz Carrasco

“Leer bien poesía supone una intensificación de la vida a través de la palabra, y con ella se alienta una vocación de nitidez y justeza. Al mismo tiempo nos proporciona un goce que reside en el inicio mismo de su existencia: el placer de la palabra —con música en el origen, en voz alta o en silencio— recupera el placer estético que tanta plenitud y consuelo procura”.

Esto me lo escribe Olga Muñoz Carrasco, profesora de dos nuevos programas de formación que se suman a las respuestas extraordinarias que se dan en nuestro país al horror de cada día. Sobre ellos va esta nota: sobre el Diplomado en Apreciación y Estudios Poéticos y el Diplomado en Reflexión y Creación Poética, ambos por comenzar. Las inscripciones son hasta el viernes 17 de septiembre y los interesados pueden pedir información por el correo: cursospoeteca@gmail.com. Los respalda La Poeteca

Su coordinador y sus profesores son senséis en la materia (además de poetas): Arturo Gutiérrez Plaza, Luis Miguel Isava y Olga Muñoz Carrasco. Si no me lo creen, revisen sus currículos en los enlaces. Además, lean abajo lo que me dijeron sobre los programas y sobre el sentido de escribir y estudiar poesía hoy. Estoy que me anoto.

Arturo Gutiérrez Plaza: más que un taller de escritura

Desde sus orígenes, en 2018, La Poeteca quiso crear un diplomado en poesía. En estos tres años elaboramos y ajustamos propuestas que exploraban las cambiantes condiciones del entorno, diferentes esquemas de financiamiento para hacer viable el proyecto sin afectar su calidad académica, conservar un criterio de ingreso que no fuera solo la capacidad de pagar del participante, sino también su potencial talento poético. Esta premisa ya le da un carácter diferencial a este diplomado.

En términos académicos los diplomados son programas de extensión, de educación permanente, no conducentes a títulos universitarios. La Poeteca no es una institución universitaria y en estos años exploramos alternativas para conseguir un aval académico que no ha dado frutos hasta ahora. Confiamos en que en un futuro no muy lejano se logre. Pero creamos una Coordinación Académica, a mi cargo, y conformamos un equipo de tres profesores universitarios con doctorado y trayectoria en el campo de la creación, la teoría, la crítica y la investigación poéticas: Olga Muñoz Carrasco, Luis Miguel Isava y yo. 

Son dos diplomados complementarios, con un diseño flexible, capaces de atender intereses diferentes, aunque no excluyentes. Apreciación y Estudios Poéticos, el primero, se dirige a un público amplio interesado en la poesía que no necesariamente tenga estudios previos en literatura. La idea es que puedan acercarse al texto poético para disfrutar y apreciar sus cualidades estéticas y para valorarlo desde una perspectiva más compleja, en la que se implican aspectos históricos, culturales y teóricos. Completar este Diplomado, supone completar seis cursos, al ritmo que desee y se pueda. El requisito para ingresar es manifestar su deseo de participar y cancelar la matrícula. Reflexión y Creación Poética, el segundo, integra componentes de escritura poética y otros relacionados con conocimientos históricos, críticos y teóricos relativos a este arte verbal. Es decir, además del componente del taller de poesía, propiamente (tres cursos a lo largo de un año), el participante debe tomar tres cursos cualesquiera del Diplomado de Apreciación y Estudios Poéticos, para complementar su formación con teoría, crítica e historia. Este diseño establece una diferencia sustantiva con los modelos tradicionales de talleres de poesía, que no atienden esos aspectos formativos, también esenciales para el desarrollo de la escritura. Para ingresar a este segundo programa, los aspirantes deben enviar una muestra de su trabajo poético y un jurado selecciona a los admitidos entre los aspirantes. 

La pandemia nos permitió redefinir los diplomados como programas a distancia, vía zoom. También tener más alternativas de financiamiento y ofrecer una matrícula atractiva, diferente para residentes en el exterior y para residentes en Venezuela. Hay también la posibilidad de exoneraciones parciales.

Producto de una alianza entre La Poeteca, la Fundación para la Cultura Urbana y Banesco, hay un fondo de becas para garantizar la participación de algunos aspirantes que no pueden pagarlo. Junto a esas instituciones, patrocinan también los diplomados la Embajada de España en Venezuela y la revista Latin American Literature Today.  

Entre mayo y julio de este año ya se cursó el primer trimestre del primer diplomado y entre septiembre de 2020 y julio 2021, un Taller de Reflexión y Creación Poética, donde participaron dieciséis jóvenes ganadores y finalistas del Premio de Poesía Joven Rafael Cadenas. Todos los participantes en ese taller fueron becados con recursos del fondo que mencioné y podrán completar el diplomado con los cursos de teoría, historia y crítica.

Olga Muñoz Carrasco: leer poesía hoy

Una de las primeras percepciones que experimentamos frente a un poema, incluso cuando estamos familiarizados con la época, el contexto o la persona creadora de los versos, es la extrañeza: ahí, en ese conjunto de palabras, sucede algo diferente.  

Leer bien poesía implica necesariamente confrontarse con un lenguaje desautomatizado, una construcción cuyas reglas se hacen y deshacen en cada texto. Eso nos obliga a desautomatizar el pensamiento. La lectura poética es un buen ejercicio para neutralizar cualquier inercia, los lugares comunes, lo dado desde fuera como inamovible. Puesto que las relaciones en el ámbito del poema son forzosamente distintas a las que se establecen más allá, se nos obliga a una reconstrucción que se vuelve necesariamente crítica y a la que no podemos escapar. Por esto toda buena poesía supone, implícitamente, una postura política: impugna la realidad desde el cuestionamiento verbal. Se trata de una actitud y disposición crítica completamente pertinentes para la ciudadanía de cualquier país y de nuestro mundo. 

Leer bien poesía implica también un acto de resistencia frente a la exigencia actual de productividad que arrasa todos los ámbitos de la vida. La poesía es, sin duda, una actividad profundamente fructífera, pero lo que regala no se ajusta a los parámetros demandados hoy. No hay rentabilidad cuantificable en la experiencia de la lectura poética, no extraemos siquiera un pedazo de verdad inamovible con que desenvolvernos en el mundo. Y ahí reside su valor precisamente, en esa actitud de entrega y receptividad que al leer poesía adoptamos, y que nos conduce a un estado de atención y conciencia sobre el mundo que tal vez habíamos perdido con tanto trasiego. 

La poesía activa en quienes la leen una alerta sobre la realidad, y siempre se produce una ganancia en esa nueva asimilación del mundo desde inesperadas perspectivas.

Esa mirada más consciente, crítica y acogedora de la poesía nos capacita para registrar los cambios del mundo y por tanto imaginarlo distinto. Cuando nos exponemos a la textura verbal de otras épocas y de otras zonas del español, se abren horizontes en nosotros sobre realidades y tiempos que parecían ajenas, un valiosísimo obsequio para este momento, cuando resulta imprescindible construir comunidad a la vez que (re)componernos interiormente

Luis Miguel Isava: historia y sentido de la poesía

En el Diplomado de Reflexión y Estudios Poéticos hemos querido subrayar la historización del género poesía. Para ello proponemos un repaso del amplísimo panorama de concepciones que han determinado, en las diferentes épocas, la noción engañosamente estable de poesía. Así, por ejemplo, nos percatamos de cómo ciertos temas hoy impensables en la escritura de un poema, podían abordarse sin prurito alguno en épocas anteriores. Y, por otra parte, de que temas que hoy consideramos indisociables de la poesía, no formaban parte en épocas anteriores del repertorio. Este acercamiento reflexivo a la poesía se desprende por tanto de prejuicios reductivos y prescriptivos y abre las puertas a pensar en las posibilidades del género que pueden o bien renovarse o bien ampliarse a búsquedas todavía no emprendidas, a trabajos con el lenguaje que, aunque inauditos —aún no oídos—, ofrecerán tal vez en el futuro nuevas formas de modularnos y constituirnos con palabras.

A nuestro juicio, algo es claro en el caso de la lectura de poesía: se necesita pausa, atención y, sobre todo, conciencia de las posibilidades nominadoras del lenguaje.

En una época en la que desde hace ya demasiado tiempo se tiende a usar el lenguaje como medio de manipulación, aprender a sopesarlo, a trabajar con él con atención, sabiendo precisar lo que se insinúa entre líneas, lo que puede encubrir una imposición o una distorsión, no puede sino resultar de la mayor importancia.

Sabemos que estamos en el tiempo de la rapidez y de la circulación incontestada de ideas, y sin embargo la poesía, con su general brevedad, nos fuerza casi paradójicamente a detenernos en breves mensajes que dicen a la vez más y menos, que dicen de otra forma y en los que la lectura somera pierde lo esencial.

Es difícil pronosticar cuál será el futuro de la literatura en general, y de la poesía en particular; pero mientras las sociedades se construyan a partir de ideas, de formulaciones, de legislaciones, todas ellas escritas, la herramienta de leer con atención, con agudeza, lentamente, como quería Nietzsche, seguirá siendo un resguardo, incluso un antídoto el entrenamiento en la lectura de poesía. Después de todo, ¿no implica esa atención a la complejidad, a las ramificaciones e implicaciones de lo dicho, una actividad profunda y verdaderamente política?

Y claro, no se tratará exclusivamente de temas, de mensajes, de consignas, de valores; no se tratará de que la poesía nos dirá cómo vivir ni qué hacer. En realidad, la poesía es un “hacer” (poiein) a partir de la capacidad constituyente del lenguaje. Los poetas, precisamente en “tiempo de miseria”, son los que nos recuerdan que más allá de las imposiciones ideológicas y de facto, siempre hay formas de reimaginarnos y de repensarnos y con ello contestar imposturas que se proponen como verdades.