¿Importan los cubanos de carne y hueso?

Distintos actores políticos, venezolanos incluidos, reinterpretan las inéditas protestas en Cuba para negarlas o vincularlas a sus agendas, sin que importen las voces de quienes manifiestan, ni las peculiaridades de ese país

Para gran parte de la izquierda, esos miles de personas no estaban ahí el 11 de julio.

Foto: Rtve

Las recientes protestas del pueblo cubano reclamando mejores condiciones humanitarias han despertado reacciones diversas en la comunidad internacional y, en especial, en los sectores intelectuales y políticos. Con las posiciones y los silencios han quedado en evidencia las agendas y las cegueras de muchos discursos y sus concomitantes contradicciones ideológicas.

Qué está pasando en Cuba y qué tiene que ver con Venezuela

Eso incluye las equivalencias equívocas que ha hecho cierta dirigencia política de la oposición venezolana, cuya mirada sobre la situación cubana es reduccionista y oportunista en cuanto a lo que acontece en Venezuela.

Las contradicciones ideológicas de la intelectualidad transnacional 

Para ciertos sectores intelectuales —incapaces o reticentes a ver al régimen castrista allende la propaganda antiimperialista, que condensa con increíble coherencia discursiva sus fantasías ideológicas de antiimperialismo, socialismo y resistencia—, parece imposible admitir que quienes salieron a las calles el pasado 11 de julio fuesen ciudadanos comunes y corrientes (pobres, racializados, exentos de poder) que exigían una vida digna. 

Con su reclamo por condiciones sanitarias mínimas —crisis que se agudizó con la pandemia— reventaban otra de las grandes y celebradas burbujas sobre el régimen cubano: la supuestamente exitosa medicina que, a diferencia de lo que sucede con la ciencia médica a nivel mundial, se habría consolidado en insólito aislamiento. De hecho, las denuncias sobre la esclavitud de los médicos cubanos en el exterior ya habían contribuido a debilitar su membrana.

Quienes en nuestra praxis académica estudiamos y escribimos sobre sujetos subalternos, es decir, carentes de poder o víctimas de la opresión, reclamamos una voz para las personas a las que se les ha arrebatado el control de sus vidas. Es paradójico por eso que desde muchos sectores de esa misma academia, se intente desacreditar la protesta del pueblo cubano, mestizo y pobre, como si fuera una pataleta de una minoría pagada por “el imperio”. 

Tenían razón John Beverley y Hugo Achugar cuando, en uno de sus célebres trabajos sobre el testimonio, alegaban que el problema no era la ya clásica pregunta de Gayatri Spivak sobre si el subalterno podía o no hablar. El problema es que, si bien habla, y mucho, los que dicen apoyarlo no necesariamente lo quieren escuchar, dada su “falta de autoridad”. A esto añado que la palabra del “subalterno” se encasilla en agendas ideológicas y “causas” que no respetan ni su derecho a ser individuo y pensar de forma independiente, ni a la disidencia. Se lo concibe como parte de un colectivo abstracto cuyo pensamiento estaría “predeterminado” por dicha estructura. 

Esta práctica reduccionista revela —como sucedió con los líderes del movimiento #BlackLivesMatter o el pronunciamiento de Clacso en clara defensa del régimen castrista— que no siempre se defienden las vidas reales de la gente, sino las propias banderas ideológicas. Derechas o izquierdas, liberales o antiimperialistas, son dualidades que pierden de vista la complejidad de los individuos y de lo que sucede en Cuba. Pero lo que resulta más alarmante, en el caso del pronunciamiento de Clacso, es la contradicción ética e ideológica en la que incurre al estigmatizar al pueblo que protesta y reducir sus reclamos al efecto ocasionado por “noticias falsas”. 

Una de las cosas que más valoro de mis estudios doctorales en los Estados Unidos fue que me enseñaran a ver el potencial político y transformador, de resistencia ética y estética, de manifestaciones culturales producidas en espacios asociados a la “marginalidad”. Por desgracia, sospecho que mucho del silencio en torno al Movimiento San Isidro, al encarcelamiento y la tortura de sus líderes —como el artista Luis Manuel Otero Alcántara— y al lema e himno en clave de rap que es “Patria y vida”, responde a que estos movimientos confrontan al régimen castrista, un baluarte para esos sectores de la izquierda latinoamericana que, como lo ha explicado Beatriz Sarlo en este artículo, están muy alejados de las agendas progresistas.

Ni reduccionismos ni la frívola producción de equivalencias

En el caso de Venezuela, preocupa ver las reacciones de ciertos políticos sobre lo que sucede en Cuba y su articulación en narrativas fáciles y tan dicotómicas como las que cuestiono más arriba. Para estos grupos también parece haber un enemigo externo que les brinda la cohesión que no son capaces de lograr por otros medios (llevamos más de veinte años bajo el régimen chavista-madurista, lo que no habría sucedido sin el fracaso político de la oposición). 

Si para aquellos grupos como Clacso, la fundación Black Lives Matter o el mismo régimen chavista-madurista, el asunto es solo el embargo económico de Estados Unidos, para algunos dirigentes opositores el problema nacional pareciera una réplica de la situación cubana. Este reduccionismo los lleva a celebrar las protestas de Cuba mientras repiten —sin pensar— que la libertad de Cuba es también la libertad de Venezuela.

Uno esperaría más reflexión, compleja y profunda. Lo que ha sucedido en Cuba ciertamente podría ayudarnos a pensar salidas para Venezuela, más allá de las simples y problemáticas equivalencias forzadas.

Las protestas de los cubanos pueden ser fundamentales para desmontar el mito (ya bastante desprestigiado) de una revolución cuyo legado evidente no es más que el hambre y la deshumanización de un pueblo famélico, enfermo, desmoralizado, que vive de las remesas o de las migajas que deja en su país el turismo extractivista. Pero nada nos asegura que ellas traerán la esperada democracia. 

No quiero ser pesimista, pero el camino es complicado: se necesitará organización social, diálogos y consensos, para que los mismos cubanos, sometidos por el miedo, sin casi experiencia democrática, confinados por años al pensamiento y al partido único, puedan forjar una estructura y unas condiciones que les permitan hacerse cargo de su destino en libertad, incorporando las diversidades y la pluralidad que son propias del mundo actual. No hay salida fácil ni perfecta para Cuba, sino mucho trabajo por delante. Estas protestas muestran el hartazgo de la gente y son un gran paso, pero difícilmente serán su final. La democracia requiere el trabajo de unas organizaciones y una cultura políticas que la soporten.

En cuanto a la oposición venezolana, quizás deba comenzar a pensar en la posibilidad de que la dictadura chavista-madurista no se sostenga únicamente por el régimen castrista. Si bien en términos geopolíticos lo que está sucediendo en  Cuba es clave para la región —y sobre todo para países como Venezuela y Nicaragua, oprimidos por dictaduras de izquierda—, hay que considerar el conjunto de factores internos, sociales e históricos que hacen nuestra realidad distinta de la cubana. Como también es distinto el trabajo que nos corresponde hacer para salvaguardar los pocos espacios y cultura democráticos que nos quedan. 

Esos mismos líderes políticos venezolanos que han llamado al pueblo a levantarse en protestas, siguiendo el ejemplo cubano, deben comenzar por ejercer la presión internacional necesaria para ser garantes de las vidas de los valientes cubanos ahora perseguidos y /o desaparecidos. Deben predicar con el ejemplo. Ese puede ser un gran paso para volver a despertar a la gente en Venezuela, abandonada a su suerte después de cada alzamiento.