Ana Melo: “El tema de la migración está lleno de lugares comunes”

La dramaturga radicada en España escribió un monólogo para las tablas que la pandemia convirtió en una pieza de teatro hecha para ser vista en línea. Volver a Coral Gables revisa el sueño mayamero de los 80 a la luz de la migración masiva de hoy 

Yazel Parra protagoniza Volver a Coral Gables, de Ana Melo, disponible en Trasnocho en Línea

Foto: Ana Melo

Volver a Coral Gables, de Ana Melo (Sopa de tortuga, Thriller Night), llegó en un momento en el que ir al teatro, dondequiera que se esté, se ha puesto cuesta arriba. El montaje de la obra, de hecho, fue concebido y armado para que respondiera justo a este momento. Pero vale la pena poner el ojo sobre los cabos que ata la obra y el hecho de que se haya montado pensando en que la sala de teatro pueda ser ahora el escritorio o la propia sala. No solamente por esta idea de conectar con el teatro, que visto lo anterior no sería realmente a distancia, sino además por conectar con lo que están escribiendo y haciendo aquellos que hacen vida delante y detrás del telón y que están o vienen de Venezuela. 

A Volver a Coral Gables le han reconocido ser uno de esos proyectos que dan un paso adelante. La historia es la de una joven profesora de Literatura en Caracas que sueña con ir a Miami para volver a unos escenarios que hoy le parecen mejores y su vehículo, espera ella, será un cupón dentro de una Cajita Feliz que ofrece pagar el pasaje. Pero en el monólogo vemos que la idea de Miami no es simplemente la de partir, sino la de volver a los momentos en los que alguna vez sintió un lazo con su propia madre.

La obra, que en el fondo es una historia sobre el abandono, recorre parte de las mentalidades de la ola de migración de muchos venezolanos de clase media en los años ochenta que hicieron de Miami una suerte de tierra prometida. Para desenredar estos temas conversé con Ana Melo, que vive hoy en España, de las historias de esa migración y las que podrían contarse en ésta.

Entre las experiencias que son el trasfondo de la historia, están las grandes esperanzas de quienes migraron por querer alcanzar las pulcras imágenes aspiracionales de la clase media, pero que dieron marcha atrás por la aculturación y la idea de Venezuela como una red de protección que aún funcionaba. La obra, de hecho, se inspira mucho en los círculos cercanos de la familia de Ana Melo, que migraron a Miami para volver poco después.

—Aquellas eran las aspiraciones de la clase media —dice Ana— . Gente que quería vivir de modo increíble, algo que Miami parecía ofrecerles sin tanto esfuerzo. Pero luego no se adaptaba. Cuando volvían, en especial durante sus visitas, encontraban una Venezuela de gaitas, de navidades, de alegrías, de fiestas. De todavía poder, en medio de la crisis de ese momento, gozar de una cierta familiaridad que se perdía en Miami. Podían echar marcha atrás y regresar para encontrar un país que los estaba esperando con los brazos abiertos y con Guaco de fondo. Pongamos en contraste esa Venezuela y ésta de hoy. La generación que siguió es la de este personaje, una profesora de Literatura en una Venezuela donde ya no queda nada y en la que la migración es desesperada. Volver a Venezuela ya no es una opción, y la situación se ha complejizado tanto que migrar o volver no son decisiones, sino circunstancias completamente forzadas. La crisis política y económica empujó al éxodo y la pandemia está forzando a muchos a volver a un país que no solamente no tiene nada que darles, sino que los deja en un limbo sin siquiera dejarlos entrar.

La obra se escribió en el 2015 y el trabajo para montarla en escena empezó el año pasado, en España, con Yazel Parra (¿Quién dijo barco?, Tierra santa) como protagonista. Las conversaciones de trabajo empezaron por internet porque actriz y directora estaban en ciudades a lados opuestos de España. Sin embargo, en medio de los planes entra en escena el covid-19 y España entera baja el telón por la cuarentena. La fortuna quiso, no obstante, que quien compartiera apartamento con Parra en Barcelona fuera el cinematógrafo Michell Rivas (El Amparo, Jazmines en Lídice), así que entre conversaciones e ideas, se lanzó la idea de adaptar el monólogo en video, sin que la obra migrara completamente de género:

—El proceso fue de casi dos meses y fue vía Zoom —cuenta Ana—. Los ensayos se hicieron casi de modo convencional, cosa que lo hizo todo familiar, pero también bastante extraño. La concentración fue tal que por momentos nos olvidábamos de que estábamos a distancia. La fase que siguió aprovechó el fin de las medidas más restrictivas, así que Michell y Yazel salieron a hacer fotos en Rocallaura (en la provincia de Lérida, cerca de Barcelona) para elegir un banco y un ambiente. Después de eso empezó la aventura de la grabación.

Así fue como Ana llegó a Rocallaura, por Zoom, “como los Supersónicos”. Y luego vino el proceso de edición. 

—Un trabajo de equipo interesante. Tradicionalmente, una vez que termina el trabajo con los actores, mi rol está terminado; pero aquí tuvo que seguir al momento de la edición. Fue apasionante, porque significó entrar en un lenguaje nuevo. Me hizo también pensar que el ritmo que yo le hubiera podido dar a esta obra, como directora, en el teatro, tenía que traducirlo en un tiempo de cámara y de imagen. Fue traducir el lenguaje del teatro a otro que no era el del cine, sino uno que tenía que reclamar una dimensión propia en terrenos que no se conocen bien.

Esa manera de cambiar de espacios y cruzar fronteras recuerda bien el contexto mismo de la historia y tiene mucho que ver con el capítulo que parece habernos tocado como colectivo. Las historias de la migración, de la nostalgia y de lo que se dejó son abundantes y bastante universales, en especial porque la humanidad en su historia no ha hecho sino moverse de sitio.

Cuando volvamos la cabeza para ver las primeras décadas del siglo XXI no cabe duda de que las imágenes que dominarán serán las de la diáspora. Sin embargo, queda la gran pregunta de cuáles serán las historias y las imágenes que prevalecerán.  

—En Venezuela el tema de la migración se ha llenado de muchos lugares comunes —agrega Ana—. Se ha vuelto una suerte de destino lastimoso sobre las personas que migran. Y sí, sin duda, los exilios son dolorosos, en especial los que nos tocaron en los últimos diez años. Sin embargo creo en particularizar las historias —subraya—. El tópico de la migración es sumamente complejo, pero la manera de narrarlo parece estarse uniformando y estar demasiado tomado por la nostalgia del país que le pertenecía a algunos, y se deja de lado que ese fue el punto de partida de la Venezuela de hoy.

Hasta ahora nuestros relatos de migraciones habían sido bastante uniformes y se reproducían irreflexivamente y con facilidad. Bien valdría la pena que esta época también estuviese hecha de historias que cuenten nuestras aperturas de horizontes artísticos y culturales.

—A veces me parece que quedamos encapsulados en una especie de zona de confort. Cuesta salir de las mismas voces de esa Venezuela de la nostalgia, una nostalgia que me parece muchas veces peligrosa, particularmente porque en varios sentidos las nuevas generaciones buscan imitarlas. Hace falta que los artistas se atrevan, y también que el público apueste y pida cosas diferentes. Salir de la risa fácil, de los chistes machistas y racistas que hacían gracia en los noventa. Nos hace falta enriquecer el discurso, de forma y de fondo ¿Podría la migración alimentarnos en ese sentido? Visto lo que se logra manteniendo conexiones, sean culturales, tecnológicas o de identidad, las posibilidades están lejos de ser limitadas.


Volver a Coral Gables puede verse ya desde Venezuela  en el sitio web de Trasnocho Cultural.