Un día de trabajo no paga ni un huevo

Los bienes volvieron a los comercios que siguen operando en Maracaibo. Pero son tan caros que se venden muy poco

En Occidente, la cercanía de la economía colombiana en pesos y el riesgo eléctrico agregan costos a los efectos de la hiperinflación

Foto: The New York Times

Desde hace días la escena se repetía. A la hora de comer en casa de María Inés, había de nuevo lentejas y arroz, y a veces ni eso, aunque ella es maestra y su hijo de 23 años es administrador. Pero esa noche las cosas serían distintas: el esposo de María Inés había encontrado un empleo, luego de más dos meses sin trabajar. 

Entonces el muchacho decidió sacar 20 dólares de sus ahorros para comprar un poco de normalidad tras semanas de miseria. En la tarde, su mamá le había escrito para decirle que no había nada de comer en casa; cuando supo la buena noticia, se animó a cambiar esas divisas para hacer un pequeño mercado al llegar del trabajo. Compró carne, pollo, queso, huevos, verduras, harina y hasta un par de chucherías. Todo eso les rindió hasta la semana siguiente, cuando el papá cobró su primer pago.

Esa bestialidad que llamamos hiperinflación azota Venezuela desde hace casi dos años, pero en algunos lugares pega más que, por ejemplo, en Caracas. Uno de esos sitios es Maracaibo, saqueada en el gran apagón de marzo, con la electricidad fuertemente racionada desde entonces, y con su economía devastada. 

Para julio de 2019, en la capital la canasta básica familiar vale 2.600.000 bolívares, de acuerdo con el Centro de Documentación y Análisis de la Federación Venezolana de Maestros, que hace estudios mensuales del valor de los productos. La Cámara de Comercio, por su parte, tiene un cálculo distinto: 3.700.000 bolívares.  

La divergencia entre ambos estimados es de un 1.100.000 bolívares. Es un margen de error, una diferencia entre cuentas de organizaciones distintas. Pero aún así, es casi 30 veces el salario mínimo del país, que es de 40 mil bolívares. 

El lujo de un Postobón

No hay nada nuevo en esta situación en Maracaibo, salvo un detalle: ahora los estantes de los supermercados están repletos de todo tipo de alimentos. Pero la mayoría de estos productos —incluso los refrescos— son importados. Provienen de Colombia, que estará muy cerca del Zulia, pero los habitantes de la ciudad casi no los pueden pagar.

“Si vas a un supermercado encuentras mercancía que antes no veías, pero está ahí porque la gente no está comprando, no puede”, dijo Ezio Angelini, el presidente de la Cámara de Comercio de Maracaibo, en una entrevista con Radio Fe y Alegría Noticias. El empresario explicó que los precios suben también por las fallas eléctricas y de combustible, que elevan los costos de mantenimiento de los establecimientos comerciales que quedan. 

La Comisión para los Derechos Humanos del estado Zulia, Codhez, midió el poder de compra en el estado el 14 y 15 de agosto, y arrojó un dato alarmante: el salario por día de un trabajador (de 1.290,32 bolívares) es inferior al precio promedio de un huevo (1.440 bolívares). Codhez dice que hay que tomar medidas urgentes para revertir la hiperinflación, simplemente para “garantizar el acceso a una alimentación variada, adecuada y suficiente”. O sea, para que la gente pueda comer. No hablemos de otros gastos.

El daño sigue ahí

Esos reportes de abastecimiento en Maracaibo no se parecen en nada a los pronósticos de diversos economistas y expertos, luego de que en marzo el apagón nacional de más de cinco días provocase saqueos que afectaron a más de 600 locales comerciales. En aquellos días, se dijo que la ciudad probablemente no se recuperaría pronto, o incluso que la escasez que se aproximaba era apocalíptica. 

Lo que sí ocurrió es que más de 100 comercios tuvieron que cerrar sus puertas, lo que no es poca cosa. Sin duda, eso alteró la vida de muchos zulianos.

Carmen, de 80 años, compraba con regularidad en Supermart, un supermercado en la urbanización San Rafael. En marzo, tuvo que ver con horror cómo saquearon ese establecimiento. Incluso algunos de sus vecinos se metieron a arrasar con él. Ahora, Carmen debe pedirle a su hija mayor que le haga mercado en otro sitio: Supermart no volvió a abrir.

Lucía tiene tres años. Desde que empezó a caminar, iba con su familia al menos dos veces por semana a comer pizza o helado a una sucursal de Fiorella Super Market, en la Curva de Molina. Ese negocio también fue saqueado, tampoco volvió a abrir, y no hay ninguna otra sucursal cerca.

Aunque Lucía ni siquiera va al preescolar y no entiende lo que pasó, sí sabe que Fiorella no volverá a abrir. Es muy pequeña para recordar muchas cosas. Pero siempre le dice a sus familiares que extraña ir a ese lugar que perdió.

Esta pieza se publicó primero en Caracas Chronicles