Tres potenciales vacunas compiten por el fin de la pandemia

El anuncio del éxito de la primera ronda de pruebas en la Universidad de Oxford se une a otras dos buenas noticias que salieron en julio. No hemos derrotado al covid-19 pero ya hay razones para el optimismo

Los voluntarios de los estudios continúan bajo observación para determinar la duración total del efecto.

Foto: Reuters

La universidad de Oxford publicó el 20 de julio en la revista Lancet  los resultados de su más reciente estudio clínico para evaluar la seguridad e inmunogenicidad de un nuevo candidato a vacuna contra el SARS-Cov-2. Es el tercer estudio de este tipo publicado en poco más de dos semanas, luego de que la farmacéutica estadounidense Moderna  y un equipo de investigadores chinos  reportaran los resultados de sus vacunas el 7 y el 20 de julio, respectivamente.

Los tres ensayos son similares y son los primeros en probar posibles vacunas en humanos contra el nuevo coronavirus. Todos son estudios clínicos de fase I o II, lo cual quiere decir que incluyeron a un número relativamente pequeño de participantes y que los objetivos se limitan a establecer la seguridad de las vacunas, su capacidad para generar una respuesta inmunológica en los voluntarios y la dosis óptima para hacerlo.

Hallazgos claves

  • Las tres vacunas se basan en la proteína S del SARS-Cov-2, fundamental para que el virus infecte las células de la mucosa respiratoria.
  • Los tres ensayos generaron niveles importantes de anticuerpos, al punto de que se pudieron detectar en la sangre de los voluntarios incluso casi dos meses después de la vacunación. Estos anticuerpos demostraron además ser capaces de prevenir la entrada del virus en células humanas (aunque en condiciones de laboratorio), un proceso denominado neutralización.
  • Además, las tres vacunas indujeron un tipo diferente de respuesta, conocida como inmunidad celular, indispensable para la destrucción de células infectadas por el virus.
  • En general, las respuestas a estas vacunas fueron más intensas a partir de los 14 días posteriores a la inmunización y se mantuvieron por al menos dos meses, hasta el momento de publicación de los resultados preliminares. Los voluntarios continúan en observación para determinar la duración total del efecto.
  • Los niveles de anticuerpos y la intensidad de la respuesta celular que demostraron las tres vacunas fueron similares a los observados en la sangre de pacientes ya recuperados de la enfermedad. Esto sugiere que las vacunas pueden imitar el efecto de una infección natural.
  • Los investigadores chinos y británicos probaron vacunas asociadas a un vector viral. Esto quiere decir que tomaron un virus capaz de infectar una célula humana —pero no de replicarse en su interior— y modificaron sus genes para que expresara la proteína S (Spike) del coronavirus. De esta forma, el virus puede funcionar como un vector inofensivo para exponer las células del cuerpo a las proteínas del nuevo coronavirus.
  • En los casos de las vacunas de China y el Reino Unido, se emplearon adenovirus como vector. Estos son organismos diferentes a los coronavirus y normalmente solo causan infecciones respiratorias y gastrointestinales benignas. En el caso de Oxford, se empleó un adenovirus de los chimpancés —que no infecta humanos naturalmente— lo que permite reducir el efecto que la exposición previa a estos virus pudiera tener en el desarrollo de una respuesta efectiva contra el coronavirus.
  • Los investigadores norteamericanos, por su parte, usaron ácido ribonucleico (ARN) de SRAS-Cov-2. Esta molécula es uno de los dos ácidos nucleicos que se hay en todos los seres vivos (el otro es el ADN), y actúa como el libro de instrucciones que le dice a las células que proteínas construir. Moderna aisló el segmento de ARN del SARS-Cov-2 que tiene la información necesaria para sintetizar la proteína S, y lo incorporó en un sistema que pueden captar diferentes tipos de células, las cuales producen la proteína y la presentan al sistema inmunológico.
  • Las tres vacunas demostraron ser seguras y, aunque todas produjeron algunos efectos adversos, la mayoría fue leve: dolor e hinchazón en el sitio de la inyección y fiebre. No obstante, es posible que otros efectos surjan a medida que las vacunas se prueben en un mayor número de personas.

Entonces, ¿se acabó la pandemia?

Si bien estos resultados son muy positivos, aún es muy temprano para cantar victoria. 

Aunque las tres vacunas demostraron ser capaces de producir una respuesta inmune en seres humanos, aún no estamos seguros de que protejan del virus. La inmunología de la infección por SARS-Cov-2 es compleja y aún hay mucho por dilucidar.

Es necesario, por ejemplo, determinar cuál es la concentración mínima de anticuerpos requerida para proteger a una persona de la infección natural, y confirmar que la vacuna pueda inducir esa concentración. 

Es posible que esa concentración dependa del grado de exposición de cada persona al virus. Los trabajadores sanitarios por ejemplo, al estar expuestos constantemente a pacientes enfermos, podrían necesitar una mayor concentración de anticuerpos y, por tanto, dosis más altas o más numerosas de la vacuna que un estudiante universitario.

El hecho de que las tres posibles vacunas generen una respuesta similar a la que presentan los pacientes convalecientes es positiva también, pues hay evidencia de que la infección natural se asocia a cierta protección. Sin embargo, un estudio reciente sugiere que los niveles de anticuerpos neutralizantes —los mismos que generan las vacunas estudiadas— tienden a reducirse luego de dos meses tras la infección. La reducción parece ser mucho más rápida en pacientes que solo presentaron síntomas leves, por lo que observar un resultado similar con las vacunas no debería sorprendernos.

Ninguno de los estudios publicados ha evaluado los niveles de anticuerpos más allá de 56 días luego de la vacunación, pero pareciera muy posible que, tal como en la infección natural, la respuesta se reduzca con el tiempo. 

Las respuestas a esta pregunta surgirán a lo largo del año, pues los tres estudios siguen en desarrollo.

Más allá de esto, ni el estudio de Moderna ni el organizado en Oxford incluyeron a personas mayores de 55 años ni con enfermedades como diabetes o hipertensión. El estudio chino incluyó pacientes mayores de 55 años, aunque el porcentaje es demasiado pequeño para dar resultados concluyentes.

Esto tiene sentido: al ser los primeros estudios en humanos, la inclusión de individuos jóvenes y sanos minimiza las probabilidades de que surjan efectos adversos que pongan en riesgo a los participantes. Sin embargo, dado que justamente la población anciana y con comorbilidades es la más susceptible a morir por covid-19, resulta indispensable evaluar la utilidad de cualquier vacuna en estos grupos antes de aprobar su uso.

A partir de este momento, las tres vacunas comenzarán estudios de fase III, en las que serán aplicadas a poblaciones mucho más grandes, incluyendo ancianos e individuos con mayor riesgo de exposición al virus (como trabajadores de la salud) u otras enfermedades, en las que se evaluará la eficacia de los candidatos, es decir, su capacidad para prevenir la infección por SARS-Cov-2. Esto es crítico, pues una respuesta inmune intensa no necesariamente se traduce en protección en la práctica, sobre todo si el virus muta con facilidad, como ha demostrado la experiencia en el desarrollo de vacunas contra el VIH.

Hasta entonces, no podemos estar seguros de que ninguna de las vacunas sea realmente efectiva. Pero incluso entonces quedarán grandes obstáculos por superar hasta que la vacuna pueda distribuirse a toda la población.

A diferencia de otras enfermedades contra las cuales se han desarrollado vacunas efectivas en relativamente poco tiempo, como el Ébola –tras la epidemia de 2014 en África Occidental— el covid-19 es un fenómeno global.

Esto implica que la cantidad de vacunas que deberán ser producidas, una vez tengamos un candidato efectivo, es gigantesca. Más aún si son necesarias dosis adicionales para contrarrestar el rápido descenso de los anticuerpos.  

Producir tal cantidad de vacunas requerirá expandir la capacidad actual, e implica la cooperación de varios países y compañías farmacéuticas. Un reto aún mayor en un momento en que los discursos nacionalistas cobran fuerza alrededor del mundo. 

El origen de los fondos necesarios para llevar las vacunas a los países menos desarrollados, un paso indispensable para el control de la pandemia, también está por definirse.

Estos problemas, de un carácter más logístico que biológico, son quizás el desafío más grande que enfrenta cualquier vacuna contra el covid-19 y son la razón por la cual la imagen de largas filas de gente en Venezuela —o cualquier otro país de América Latina— esperando a ser vacunada contra la enfermedad, siguen pareciendo lejanas.

Sin embargo, la vertiginosa rapidez con la que avanza el proceso de desarrollo es, sin duda, la mejor noticia que dejan estos ensayos clínicos. El SARS-Cov-2 ha redefinido la investigación biomédica en general, demostrando que, sin la burocracia de costumbre, es posible adelantar en meses lo que antes nos tomaba décadas.

En una época en la que la desinformación y las conspiraciones están de moda, la ciencia lidera el aún largo, pero ya más claro camino, hacia el fin de la pandemia. Y eso, en sí mismo, ya es motivo de celebración.