Todavía podemos evitar el fin de nuestros cóndores andinos

El 23 de noviembre murió en el parque Chorros de Milla de Mérida uno de los últimos once ejemplares que viven en cautiverio en Venezuela. Frenar su extinción implica salvar su hábitat

El ave de mayor envergadura: Meta, ejemplar de cóndor andino resguardado en Biocontacto, en la ciudad de Mérida

Foto: Biocontacto

Hace unas semanas National Geographic publicó una investigación sobre los glaciares venezolanos, encabezada por científicos de la Universidad de Los Andes. La última cumbre nevada que nos queda de un glaciar es la del glaciar La Corona del pico Humboldt, y no se ha terminado de derretir porque está en una “vertiente de umbría”, en la cara de la montaña que no recibe el sol de la mañana. Pero Venezuela será el primer país del mundo en perder sus glaciares, una realidad irreversible advertida por muchos, desde Carsten Braun hasta Jorge Drexler

Hay un riesgo creciente, multivariable y silencioso asociado a eso: el que sufre el cóndor de los Andes (Vultur gryphus) en nuestro territorio. 

Todavía puede evitarse, pero hay que actuar ya. El 23 de septiembre perdimos a uno de los once cóndores en cautiverio que todavía nos quedan.

Menos de 20 cóndores en 6.566 kilómetros cuadrados

En esa cadeneta ecológica que son los Andes coexisten especies con grandes capacidades morfológicas, etológicas y fisiológicas de adaptación ambiental; a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar solo sobrevive quien mejor compita y el cóndor andino puede hacerlo, lo que lo convierte —como los glaciares— en una de las caras más representativas de la cordillera.

Desde la sierra de La Culata en Venezuela hasta la Tierra del Fuego en la Patagonia chilena, los andinos han visto sobrevolar al cóndor y hasta lo han incorporado como símbolo patrio de las repúblicas post coloniales para las banderas y los escudos. Pero esto no ha impedido que la especie se vea amenazada. Un estudio liderado por la Wildlife Conservation Society, publicado en mayo de 2020, estima que quedan 6.700 individuos adultos en el continente. Esa población está clasificada en peligro crítico en Colombia y Venezuela, en peligro en Ecuador y Perú, vulnerable en Bolivia y Chile y sin clasificar en Argentina; son pocos los rincones de los Andes donde el cóndor puede vivir sin riesgo.

De los países que atraviesa la cordillera andina, Venezuela es el que cuenta con una menor cantidad de ejemplares de la especie, tanto en cautiverio como en su hábitat natural. 

Como los Andes septentrionales venezolanos y las cumbres más elevadas de la Sierra de Perijá registran altitudes menores que los Andes del sur, el cóndor elige las cadenas montañosas de Argentina, Chile o Bolivia para asentarse y reproducirse, mientras que los Andes venezolanos solo le sirven como corredores temporales de movilización.

Para mediados de la década de los noventa, el cóndor de los Andes había desaparecido del territorio venezolano hacía aproximadamente 35 años, pues la caza indiscriminada de la especie ayudó a mermar una densidad poblacional, de por sí, limitada. Entonces, la Fundación Bioandina, liderada por la biólogo María Rosa Cuesta y en convenio con el Banco Andino, proyectó un laboratorio de reintroducción del cóndor de los Andes: el Programa de Conservación del Cóndor Andino. De forma paulatina se liberaron ejemplares en los páramos de la Sierra Nevada y la Sierra de La Culata, lo que dejó escuela y motivó a instituciones como la Corporación Merideña de Turismo (Cormetur) y el Instituto Nacional de Parques (Inparques) a involucrarse en la conservación de la especie y la concientización y sensibilización de las comunidades.

Pero esa generosa iniciativa, que luego se replicaría en convenios similares con instituciones extranjeras —como el Cleveland Metroparks Zoo, el San Diego Zoo o la NASA— para introducir y monitorear más individuos en el territorio venezolano, se vio eclipsada por el desasosiego político. De los 6.566 km² que constituyen el área de ocupación ocasional del cóndor andino en Venezuela, el 61 por ciento está protegido bajo la figura Área Bajo Régimen de Administración Especial (Abrae), ora como monumento natural, ora como parque nacional; y en Cinco8 hemos expuesto la realidad de las Abrae venezolanas. 

Hoy se estima la presencia de menos de cincuenta individuos maduros en ambiente natural y, hasta el domingo 22 de noviembre de 2020, se conocía la existencia de once ejemplares en cautiverio. 

El 23 de noviembre de 2020 ese número disminuyó a diez ejemplares, pues Kashik Nareupa, el cóndor andino del Zoológico de Los Chorros de Milla en Mérida, falleció. La fuente oficial señaló una ictericia hepática y una insuficiencia renal como causas de muerte.

Anuncio de Cormetur sobre la muerte de Kashik Nareupa

Hay dos tipos fisiológicos de especies animales: los estrategas R o estrategas K. Una de sus diferencias es la longevidad. Los estrategas R se reproducen mucho y mueren muy rápido, los estrategas K —grupo al que pertenece el cóndor de los Andes— tienen vidas prolongadas y una tasa de reproducción mínima. El cóndor andino es omnívoro y carroñero, por lo que su dieta es variada. Además, su sistema digestivo de lento funcionamiento le facilita, como a otros estrategas K, permitirse tiempos semi prolongados sin alimentarse. Todo esto, amén de las condiciones inhóspitas de los ecosistemas que suelen ocupar, determinan en el cóndor andino un organismo adaptado a la supervivencia extrema, dándole una esperanza de vida que varía entre los 60 y 80 años. Kashik Nareupa murió a los 17 años de edad.

Buscar culpables no traerá de vuelta a Kashik Nareupa y tampoco le dará los recursos a Inparques para mantener en condiciones adecuadas a Combatiente —el ejemplar de la estación Mifafí—, ni al Zoológico Bararida de Barquisimeto para el cuidado de sus seis ejemplares. Lo único posible es imitar al cóndor en su conducta competitiva: echar a andar la voluntad y agudizar el enfoque. 

El zoológico no es suficiente

En ese sentido, el doctor Felipe Pereira, fundador y director de Biocontacto, revolucionó el manejo de especies animales con un paradigma inédito en Venezuela: el Bioparque de fauna silvestre, un híbrido de zoológico, jardín botánico, acuario y museo de historia natural y antropológica. Fundado en 2008 en pleno casco urbano de la ciudad de Mérida, Biocontacto pretende, en palabras de Pereira, “recuperar especies silvestres sometidas al tráfico y tenencia ilegal, buscar las posibilidades de reintroducción a su hábitat natural y educar a los visitantes en materia ecoambiental”.

De los diez ejemplares de cóndor andino que quedan en Venezuela protegidos en cautiverio, uno está en Biocontacto. Su nombre es Meta, un ejemplar macho de veinte años de edad al resguardo de Pereira y de su equipo desde que se fundó el bioparque. “Cuando la Fundación Bioandina se queda sin recursos, a consecuencia de la quiebra del Banco Andino, les solicitamos el traspaso de Meta a Biocontacto”, dice Pereira. “El ejemplar llega a nosotros en 2008 desde el San Diego Zoo, con la finalidad de diversificar las posibilidades del bioparque para transmitir jornadas vanguardistas de educación ambiental, en las que el visitante no solo escuche una charla, sino que esté en contacto directo con la especie, provocando un impacto mayor”.

A diferencia de los zoológicos convencionales, los bioparques diseñan rutinas de bienestar y entrenamiento veterinario, adecuadas para que las especies rescatadas superen traumas por maltrato y optimicen condiciones físicas. Sobre ello, Pereira señala que “el seguimiento que le hacemos a Meta es permanente. Desde la dieta hasta las jornadas semanales de pesaje, pasando por la desparasitación, son procesos rigurosos que Meta debe cumplir para mantener un peso ideal y hacer posible un régimen de entrenamiento apropiado. Por ejemplo, Meta recibe un control mensual de ectoparásitos y semestral de endoparásitos; su dieta debe ser rica en vitaminas A y D, vísceras, carne y huesos, igualmente se le suministran presas como complemento nutricional, pues para el cóndor andino es fundamental la ingesta de piel y pelo animal.”.

A diferencia de los Andes argentinos o peruanos, los Andes venezolanos son menos extensos, por tanto, sus ecosistemas presentan menor biodiversidad. Esta realidad se ve intensificada con el avance de la frontera agrícola y el cambio climático, pues al perder el páramo merideño su extensión espacial, altera su equilibrio ecológico y deja de ser un oferente natural de recursos alimenticios para el cóndor y otras especies —también amenazadas— como el puma. Es lo que Biocontacto explica a sus visitantes, apostando por la educación ambiental. “Si tenemos un páramo repleto de jaurías de perros asilvestrados que cazan, por ejemplo, venados caramerudos, no solo se verá en peligro el venado, sino también el cóndor, pues su dinámica dietética natural será alterada al no poder ingerir a los venados cuando mueren. Entonces, el cóndor se mudará a otras latitudes, donde haya mayor disponibilidad de herbívoros de talla grande que pueda consumir”, comenta Pereira.

Reintroducir al cóndor andino en los ecosistemas venezolanos es complejo, pues hasta iniciativas privadas como Biocontacto tienen serias limitaciones para ejecutar proyectos sostenibles.

“No tiene sentido que veamos la reproducción del cóndor andino en cautiverio con fines de exhibición como estrategia viable de conservación de la especie”, señala Felipe Pereira. “Igualmente, antes de pensar en reproducir y reintroducir ejemplares en los páramos merideños, es preciso que los ecosistemas cuenten con las condiciones adecuadas para que estos sobrevivan y se adapten sin ningún tipo de apoyo. Si ya los Andes venezolanos presentan desventajas naturales para asimilar al cóndor a gran escala, el ser humano debe evitar sumarle agravantes a esa situación. Por eso, los principales esfuerzos deben abocarse a la protección de los ecosistemas naturales que habita el cóndor. Los actores sociales debemos fomentar estrategias que apunten a la sostenibilidad ambiental”.

Mérida puede tener un teleférico y un bioparque que nos lleven a pocos metros de un glaciar y un cóndor respectivamente, pero la sensibilidad ambiental del venezolano no debe descansar solo en las formas de la admiración, sino también en los fondos de la preservación. Aunque la solución a la crisis humanitaria se enarbola como la más urgente de todas, es menester comprender que la crisis ambiental también requiere nuestra documentación, nuestra denuncia y, sobre todo, nuestra acción.