Rómulo Betancourt en Harvard

En junio de 1965, poco después de dejar la presidencia, uno de los fundadores de la democracia venezolana recibió un alto homenaje en Estados Unidos. Eran tiempos en que Venezuela era un ejemplo de cómo debían hacerse las cosas

17 de junio de 1965: Rómulo Betancourt, ya entonces ex presidente de Venezuela, es doctor Honoris Causa en Harvard

Foto: Arthur Howard, Boston Public Library

Al hacer entrega de su gobierno el 11 de marzo de 1964 —“ni un día más, ni un día menos”, como había prometido—, Rómulo Betancourt inició un exilio voluntario que duró ocho años. Pasó temporadas en Nueva York y Nápoles y se estableció un lustro en Berna. Entre las razones que esgrimió el expresidente para su alejamiento físico, estaba la de no hacer sombra al mandatario entrante. A esto se sumaban otros motivos. Después de casi cuarenta años de agitada vida política era momento de tomar algún descanso. Las marcas del intento de magnicidio de 1960 permanecían allí, pero también comenzaba a vivir en pleno su nueva relación amorosa. De igual modo, tomó estos años para reflexionar acerca de las acciones de su vida y sobre el futuro de América Latina, lo cual incluía una idea poco usual entre los gobernantes venezolanos: escribir sus memorias, que hasta el día de hoy están extraviadas.

Antes de partir, Betancourt hizo notariar una declaración de bienes, seguramente recordando una máxima atribuida a Maquiavelo: es más fácil que alguien perdone la muerte de un familiar, que un ataque a su bolsillo. En mayo se incorporó como Senador Vitalicio en el Congreso Nacional, cargo con el que la Constitución de 1961 honraba a los expresidentes. Luego de esto, comenzó la temporada de homenajes que recibió en los Estados Unidos. 

Aunque en su juventud Betancourt abrazó ideas del marxismo leninismo, rápidamente se decantó por la opción de la democracia representativa, y sus relaciones con Estados Unidos fueron cordiales desde su primer gobierno, como presidente de la Junta Revolucionaria (1945-1948). Luego de eso, solo se incrementaron. Ya en su mandato constitucional (1959-1964), compartió escena y entabló amistad con el presidente John F. Kennedy, quien visitó Venezuela en 1961 y a quien Betancourt le devolvió el gesto en 1963. Bajo la égida de la Alianza para el Progreso, el presidente venezolano posicionó al país como ejemplo de una democracia latinoamericana que buscaba consolidarse en medio del tablero de la Guerra Fría. Así lo reconoció la revista Time, en la edición del 8 de febrero de 1960, al incluirlo como uno de “Los verdaderos constructores de América Latina”. En el perfil que le dedican afirmaban que, junto al gran mérito de no haber sido derrocado, había logrado frenar la influencia comunista, mantener una coalición de partidos democráticos e iniciado reformas económicas y sociales. 

El 3 de junio de 1964 recibió el Doctorado Honoris Causa en Leyes de la Universidad de Rutgers y, dos meses antes, había asistido a una sesión de honor del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos. 

La vitalidad de la democracia

El jueves 17 de junio de 1965 Rómulo Betancourt recibió el Doctorado Honoris Causa en Leyes de Harvard. Nathan Pusey, presidente de la universidad, entregó este título al venezolano por ser “un intrépido estadista que ha demostrado a las Américas la vitalidad de la democracia”. Era el tercer reconocimiento de una universidad estadounidense en menos de un año. Harvard se sumaba a lo también dispensado por Rutgers en 1964 y por la Universidad de California el 8 de abril de 1965.

Fueron doce las personalidades reconocidas en la 314ª ceremonia de graduación de la Universidad de Harvard. Junto a Betancourt, figuraba el expresidente ecuatoriano Galo Plaza Lasso, quien pocos años después se convirtió en secretario general de la OEA; y Adlai Stevenson, quien estaba a punto de finalizar su misión como embajador de los Estados Unidos en Naciones Unidas y había sido candidato presidencial por el Partido Demócrata en 1956.

Testigo de la ceremonia fue Luis Muñoz Marín, primer gobernador de Puerto Rico quien, junto con el expresidente costarricense José Figueres y el propio Betancourt formaban, en palabras de la prensa estadounidense, el grupo de los “tres sabios latinoamericanos” llamados por la Casa Blanca, para buscar una solución ante la ocupación militar estadounidense de la República Dominicana. Semanas antes, en un homenaje que le ofrecieron en Nueva York, Betancourt había declarado a los medios su repudio ante esta intervención unilateral, ya que esta no había sido discutida en el seno de la OEA.

El homenaje había ocurrido el 3 de junio de 1965 y fue una cena ofrecida por la Asociación Interamericana por la Democracia y la Libertad. El orador principal fue el historiador Arthur Schlesinger, quien afirmó que la presidencia de Betancourt era “una piedra miliar en la larga faena de la democracia en las Américas”. Aquella noche se leyeron unas palabras del presidente Raúl Leoni, así como las adhesiones al homenaje por parte del presidente Lyndon B. Johnson, su vicepresidente Humphrey, el presidente Eduardo Frei de Chile, y de personalidades políticas como Carlos Lleras Restrepo, Rómulo Gallegos, Rafael Caldera, Gonzalo Barrios, y el senador Ted Kennedy. Este último comentó sobre la “amistad profunda basada en principios y propósitos comunes”, entre el venezolano y su fallecido hermano. En el evento también participó la actriz y activista por los derechos humanos Frances Grant, quien saludó a Betancourt como un “gran conductor” de la vida en democracia, libertad y esperanza en el hemisferio. Todas las palabras de aquella jornada memorable fueron recogidas en el folleto Rómulo Betancourt en América, editado al año siguiente en Caracas.

La universidad de la Historia viva

Betancourt recibió un doctorado Honoris Causa en una de las universidades más prestigiosas del mundo sin ser un académico. De hecho, nunca terminó sus estudios universitarios. Los avatares de 1928, prisión y exilio, le impidieron continuar con la carrera de derecho en la Universidad Central de Venezuela.

A diferencia de otros dirigentes exiliados, quienes lograron graduarse en universidades del exterior, Betancourt se entregó de lleno a la acción y reflexión política.

Pero sus inquietudes intelectuales habían estado presentes desde muy joven. Testimonio de ello queda en alguno que otro verso, la publicación de un cuento, o la tesina que escribió sobre Cecilio Acosta para optar al título de bachiller. En 1929 publicó junto a Miguel Otero Silva el panfleto En las huellas de la pezuña; dos años después fue el principal redactor del Plan de Barranquilla y, en abril de 1932, presentó el ensayo Con quién estamos y contra quién estamos. También escribió diversidad de perfiles sobre personajes históricos y políticos latinoamericanos y mundiales de su momento. Buena parte de estas semblanzas fueron reunidas por Simón Alberto Consalvi, y publicadas de manera póstuma bajo el título Hombres y villanos (1987).

La economía y el petróleo fueron dos temas a los que Betancourt privilegió en sus incursiones autodidactas. En los años finales del gobierno de Eleazar López Contreras lo encontramos en debate perenne en los artículos que publicó en el Diario Ahora. Desde allí propone acciones a tomar en las importaciones y exportaciones venezolanas, analiza las políticas adoptadas en otros países, destaca la importancia de los servicios públicos y la necesidad de transformar el sistema educativo, para construir una conciencia económica desde los primeros años de estudio. Parte de los escritos de esta época fueron recogidos en el tomo Problemas venezolanos (1940).

El petróleo fue una preocupación de Betancourt hasta el final de sus días. Esta obsesión originó su obra más importante, el clásico del ensayo político latinoamericano, Venezuela, política y petróleo, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México en 1956. El libro nació de una primera idea fija de convertirse en un “anti-Vallenilla”, es decir, en refutar las ideas del historiador y apologista del gomecismo, Laureano Vallenilla Lanz. Pero en el largo trayecto de su concepción y redacción, construyó un perfil propio. A medio camino entre el análisis, la justificación y una clara denuncia de la dictadura, es necesario seguir indagando, con mayor profundidad, sobre la génesis, versiones y recepción que ha tenido esta obra.

El exilio como destino

En marzo de 1972 Betancourt regresó a Venezuela en barco. Luego del descanso europeo, la publicación del libro Hacia América Latina Democrática e Integrada (1967) y la división de su partido en las elecciones de 1968, todavía le quedaba casi una década para seguir influyendo en la vida venezolana. El sistema democrático parecía consolidado, ahora eran otros los desafíos. Su figura, siempre polémica, hacía su tránsito hacia la historia. El hispanista británico Hugh Thomas, en un prólogo que hace a las obras de Betancourt para la editorial catalana Seix Barral en 1977, afirmaba: “Demasiadas veces, los que han tenido éxito han sido los hombres de fuerza y brutalidad. Hombres de talento oratorio se han convertido en tiranos, mientras los escritores se han refugiado en el exilio”. 

Betancourt murió fuera de Venezuela, pero no en el exilio. Falleció durante un viaje a Nueva York el 28 de septiembre de 1981, sin poder terminar sus anheladas memorias, pero tampoco su última lectura, Une femme honorable, biografía de Marie Curie escrita por la periodista francesa Françoise Giroud. Se unía así al elenco de personajes que han dado forma y gobernado al país pero que, y por distintas circunstancias, fallecieron lejos del territorio venezolano. Quizás los casos más resaltantes sean los de Miranda, Bolívar, Páez y Guzmán Blanco, del siglo XIX; Castro, Leoni, Pérez Jiménez y Carlos Andrés Pérez, del XX. 

El mayor aporte de Rómulo Betancourt, quien contribuyó al nacimiento de la Venezuela democrática, fue aceptar las luchas, por duras que estas fueran, sin claudicar a la reflexión oportuna y el desafío de aprender a pensar para construir.