Racismo en Venezuela: seis testimonios

Con la ola de protestas raciales en EEUU, ha rebrotado el discurso de que nosotros no discriminamos por el color de piel. Estas historias ponen eso en cuestión

José Vívenes: de Estudios de "Después del semáforo", 2009

Foto: GBG ARTS

Laurent nació en Puerto Príncipe hace 52 años. Cuando tenía 18, decidió emigrar a Venezuela junto a su hermano mayor. Su Haití natal, abrazado por la inestabilidad política y la crisis económica, no les ofrecía el éxito que anhelaban. “Venezuela era la tierra de las oportunidades”, dice Laurent mientras recuerda la primera vez que vio el Ávila: “Una imagen que no olvidaré”. 

Lo conocí en su paso por Ecuador hacia Chile. Sus hijos viven en Santiago. “Mi primer trabajo fue en el mercado de Coche. Ahí ayudé a cargar y descargar camiones desde las cuatro de la mañana, mientras pulía mi español. Los venezolanos siempre hablan muy rápido”, dice con una enunciación que lucha contra su marcado acento del Caribe francés. 

“Para muchos de mis compañeros en el mercado, yo era un negro ignorante que sólo servía para cargar sacos. Tuve que luchar mucho para que me pagaran a tiempo. No sé si no les gustaba mi color de piel, de donde venía o ambos”. Él reconoce muy bien aquellos clichés que se levantaron en Venezuela hacia la comunidad haitiana. “Me decían heladero o que me fuera a vender conservas de coco. Una vez traté de inscribirme en un instituto técnico para estudiar Administración. Y me sentí tan mal por cómo me miró y trató la secretaria que atendía en admisiones, que decidí no comenzar”. 

Laurent cuenta que luchó en contra de los malos tratos del colegio en donde inscribió a su hijos para que terminaran el bachillerato. Casi todos los días los niños llegaban molestos o tristes por la manera en que los trataban. “Mi esposa era costurera, y se quedaba en casa todo el día mientras yo trabajaba en un almacén por El Valle. Ella los recibía y por las noches me contaba lo que había pasado”. 

Siempre que hablaba con la directora del colegio, la esposa de Laurent notaba cómo el personal de administración la ignoraba y desestimaba sus reclamos.

“Sólo una maestra, que era tan negra como nosotros, pero de Upata, nos defendió y se enfocó en que a nuestros niños no los trataran mal”, dice Laurent.

“¿Sientes algún rencor por esos malos tratos, Laurent?”, le pregunto. “No. Venezuela me permitió trabajar y obtener dinero para darle una educación a mis hijos. Una educación que yo no tuve. Pero decir que allá no hay racismo, es mentir”. 

No es un chistecito

Muchos de nosotros crecimos bajo la idea de que nuestras discriminaciones no eran tales sino una declaración de cariño o chalequeo. César, psicólogo y caraqueño, comenta que “una vez, recién graduado de la universidad, opté por un trabajo en una empresa que realizaba encuestas. Cuando llegué a la entrevista, la chica que hacía la selección me miró de arriba abajo y de inmediato supe que no tendría el trabajo. A pesar de eso, me realizó varias preguntas mientras conversamos, y todas se enfocaron en los clichés típicos del venezolano hacia los negros”. Clichés cubiertos de generalizaciones: todos son malandros, todos son ignorantes y todos son pobres. 

Leo, músico, nacido en Caracas y actualmente viviendo en México también está de acuerdo. “En Venezuela normalizamos el vocabulario racista. Lo normalizamos como una forma de chalequeo, pero cuando creían que los negros hacíamos algo mal, las expresiones eran despectivas. Las personas blancas claro que se sentían ofendidas cuando les ponían apodos, cualquiera de nosotros se ofendería. ¿Pero a cuántos de ellos no les permitirían entrar a una discoteca, por ejemplo, por el color de su piel?”. 

Leo sabe muy bien por qué pone ese ejemplo. En enero de 2017, sus redes sociales se incendiaron luego de publicar cómo le negaron la entrada a una discoteca en el este de Caracas por el color de su piel. “Como soy músico, siempre me he movido en el ambiente de los locales nocturnos. Siempre he escuchado de casos en los que a personas negras les niegan la entrada a las discotecas, todos en Caracas hemos escuchado una historia de estas. No les importó que fuera músico y que muchas personas de esa discoteca me conocieran, me dijeron que no entraba”.

En aquel momento, su historia se viralizó y avivó el debate sobre el racismo en Venezuela. Un tipo de discriminación que se une a otras como la xenofobia o el clasismo. 

Así lo reconoce Alejandro, trigueño, de pelo negro y ojos marrones, venezolano de nacimiento pero con la ciudadanía colombiana por sus padres. “Mis papás llegaron a Venezuela a finales de los 70, cuando el país se jactaba de su economía fuerte. Mi tío me cuenta que una vez, en la fila del colegio, antes de entrar al salón, uno de los profesores le comentó a otro, con toda la intención de que mi tío escuchara, que tenían que tener cuidado con ‘los caliches’, porque los iban a robar”. 

La migración colombiana siempre estuvo presente en Venezuela, en especial con la construcción de los clichés que la abrazaban: todos los colombianos eran narcos, todos los colombianos eran rateros y embusteros. “Una vez, en el colegio, me dijeron que yo debía ser narcotraficante por ser hijo de colombianos. Obviamente que eso a un niño de 12 años le duele. En mi casa siempre estuvo presente el hecho de no decir que íbamos de vacaciones a Colombia para que no nos dijeran cualquier barbaridad”, dice Alejandro que actualmente vive en Bogotá. 

Viviendo en la capital colombiana, Alejandro ha vivido otro tipo de discriminación: ser venezolano. “Es un tema muy complejo. En la costa colombiana no he sentido tanta discriminación, pero en Bogotá sí. Decir que en Venezuela no había racismo u otro tipo de discriminación, es vivir en una burbuja. Y ahora, muchos venezolanos que migramos, hemos vivido eso en carne propia”. 

La misma sensación tiene Pedro, quien nació en Ecuador, pero desde los seis años se fue con su familia a Caracas. Actualmente vive de nuevo en Ecuador, en Riobamba.

“En Caracas me decían cotorro o indio ignorante. En el colegio yo siempre era el extraño porque no me parecía a mis compañeros. Ahora, que estoy de regreso en mi país natal, soy el veneco”. 

La familia de Pedro destacó por tener tiendas de venta de ropa en Propatria, y la mayoría de las veces que él acompañaba a su papá para atender alguna de ellas, volvía a casa con una historia que contar. “Recuerdo que una vez una señora entró para comprar una camisa. Como no le gustó el precio porque decía que era muy caro, se puso a gritar que cómo era posible que ‘a estos indios’ les permitieran venir a Venezuela. Fue tal el escándalo que armó, que hasta la policía metropolitana llegó. Mi papá después de eso no quiso que yo fuera tanto a las tiendas”. 

Pedro aún se dedica al negocio familiar: vender ropa, y sus dos hijas se graduaron de la universidad. “A una de ellas, a mitad de la carrera de Derecho, un profesor le dijo que no se preocupara por terminar porque los indios nunca podrían ser abogados. Cuando me contó eso, yo reclamé ante la escuela y se levantó acta, pero el profesor siguió dando clases. No podemos decir que en nuestro país, porque Venezuela también es mi país, no había discriminación”. 

«Bien negro, como tú»

Al registrar estos testimonios, yo también recordé dos historias. Una de ellas me pasó en la universidad, al hacer un trabajo en grupo en casa de una compañera. Su mamá nos ofreció Toddy, y cuando los trajo me dijo: “Está bien negro, como tú”. No lo dijo en tono de chalequeo, sino bajo un sentido despectivo. 

Luego, una vez, caminando por la acera cerca de nuestra casa en Quinta Crespo, mi mamá y yo casi fuimos arrollados por un conductor que montó el carro en la acera. Cuando mi mamá le reclamó, él sólo le dijo: “Vamos, cotorrita, sigue caminando”. Mi mamá es ecuatoriana de nacimiento pero tiene más de 40 años viviendo en Venezuela. 

En una entrevista con Milagros Socorro, Michaelle Ascensio, antropóloga y escritora venezolana nacida en Haití y fallecida en 2014, dijo: “El racismo es una actitud ante ciertas personas por sus características físicas; y en Venezuela, muchas veces, esa actitud es de rechazo. Pero ha habido desde el siglo XIX un discurso empeñado en negar las tensiones entre los diversos grupos que conforman la sociedad venezolana. Y como el racismo local no es como el de los Estados Unidos, por ejemplo, eso ha servido de coartada para seguir negándolo porque como en Venezuela no matan a nadie directamente por ser negro… usan el barómetro de una situación de extrema violencia para minimizar la violencia que vivimos nosotros”.

Los seis testimonios que conforman esta nota nos confirman lo que Ascencio decía: esa sutileza del racismo en nuestro país. Una sutileza que lo minimiza pero que no lo esconde.