No hay pruebas de que la vacuna contra la tuberculosis nos salve del Covid-19

Un artículo científico sugiere que la vacuna BCG, aplicada en Venezuela, puede reducir las muertes por Covid-19. Pero ¿es realmente la cura que estamos buscando?

Correlación no es causalidad, ni siquiera en una pandemia. Mosca.

Foto: Organización Panamericana de la Salud

Un trabajo que acaban de presentar investigadores del New York Institute of Technology (NYIT) muestra una clara correlación entre el uso de una vacuna para la tuberculosis y una reducción en la mortalidad por Covid-19. Los resultados han ilusionado a todo el mundo, pero muchos no se están haciendo las preguntas correctas.

El artículo, publicado el 21 de marzo, demuestra que los países que actualmente aplican, o han aplicado la vacuna del Bacilo de Calmette-Guerin, mejor conocida como BCG, tienen menos infecciones y muertes que el resto. La mayor parte de países europeos, donde el coronavirus ha golpeado más fuertemente, no tienen un programa universal de aplicación de la BCG, aunque casi todos lo tuvieron en algún momento. En Estados Unidos, la vacuna sólo está recomendada en algunos grupos considerados de alto riesgo.

Venezuela aplica la BCG a todos los recién nacidos; de hecho, probablemente puedas ver la típica cicatriz que deja la vacuna en su brazo, que suele mantenerse de por vida. Todos los países suramericanos han usado la BCG en el pasado y solamente Ecuador, donde algunas de las escenas más trágicas de la región han ocurrido, no la aplica universalmente en la actualidad.

¿Pudiera la BCG estar protegiendo a Venezuela de los efectos más devastadores de la Covid-19?

Bueno, aunque algunos estudios claramente muestran una fuerte correlación, no podemos asegurar que la BCG está causando la reducción en las tasas de mortalidad. Este tipo de estudios, en los que grandes poblaciones son comparadas entre sí con base en el efecto que una intervención aplicada de forma individual a sus habitantes (como una vacuna) tiene sobre la aparición de otra variable (muertes por COVID-19), se conocen como “estudios ecológicos”.

Los estudios ecológicos son ideales para identificar factores que pueden protegerte contra una enfermedad, o al contrario, incrementar el riesgo de tenerla, pero son terribles para demostrar causalidad. Por ejemplo, puedes vivir en un país donde la BCG es administrada regularmente, pero eso no necesariamente quiere decir que tú y todos los demás habitantes no recibieron otras intervenciones que pudiese explicar por sí solas el resultado. Esta incapacidad para llevar los resultados vistos en una población al nivel individual constituyen algo llamado “falacia ecológica”, lo que describe muy bien la limitación de los estudios ecológicos.

Hay muchos factores aparte de la aplicación de la BCG que pudiesen explicar las diferencias en mortalidad. La gran mayoría de países que aplica la vacuna son de pequeño o mediano ingreso, que suelen tener una mayor proporción de población joven comparados con Europa o los Estados Unidos, también podrían estar simplemente haciendo menos exámenes que los demás. Aparte de eso, muchos países europeos aplicaron hasta hace no mucho tiempo la vacuna, por lo que las personas más viejas seguramente la recibieron y deberían por lo tanto, estar protegidas. Además, desde que el artículo fue divulgado varios de los países que aplican la vacuna, como la India o Sudáfrica, han visto incrementos importantes en el número de casos. Irlanda y Portugal, dos países de ingreso alto que aplican la BCG y que definitivamente están lidiando con la pandemia mejor que sus vecinos, también aplicaron medidas de distanciamiento social en una fase muy temprana de la epidemia, lo que fácilmente podría explicar las diferencias. 

La idea de todo esto es dejar claro que si bien los estudios ecológicos pueden generar hipótesis, no pueden probarlas. Un dicho muy conocido en el mundo de la ciencia es que la correlación no implica causalidad. Existen algunos ejemplos  muy graciosos de esto.

Para probar la hipótesis de que la BCG está causando las diferencias en la mortalidad, necesitamos un tipo de estudio diferente: ensayos aleatorizados, que ya están siendo llevados a cabo.

A medida que nos aproximamos a las 120.000 muertes y se espera que superemos los 2 millones de casos de Covid-19 en las próximas horas, la necesidad de encontrar un tratamiento efectivo (o tan solo de escuchar buenas noticias), crece tan rápido como la propia pandemia. Mientras esto sucede, debemos cuidarnos de las curas milagrosas y no ilusionarnos demasiado.