La biblioteca que no te cupo en la maleta

Cuando emigras te puedes llevar tu experiencia pero casi nunca te puedes llevar tus libros, que se quedan atrás esperando un nuevo destino

Los libros que dejamos atrás están en las cuentas ocultas del balance migratorio. Pero ellos pueden seguir sus propios caminos

Los estragos de las distancias que ha ido abriendo la migración dentro de la sociedad venezolana no se pueden medir. Pero sí hay marcas físicas, visibles, en todos los ámbitos. 

A veces se habla de las viviendas vacías. También hay bibliotecas silenciosas: las que dejaron atrás quienes se fueron y no pudieron llevárselas consigo. 

Venezuela simplemente mutó, y con ella las bibliotecas personales, hechas de tesoros que uno se encarga de cuidar del fuego, el agua y el polvo. 

La mayoría de los libros que tienen los lectores fueron comprados con un criterio de selección que, mal que bien,  conoce solo el propio lector. La separación con algunos de esos ejemplares, a veces leídos y releídos, puede ser dolorosa

Para Pedro García, estar lejos de su biblioteca ha sido una de las decisiones más difíciles de su vida: 

—En mi casa dejé una biblioteca personal debidamente organizada con más de 1.850 libros, todos indexados detalladamente en una lista en Word que tengo en mi computadora. Cuando pienso en mis libros, naturalmente me entristezco mucho, pues solamente yo sé lo que dejé y que ahora mismo no puedo disfrutar, porque realmente disfruto de los libros, me hacen compañía, los leo, los ojeo, los acomodo, etc. Los libros son mi gran tesoro.

Pedro llegó a Perú en noviembre de 2020. Con las estrictas medidas migratorias, tuvo que llevar poco en el equipaje:

—El recorrido desde mi casa en Mérida hasta Ayacucho fue por tierra, y no pude traer más de lo necesario. No me pude traer ninguno de mis libros, y me hubiese gustado traer unos cuantos.

Justo antes de viajar a Perú, Pedro estaba colaborando con la Biblioteca Pública Br. José Vicente Escalante, en La Playa de Bailadores, y pensó en donarle algunos volúmenes.

—Pero no lo hice, pues tengo la esperanza de tenerlos todos nuevamente conmigo, tal vez trayéndolos poco a poco al Perú, porque regresar a Venezuela (por ahora) no es una opción muy cómoda para mí y realmente pienso radicarme aquí de manera permanente.

Mientras Pedro prepara el reencuentro, una persona cuida y ordena su biblioteca personal.

Mónica Duarte cruzó los más de siete mil kilómetros que separan Caracas de Barcelona, España, no sin antes elaborar un plan detallado para asegurarse el reencuentro con sus libros más apreciados.

—Antes de venirme hice la tarea de ver qué libros podía traerme e inevitablemente quedaron muchos por fuera, entonces decidí guardarlos de forma ordenada en la biblioteca de mi cuarto. Los que están en el lote más a la derecha son los más importantes para mí, los siguientes serían los del centro y después los de la izquierda. Luego de esos estarían los de la repisa de abajo en orden similar. Y así sucesivamente. Los dejé marcados con unos Post It con números de prioridad, pero no sé si habrán sobrevivido esos papelitos. 

Con esos papelitos dejó claro para su mamá el orden en que quiere que les sean enviados los libros cuando sea posible.

Con tres años ya en España, para Mónica es inevitable sentir nostalgia cuando piensa en los libros que dejó con su mamá en Venezuela, incluso por aquellos que no pudo terminar de leer. No obstante, disfruta su nueva perspectiva como lectora migrante.

—Ahora estoy obsesionada con el sistema de bibliotecas públicas de Barcelona y lo que hago es que los pido, los leo y los devuelvo. Es un proceso distinto porque lleva desapego (ya que son libros que uno no se puede quedar) pero también te hacen disfrutar de la lectura de forma diferente. Ahora lo pienso demasiado para comprar libros, y considero si me los llevaría conmigo si me mudo, lo que hace que compre menos. 

Si hay alguien que sabe de segundas bibliotecas es Mig-Lin Castillo, quien en los cinco años que tiene en Chile ha logrado acumular 246 libros. Mig-Lin llegó al país sureño con solo cuatro títulos: “It y Doctor Sueño de Stephen King, Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe y Clases de Literatura de Julio Cortázar. El criterio fue básicamente escoger libros que me quisiera leer ya, y sabía que al comienzo quizás no iba a tener la capacidad de comprarme libros rápido”.

Pese a que ya cuenta con una biblioteca numerosa, Mig-Lin sigue echando en falta los que dejó en Caracas:

—Me da muchísima nostalgia al pensar en ellos. Unos meses antes de emigrar, hice como una especie de inventario de los libros que quedaron en Caracas y lo he repasado varias veces estando acá. He dejado de comprarme libros que tengo allá, quizás albergando la esperanza de que pueda reunirme con ellos. En Caracas hay aproximadamente 570 libros.

Ante la posibilidad de donarlos, Mig-Lin dice que en Chile ha regalado libros y que en Caracas lo intentó pero “no estando allá ha sido más complejo”. Los libros de Mig-Lin esperan a que ella vuelva en la casa de suegros. 

Las librerías, hogares sustitutos

En cuanto a qué hacer con los libros al momento de irse del país, algunos, los más pragmáticos, apuntan a venderlos para incrementar el capital con que se defenderán en el nuevo destino. Otros, en cambio, sugieren donarlos.

El Banco del Libro en Caracas aparece como mejor opción para ello, ya que los libros donados van a parar a escuelas, comunidades, hospitales, proyectos de promoción de lectura, universidades; o van a nuestros clubes de cuento y de novelas para contribuir a formar entornos donde se propicien lectores. En su sede al comienzo de la avenida Luis Roche de Altamira, en Caracas, reciben libros de todo tipo: textos escolares, enciclopedias, libros especializados, libros de literatura infantil y juvenil. Siempre y cuando estén bien preservados.

La Poeteca en Caracas puede ser el destino principal si se quieren obsequiar libros de poesía. Según su director, Ricardo Ramírez Requena, cerca del sesenta por ciento del catálogo de la fundación ha sido donado por el público. Reciben todos los libros salvo aquellos que estén deteriorados. Eso sí, deben ser libros relacionados con la poesía para que los reciban. Puedes comunicarte con La Poeteca por el correo lapoeteca2017@gmail.com.

El mismo Ricardo confiesa que desde 2005 comenzó a vender parte de sus libros, pero señala que es importante que los libros estén en manos de quien pueda leerlos y deben circular entre los lectores.

En El Buscón, Librería de Ocasión, no reciben donaciones, pero sí trabajan con la modalidad de consignación: los lectores pueden llevar sus libros para que la librería se encargue de venderlos a cambio de una comisión y luego pague al consignador. Pero hoy la librería está muy llena, por la baja rotación debido a la pandemia, así que por los momentos el sistema está suspendido, según indica su fundadora y directora, Katyna Henríquez.

Con la pandemia dificultando todo contacto, las iniciativas de cambalache de libros también entraron en un hiato y encontrar un nuevo dueño para una biblioteca se hace cada vez más cuesta arriba.

Entonces las redes sociales han aflorado como un sitio ideal para la compra/venta y el cambalache de libros. Basta con escribir “Venta compra y cambio de libros Venezuela” en Facebook para encontrarse con varios grupos que procuran intercambios, pero hay que prestar mucha atención a las fechas de publicación de los posts, ya que muchos están inactivos o no no son seguros. Sin embargo, todo esfuerzo parece poco cuando se compara con la otra opción: dejarlos a la deriva.

La muerte del libro, pronosticada varias veces, sigue sin ocurrir. Ni siquiera sucede en nuestro país, donde las librerías cierran y las editoriales no hallan cómo editar. Tal vez entonces las bibliotecas privadas puedan ser el germen de las públicas que nunca hemos tenido en cantidad suficiente. O el renacer del mundo de librerías, ferias y eventos que tuvimos hasta hace poco. Con lo que sí parece que seguiremos contando, es con lectores ávidos.